19.2.11

Un clásico por partida doble: 'La noche del cazador'

Hasta los hermanísimos Coen se han rendido ante la versión de Laughton.Se basta en una novela del 53 de Davis Grubb que fue un best seller

Robert Mitchum en un fotograma de la película 'La noche del cazador'.foto.fuente:elmundo.es

Es lógico. Hasta los hermanísimos Coen de 'True Grit' (¡no me resigno a escribir la lamentable traducción del título en español!), hasta los Coen, decía, se han declarado rendidos admiradores de la versión peliculera de 'La noche del cazador' que, publicada originalmente en 1953 y convertida en inmediato 'best-seller', escribió un tal Davis Grubb de cuyo nombre hoy apenas nadie se acuerda. Autor de otras siete obras largas y más de 50 relatos, Grubb plasmó como nadie la horripilante pesadilla que, durante la Depresión, dio punto final al apacible sueño americano. A otro más. Poco tardó, de hecho, Charles Laughton en trasladar a la pantalla grande una inquietante versión que, vista incluso a día de hoy, es una de las películas más perturbadoras, atípicas y a la vez redondas de la historia del cine.

Clásico en blanco y negro nacido de otro clásico del negro sobre blanco. Publicado en España por la editorial Anagrama. Clásico al cuadrado. De ahí que, ya se sea lector o espectador, resulte complicado elegir un formato cuando a uno le dan a elegir.

Se trata de una mezcla de 'thriller' gótico (aunque ambientado en la América profunda) con referencias a los 'desfases' infantiles de otros dos hermanísimos, los Grimm ('Hansel y Gretel' incluido), o al fanatismo religioso y la crueldad extrema. Todos estos temas se suceden en apenas hora y media de cine o a lo largo de 284 páginas de novela negra negrísima, brillante y con momentos de completo terror. Un relato perturbador, en definitiva, donde Grubb puso a tender la ropa sucia de su infancia y hizo, precisamente, en el margen izquierdo del río Ohio, en el estado de Virginia Occidental, lugar donde nació.

En resumen: "una novela excepcional que ha dado lugar a una película excepcional", como escribió en su día Magie Gee, del 'Times Literary Supplement, "pero en el balance final, debemos decir que el libro es aún mejor que la película", añadió. Amén. ¿Y por qué cerrar filas ante tal y tan rotunda afirmación? Porque su lectura le agarra a uno del pescuezo como si el mismísimo espíritu burlón de Faulkner hubiese poseído desde su infierno de bourbon el portátil en el que escribe un James Ellroy sin miedo a bucear en los rincones oscuros de los demás. Relato negrísimo como el sobaco de un grillo que -para su desgracia o redención, eso nunca se sabrá- tuvo que sucumbir ante el éxito desmesurado de su adaptación cinematográfica. Novela de culto que ha sido arrumbada en la periferia del género al que pertenece a causa de su extraña condición.

¿Lo mejor? Su personaje protagonista. De hecho, es el propio Davis Grubb quien añade un peculiar IVA a su historia al ofrecernos el retrato de Harry Powell, más conocido como el Predicador, un 'hijoputa' de largo recorrido que lleva tatuadas las palabras 'amor' en los dedos de una mano y 'odio' en la otra. Uno de esos paletos con instintos de psicópata veterano que, sin lugar a dudas, puede escupir a la cara -o tratar de tú a tú- al Nick Corey que nunca se cansa de patear culos en el '1.280 almas' 'jimthompsonianas' o al Popeye 'amante' de las hortalizas del 'Santuario faulkneriano'.

Bastardo surreal, enajenado villano, experto estafador, iluminado sin muchas luces, 'serial killer' tomado demasiado en serio, diabólico ogro que no muestra ningún reparo en aterrorizar de modo despiadado y atroz a dos niños pequeños a cambio de un fajo de billetes. Diabólico reverendo cuyo concepto de Dios y del pecado muestran lagunas imposibles de drenar. Su interpretación de la biblia va más allá de lo literal. Mucho más allá. Basta con conocerlo un poco.

"Su nombre era Harry Powell, pero todos lo llamaban Predicador, y a veces ésa era la única palabra que garabateaba en los pringosos registros de los hoteles. La primavera lo encontraba siempre de vuelta en Louisville, porque esa era la ciudad donde nació y porque le encantaba el renacimiento de la vida en el curso del río, ya que le hacía sentir que su espíritu se animaba gracias al fervor divino y al odio hacia las asquerosas masas de prostitutas y rufianes que veía en las noches abrileñas por las calles de aquella bulliciosa Sodoma ribereña. Pagaba la entrada de algún espectáculo de variedades y se sentaba en primera fila para poder observarlo todo mientras acariciaba la navaja que llevaba en el bolsillo con sus dedos sudorosos."

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