28.1.10

Los Decretos de la Emergencia Social son una burda burla a los derechos de todos los colombianos


Los Decretos de Emergencia Social son una burla a todos los colombianos y una burda intimidación tanto a los profesionales de la salud como a los afiliados para que no lesionen financieramente el Sistema, que en solo 16 años, es decir, desde la entrada en vigencia de la Ley 100 de 1993, ha colocado a las Empresas Aseguradoras (EPS) entre las 20 empresas mas grandes y poderosas del país.

En adelante, ya no será posible acceder a los servicios No POS mediante Tutela. Dichos Decretos se burlan no solo de todos los colombianos que lograban mediante la Tutela acceder a los servicios que les niegan las EPS, sino que además se burlan de la Corte Constitucional que creo y desarrolló dicha herramienta en defensa de los derechos fundamentales, como son la salud y la vida.

Además, son claramente una maniobra intimidatoria que obliga a los pacientes a no pedir o exigir un nivel óptimo de calidad en salud, bajo la amenaza expresa de tener que pagar por los servicios no incluidos en el POS, ofreciéndole como única alternativa que recurra a sus propios ahorros, sus ahorros pensionales, sus cesantías o que recurra a los prestamos en el sector bancario y/o cooperativo. Y en caso de que dicho "Paciente" no tenga posibilidades de recurrir a ninguna de las anteriores posibilidades, entonces tendrá que responder financieramente su núcleo familiar.

Son también una intimidación a todos los profesionales de la salud, conminándolos a no prescribir exámenes y medicamentos que puedan "ocasionar un daño Económico al Sistema", nuevamente bajo la amenaza expresa de ser sancionados con una multa de 10 a 50 SMMLV, es decir entre 5 y 25 millones de pesos.

De esta manera se consolida lo que desde el Sector Salud se ha denominado "una abusiva intromisión del Estado en la Autonomía Profesional", la cual no es otra cosa que la capacidad que tienen los profesionales de la Salud para decidir libremente lo que es mejor para un paciente, y no como ahora, en donde el Sistema los ha convertido en una especie de verdugos obligados o verdugos a la fuerza de todo un país, al imponerles de manera velada pero inequívoca, limites en las cantidades y calidades de medicamentos, exámenes de apoyo diagnostico y remisiones a especialistas, bajo la amenaza del despido y en aras de lo que ellos mismos (EPS) denominan "la contención del gasto".

En conclusión, la Salud en Colombia no es más que un buen negocio, manejado y administrado por "los negociantes de la Salud", cuyo insaciable apetito por el dinero y en un claro contubernio con el gobierno, pretenden imponernos lo que en una palabra resulta abominable. Confiamos en que el Congreso de la Republica y la Corte Constitucional saldrán en defensa de la gente de Colombia.

Q  Antes de imprimir este mensaje o cualquier documento, asegúrese de que es necesario. Proteger el medio ambiente también es decisión suya

27.1.10

La primera novela protagonizada por el detective Burma mantiene vivo el humor de Léo Malet

En 1942, el francés Léo Malet publicó 'Calle de la Estación, 120', la primera novela en la que aparecía Nestor Burma, el emblemático detective privado que acabó protagonizando una treintena de títulos. Ahora su investigación, magníficamente ambientada en la Francia ocupada por los nazis, llega a las librerías, a las que regresa la adaptación al cómic del mismo título por Jacques Tardi.


Viñeta de la versión en cómic que Jacques Tardi realizó en 1988 de 'Calle de la Estación,120'. Foto: JACQUES TARDI / NORMA EDITORIAL. fUENTE: El Periódico de Catalunya

"Debo confesar una debilidad. El año pasado, vi la adaptación de Jacques Daniel-Norman de Calle de la Estación, 120 con el excelente René Dary; conservo de ella un recuerdo bastante confuso salvo unas cuantas escenas y, desgraciadamente, del final. Nunca olvido el final... Tras leer la novela original del francés Léo Malet (1909-1996) me ha pasado lo mismo. Más que la intriga, lo más interesante en sus obras reside en el tono. El lector siente una voz, una «pequeña música», por hablar como Céline. Nestor Burma, el detective narrador, prisionero en Alemania hasta su liberación en 1941 por razones de salud, llega a Lyón, la ciudad más importante de la Francia no ocupada. Su indagación nos pasea por el casco antiguo –los famosos traboules– y llega a los bulevares parisinos, los muelles del Ródano, las orillas del Sena.

PERSONAJES INOLVIDABLES / Burma, con un humor despreocupado y, pese a todo, un amor desengañado y lúcido por la humanidad, retrata una galería de personajes inolvidables. «El individuo, que me recibió, y que se hacía llamar 'secretario', parecía un gorila. A pesar de la escuela obligatoria, sospeché que no sabía leer ni escribir». ¿Cómo olvidar a Montbrison, el abogado obeso y tan simpático, siempre de punta en blanco, que fuma cigarrillos americanos?
En cualquier momento, Burma confiesa su pasión por las mujeres –«Sentimos de pronto una ternura exagerada hacia el elemento femenino que poblaba el andén»–. Las describe con sibaritismo y precisa si son guapas, feas, deseables o no...
El lector y el historiador sentirán el mismo placer en esta evocación contemporánea de la Francia ocupada con sus tarjetas de alimentación, las postals interzones y el toque de queda. Todo es natural, todo fluye porque el relato se publicó en 1942, en la zona aún libre. Malet nos propone una de las primeras evocaciones literarias de un campo de prisioneros de guerra en la Alemania nazi con una veracidad total a pesar del control previo de la censura.
Malet solo quería divertir al lector. Nunca pretendió ser un maestro de la literatura, pero escribe muy bien. «Después, encontré el café. No había cambiado de nombre, ni había cambiado de decoración, ni tampoco el dueño había cambiado. ¿Habría cambiado, siquiera, el polvo? Parecía de época».
Pese a mantenerse anclada en la realidad de la ocupación alemana, la acción se sitúa en un unzeit, un tiempo narrativo distinto al real. Burma regresa a París hacia diciembre de 1941 y no alude a Pearl Harbor ni al fusilamiento de 100 rehenes.
En cambio, el cómic de Jacques Tardi, adaptación excelente ahora reeditada por Norma, evoca la ocupación con insistencia. Se apropia del universo de Malet y lo hace suyo. Su Burma se mueve por suburbios tan tristes y grises como el de Malet, pero el Burma dibujado no tiene el humor del Burma literario. Con Malet, el lector a menudo se ríe; con Tardi, nunca. Su detective se asemeja más a un personaje de Céline que a uno de Malet. Para mí, el principal aliciente de su literatura es la ligereza, el humor, un humor omnipresente que esconde cierta ternura, un poco como la timidez que se esconde tras la agresividad. Con un estilo sencillo, a veces poético, a veces cómico, a medio camino entre el academicismo de un Paul Bourget y el lenguaje de la calle en los años 40, Malet ofrece un producto raro hoy día: una novela bien hecha, bien acabada, sin pretensión ni ganas de cambiar el mundo. Es solo un libro para poder olvidar un rato la fealdad del presente y entretenerse con un pequeño vals popular."
JOAN-DANIEL Bezsonoff


CALLE DE LA ESTACIÓN, 120
Léo Malet. Trad.: Luisa Feliu. Libros del Asteroide. 248 páginas. 16,95 €

CALLE DE LA ESTACIÓN, 120
Jacques Tardi / Léo Malet.
Norma Editorial. 190 páginas. 22 €

25.1.10

"En la novela policial, hay que descolonizar el imaginario"

ENTREVISTA

Guionista y crítico literario, dice que "se escribe para saber qué pasa". Y reivindica el género de aventuras.

LA ERUDICION Y LA ACADEMIA. SASTURAIN, ENTRE BORGES Y EL JUGADOR MARTIN PALERMO. Foto; fUENTE: Revista Ñ

"Guionista de historietas, periodista deportivo, crítico literario y desde hace un par de años conductor del ciclo televisivo "Ver para leer", al escritor Juan Sasturain no hay oficio en los medios que se le resista. Autor de cuentos y novelas en los que sobresalen la creación de personajes entrañables, como aquel detective Etchenike, protagonista de la novela Manual de perdedores, y la mezcla balanceada de la academia con la calle, en esta entrevista habla de la reciente aparición de El caso Yotivenko, una compilación de relatos en el que se destaca el cuento que da título al libro. Sasturain señala que se escribe para "enterarse qué pasa" y reivindica al género de aventura como posibilidad de "descolonizar el imaginario".

Como les sucede a la mayoría de los guionistas o dibujantes de historietas que terminan guionándose y dibujándose a sí mismos, Sasturain ha construido con el paso de los años una caricatura de su persona: los anteojos diminutos bailando sobre la nariz, la calvicie cenital contrastada por la corona de pelambre lisa y plateada, las botamangas del pantalón y el morral cruzándole un hombro son ya parte de sus rasgos registrados. La tradición del escritor argentino que mezcla a su capricho la erudición de la academia y la mitología del café, ha hecho el resto. El resto: un periodista y escritor capaz de meter a Borges y a Palermo (Martín, el jugador) en una misma oración sin que nadie pueda impugnarla por invadir terrenos previamente demarcados y supuestamente contrapuestos.

Y es precisamente en un café dónde se desarrolla la entrevista con Clarín, para hablar, entre otras cosas, de la reciente edición de El caso Yotivenko, una compilación de algunos de sus cuentos ya editados más la perla del relato que da título al libro. Allí hay fútbol, como era de esperar, pero también hay política, espionaje, bailarines del Bolshoi convertidos en futbolistas, una historia secreta, la KGB y la Boca. Un cóctel difícil de concebir si no se tiene la imaginación, la sabiduría mundana y el interés por lo político de un escritor que añade su obra bien juntito a la de Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Héctor Oesterheld.

¿Cómo surgen las ideas para una historia cómo la de "El caso Yotivenko"?

A mi me interesa mucho la idea de la génesis, de dónde vienen las historias. No la idea de adónde van a parar, porque uno no sabe eso. Pero de donde vienen si, porque hay cierto nivel de conciencia que puede decirnos algo, nivel de conciencia que es un aspecto ínfimo de la totalidad que motiva la escritura. Pero en El caso Yotivenko todo proviene de un juego de palabras: la palabra yotivenco, que es del lunfardo. Si la escribís con K suena a un apellido ruso, y uno piensa que puede ser un jugador de fútbol ruso. Y yotivenco a su vez remite a la Boca también, porque es el reverso de conventillo. Entonces inconscientemente se puede reconstruir de dónde viene el asunto. El asunto es un jugador ruso que viene a jugar al país, a jugar en Boca. ¿Yotivenko era el nombre? No, era el nombre que le pusieron los hinchas para simplificarlo. ¿Y cuándo hubo rusos en Argentina? Los rusos vinieron en la década del 60. Plena guerra fría. Y por ahí se arma la historia.

Hay gente que sigue considerando a la literatura del fútbol como un género menor. ¿Coincide?

Si, porque suele serlo. Es como lo bélico o el western. Yo no creo que haya géneros, sino que hay autores. Hay escritores y escribientes. Y hay escritores que trabajan dentro de géneros pero son escritores. Y hay escribientes que no trabajan en el género y escriben novelas. Los géneros pueden servir o no como vehículos para la escritura. Y la adscripción a uno determinado como en este caso el del fútbol, de ninguna manera impide la posibilidad de hallar literatura. De todos modos, la mayoría de las veces, en los textos de géneros no vamos a encontrar literatura, muchas veces ni escritores vamos a encontrar. Pero eso pasa también en la tele o en el cine. El fútbol puede ser, como cualquier otra cosa, objeto de la escritura, pero al final va a depender de quién escriba y qué haga con eso. O sea que siempre termina importando la diferencia entre el qué y el cómo. La literatura es el cómo.

Usted dijo que se escribe para saber qué pasa. ¿Los escritores arrancan de esa duda?

Es una frase con una alto grado de generalidad y muy personal. Es una respuesta tácita para aquellos que piensan que si uno trabaja dentro de los parámetros de un género, tiene que atenerse a un corsé. Si voy a escribir un policial, tengo que saber qué es lo que voy a contar, tengo que tener la historia armadita. Y no es exactamente así.

¿Por qué?

Porque el argumento no es necesariamente lo que voy a contar. El qué pasa no es la sucesión de acontecimientos sino cuáles son los ejes temáticos, de qué estoy hablando, o al menos de qué creo que estoy hablando, porque muchas veces estamos hablando de otras cosas y no nos damos cuenta. Sin hacer psicoanálisis barato, pero al escribir estamos hablando de la política, de nuestro tiempo, de nuestra relación con el texto. Entonces a mi me interesa esa escritura que se va descubriendo a sí misma. Toda la gran literatura viene de esa duda: Cervantes empezó a manejar un material que desconocía o al cuál abordó en términos jocosos. ¡Y entró todo ahí! Se fue saludablemente al carajo e inició la novela moderna a partir de una parodia. Es decir que en literatura, nunca la intención define un texto. Intención que a veces no se puede reconstruir, porque nunca podremos saber qué quiso hacer el escritor. Seamos concientes de todas las variables que no manejamos cuando escribimos. En ese sentido uno se entera: se entera qué pasa cuando escribe.

Otra frase suya: "escribir desde el sufrimiento, a partir de que te patean", ¿primero hay que saber sufrir, después escribir?

Una cosa es la sensación de que algo te duele, otra instancia es decir "¡Ay!", esa sensación convertirla en un gesto y otra cosa distinta es decir me duele. Son tres cosas diferentes y ninguna es sustitutiva de la otra. Y de algún modo la literatura está al final de un proceso que implica todos esos instantes y sensaciones, sean reales o figuradas. La formulación puede ser desplazada, idealizada, modificada, puede ser invertido el sentido. Ahora cuando uno está inmerso en la experiencia, no tiene porqué escribirla. Ejemplo, la poesía lírica: toda la lírica consiste es un canto a la pérdida, nadie escribe la felicidad, nadie escribe cuando hace el amor, va a escribir cuando ya no lo hace más. Dicho esto muy groseramente. Entonces si la poesía tiene que ver con la pérdida, se supone que de algún modo la expresión compensa Y en términos políticos es lo mismo. Lo que hay que buscar y uno desea para sí es que haya una coherencia entre el texto y las experiencias que están por debajo de ese texto.

Disparen contra el realismo argentino
Cultor del género policial, Sasturain defiende al género y enfrenta a quienes lo tildan de previsible y acabado. "Es un lugar común. El policial en la Argentina de hoy es el resultado de la superposición del modelo literario de la novela negra norteamericana y la argentina de los años 70. La visión de los elementos que constituyen el poder es distinta de la Argentina del 50. ¿Quién pelea contra los cascarudos en El Eternauta? El Ejército argentino. A partir de los golpes de estado es lógico que todas las instituciones encargadas de la represión encarnaran el mal. Y lo han seguido siendo. No es una convención, tiene un anclaje real. Ahora bien, ese tipo de juicio tiene un error básico de apreciación: utilizar la pauta del realismo fotográfico para juzgar un género".

- ¿Realismo fotográfico?

- El problema es la verosimilitud, no la veracidad. Entonces de ahí que se genera ese juicio de que los policiales argentinos son todos iguales y que sabemos qué es lo que va a pasar. La construcción de los géneros tiene que ver con factores que no son contrastables en la realidad ¿Vos creés que en Los Angeles había muchos Marlowes? (por el detective creado por Raymond Chandler) No, no había. Ahora, allá es verosímil y no acá. La cuestión es que nosotros, como cultura marginal, ponemos en duda nuestra capacidad para crear, para aventurar. Eso es Oesterheld: poder crear nuestros propios mitos, porque sino estás condenado al realismo, a la fotografía. Una de las primeras cosas que hay que descolonizar es el imaginario.
Un fragmento
Hay quienes han hecho remontar el contacto de Permigiani con lo cultura del Oriente milenario a su adolescencia, cuando comenzó a trabajar como mandadero de la tintorería de Kasuya & Nakata, en su barrio de Almagro. Allí, el gordito negado para las destrezas del fútbol habría tenido oportunidad de compartir e intercambiar saberes varios con los ágiles tintoreros. Así, escenas porteñas y paisajes japoneses decoraban por igual las paredes de El sol poniente , pero tal vez sea forzar demasiado los hechos suponer que la continuidad de láminas de Medrano y Hokusai indicaran un intercambio cultural profundo. El pibe aportaba con cierta ingenuidad las experiencias de vida y las anécdotas tangueras de segunda mano transmitidas por su padre, bandoneonista afamado - al menos en su barrio- mientras los duchos amarillos le enseñaban no sólo los rudimentos de un oficio desde siempre asociado a los de su raza, sino técnicas de concentración intercaladas con nociones de karate e ikebana.


(De "El tango de antes", en "El caso Yotivenko")

24.1.10

La furia y la ironía de Lehane

El autor de Mystic River es ya un clásico de la literatura negra estadounidense. En su último libro, Cualquier otro día, viaja al año 1919 en busca de la gran novela americana.

Tráiler de 'Shutter Island', de Martin Scorsese

fUENTE: EL País:com

"Lo siento, mi Dorchester es el de mi infancia, algo que ya no existe", explica sobre el barrio irlandés de Boston en el que creció

"Si hubiese que definir con dos palabras lo que escribe Dennis Lehane, uno elegiría "furia" e "ironía". No necesariamente en este orden. La ironía furiosa, o la furia irónica, le ha servido para convertirse en uno de los maestros del nuevo género negro estadounidense: Mystic River, Shutter Island y las cinco novelas protagonizadas por los detectives Kenzie y Gennaro son ya obras clásicas. Tal vez su última novela, Cualquier otro día, un relato histórico sobre el Boston de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial que acaba de editar RBA, no se ajuste a los patrones convencionales del género, pero la turbulencia con que arrastra al lector a lo largo de 728 páginas es propia de los textos más negros y afilados.

Dennis Lehane nació en Dorchester, un barrio obrero de Boston, en 1965. Dorchester es el escenario de la serie Kenzie-Gennaro y su mezcla de irlandeses, negros, alcohol y música ha embriagado a millones de lectores. Este corresponsal visitó Dorchester antes de acudir a su cita con Lehane y descubrió un barrio destartalado y afanoso, esencialmente vietnamita. "Lo siento, mi Dorchester es el de mi infancia, algo que ya no existe", explica Lehane, recién sentado a la mesa. Mira a su alrededor, la cafetería de una librería céntrica a las once de la mañana, y hace una pregunta al periodista: "¿Le importaría que fuéramos a un bar de verdad?".

Ya en un bar de verdad, el escritor se alegra de que la conversación no haya comenzado con la cuestión que más le plantean estos días: ¿cómo es trabajar con Clint Eastwood y Martin Scorsese? En realidad, no ha trabajado con ninguno de los dos. Eastwood adaptó al cine Mystic River y Scorsese ha hecho lo mismo con Shutter Island, cuyo estreno está previsto para el 19 de febrero. La película quedó lista en verano de 2009, pero ha pasado una temporada en el congelador. "Los productores se asustaron por los malos resultados de obras como Enemigo público o La sombra del poder, que tenían presupuestos similares a Shutter Island, en torno a los cien millones de dólares, y eran realmente buenas. Ya ve", suspira, "hay dudas incluso con una película de Scorsese. Parece que ahora Hollywood sólo sirve para filmar historias de androides mutantes en el ciberespacio y cosas así, dirigidas a un público, digamos, intelectualmente elemental".

Las tramas argumentales de Lehane suelen funcionar como un reloj. Él admite, sin embargo, que son su punto flaco. "Cuando empiezo a escribir no tengo ni idea de lo que va a suceder, se perfila sobre la marcha; el desenlace de Mystic River, por ejemplo, se me ocurrió con el texto ya muy avanzado. Sólo tenía clara la historia desde el principio en Shutter Island, y fue horroroso: tardé sólo tres meses en terminarla, encerrado como un cavernícola, porque sabía de antemano todo lo que le iba a pasar al protagonista, y eso me hacía sufrir".

Shutter Island es realmente angustiosa, una combinación oscurísima de intriga policial, ambiente gótico y terrores nocturnos. Como es habitual en las novelas de Lehane, el arranque resulta plácido, casi benévolo. "Eso me lo han dicho otras veces. Vale, dos tipos que van en una lancha no proporcionan una primera página de vértigo. Pero cuidado, sabemos que esos dos tipos son policías, y sabemos que acuden a una isla de cuyo hospital psiquiátrico se ha escapado una asesina. ¿Le parece un principio poco interesante? No me gustan los artificios literarios ni las historias que arrancan a gran velocidad, creo que el arte de narrar es otra cosa".

El arte de narrar es una de las cualidades que se atribuyen a los irlandeses. Lehane lo es. No desciende de inmigrantes irlandeses del siglo XIX, sino de inmigrantes de este siglo. Su padre y su madre nacieron en Irlanda y viajaron a Boston en busca de trabajo. Él, como conserje en unos grandes almacenes; ella, como camarera en una cafetería. "Los irlandeses son una gente muy celosa de su intimidad y, a la vez, volcada en la comunicación interpersonal. ¿Cómo se las arreglan? Contando historias. Hablan de sí mismos indirectamente, a través de historias". El pequeño Dennis, el menor de cinco hermanos, aprendió a narrar en casa y en el barrio, escuchando frases, cadencias, la música del lenguaje. "Siempre supe que quería ser escritor", dice, "y desde el principio fui bueno con los diálogos: me bastaba con recordar los diálogos secos, mordaces, expresivos, que escuchaba a los irlandeses y a los negros en Dorchester".

Dennis Lehane había obtenido un gran éxito como autor de novelas policiacas y guionista ocasional de The Wire, la excepcional serie televisiva creada por David Simon y producida por HBO. Ningún escritor estadounidense, sin embargo, se libra de la tentación de Moby Dick, la tentación de acometer una obra magna, apoteósica. Eso es Cualquier otro día. Cinco años de trabajo rematados como suelen rematarse estas cosas. "Yo seguía escribiendo", explica, "y no veía aún el final del libro, y un día, para quitármela de encima, le dije a mi editora que la cosa estaría terminada para fin de año. Hablamos del verano de 2008. El problema es que me creyó, fue a la Feria de Francfort y vendió los derechos a varias editoriales europeas. ¿Qué podía hacer yo? ¿Defraudar a toda esa gente? Tuve que encerrarme y acabar a toda prisa".

En Cualquier otro día no se perciben las prisas, sino los cinco años y un talento narrativo cercano a la monstruosidad. Dos historias, la de un joven policía blanco y la de un joven buscavidas negro, se entrelazan en Boston con el terrorismo anarquista, con el incipiente movimiento por la igualdad racial, con el fenómeno del béisbol, con la corrupción política y con la gran huelga policial del 9 de septiembre de 1919, que desató el caos en la ciudad y cambió la historia de las relaciones laborales en el país. "Luther, el protagonista negro, fue quien comenzó: parecía hablarme personalmente, me resultaba muy fácil contar sus cosas; luego fue apareciendo todo lo demás".

Cualquier otro día rebosa también furia e ironía, esos elementos que señalábamos al principio. Deben ser consustanciales a Lehane, aunque, sentado en el bar con el periodista, sólo se perciba la ironía. Hasta que se aborda el tema de la infancia. Los niños maltratados son una constante en las obras de Lehane, y son fundamentales en el argumento de Mystic River y Desapareció una noche (Gone, baby, gone), una novela de la serie Kenzie-Gennaro adaptada al cine por Ben Affleck.

Mientras estudiaba, Dennis Lehane trabajó varios años como monitor en un centro de acogida para niños que habían sido víctimas de abusos sexuales. "He visto destrucción a gran escala", afirma, "vidas que son irrecuperables sin haber llegado a la adolescencia, y en este asunto de los niños maltratados acabo sintonizando con la derecha más extrema. Entiéndame, no pido la muerte para quienes violan a niños, pero sí la prisión para siempre. Que no les hagan daño, que tengan una vida cómoda, pero que no salgan nunca más a la calle. ¿Sabe lo que ocurre? Que el niño maltratado se convierte en un adulto maltratador y reproduce un círculo vicioso. Creo que si apartáramos de la sociedad a los maltratadores, en un par de generaciones se habría roto el círculo y el problema dejaría de ser tan espantoso como ahora. Hay mucho más de lo que vemos, se lo aseguro".

Por un momento, el tono de voz, sin alzarse, roza la furia. Luego, al referirse a su experiencia como profesor de narrativa, se zambulle de nuevo en la ironía. "Me cansé", explica. "Me cansé de esos alumnos que te dicen: 'Hace dos años que no leo un libro, pero el último que leí era uno suyo'. Me cansé de esos chicos que se pasan el curso mirándote en silencio. Me cansé de que en cada curso hubiera sólo un buen estudiante. Cansancio aparte, también habría que tener en cuenta, supongo, que ya no necesito el dinero de la universidad. Eso debe haber contribuido a mi decisión de abandonar la carrera docente".

Cuando aún enseñaba, justo después de su primera novela, Un trago antes de la guerra, Lehane dirigió en 1995 una película. El periodista creía que la película, Vecindarios, era un documental sobre Boston. "No, qué va, era una comedia romántica. Pero no me extraña su confusión, porque nadie la vio. Ni mi mujer la ha visto. Fue un fracaso rotundo. Imagino que no era tan mala, pero comprobé que dirigir no era lo mío. Sé decidir un encuadre, sé filmar una escena; ahora bien, cuando llega ese momento en el que dedicas tres horas a discutir con un actor sobre cómo debe sostener un cigarrillo, me exaspero. A Scorsese le encanta,yo no lo soporto. No habría llegado a nada".

Lehane tuvo un hijo en agosto y eso interrumpió su relativa disciplina de trabajo. Ahora está terminando una nueva entrega de la serie Kenzie-Gennaro. "Dejé la serie tras la quinta novela porque ahí hay que marcar la frontera. ¿Se ha fijado en que ninguna serie de televisión aguanta bien más allá de cinco temporadas? The Wire llegó a la quinta, y llegó bien, pero la quinta fue peor que la cuarta. Se alcanza un punto en el que hay que forzar demasiado a los personajes. ¿Podíamos los guionistas de The Wire inventar nuevas formas de putear al pobre McNulty? Eso me pasó con Kenzie y Gennaro. Ahora, sin embargo, han transcurrido diez años, el mundo ha cambiado, ellos han envejecido, y la cosa vuelve a ser interesante".

Cuando acabe la nueva entrega detectivesca, se sumergirá en la continuación de Cualquier otro día. El hermano menor del policía blanco protagonizará una historia con la Mafia como fondo. Quién sabe: tal vez se esté fraguando esa quimera, tan remota y peligrosa como Moby Dick, llamada la gran novela americana."

Cualquier otro día

Dennis Lehane

Traducción de Carlos Milla e Isabel Ferrer.

RBA. Barcelona, 2010.

728 páginas.

www.dennislehanebooks.com/

20.1.10

La viuda de Stieg Larsson recuerda que dejó una cuarta obra sin finalizar e insinua que ella sabe el final

"Me ofrecí para acabar el libro, pero la familia lo rechazó cuando supo que tendría que obtener los derechos a los beneficios que generen las otras tres obras", explica
Eva Grabielsson, viuda de Stieg Larsson. Foto Archivo. fUENTE: La Vanguardia. es

"Para conocer todas las maneras de discriminar a las mujeres quizás deberíamos mirar en una enciclopedia", denunció hoy Eva Gabrielsson, la viuda del escritor Stieg Larsson, autor de la trilogía 'Milennium', sobre el problema de la discriminación y violencia contra la mujer.
abrielsson está en Madrid para recoger el Premio a los Valores Humanos del Club Internacional de Prensa y de la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera (ACPE) junto a la periodista sudanesa Lubna Hussain, que se quedó conocida internacionalmente tras ser detenida y recibir 40 latigazos por vestir pantalones en su país. "Son dos mujeres que han demostrado que son fuertes y que saben enfrentarse a la realidad", afirmó Carmen Enriques, presidenta del Club Internacional de Prensa.

La viuda de uno de los escritores más celebrados de los últimos años (fallecido de un ataque del corazón poco antes de que sus libros se publicasen) recordó la lucha de Larsson para alertar sobre la violencia contra la mujer, plasmada en sus novelas 'Los hombres que no amaban a las mujeres', 'La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y ´'La reina en el palacio de las corrientes de aire'. "La ficción sí es una manera sencilla de contar la verdad. Te identificas con ella, no es como mirar un trabajo académico o una enciclopedia. Pero no es la única. Los periodistas también deben hacerla", sentenció Gabrielsson.

Rumores y beneficios
La viuda de Larsson demostró cierto cansancio respecto a los diversos rumores que envuelven la obra de su marido y, sin entrar en detalles, declaró que "hay mucha mentira" y que en breve va a publicar un libro "para librar todas las especulaciones".

También recordó que Larsson dejó una cuarta obra sin finalizar, con 200 páginas, y dio a entender que sabe cómo el autor quería que la historia terminase. "Me ofrecí para acabar el libro, pero la familia rechazó la idea cuando se enteró que para eso yo tendría que obtener los derechos a los beneficios que generen las otras tres obras", explicó.

La relación entre Gabrielsson y la familia del escritor se rompió cuando el padre y el hermano de Larsson, protegidos por la ley sueca, se quedaron con todos los derechos, mientras que Gabrielsson, compañera del autor por tres décadas, no puede acceder a los beneficios por no haberse casado oficialmente. "Me enteré por la prensa estadounidense en noviembre que su familia pretende llegar a una solución conmigo sobre los derechos para el cine, pero hasta el momento no me han comunicado nada. Ahora ésta es una cuestión entre nuestros abogados. Dejé en sus manos para evitar más rumorología", detalló.

Asimismo, Gabrielsson reveló que todo lo que sabe de beneficios y recaudación de la obra y las películas se debe a la prensa. "Vi en la televisión que la trilogía ya vendió 22 millones de libros en 42 países, recaudando 30 millones de euros, sin contabilizar los derechos para el cine y los libros de bolsillo", matizó, añadiendo que "Hollywood no quiere polémica" y que "Estados Unidos es un país moralista, que no desea envolverse".

Respecto a "mal ejemplo" que puede suponer el comportamiento de una las protagonistas, Lisbeth Salander (que tiene problemas con la anorexia, es violenta y vengativa) Gabrielsson piensa que "no se puede pensar que todo es sólo negro o blanco, sino también gris". "Los buenos no son perfectos y los malos no son siempre monstruos. Nelson Mandela era un terrorista antes del Apartheid", declaró.

Cerca de 43.000 mujeres detenidas
Por su parte, Lubna Hussain declaró que premios internacionales como el que vino a recoger a España "ayudan a llamar a la atención" para la discriminación y violencia contra las mujeres en Sudán.

"En el último año, sólo en Jartum, cerca de 43.000 mujeres han sido detenidas por llevar pantalones", reveló la periodista, que, después de haber cumplido su pena, sólo consiguió exiliarse del país al salir de Sudán vestida con una burka, para que no la reconocieran, puesto que no tenía permiso para viajar al exterior.

Hussain destacó que todavía hay mucha censura y control de los medios de comunicación ("diariamente los censores visitan a las redacciones"), y que no se sintió "sola", pues, al ser detenida, cerca de 2.000 personas fueron protestar en el día de su juicio.

"Yo no pudo llorar en el momento, pero ahora lloro por cerca de un millón de mujeres que sufren con eso", reveló Hussain, quien también trabaja para Naciones Unidas y contó con un abogado de la organización."Lubna, sin perder el humor, envió una 'invitación' a sus amigos y colegas para que asistieran a su castigo, como si fuera una invitación de boda o bautismo. Creo que Larsson se sentiría muy orgulloso de compartir un premio con ella".

13.1.10

La primera novela en Twitter

NUEVOS FORMATOS
El relato empieza con un par de crímenes y con una sospechosa: una gallina
Un ordenador portatil, con la página japonesa de Twitter en pantalla. | Reuters

Un ordenador portatil, con la página japonesa de Twitter en pantalla. | Reuters

"La Semana Negra de Barcelona, BCNegra, propiciará la creación de la primera novela Twitter en España, 'Serial Chicken', que escribirá el periodista y escritor Jordi Cervera hasta el próximo 5 de febrero.

Cervera incluirá cada día al menos cinco microcapítulos de 140 caracteres cada uno, que es el máximo permitido para cada mensaje en la red social Twitter.

Esta propuesta alternativa del contenido de la Semana de Novela Negra y comienza con un par de crímenes y una primera sospechosa, una gallina.

La red de 'microblogs' Twitter es la plataforma principal de difusión de esta novela, pero el proyecto también se desarrollará en Facebook, Flickr y Google maps, donde el público podrá seguir las pistas que la 'Serial Chicken' irá dejando por Barcelona.

Según los responsables de la agencia de publicidad Soon in Tokyo, ni en España ni en Europa hay antecedentes de novelas escritas en o con Twitter, aunque sí han encontrado ejemplos en Estados Unidos y en México."

8.1.10

Maj Sjöwall, reina madre de la novela negra sueca

ENTREVISTA
“Hace tiempo que escribí todo lo que tenía que decir. Y no me arrepiento, odio la fama”

Maj Sjüwall. Foto: Alberto Cuéllar. fUENTE: El Cultural
Tiene los ojos azules. Su blanca cabellera resalta un rostro con arrugas. Viste un traje de cuadros negros y añiles. Es ágil y menuda. Acaba de cumplir 74 años y parece una venerable abuela. Estamos frente a frente en un restaurante de Getafe. Ella bebe vino blanco de Rueda. Se expresa en un perfecto inglés. Maj Sjüwall, la reina de la novela policíaca sueca y la antecesora de Henning Mankell y Stieg Larsson, publicó junto a su marido, Per Wahloo, diez novelas entre 1965 y 1975, que tuvieron un enorme éxito. Ahora, el éxito de Larsson ha resucitado el interés por obras como Roseanna o El hombre que se esfumó, reeditados en España por RBA los últimos dos años, con ventas asombrosas.

Sjüwall (1935) expresa su fascinación por el cielo de Madrid y se lamenta del tiempo de Estocolmo, su ciudad natal y el lugar donde se desarrollan todas sus novelas: “Allí siempre está lloviendo y hace un frío terrible”.

-Me parece que Roseanna, su primera novela, es la más actual porque trata el tema de la violencia de género. Una mujer es secuestrada por un psicópata y su cadáver aparece flotando en las aguas...

-Sí, creo que se puede decir que es una novela actual. La única diferencia es que el detective que investiga aguarda tres horas en conseguir una conferencia telefónica con Estocolmo. Si se despoja a la novela de estos detalles, creo que es moderna y en cierta forma recoge los temas de los que se ocupa Larsson, aunque no hay ordenadores ni internet.

-Usted escribió diez novelas en diez años. En 1974, murió su marido, Per Wahloo, y usted dejó de publicar. ¿Por qué?
-Mi marido estuvo muy enfermo durante los últimos cuatro años de su vida. Al morir me tuve que dedicar al cuidado de mis dos hijos pequeños. El fallecimiento de mi marido me afectó profundamente. Estuve muy deprimida durante esa época. No tenía tiempo ni ganas de escribir. Luego me di cuenta de que todo lo que tenía que decir ya lo había dicho en esas diez novelas. Trabajábamos en equipo, discutíamos juntos las tramas y los personajes. No tenía sentido seguir sin él. Así que deje de escribir novelas policíacas y me dedique a hacer algunas traducciones, a escribir relatos y un libro con Thomas Ross. Nunca me he arrepentido. Entre otras cosas, porque siempre he odiado la fama, esa parafernalia que rodea el éxito literario. Sencillamente, opté por la tranquilidad y el anonimato. Lo mejor era permanecer en silencio para alejarse del bullicio.

Mankell y Larsson al rescate
-Lo cierto es que durante más de 20 años sus obras permanecieron en un relativo segundo plano y ahora vuelven a leerse gracias a los éxitos de Mankell y Larsson. Siendo una escritora de gran calidad, ¿no le parece una curiosa paradoja?
-Bueno. Mankell ha reconocido siempre nuestra influencia sobre su obra. Es verdad que me ha venido bien su éxito y el de Larsson para que se volvieran a leer mis novelas. Pero mi manera de escribir es distinta.

-Creo que el inspector Martín Beck, el protagonista de sus novelas, se parece mucho a Kurt Wallander, el policía de Mankell...
-Así es. Son muy parecidos. Martín Beck es un hombre que ha superado los 50 años, tiene barriga, padece del estomago y se lleva fatal con su mujer. Tiene una mente muy analítica y es respetado por sus compañeros. Wallander es de la misma edad, tiene diabetes, bebe demasiado y se ha separado de su mujer. Ambos carecen de ideas políticas, pero observan con inquietud la evolución de la sociedad sueca. Son muy críticos con sus jefes y la estructura policial. Están desencantados.

-Eso nos lleva a la cuestión de su militancia en el Partido Comunista y de su rechazo hacia Olof Palme y la socialdemocracia sueca. ¿No era difícil vivir en su país en aquella época con sus ideas revolucionarias?
-No. Había muchos jóvenes que pensaban como nosotros. En los 70, había en Suecia grupos comunistas, maoístas, trostkistas, leninistas y de todo tipo de tendencias de extrema izquierda. Era una forma de rechazar una socialdemocracia que se había vuelto conservadora y que había renunciado a sus principios. No olvide que era la época de la guerra de Vietnam. La sociedad sueca era extremadamente conservadora y egoísta a pesar de su apariencia.

-Sus ideas se notan en sus novelas, en las hay una clara denuncia política de esa hipocresía de la sociedad sueca...
-Sin duda. Elegíamos los temas para analizar y criticar aquello que no nos gustaba. Nuestras novelas eran más políticas que policiales. Eso es lo que pensábamos nosotros. Nunca nos etiquetamos como escritores de novela policiaca y criminal. Le voy a contar una anécdota: me convocaron a una reunión en un hotel de Estocolmo de la asociación de escritores de novela negra sueca. Yo dije que no me consideraba una autora de este género y me dijeron que me fuera de allí. Bajé al bar del hotel y me encontré con una mujer de mediana edad que bebía whisky: era Patricia Highsmith. Nos pusimos a hablar y nos hicimos amigas.

-¿Cómo era Highsmith?
-Era encantadora y amable. La visité varias veces cuando aún vivía en París. Le gustaban mucho el whisky y los gatos. Me parece una gran escritora por la habilidad con la que creaba ambientes y describía las emociones. Era magnífica para contar las situaciones que se crean en ambientes cerrados. Me parece muy conseguido el personaje de Ripley y creo que una de las mejores novelas del género es Extraños en un tren, llevada al cine por Hitchcock.

-Se ha dicho que sus novelas son muy parecidas a las de Ed McBain. ¿Está de acuerdo?
-Bueno, yo no conocía a McBain cuando escuché estos comentarios. Leí sus novelas y ví que era cierto. Hay una similitud. Me gustaron sus novelas y las traduje al sueco. Años después, conocí a McBain en Nueva York. Me invito a comer junto a su mujer. Nada más sentarnos en la mesa, ella le cogió fuertemente del brazo y empezó a hablar. Estuvo así durante dos horas. Comprendí por qué la mujer del detective creado por McBain era sordomuda.

-¿Cuáles son sus referencias literarias? Dígame tres nombres...
-Le diré solamente uno: Fedor Dostoievsky. Era un fantástico creador de personajes y un precursos de la novela policiaca. Crimen y castigo es una obra increíble. Nadie ha superado su capacidad de penetración psicológica.

Otros maestros del género
-¿Qué opina de las novelas de misterio inglesas?
-Nunca me han interesado. Me parecen muy flojas y artificiales.

-¿Le gusta Simenon? A mí me parece un gran escritor, aunque soy consciente de que sus novelas no tienen apenas puntos en común con las suyas...
-No. No me gusta demasiado, aunque hay libros suyos que me parecen buenos. Me gustó, por ejemplo, El hombre que veía pasar los trenes. Su vida me parece terrible, Era un hombre adicto a la prostitución y que tenía unas relaciones muy complicadas con las mujeres. Un año antes de su muerte, me dieron un premio en Italia. Me lo tenía que entregar Simenon, pero al final no pudo ir porque ya estaba muy enfermo. El premio era una especie de horrible perro de Baskerville. Me imagino a Simenon con ese monstruo en las manos. Hubiera salido corriendo al verle con ese engendro. Simenon era un maniático, colocaba sus lapiceros en la mesa antes de escribir y exigía absoluto silencio. Contaba muy bien la mentalidad de la clase media francesa, escribía con economía de medios, pero no me fascina.

-¿Cuál es su escritor de novela negra favorito?
-Hillary Waugh, un escritor americano nacido en los años 20. Escribió media docena de novelas muy buenas. No es demasiado conocido en Europa, pero es un gran escritor que refleja las miserias de Estados Unidos.

-¿Qué le parece la gran novela negra clásica americana?
-Que es extraordinaria. Me encanta Raymond Chandler, que es el maestro del género. Sus tramas son demasiado complicadas, pero su manera de escribir, su gracia, es incomparable. El largo adiós es una maravillosa novela por sus personajes. También he leído a Hammet y Ross McDonald, que son muy buenos. Me parece que son los tres grandes de la novela negra clásica.

El abrumador Bergman
-¿Conoce usted a escritores españoles del género como Vázquez Montalbán?
-No. No han sido traducidos al sueco. Mi país es muy pequeño y hay muchas cosas que no nos llegan.

-Sin embargo, Suecia ha producido grandes escritores y cineastas. Ahí esta la gran figura de Ingmar Bergman, cuyas películas nos fascinaron a una generación.
-Bergman me resulta abrumador. Tenía demasiado poder en Suecia. Cualquiera que quisiera ser actor, tenía que obtener su aprobación. Su cine no me interesa. Me parece demasiado místico. Su figura no era simpática para los jóvenes suecos en los años 70. Resultaba demasiado cargante, aunque Fanny y Alexander me parece una gran película, que refleja el espíritu en el que fueron educados los suecos de mi generación.

- Me sorprende lo que dice porque yo lo considero un gran maestro del cine...
-Sí, sé que era muy seguido en España e Italia, donde fascinaban sus obras. Pero en Suecia le veíamos de otra manera. Yo era compañera de clase y amiga de Bibi Andersson cuando teníamos trece o catorce años. Ella estaba ya enamorada de Bergman y quería trabajar con él. A mi me gustaba mucho más All Sjüberg, gran director y dramaturgo, muy apreciado en mi país, pero menos conocido fuera.

-Por cierto, al mencionar a Bergman, he recordado que El policía que ríe fue llevada al cine...
-Sí, la filmó Stuart Rosenberg a principios de los 70. Pero no funcionó. La novela se desarrolla en Estocolmo y él la trasladó a San Francisco. El criminal en la novela es un mafioso que busca borrar huellas y en la película es un psicópata que maneja una metralleta. No salió nada bien, pero me permitió conocer a Walter Matthau, que es un actor y una persona fuera de serie. La experiencia fue divertida. La verdad es que es muy difícil llevar al cine una narración literaria. Casi nunca funciona. Pienso en Kenneth Branagh haciendo de Wallander... Es raro. Me parece que fue un error elegir esa película porque la novela narra el proceso mental de investigación de un crimen. Es muy importante la relación entre Beck y sus compañeros y eso no se cuenta en el film de Rosenberg, que era un buen director, con mucho oficio.

El secreto de la eterna juventud
-Cambiando de temas y entrando en asuntos más personales, ¿cuál el secreto de su vitalidad?
-Viajo, conozco gente joven y me enriquece conversar con personas como usted. Es importante no hacer siempre lo mismo. Me da la impresión de que sigo teniendo veintisiete años y medio. Creo que todas las personas de mi edad siguen pensando que no han pasado de esa edad. Hay un desajuste entre la cabeza y el cuerpo que no se puede remediar. Pero me encuentro muy bien y con ganas de hacer muchas cosas...

-Yo leí sus novelas hace 30 años, cuando fueron editadas por Noguer. Me produce una sensación extraña hablar de ellas y estar con usted... Tengo que decirle que las he vuelto a leer y me parece que no ha pasado el tiempo por ellas.
-Le agradezco sus palabras. Creo que es cierto que la buena literatura no envejece. Cambian las circunstancias y la técnica, pero los sentimientos humanos permanecen.

Pedro G. CUARTANGO