26.6.15

En la novela negra, como en la vida, siempre pagan los mismos

Dicen que los caminos del Señor son inescrutables. Los de la literatura, también

Carlos Bassas, autor español de Siempre pagan los mismos./elpais.com
Siempre pagan los mismos de Carlos Bassas.

La ficción criminal mediterránea tiene desde hace unas semanas una aportación peculiar, llena de buenos detalles, crítica social, personajes bien construidos y un escenario cercano. Su autor es un guionista, experto en cultura e historia japonesas y excelente escritor. Hablamos de Siempre pagan los mismos, escrita por Carlos Bassas y publicada por Alrevés.
Se trata de una novela en la que el título no engaña, en la que encontramos personajes que juegan con las cartas marcadas y lo saben; con un protagonista, Herodoto Corominas, que no deja de ser un policía muy especial en su inmensa cotidianeidad; con un escenario, Ofidia, que podría ser cualquier capital de provincias española, con sus rincones agradables, sus gentes, sus rutinas, sus mierdas. Hablamos con el autor para que nos dé claves sobre un libro que esperamos no sea un paréntesis en su carrera.
Un día de un invierno desapacible, en medio de una calle triste de una ciudad cualquiera, una de sus 300.000 almas es hallada destripada y castrada. La particularidad del caso es que nadie llora al muerto, un policía municipal que el lector sabe por las primeras páginas que es un indeseable. Sus compañeros escurren el bulto cara al exterior y callan la verdad. Herodoto Corominas, policía nacional, padre, marido y honesto tocapelotas, se tiene que encargar del caso.
¿Por qué Ofidia y no una ciudad con nombre real? ¿Comodidad? ¿Miedo?  El propio Carlos Bassas nos lo resuelve: “Mi intención era crear una ciudad media que pudiera representar a buena parte de las capitales de provincia. No me interesaba tanto localizar la acción en un lugar concreto, sino en una geografía social y política determinada, la de la ciudad media en la que vive buena parte de la gente de este país. No son ni grandes urbes, ni comunidades pequeñas, casi rurales, sino que están situadas en un punto medio, y eso hace que tengan su propia idiosincrasia y sus propias miserias. Pensé que así podría identificarse con ella tanto un lector de Salamanca, de León o de Toledo, como uno de Pamplona o de Lugo. Aunque no puedo remediar que, en gran medida, Ofidia sea más mi ciudad, Pamplona, que ninguna otra”.
Siempre-pagan-los-mismos-carlos-bassas-del-rey
Detalle de la portada del libro

La fedora que cubre la cabeza de Herodoto no pega con el frío invernal que agobia a Ofidia, paradigma bestial de las miserias, corruptelas y medianías que inundan la vida cotidiana en España. Corominas es culto, cita a Virgilio y adora la cocina, pero es sobre todo un policía vocacional, un ser humano que trata de comprender el mundo en el que vive. Un personaje y un descubrimiento.
Se hace mayor y le jode, su padre se muere y le jode, tiene problemas en el trabajo y le jode, pero sigue adelante. Así define Ofidia: “Esta ciudad vive ahogada en el encubrimiento, el favor, la prebenda y la bicoca. Todo se barre y la mierda nos llega ya hasta las alfombras. ¿Y sabe por qué? Porque no hacemos nada. Pues bien, yo he decidido dar un paso al frente”.
La crítica social está presente desde el principio de un libro en el que se nota el oficio del autor con los diálogos y algunas de sus declaradas pasiones: Vázquez Montalbán y todos los grandes del género mediterráneo o nuestro venerado Jim Thompson. El autor reflexiona sobre la novela negra y la realidad social, tema siempre recurrente pero que no pierde fuerza:
“La ciudad oscura, el barrio marginal, los bajos fondos, los rincones míseros, la corrupción política, municipal, global, son elementos clave en muchos casos; forman parte esencial del paisaje y se convierten en un protagonista más, porque son esos espacios los que, en buena medida, llevan a los personajes al extremo, al crimen. Yo entiendo la novela negra como un género social, realista, por un lado, y sociológico y psicológico por otro. Ese es el tipo de novela negra que más me interesa como lector y como escritor”.
Bassas tiene historia y sabiduría para aburrir. Asegura que la novela negra le “salva” de su vicio japonés y al revés “aunque, claro está”, aclara ”no puedo evitar que partes de un mundo se cuelen en el otro, y al revés –hasta el punto de que, ahora, para los escritores de novela negra soy el friki de la katana, y para mis compañeros frikis, el raro que escribe sobre crímenes”.
Sin desvelar nada, se puede decir que el final es de los que duele, de los que deja mal sabor. La promesa del título se cumple y no me resisto a preguntarle si no pensó en un final con una puerta abierta a que no siempre perdieran los mismos. La respuesta le mete de lleno en el club de los que miran la realidad sin filtros: “El final lo tenía decidido desde el principio, y creo que, en cierto modo, va implícito en el propio título de la novela. La frase hecha de 'Siempre pagan los mismos' es muy cierta, estamos rodeados de mil ejemplos en el día a día, así que tenía claro que, aunque el personaje decidiera sacudir el árbol, de caer alguna manzana, sería la débil. El resto seguirían más o menos igual, bien sujetas a la rama, que es lo que acaba pasando. La novela aboga por el único cambio que podemos ejercer en el mundo que nos rodea, el pequeño, el inmediato, el que afecta a nuestro entorno más directo y cercano. Es el único que realmente está en nuestras manos”.
No esperen concesiones. Lean y disfruten y compartan. Así me llegó a mí esta novela. Por caminos inescrutables. Gracias.

25.6.15

Al filo de la novela negra

La  alta  literatura ya no reniega del género, de ahí que muchos de sus autores firmen también intrigas policíacas.  Justo Navarro, Gonzalo Torné y Javier Argüello cultivan esa tendencia que ha aprendido a cruzar y mezclar fronteras

Gonzalo Torné se ha estrenado en el género bajo el seudónimo de Álvaro Abad./Joan Cortadellas.

Javier Argüello se inspira en un caso real en su novela  A propósito de Majorana./Joan Puig.

Justo Navarro ha publicado la novela policiaca  Gran Granada./Diogo Lucato./elperiodico.com

El crimen, el mal, el misterio, la violencia, la investigación, son ingredientes esenciales de la novela negra, una etiqueta de difícil concreción en la que tienen cabida tanto el enigma policiaco como el relato criminal puro y duro al estilo americano, y que en este siglo XXI parece impregnar buena parte de la literatura que se está escribiendo.
Posiblemente se han acabado los días en los que la -digamos- alta literatura renegaba del género, aunque algún insigne -léase Borges- lo apreciase efusivamente. Hoy muchos escritores refinadamente literarios no tienen el menor reparo en reconocer deudas e incluso en cultivarlo. El mejor ejemplo de esta tendencia sería John Banville, uno de los grandes estilistas de la lengua inglesa, que firma sus libros serios con su nombre mientras se esconde bajo el seudónimo de Benjamin Black para sus ficciones criminales. Eso le permite ser dos escritores muy distintos al mismo tiempo facilitando la libertad y la deshinbición creativa.
La eclosión de lectores y títulos de la novela negra coincide en el tiempo con el hecho de que en España muchos autores literarios practiquen con naturalidad esa doble escritura. José María Guelbenzu y Alicia Giménez Bartlett, por ejemplo, lo hacen con éxito desde hace años. El último en llegar es Gonzalo Torné que acaba de lanzar su novela  Nadie debería irse a dormir  (Reservoir Books). Bajo el seudónimo de Álvaro Abad ha imaginado la muerte de un bodeguero riojano -un aparente suicidio en el que las piezas no acaban de encajar- y ha puesto a investigar a un viejo policía con un oscuro pasado franquista en una trama de corrupción. "Mi intención ha sido el puro divertimento, tanto para mí como para el lector. Esta es una propuesta amable que no busca la truculencia pero sí la ligereza de ciertas series de televisión de los 80 como Luz de luna ".

Contrapunto ligero

Muchos autores, Banville incluido, insisten en esa cualidad de contrapunto ligero a su  otro  trabajo. Guelbenzu, por ejemplo, inventó a su juez Mariana de Marco como un respiro a un  impasse  creativo de una de sus exigentes novelas. El respeto a las convenciones del género fue un relax para él. "En la novela policiaca se hace un viaje con un conocimiento absoluto de adónde se va. La alta literatura es cómo adentrarte en la selva con un machete", dice.
Sin embargo, para Carme Riera, que con  Natura quasi morta  hizo una única incursión en el género y no sabe si reincidirá, el reto no fue sencillo: "Es un género muy exigente porque su lector también lo es y debes respetar una reglas que hay que dominar. Así que tengo la sensación de de haber escrito más en tensión, pese a que no se me exigía el adjetivo perfecto".
La visión del escritor andaluz Justo Navarro es algo distinta. Ha publicado  Gran Granada  en su sello de siempre, Anagrama, donde a su libro le han impuesto el nuevo distintivo  Anagrama negra, "una condecoración" con la que la editorial señala explícitamente sus títulos criminales antes más camuflados. Pero pese a esa intención editorial, Navarro se resiste a hacer distingos entre novela negra y novela literaria porque, lector infatigable desde niño del género, todas sus novelas tienen un nexo con él: "Para mí un crimen y la búsqueda del criminal supone también la búsqueda de un tiempo pasado. Por eso mi novela ocurre en los años 60, en los que salgo de la infancia y entro en la adolescencia. Es por lo tanto, una cuestión personal, pero también una forma de desentrañar la lógica interna de la sociedad. Además no la escribí pensando que sería una novela de género". Navarro asegura no haber cambiado aquí sus formas lingüísticas ni su forma de habitual en su segunda incursión en la novela negra tras  La casa del padre.

Espíritu de denuncia

En parecidos términos habla Marta Sanz, autora de 'Black, black, black' y 'Un buen detective no se casa jamás'. No hay diferencias. "El género me interesa para hablar de la violencia a dos niveles. La que ocurre en la realidad y la propia violencia de la novela negra que intenta ser seductora para el lector al que trata como un cliente. Creo que el género negro a principios del siglo XXI ha perdido el espíritu de denuncia que tenía originalmente; en Chandler, para entendernos. Él no pretendía ser cómodo para el lector. La novela negra actual es una especie de 'chill out'".
Otro autor que al igual que Navarro encontró sin planearlo con una novela negra entre manos es el argentino residente en Barcelona Javier Argüello. A propósito de Majorana  (Random House) relata el caso real del físico cuántico Ettore Majorana que en 1938 desapareció misteriosamente en aguas del Tirreno. El libro es una 'quest' en el que Argüello no se ha limitado a imaginar; también investiga ese caso y con él, el lector. Admite Argüello que en Latinoamérica y especialmente en Argentina la literatura tiene pocos pudores frente al género. Así un autor tan respetado como Ricardo Piglia escribe una novela policiaca como  Plata quemada. "Pero si tuviera que relacionar mi novela con otra -dice Argüello- yo diría que es con  2666,  de Bolaño, marcada también por la búsqueda de un personaje. Creo que cuando hay una investigación, todo relato acaba convirtiéndose en policial".

16.6.15

Connolly: "La novela negra no debe sermonear"

El escritor irlandés publica  El invierno del lobo, un nuevo título protagonizado por el detective Charlie Bird Parker

John Connolly, autor irlandés de El invierno del lobo./Joan Cortadellas/elperiodico.com

Charlie Bird Parker empezó su trayectoria hace 16 años y 12 libros como un policía de Nueva York abrumado por el asesinato de su mujer y su hija. Libro a libro se ha ido desvelando que está inmerso en un juego en el que intervienen ángeles caídos y vengadores, individuos misteriosos como el Patrocinador Principal y el Coleccionista y siniestros dioses telúricos, El Que Espera Detrás del Espejo, El Dios de las Avispas, El Dios Enterrado, el Hombre Verde... John Connolly (Dublín, 1968) sigue desarrollando esa fascinante combinación de novela negra y fantástica en su último título publicado en España, El invierno del lobo (Tusquets). En Prosperous, un idílico pueblo de Maine donde ha desaparecido una joven, un extraño culto pervive en una iglesia trasladada piedra a piedra desde Inglaterra.
-Tras su anterior libro, La ira de los ángeles, dijo que el siguiente añadiría poca información de esa mitología. Pero El invierno del lobo sigue desvelando bastantes detalles.
--De hecho, el libro que se publicará el año que viene en España, Una canción de sombras, cambia bastante todo. Pero El invierno del lobo era necesario para señalar este camino: los libros de la serie ya no pueden repetirse después de lo que sucede en este, que acaba con Parker en un lugar muy extraño. Parte del placer radica en leer los libros de manera secuencial. Pero como en la tradición de la novela negra cada novela es un compartimento estanco, se trata de un acto de equilibrio, de dar pistas para el lector pueda empezar a leer también por este libro.
-¿Introducir lo fantástico rompe también las reglas del género negro, o más bien recupera sus orígenes en la novela gótica, de misterio y horror?
-Lo segundo, absolutamente. Edgar Allan Poe ya lo hacía. Recientemente he leído las entrevistas póstumas a Ross MacDonald en Rolling Stone. Establecía una conexión muy clara entre las novelas góticas y las de misterio. La novela gótica se siente fascinada por el bien y por el mal, por las familias, por la historia. Y sí, algunas novelas góticas coquetean con lo sobrenatural. Siempre he considerado que la novela negra y la novela sobrenatural están mucho más cerca de lo que parece. Ambas tratan sobre la intrusión. En una novela negra esa intrusión es humana, es un criminal, un asesino. En una novela sobrenatural es una entidad no humana. Pero las consecuencias son las mismas. Cualquiera que sea víctima de un crimen nunca vuelve a sentirse seguro en el mundo. Tus presuposiciones sobre cuáles son las reglas que nos rigen quedan completamente minadas. No me parecía que hubiese nada malo en reunir estas dos tradiciones porque se complementan perfectamente. El rechazo a la mezcla de géneros tiene motivos comerciales. Cuando Dickens escribió el Cuento de Navidad, nadie le dijo 'Charles, ¿qué hace aquí un fantasma? ¡Lo tuyo es el realismo social y esto tendrá que ir a otra estantería!'
-El miedo y el espanto sería lo que tendrían en común novela negra, de misterio y de terror.
-Por supuesto, el miedo. Todas tratan sobre el miedo. La novela policial parte de las bases de la racionalidad, de que el mundo en el que vivimos es lógico. Pero eso es una capa finísima por encima de la realidad. El mundo es mucho más extraño de lo que pensamos.
-La novela negra norteamericana no tenía esos elementos fantásticos pero sí inició una tradición de realismo social y denuncia. En estos momentos quizá sea más necesaria.
-No estoy muy seguro de que la ficción tenga algún tipo de obligación hacia la realidad. Desconfío muchísimo de la novela negra como crítica social. Yo creo que su preocupación debería ir más allá, ser más profunda, buscar verdades esenciales. No creo que reflejar una crisis como la irlandesa tenga que ser su objetivo principal. No debe sermonear. Aunque a cierto nivel hay mucho de crítica social en El lobo de invierno...
-Y en la novela anterior, con los telepredicadores conservadores.
-Sí, pero está disfrazado. No quiero que los lectores sientan que les doy un mitin. Pero, por ejemplo, en El invierno del lobo los habitantes de Prosperous representan una mentalidad muy extendida en los EEUU de que no existe ninguna obligación hacia la sociedad, solo tienes que preocuparte de tu familia y de los vecinos que se parecen a ti, y a los pobres, que les den. La gente de Prosperous piensa que han sido bendecida por Dios.
-En su caso, por un Dios.-Sí. Y en América mucha gente que es rica está convencida de que lo son porque Dios les sonríe, que la riqueza es una recompensa. Y el corolario es que la pobreza es una especie de castigo merecido. Si hubiese escrito algún tipo de credo anticapitalista, nadie lo hubiese querido leer. Y aún así recibo cartas durísimas en EEUU porque consideran que soy excesivamente progresista. Esto nos lleva a un punto que es muy interesante. Esta gente no entiende nada. La novela policiaca trata sobre el Estado, sobre una institución que se debe al derecho, no a la justicia. La novela policiaca es esencialmente conservadora. La novela negra tal como se desarrolló en California a partir de la Cosecha roja de Hammett está protagonizada por detectives privados, individuos que tratan con individuos. Esa novela negra siempre ha estado del lado de los pobres.
-Volvamos a lo sobrenatural. Enfrentarse a un dios o a un demonio, y no a un simple criminal, añade estatura al protagonista de una novela.
-La mayor parte de los delitos son comprensibles: la gente actúa por furia, por rabia, por egoísmo, por miedo. Las novelas de Charlie Parker preguntan: ¿existe una fuente mucho más profunda que todo esto? ¿Llevamos dentro la semilla de un mal preexistente? Parker se enfrenta a criminales normales, comprensibles: asesinos, ladrones... Pero también a un juego del que nadie está seguro con qué reglas se juega.
-En sus libros siempre hay la parte de Angel y Louis, con armas, asaltos con visión nocturna y explosivos de película de acción. ¿No son un elemento extraño?
-Bueno, siempre buscas un contraste. Entre esa iglesia tan extraña que hay en un pueblo de Nueva Inglaterra, con dioses paganos, y estos elementos del mundo moderno.
-¿La secta de la Familia del Amor realmente existió?
-Esta secta existió realmente. Eran mucho más que una secta inconformista. No creían en ese dios de la trinidad, creían que existía un dios anterior que se manifestaba a través de la naturaleza. Eran panteístas, capaces de matar a personas para protegerse a sí mismos, una gente muy extraña. Aún es más extraño que la parte más blanda de ese culto acabase confluyendo con los cuáqueros. Pero su líder desapareció, y muchos de sus seguidores. Como escritor, cuando te encuentras con algo tan raro como eso es un regalo.

15.6.15

Granada Noir: festival de lo criminal en la ciudad inolvidable

Todo curioso viajero guarda a Granada en su corazón aún sin haberla visitado, William Shakespeare

 
El premiado Juan Madrid./Laura Muñoz./elpais.com


NOTA DEL COORDINADOR: Con un poco de retraso por culpa de este hiper ocupado bloguero y con todo el agradecimiento del mundo a Laura Muñoz por dejarse la piel para regalarnos estas crónicas y fotos, hoy traemos un extenso reportaje de Granada Noir. Lean y disfruten.
POR LAURA MUÑOZ
Que sí a la Alhambra y El Generalife. A la estación de esquí de Sierra Nevada. Vale que el Sacromonte y el Albahicín. El Parque de la Ciencia, también. Por supuesto la arquitecura de la Alpujarra, las aguas termales de Lanjarón o el Trévelez como buen jamón.
Pero hay más. Mucho. Granada Noir. Un bebé que se asoma a esta ciudad misterio. Una ilusión. El proyecto que hará que quieran ir. Estar. Formar parte porque, visto y comprobado, es uno de los festivales más prometedores de género negro, zaíno, que hay en nuestro país. El primero en instalarse en territorio andaluz. Multicisciplinar. Abierto, a la asistencia y participación. Divertido. Amable. Cariñoso. Granada Noir es casa. Si fuera un hombre, una mujer, lo querrían en su vida.

Un arranque a lo CSI

Granada Noir es el fruto de un germen de dos: Jesús Lens y Gustavo Gómez. Como el que no quiere la cosa, pero queriendo mucho, hablaron de sus inquietudes literarias, sus pasiones, las preferencias y las opciones. Embarcaron a CajaGranada Fundación, Gustavo puso su Acento Comunicación a servicio de lo necesario, levantaron el teléfono, acudieron a emisoras de radio, fueron entrevistados, publicadas en prensa sus impresiones. Cristina Macía, con su editorial Palabaristas, apoyando su primer concurso fotográfico. Autores involucrados hasta la médula, periódicos locales presentes. El Restaurante Arriaga elaborando un menú para la ocasión. La hidratación fue cosa de Cervezas Alhambra, del Grupo MSM. Con tanto cómplice: el lío inevitable. La trama. Si bien no hay crimen perfecto, este festival es la metáfora de una bonita muerte a la que es fácil augurar infinitas encarnaciones.
El festival arrancó al más puro estilo CSI, donde el catedrático de la UGR, José Antonio Lorente, presentó DNA-ProKids: la aplicación del análisis del ADN como vía de investigación en la prevención del secuestro de menores y la trata de mujeres por bandas organizadas de proxenetas. Complementando esta actividad científica en el Museo Caja Granada, Pilar Parra y Begoña González compartieron su conocimiento de grafología, haciendo partícipes de casos reales a los asistentes.
A partir de ahí, la explosión de aterrizajes y llegadas. Las conversaciones y las novelas. Las presentaciones, la proyección de filmes y su posterior coloquio, mesas redondas, los encuentros, novedades. Y lo importante: los descubrimientos. Disponibles, todos, en papel y gracias a Ubú Libros; Marián hizo que la librería que regenta en el número 3 de Placeta de las Descalzas fuera ambulante durante las jornadas del festival.

Grandes nombres y editoriales. Primeras novelas. Sagas.

El Teatro CajaGranada se vió inundado de gente que quería (re)visionar The two Jakes,  secuela de Chinatown, interpretada y dirigida por Jack Nicholson. En versión original. Como hay que verlo. Los presentes transportados a un San francisco antiguo. Atentos. Inmersos en la investigación de un posible adulterio que uno de los Jake encarga al otro. Jesús Lens y Fernando Marías dirigiendo la charla, moderando las opiniones vertidas por las 150 personas que asistieron al visionado.
Berna González advirtió del peligro de una recta en la carretera con su Los ciervos llegan sin avisar editada por RBA. Berna acompañó a Fernando Marías en la charla posterior a la proyección de La isla mínima, de Alberto Rodríguez, donde surgió el rumor, fundado por imágenes, de una posible alianza musical entre ambos autores.
También en el Teatro, Juan Torres presentó su Asesinato en la Alhambra, la trama de un crimen ocurrido en el Palacio de Carlos V al término de un concierto del Festival Granadino.
Llega la noche y Fernando Marías al lado de un taburete alto. Frente al público, curioso, que ha acudido al Restaurante Arriaga. Todos sobre las nubes. Las luces de Granada que se reflejan, altas, contra el vidrio que separa el espacio del aire. Marías parece preparado. Y lo está. Negro riguroso. El ambiente huele a misterio y todos esperan el monólogo escrito junto a Yerai y Enrique Bazo, dirigido por Vanessa Montfort. “Esta noche moriré. Confesiones sobre La Corporación” comenzó con un tono de miedo en la voz de Fernando, con duda en los ojos de todos los demás.  Respiraciones cortadas y el suspiro final cuando el autor bilbaíno extrajo del bolsillo de su chaqueta un sobre. Marrón. Alguien lo ha dejado en mi habitación de hotel, dice. (¿Ha sido un show?) Dentro del sobre, la prueba que confirma que La Corporación ha estado presente. Lo ha escuchado todo. Y Fernando corre peligro.
Al día siguiente, me tranquiliza su mensaje: “Aún sigo vivo”.
Podemos seguir con Granada Noir sin bajas. Por ahora.
Es tan verdad Granada Noir, que imposible no recordar el germen de todos los festivales de género: la Semana Negra de Gijón. Una suerte de homenaje claro al reunir a algunos integrantes de The Andalucía Connection, gestada en el festival asturiano hace algunos años: JJ Melero (Granada) tiró la piedra de la autoedición digital que dió pie a un coloquio donde se radigrafió el momento del género en la actualidad y los retos a los que se enfrenta el autor hasta que ve su novela editada. Francisco Jurado (Córdoba) presentó Sin epitafio, segunda entrega del comisario Benegas; Alejandro Pedregosa y Alfonso Salazar diseccionaron al detective del Zahidín; Eduardo Cruz (Sevilla) hizo lo suyo con la recién estrenada Morir es relativo;  Carmen Moreno (Cádiz) y su Una última cuestión y Clara Peñalver (Granada). Todos poniendo voz a las dispares opiniones que surgieron.
También estuvo Santiago Álvarez, que no pudo huir de su mitomanía y trajo consigo la prueba del delito que lo demuestra: La ciudad de la memoria; Alejandro Gallo acompañado por su Oración sangrienta en Vallekas, cóctel servido en un Madrid en crisis donde conviven un secuestrador, un asesino en serie y una suerte de Robin Hood que persigue a todo aquel acusado de corrupción. Carlos Bassas presentó un thiller hecho de pedazos de la vida cotidiana: Siempre pagan los mismos y compartió con el público el significado de algunos de sus tatuajes, presente en su obra.
Todos los premiados./Laura Muñoz.
Premios, premios, premios
Ahora sí, la búsqueda del punto común lleva a Granada Noir a convocar a “los premiados”: el Ciudad de Valencia otorgado al Sherlock Holmes 2.0 en “Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado” de Juan Ramón Biedma; el Ateneo de Sevilla de Félix Modroño y sus Secretos del arenal; Marcelo Luján con su premio Getafe Negro a La mala espera y que llevó la desasosegante Subsuelo a esta primera edición de Granada Noir; el incansable Carlos Salem, que asegura que En el cielo no hay cerveza, mientras asesina a periodistas del corazón. Así, sin inmutarse. También se pudo ver a Yolanda Regidor, ganadora del premio Jaén de Novela 2014, que presentó Ego y yo y el canario Javier Hernández Velázquez, premiado con el Wilkie Collins de Novela Negra por Los ojos del puente, donde el detective Mat patea San Francisco, Los Ángeles y Santa Cruz de Tenerife.
Hablando de premios, el I Premio Granada Noir se entregó a Juan Madrid por su extensa trayectoria tanto literaria como periodística, así como dentro del universo del cine como guionista y director. Madrid, como uno de los maestros del noir en nuestro país, mantuvo una animada conversación con el periodista Eladio Mateos. Se aprendió, descubrió y agradeció con un intenso silencio sólo roto por risas o aplausos. El malagueño recibió, de manos de Jesús Lens y Gustavo Gómez, el pistolón 3d de Granada Noir y una gabardina a lo Bogart como original trofeo.
Más premios: el Novelpol. Yo fui Johnny Thunders. Carlos Zanón y el aplauso general ante el fallo pronunciado por José Ramón Gómez Cabezas, presidente de la Asociación que otorga el premio.

Despedida

Pero no todo fue literatura. Si dijimos multicisciplinar, fue por algo. Y es: música con La Banda Noir, compuesta por Guillermo Morente al contrabajo, el pianista Jaume Miquel, José Luis Gómez El Polaco, dueño de las baquetas, y Julián Sánchez a la trompeta. Telón de luces que da  paso a la Jam Session organizada por Carlos Salem y que invitó a espontáneos a compartir sus creaciones. Y la sorpresa. El rock de siempre. El que nunca envejece y que moduló un Santiago Álvarez que, nunca mejor dicho, demostró ser todo un todoterreno, poniendo voz y riff. Dándolo todo. Incluso su púa al final del concierto.
No es justo escribir “fin” sin mentar a los fotógrafos de Caja Granada, que estuvieron disparando a destajo, los periodistas que cubrieron a diario las numerosas actividades, los presentadores, el alma fuerte de Jara que cuidó y acompañó sin excepciones ni descanso; y al público, entre los que cabe destacar a los detectives privados (que sí, que existen) Rafael Guerrero y Roser Ribas, a Daniel Borasteros, de la revista Fiat Lux.
Gracias, Granada Noir, por nacer.
Al final, Nietzsche va a tener razón y “todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”.

13.6.15

Leonardo Padura, un escritor de las grandes ligas literarias

Conozca por qué es tan importante el ganador del premio Princesa de Asturias a las Letras 2015

El detective de las novelas de Padura es Mario Conde, un cubano común y corriente./eltiempo.com

Debo decir que como lector siento un gran afecto por muchos escritores latinoamericanos contemporáneos, pero hace ya algunos años que las novelas de Leonardo Padura forman parte de mis libros más amados. Por eso sentí una gran alegría cuando supe que le habían dado el premio Princesa de Asturias de Literatura.
Primero, me alegro por él: lo tiene más que merecido, y ya les diré por qué; luego, por Cuba y después por Latinoamérica y su literatura. Por él, porque, sin discusión, ya tiene una sólida y sostenida novelística.
Es difícil encontrar en Leonardo Padura una obra destemplada, imperfecta o desigual. Sus libros tienen el don de la frase ligera y bien elaborada, el talento para la metáfora justa, el tino y el equilibrio para la composición narrativa redonda, así cada una de sus obras sea (como ocurre con las protagonizadas por Mario Conde) o parezca una continuación de la anterior.
Y, sobre todo, tiene una novelística con una visión y comprensión de lo social, lo cultural y lo político muy bien definida, en un contexto donde escribir y ser fiel a su realidad era, en un momento dado, como caminar sobre una cornisa recién encerada.
Me alegra por Cuba, porque en realidad esta isla de tesoros literarios nunca bajó la guardia con respecto a una tradición que no tiene discusión: desde José Martí, mártir y poeta nacional; pasando por Lino Novas Calvo, acaso uno de los mejores cuentistas que ha dado la región; José Lezama Lima, el patriarca sin otoño literario; Alejo Carpentier, de quien deberíamos recuperar las huellas y pasos perdidos de sus libros; Virgilio Piñera, quien acuñó la frase más lapidaria sobre su país cuando dijo que “si Kafka hubiera sido cubano habría sido costumbrista”; pasando por Cabrera Infante, un Quevedo surgido de las Antillas, y Reinaldo Arenas, quien siempre caminó sobre arenas movedizas.
Leonardo Padura pertenece a una nueva generación que continúa con creces esta tradición.
Una generación a la que pertenecen Abilio Esteves, de quien destacamos su obra maestra, Tuyo es el reino; Arturo Arango, con El libro de la realidad; Pedro Juan Gutiérrez, con su Trilogía sucia de La Habana; Wendy Guerra, con su valiente novela antirracista titulada Negra. Los dos primeros, junto con Padura, publicados por TusQuets, y los dos últimos publicados por Anagrama, y este no es un dato menor si se tiene en cuenta que gracias a estas editoriales españolas fue posible que dichos escritores acabaran siendo conocidos fuera de la isla.
Me alegra también por Latinoamérica, porque es el reconocimiento a un escritor que ha logrado crear una obra con gran identidad literaria, con una coherencia y unidad pasmosas, gracias a su gran calidad y cantidad.
Lo que quiero destacar es el hecho de que Leonardo Padura ha creado hasta hoy un universo literario que, desde el boom, nadie había logrado. Uno de sus últimos libros, Herejes, demuestra que su talento es inagotable.
¿Quién es?
Leonardo Padura Fuentes, así firmaba sus primeras novelas, nació en La Habana en 1955. Periodista primero, luego ensayista y novelista, y ahora guionista, escribió, entre otros, el guion de la película Regreso a Ítaca, del 2014.
Tiene en su historial el mérito de haber ganado, hasta ahora, más de 25 premios literarios de gran importancia, entre los que se destacan el premio Café Gijón, el premio Hammett (en 1997, 1998 y 2005), el premio Chandler y el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza, por su obra Herejes (2014), una historia novelada de alto nivel literario y, desde luego, histórico; un libro conmovedor y doloroso. Una novela obligada, más que recomendable.
El director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, leyó el jueves el acta que otorgó el Princesa de Asturias a Padura.
Pero quizá el formato literario que mejor ha explorado Padura es el género negro.
En contra de todos los prejuicios y lugares comunes sobre las teorías de este género, nadie imaginaba que en el trópico pudiera aparecer la novela negra más atractiva escrita hasta el momento en Latinoamérica.
Recordemos que en la tradición de este género, herencia de los clásicos policiacos, el autor tiene como protagonista fundamental a un detective: Sam Spade, de Hammett; Philip Marlowe, de Chandler; Lew Archer, de Ross MacDonald; Pepe Carvalho, de Vásquez Montalbán, o Belascoarán, de Ignacio Taibo II.
Novela negra o Historia
El detective de Padura es Mario Conde. Un auténtico cubano, con las características humanas de un ciudadano común y corriente.
Es desde este entrañable personaje como Padura le da al género el estatus que ya los norteamericanos le habían dado.
Un género literario que, como ninguno, muestra la corrupción en todos sus niveles, la perversidad y el absurdo de lo burocrático, lo que se fragua y se cocina a espaldas de la legalidad; el tema del dinero negro, del dinero sangriento, el de las cosechas rojas, para usar las expresiones de algunos de los títulos de Dashiell Hammett, y que no es otra cosa que la correspondencia explícita de la relación entre dinero y violencia.
En esto Padura ha sido un hijo legítimo e ilegítimo de Chandler, Hammett y Vásquez Montalbán. Él mismo lo ha reconocido. En este sentido, la novela negra construye sus narraciones en función de la máxima de Balzac y, luego de Dürrenmatt, quienes decían que detrás de casi todas las fortunas hay un crimen implicado, o algo irregular que se ha ocultado.
También la novela negra puede ser Historia bien novelada, como lo ha demostrado últimamente James Ellroy y ya lo había hecho el mexicano Taibo II.
Así que, en este género, de Leonardo Padura recomendamos especialmente la tetralogía denominada Las cuatro estaciones o El cuarteto de La Habana: Pasado perfecto (Havana Blue), Vientos de cuaresma (Havana Gold), Máscaras (Havana Red) y Paisaje de otoño (Havana Black).
En estas cuatro magníficas novelas, que luego complementaría con Adiós, Hemingway; La niebla de ayer y La cola de la serpiente, Padura mimetiza como nadie a un detective, Mario Conde, en La Habana tropical.
La descripción infernal del calor. La corrupción, el crimen. El erotismo, la burocracia y el absurdo de la autoridad (el clásico conflicto con asuntos internos), los diálogos inteligentes, la solidaridad, el humor, la irreverencia, la ironía y la burla... el choteo propio del Caribe.
Pero también la melancolía, la amargura y la nostalgia. Mario Conde es un policía triste. Sentimiento que cuando se da en el Caribe produce una rara sensación por el contraste que conlleva.
Así cada una de las novelas que componen este magnífico cuarteto se pueda leer de manera independiente, en realidad se trata de una sola novela; el ideal es leer los cuatro libros en su orden natural.
Es un exquisito coctel literario. Más que garantizado. Porque al final nos damos cuenta de que es una sola trama, coherente, adictiva; confeccionada a la manera clásica, con inicio, desarrollo y desenlace. Ahora bien, si hay que escoger una de las cuatro, a pesar de lo sugerido, es Vientos de cuaresma. Una de las que más quiero y más he acariciado. Allí bulle una ciudad con sus vitalismos, sus sensualismos.
“Las presiones de arriba, que el viejo le transmitía, lo desesperaban, y la imagen de las nalgas de Támara moviéndose bajo el vestido amarillo era casi un tormento y además una advertencia. Ten cuidado”; al tiempo que coexisten la melancolía, la nostalgia, el absurdo, que tanto anunciara su admirado Virgilio Piñera.
Y la decadencia: “Todo ennegrece con el tiempo, como la ciudad por la que camino, entre soportales sucios, basureros petrificados, paredes descascaradas hasta el hueso, alcantarillas desbordadas como ríos nacidos en los mismísimos infiernos y balcones desvalidos, sostenidos por muletas. Al final nos parecemos la ciudad que me escogió y yo, el escogido: nos morimos un poco, todos los días de una muerte prematura y larga hecha de pequeñas heridas, dolores que crecen, tumores que avanzan...”.
No quisiera terminar sin mencionar un libro policiaco que está por fuera de la saga Conde. Me refiero a La novela de mi vida, que narra la vida de José María Heredia y la de su hijo.
La historia tiene como arranque uno de los interrogantes líricos más bellos del poeta: “¿Por qué no acabo de despertar de mi sueño? ¡Oh!, ¿cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?”.
Una novela documentada históricamente, pero no por ello se cruzan la ficción y la realidad, menos con este poeta:
“José María Heredia, arrastrado por los flujos y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un torbellino tan compacto que lo llevó a existir, con apenas veinte años, el significado novelesco que marcaba su existencia”; una novela sobre “la vanidad absurda”, sobre las logias masonas en Cuba. Sobre cómo todo es nada o se va volviendo leyenda.
Por todo esto los libros de Padura están entre mis libros más amados. Y cuando digo que algunos los acaricio de vez en cuando es porque los estoy releyendo todo el tiempo.
Por ahora el premio Princesa de Asturias de Literatura parece un cuento de hadas. Así las novelas de Padura no tengan que ver con princesas ni con hadas.
RODRIGO ARGÜELLO G.

A 70 años del primer delito

El Séptimo Círculo. Colección insignia del género policial en el país, fue dirigida por Borges y Bioy Casares entre 1945 y 1956 y marcó el gusto de los lectores por el relato de suspenso al estilo de la tradición en inglés

A comienzos de los 40.Los amigos llevaban años imaginando colecciones y antologías.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Extraña confesión  fue el noveno título de la colección, y uno de los preferidos por Borges./revista Ñ.
Uno de los placeres de recorrer librerías de viejo es encontrar los descalabrados ejemplares de El Séptimo Círculo, la colección que inventaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Pero con el paso de los años muchos títulos, de tanto alojar criminales entre sus páginas, han aprendido el arte del escondite y la evasión. El regreso de veinte novelas de esta serie es una buena noticia para los lectores.
A La divina comedia debemos el ingenioso nombre de la serie: el séptimo es el círculo de los violentos. Los primeros condenados que Dante encuentra en esta parcela del infierno son los suicidas, los violentos contra sí mismos, personajes del todo inadecuados para definir un género en el que todo suicidio termina por ser desmentido por la sagacidad del detective.
Desde su nacimiento, la colección quedó señalada por el logo de José Bonomi (un caballo de ajedrez), el arte de tapa del mismo artista y las contratapas y noticias sobre los autores, que Borges y Bioy escribían cuando se reunían. Anotemos que la presencia del caballo negro contradice felizmente a Poe, que juzgaba el relato policial más semejante a las damas que al ajedrez. Porque en el ajedrez, según Poe, la atención gobierna sobre la agudeza, y no gana el mejor sino el que menos se distrae; mientras que en el juego de damas, como todo es más simple, el jugador se entrega con toda libertad al ingenio. ¡Pero qué poco atractivo hubiera sido una redonda pieza del juego de damas como emblema de la colección!

Con acento británico y algo más

El Séptimo Círculo nació en 1945 con La bestia debe morir, de Nicholas Blake. Su autor, escondido como tantos otros bajo el manto del seudónimo, era el poeta Cecil Day Lewis, padre del actor Daniel Day Lewis. Es un autor que cuenta con muchos títulos dentro de la colección, pero ninguno de sus libros alcanzó el éxito de La bestia debe morir . No es una novela tradicional de enigma, ya que sabemos, desde el primer instante, quién va a ser el asesino. El cine rescató varias veces esta historia; hay inclusive una versión argentina, con Narciso Ibáñez Menta y Guillermo Battaglia. Como tantos otros autores, Cecil Day Lewis separaba su obra “literaria” de sus novelas policiales; pero sus poemas cayeron en el olvido y La bestia debe morir se sigue leyendo. Qué injusta es la posteridad con los planes para la posteridad.
Borges y Bioy Casares solían consultar las páginas del Times Literary Supplement para guiarse por el laberinto del género policial en una época en que se publicaban varios títulos cada semana; luego encargaban en una librería las novelas que juzgaban prometedoras.
“Borges me dijo un día que cuando la gente de Emecé se enterara de que el Times Literary Supplement traía una sección con las novedades del género policial, nos echarían a la calle”, recordó el autor de La invención de Morel (Sergio López, Palabra de Bioy , Emecé, 2000). La mayoría de los autores elegidos eran ingleses, representantes de la novela de enigma. Algunos nombres se repiten en el catálogo, como Patrick Quentin, John Dickson Carr (estadounidense, pero que escribe “a la inglesa”), Nicholas Blake y Anthony Gilbert (seudónimo de una escritora: Lucy Beatrice Malleson). Pero también estuvieron presentes los nombres de algunos escritores duros estadounidenses, como Raymond Chandler, James Cain, Robert Parker o los esposos Ross MacDonald y Margaret Millar. Esto no resulta extraño si se piensa en la afición de Borges por el cine policial estadounidense, tan semejante a su literatura. La fobia de los directores de la colección no era la novela dura, aunque así lo declararan, sino el policial francés. Aún así, incluyeron obras de Guy des Cars, Serge Groussard, Fernand Crommelynck y del prolífico Pierre Véry.
Los libros de El Séptimo Círculo estaban editados con mucho cuidado, sobre todo si se los compara con otras colecciones de la época, como Rastros (que abundaba en autores estadounidenses duros) y la de la editorial Tor, que era el reino de Gastón Leroux, Edgar Wallace, Maurice Leblanc y el misterioso Oscar Montgomery, autor de El asalto de los esqueletos a la mansión de los cadáveres vivientes (juro que la novela se llamaba así, la leí en mi adolescencia) y Espías en Buenos Aires . Las portadas de Tor y Rastros prometían violencia y erotismo; Bonomi, en cambio, ilustraba no las tramas particulares sino el género en sí. Ni Tor ni Rastros presentaban datos sobre los autores.
La colección incluye títulos que coquetean con la literatura fantástica, como El maestro del juicio final , de Leo Perutz, o las novelas del misterioso y olvidado Michael Burt, como El caso de las trompetas celestiales o El caso del jesuita risueño . Muchos policiales comienzan con un asunto inexplicable, que al cabo tiene una solución racional; las de Burt presentan un misterio que parece racional, y se revela inexplicable. También está en el catálogo la breve y perfecta El tercer hombre, de Graham Greene, y la inconclusa obra de Dickens, El misterio de Edwin Drood . Escribe Chesterton en el prólogo: “La única novela que Dickens no terminó es la única que necesitaba un final”.

Adornos tipográficos

Su rol como editores daba lugar a curiosas confusiones. Comenta Bioy en su diario: “Con Borges hemos perdido la esperanza de explicar nuestro trabajo como editores en Emecé; unos creen que somos los dueños de Emecé; otros se refieren a esas novelitas que ustedes traducen (frase en que traducen no significa hacer traducir). En cuanto a la confusión de editoriales con imprentas, es universal”.
Se ocuparon de los primeros 139 títulos. Luego la selección quedó en manos del editor Carlos V. Frías. Tanto Bioy en su Borges , como el mismo Borges en una entrevista magistral del periodista mexicano Enrique Lobet Jr., cuentan que dejaron de leer para la serie al notar que habían dejado de pagarles. Mejor dicho, se apartaron cuando les señalaron que habían dejado de pagarles, como invitación al abandono. Más allá de estos problemas con la editorial (nada demasiado grave, ya que los dos siguieron publicando en Emecé durante toda su vida), lo cierto es que ese trabajo ya hubiera sido una tarea imposible para Borges, cuya vista empeoró radicalmente a mediados de los años 50. De todos modos los nombres de los dos escritores continuaron en cada ejemplar de la colección. “Lo conservan como adorno tipográfico”, decía Borges.
Los nombres de Borges y Bioy Casares son marcas tan fuertes que se supone que los libros elegidos por Frías son de menor valor. Sin embargo, en la etapa de Frías se publicaron también obras extraordinarias, como La especialidad de la casa , colección de cuentos de Stanley Ellin o Sólo monstruos , una de las mejores novelas policiales de todos los tiempos, de la escritora canadiense Margaret Millar. A la etapa de Frías pertenecen también las dos extrañísimas novelas de Kyril Bonfiglioli, cuyo narrador es un marchand amoral y sibarita.
Entre los pocos libros escritos en español hay dos clásicos: Los que aman odian (n° 31), de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y El estruendo de las rosas (n° 48), de Manuel Peyrou. Enrique Amorim (uruguayo radicado en Buenos Aires) publicó El asesino desvelado (nº14). Eduardo Morera, Alejandro Ruiz Guiñazú (hermano de Magdalena) y Roger Pla firmaron con seudónimo (Max Duplan, Alexander Rice Guiness y Roger Ivness, respectivamente), lo que revela la desconfianza que todavía provocaba el policial. En El Séptimo Círculo se publicó también la novela más conocida de María Angélica Bosco, La muerte baja en el ascensor (nº 123) que ganó el premio Emecé en 1954. Hace poco fue rescatada por Ricardo Piglia para su Serie del Recienvenido (FCE).
De vez en cuando algún original argentino llegaba a las oficinas de la editorial, pero el caso más curioso es el de un corresponsal anónimo que propuso narrar un crimen real, supuestamente cometido en 1946. Borges y Bioy pensaron que se trataba de una broma, pero la carta es tan larga y está tan llena de detalles (Bioy la transcribe en su Borges ) que sale del terreno del humor para entrar en el de la psicosis. La novela, a la que hacía falta “limar un poco”, se llamaba Crimen profiláctico y contaba lo siguiente: “La muerte del señor C., jefe del taller metalúrgico de cierta dependencia semi-estatal en ese entonces, y que fue para todos una simple defunción natural producida por la fiebre tifoidea –lo que fue exacto– se debió a que yo infesté los dos panecillos de miel del desayuno del señor C., en su oficina, mediante una simple inyección de 3 cúbicos de gelatina con cultivo de bacilos del tifus”.
Para probar que su historia era cierta, el confeso asesino les pedía a Borges y a Bioy que fueran a investigar los archivos del hospital Muñiz. Así comprobarían que el 7 de abril de 1946 se había producido una muerte que coincidía con los detalles del relato. Parece que el asunto no prosperó, porque Crimen profiláctico no figura entre los 366 títulos de la colección.
En el catálogo hubo algunas ausencias notables, como Agatha Christie, sólo presente en el volumen colectivo El almirante flotante . Esta novela es una de las curiosidades de la colección: en los años 30 varios integrantes del Detection Club de Londres, que agrupaba a autores de policiales, se propusieron escribir un capítulo cada uno, a manera de un cadáver exquisito. Ese libro siempre fue una figurita difícil de la colección; sin embargo, fue reeditado por Emecé (Grandes Maestros del Suspenso, 1982), Bruguera (Club del Misterio, 1983) y hace un par de años por Akal en una nueva traducción.
Otra ausencia notable es la de Chesterton (aunque también presente en un capítulo de El almirante flotante ). Como es famosa la devoción de Borges por Chesterton, podemos conjeturar que se trató de una cuestión de derechos. Borges pudo desquitarse al publicar una antología del irlandés, La cruz azul y otros cuentos , en su Biblioteca Personal. Aunque no deja de haber una especie de maldición: en su prólogo a La cruz azul Borges juzga a “Los tres jinetes del Apocalipsis” el mejor relato del volumen. Pero quizás a causa de una distracción del editor, o de un conjuro celta, ese cuento no aparece en el libro. Buen tema para un relato fantástico.
Borges y Bioy se ocuparon de los primeros 139 números de El Séptimo Círculo; en el año 56 se apartaron de la colección, que quedó en manos del editor Carlos V. Frías. La colección siguió hasta los años 80. El último título fue Los intimidadores , de Donald Hamilton, el número 366. Ya por ese entonces se había perdido todo cuidado en la edición, y algunos libros aparecían publicados sin un mínimo trabajo de corrección. Pero las tiradas seguían siendo enormes para las moderadas expectativas actuales. Tomo el primer libro que tengo a mano, Pregunta por mí, mañana , de Margaret Millar, publicado en 1979, y encuentro que la tirada es de 14.000 ejemplares. Ojalá todos los períodos de decadencia fueran así.

El diariero llama dos veces

Los libros elegidos para la Colección El Séptimo Círculo en Clarín reflejan muy bien la primera etapa y también el eclecticismo de la serie. Algunas novelas pertenecen a autores clásicos del género, como Nicholas Blake, Patrick Quentin o John Dickson Carr. Hay una novela extrañísima, La larga búsqueda del señor Lamousset , del olvidado Lynn Brock. No hay crimen: es más bien una fantasía de la conducta al modo del Bartleby de Melville. Hay un autor que bien podría haber registrado la angustia en la oficina de patentes: Cornell Woolrich (William Irish). En los años 40 y 50 Woolrich era uno de los favoritos de los lectores argentinos, y el director Carlos Hugo Christensen supo filmar con vigor y delicadeza algunos de sus relatos.
El quinto libro de esta serie, Laura , es de una gran autora, Vera Caspary, que siempre estuvo menos interesada en los asesinatos misteriosos que en el alma de sus criaturas. Hay dos autores que luego Borges arrancaría de lo policial para incorporarlos a los libros de tapas negras de su Biblioteca Personal: Hugh Walpole y Eden Phillpotts. Hay un Chejov, inmortal, y otros olvidados aún en su país de origen: R. C. Woodthorpe y Richard Hull. La colección también incluye dos novelas de James Cain, que dieron lugar a célebres películas: El cartero llama dos veces y Pacto de sangre .
En los años 70 Jorge B. Rivera y Jorge Lafforgue, grandes especialistas del policial, se ocuparon de consultar a los directores de la colección y al ilustrador para saber cuáles eran sus novelas favoritas. Esta lista de preferencias aparece en Asesinos de papel (Colihue, 1996), fascinante libro sobre los avatares del género. La encuesta dio este resultado: Borges: El señor Byculla, de Erik Linklater; El señor Digweed y el señor Lamb y Los Rojos Redmayne, de Eden Phillpotts; La torre y la muerte, de Michael Innes; La piedra lunar y La dama de blanco de Wilkie Collins; La bestia debe morir, de Nicholas Blake; El hombre hueco, de John Dickson Carr y Extraña confesión, de Anton Chejov. Bioy Casares: La torre y la muerte de Michael Innes. (Decía Bioy: “Luego supimos que Innes muy probablemente se hallara entonces en Buenos Aires, pues trabajaba en el servicio secreto británico y por aquellos años lo habían destinado a esta ciudad”). En sus Memorias (Tusquets, 1994), Bioy agrega novelas de su preferencia: Mi propio asesino de Richard Hull y La larga búsqueda del señor Lamousset de Lynn Broke. José Bonomi: Los anteojos negros de John Dickson Carr. La mayoría de estas preferencias aparecen entre los veinte títulos ahora reeditados.
Hablar de novelas policiales es recordar cuántas veces los amigos nos han recomendado tal o cual libro. Esto es especialmente apropiado para esta colección, que no es sólo un viaje por el género: es también la historia de una amistad.
Pablo De Santis es autor de El enigma de París y Crímenes y jardines, entre otros .

Un Círculo donde refugiarse del peronismo 

 Las decisiones tomadas por los amigos, en esa década que cambió la historia 

En la extensa colaboración literaria de Borges y Bioy, no menos importante que la escritura resulta la lectura conjunta, cuyo fruto principal fue la preparación de antologías y colecciones. De entre las muchas que emprendieron o meramente proyectaron, la colección El Séptimo Círculo claramente se destaca por su perdurabilidad y su influencia. Junto con la Antología de la literatura fantástica (en la que participó además Silvina Ocampo), constituye uno de sus aportes más consistentes en favor de una estética preocupada por reivindicar, a través del modelo del policial clásico inglés, el rigor de las tramas contra el desorden de la novela psicológica o el pretendido realismo naturalista.
Su historia puede contarse muy brevemente. Contratados a fines de 1942, gracias a las gestiones de Silvina Bullrich, amiga personal de Borges, como asesores literarios de la editorial Emecé, propusieron, dice Bioy, “una selección de libros clásicos, que titularíamos Sumas”.
Dado que las dificultades financieras pronto exigieron proyectos menos ambiciosos y más rentables, ofrecieron entonces revisar una “Antología de la literatura policial y fantástica” en la que trabajaban desde 1941 y que se publicaría a fines de 1943 como Los mejores cuentos policiales .
Al agotarse rápidamente la edición, convencieron a Emecé de aceptarles en 1944 el proyecto de una colección de novelas policiales, inspirada en “Le Masque”, de París, y “Collins Crime Club”, de Londres. Tras vacilar entre una gran variedad de nombres, como “Máscara”, “Club del Crimen”, “El Jardín Cerrado”, “Cábala”, “Eleusis”, “Hilo de Ariadna”, “Teseo” o “Museo del Crimen”, Borges y Bioy se inclinaron finalmente por el eufónico “Séptimo Círculo”, tomado del “Cerchio dei Violenti” de La divina comedia .
El Séptimo Círculo se inició, así, el 22 de febrero de 1945 con una elegante edición de La bestia debe morir, de Nicholas Blake, traducida por Juan R. Wilcock. El éxito fue inmediato y sostenido: entre 1945 y 1956, Borges y Bioy elegirían 139 volúmenes y escribirían, por lo común adaptando los dust jackets originales, sus correspondientes noticias y contratapas. Curiosamente, acaso por ese gusto de la realidad por las simetrías y los leves anacronismos, el mismo Wilcock sería el traductor de Mi hijo, el asesino, de Patrick Quentin, el último de los títulos escogidos.
¿Será casualidad que esas fechas, 1945 y 1956, coincidan casi exactamente con las del ascenso y la caída del primer peronismo, que tan bien supo marginar a Borges de cargos oficiales después de despojarlo de su humilde puesto de bibliotecario municipal? En su Borges , Bioy registra el 9 de mayo de 1956: “Frías me dijo [...] que nuestro trabajo en Emecé (el de Borges y el mío) había terminado”. Designado director de la Biblioteca Nacional tras el triunfo de la Revolución Libertadora, se asumía que Borges ya no podría, ni necesitaría, seguir con sus tareas editoriales. En lo sucesivo, Frías se ocuparía de la colección, que se prolongó, con obras de calidad desigual, hasta 1983.
Si alguien le hubiese insinuado que El Séptimo Círculo sería visto alguna vez como involuntario legado de la “Segunda Tiranía”, Borges, en ese tono afectadamente dubitativo que empleaba para sus comentarios más hirientes, seguramente hubiera señalado: “Qué bien si en el futuro lo único que se rescatara del peronismo fuese haber fomentado una colección nombrada según el Círculo de los Violentos”. Tampoco a Bioy le habría disgustado esta suprema forma de la ironía.
Daniel Martino editó el Borges, de Bioy Casares, y está al cuidado de sus inéditos; aún quedan miles de páginas de diarios personales.

 La identidad de un arte inconfundible

 José Bonomi, un artista tardíamente reconocido, diseñó las tapas que son un símbolo de la colección
A José Bonomi el reconocimiento le llegó tarde. Muy tarde. Su primera muestra individual –1975, galería Van Riel– la tuvo a los 72 años. Quizás él tampoco hizo mucho para ganarse este reconocimiento. Pintó toda su vida –qué más se le podría pedir– pero no parecía ser del tipo que buscaba posicionarse. Por otro lado, fue muy valorado como ilustrador. Y quizás un poco fue eso. Las Bellas Artes, desde que empezaron a pensarse así, con el adjetivo adelante y con mayúsculas, trataron de separar la idea del artista de la del artesano. La funcionalidad era una condición que dejaba por afuera de lo artístico cualquier producción estética por más talentosa que esta sea. Y en ese sentido, Bonomi –nacido en Italia y emigrado junto a sus padres a los tres años– se plantó ante la vida como un laburante. Asumió la figura del bohemio, con todo lo que aquello implicaba, es cierto, pero no del tipo romántico con pretensiones de genio. En todo caso el hombre sensible, sencillo, sin grandes pretensiones, que se valía de su destreza manual para ganarse el sustento, y se movía animado por una curiosidad que sometía al método de prueba y error. Es decir, al trabajo.
A los 18 años empezó como dibujante en la revista del Jockey Club, y con esa experiencia pasó después al suplemento cultural del diario La Prensa donde permaneció treinta años y se retiró ocupando el cargo de director de arte. Cuando lo convocaron de Emecé para el diseño de una colección de novelas policiales, ya venía con una carrera probada. Era un hombre de 42 años. Entre un centenar de libros, había ilustrado las cubiertas de Lunario Sentimental de Leopoldo Lugones y El espantapájaros de Oliverio Girondo, que habían batido récords de venta. Además, hacía colaboraciones frecuentes para las revistas Plus Ultra , Martín Fierro , El Hogar y Caras y Caretas ; y había trabajado como escenógrafo junto a Héctor Basaldúa en el Teatro Colón y a Antonio Cunill Cabanillas en el Teatro Cervantes. No sabemos de quién fue la idea de sumarlo a El Séptimo Circulo, pero mejor no podría haber sido.
“El diseño de la tapa nos gustó mucho y creo que le debemos buena parte del éxito”, dice Bioy en sus Memorias . El éxito no se discute, se vendieron hasta 14.000 ejemplares por mes. Tampoco el atractivo de las cubiertas: la grilla geométrica sobre la que se montaba la ilustración, el juego de luces y sombras que recortan fondo y figura en una simetría de colores plenos, hicieron de este rompecabezas la metáfora ideal para las novelas de estructura lógica perfecta que proponían Bioy y Borges.
Si bien al principio se pensó el dibujo de tapa como una viñeta, el mismo Bonomi reconoce en una entrevista que a la hora de encarar el trabajo no se dejaba atrapar por la anécdota, sino que buscaba elementos significativos de la historia que le permitieran simbolizar los conceptos centrales de la trama. Leía cada uno de los libros antes de sentarse a dibujar y hasta los títulos que fueron reeditados tuvieron cubiertas nuevas. Mientras en ese momento las novelas negras se valían de la estética amarillista del pulp fiction para ganar lectores, Bonomi apostó a una elegancia sutil que –a lo largo de los 304 números que le tocó diseñar– se hizo cada vez más sencilla en sus formas y compleja en su semántica.
El septiembre del año pasado el Museo Enrique Larreta le dedicó una retrospectiva, en la que los curadores Patricia Nobilia y Ricardo Valerga articularon sus pinturas de caballete con su otra obra, en el campo de las artes aplicadas. Y seguramente esta fue su primera gran exposición, el merecido homenaje que lo muestra de cuerpo entero.
Si como todo artista de su época, Bonomi ejercitó la plástica de manera autónoma, es decir, libre de cualquier condicionamiento externo al propio lenguaje pictórico; al ver reunido todo su trabajo, pareciera que la suya fue la otra vertiente de las vanguardias del siglo XX, la que buscaba unir arte y vida. Aunque se trate de una tarea incierta, y aunque en este intento se desdibujen los límites de lo que se consideraba Arte. El artista integrado a la maquinaria social, entendido como el constructor de una sociedad mejor. Y quien podría dudar de que el arte de sus tapas, que ahora vuelve a editarse, fue su gran aporte a la cultura visual de los argentinos.

Una novela de hierro

La flamante ficción del escritor, Perfidia, se centra en la investigación de un crimen ocurrido en los días del ataque de Pearl Harbor, y lleva al extremo su torrencial estilo telegráfico

Ellroy, con una de sus habituales camisas hawaianas y la pose irreverente y corrosiva que oculta a uno de los creadores esenciales de la literatura norteamericana actual. /Jerome Mars./adncultura.com

El primer volumen del primer Cuarteto de Los Ángeles (La Dalia Negra) representó un cambio de nivel en la obra de James Ellroy. Los tres que siguieron (El gran desierto, Los Ángeles confidencial y Jazz blanco) lo instalaron definitivamente como uno de los grandes nombres de la novela policial negra estadounidense e internacional. Con la posterior Trilogía americana (América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda), superó todos los límites del género. Esta segunda serie fue un esfuerzo estilístico que lo colocó en la categoría de gran novelista a secas, sin diferencias de género. Tenía un trabajo de síntesis tremendo: decidido a eliminar hasta los vínculos más elementales entre las frases y las palabras, hacía que en comparación, Hemingway pareciera barroco. La telegrafía que resultaba era relato puro. Además, instaló un trío de mujeres tan desesperadas, inestables e inolvidables como sus protagonistas masculinos.
Con 67 años, ahora emprendió una segunda tetralogía de Los Ángeles, en realidad una precuela, que irá desde 1941 hasta 1946. Las tres series abarcarán treinta y un años de historia norteamericana. Perfidia, título de un gran bolero de Alberto Domínguez, lo muestra en plena forma. El libro tiene en principio una estructura de hierro: van desfilando los días desde 24 horas antes (6 de diciembre de 1941) del ataque japonés a Pearl Harbor, hasta el lunes 29 del mismo mes y año. En un entorno de histeria colectiva, paranoia e intensidad, el hilo conductor es el minucioso procedimiento de investigación en el que se destacan tres personajes: el japonés Hideo Hashida, el irlandés Dudley Smith y el muy estadounidense William (o Bill) H. Parker. Lo que tratan de descubrir es quién (y por qué) mató a una familia completa de japoneses. Así describe el hallazgo: "Un salón. Una alfombra persa de pared a pared. Empapada de sangre, inmersa en sangre. Sangre de cuatro infieles muertos. Una familia amarilla: papá, mamá, hija, hijo". En ese primer registro aparecen limaduras de metal de un silenciador, semejantes a las encontradas en el asalto a una farmacia.
El hilo será seguido con ejemplar rigor por Ellroy. El libro tiene casi 800 páginas, y después de innumerables vueltas y rebotes, se reserva un dato hasta casi el final. A su vez ese rigor está empapado en la "salsa" violenta e inventiva característica de Ellroy, aunque más serena que, por ejemplo, en América, donde la batalla de Cochinos era un tramo interminable de sangre derramada de mil maneras. Aquí escribe, por ejemplo: "Se accionaron seis gatillos. El violador voló por los aires. Esquirlas de hueso se llevaron por delante frondas de palmeras. Un salpicón residual manchó las gafas de Carlisle". Pero allí termina lo que en libros anteriores habría sido apenas el principio de varias páginas.
Otro elemento importante es el modo en que el "Diario de Kay Lake" interrumpe el desfilar de horas (apuntadas rigurosamente cada vez) con la primera persona de una mujer dada a las relaciones múltiples, muy jugada en sus acciones, y que actúa como "topo" plantado por Bill Parker para espiar comunistas. Otros condimentos clásicos en Ellroy son las "pruebas" falsas, la elaboración de culpables que no lo son, o las pullas y los sacudones de un enorme grupo de varones que compiten como toros ruidosos en un ruedo. También hay un desfile constante de "trapos sucios" de cada personaje, un elenco de lesbianas, y muy en especial, una descripción del modo en que la guerra pega sobre las comunidades japonesa y china de Los Ángeles.
El estallido de la guerra, tan inmediato, complica todo: "Ahora todo el mundo está obsesionado con los bombardeos y nadie se acordará de si vio algo justo antes de que los despacharan". Los diálogos están sembrados de racismo directo o difuso, típico de la época. También de merchandising: "Llaveros de Hitler e Hirohito. Casquetes judíos con hélices de juguete. Fichas de póquer con la esvástica grabada". Como Dudley Smith es el más semejante a Ellroy de los tres protagonistas, se lo ha mencionado mucho en reseñas o reportajes. Pero los tres pesan parejamente.
Por momentos, es como leer el gran primer libro de un autor mucho más joven. Incluso en los excesos: bajarle cien páginas no le quitaría nada de su peso específico. Muchas de esas páginas (ahí termina el símil con un primer libro) son reverencias a los que otro grande, Stephen King, denominó "los lectores fieles". Dicho de otro modo: la barra, que espera ciertos ingredientes característicos. Por ejemplo, las alusiones al cine. La larga historia erótica con Bette Davis es más el cumplimiento de un sueño de autor que una relación que suene auténtica en el contexto. Un varón secundario, Scotty Bennett, despierta a Dudley Smith, porque tiene que decírselo a alguien: "Me he follado a Joan Crawford". El lector sonríe: ¿es algo que importe tanto, incluso en pleno delirio post-Pearl Harbor? Ellroy suele hundirse más en sí mismo y en las historias cuanto menos atiende a ese grupo.
Si hay algo que saca de las casillas a Ellroy es que lo comparen con Raymond Chandler. Pero en un largo ensayo reciente alaba a Ross MacDonald: "Vivimos vidas de sucesos públicos comprobados y drama interior no registrado -dice-. Somos la infraestructura humana secreta de la historia." Sin falsos pudores, definió en un reportaje: "Los libros que escribo son esfuerzos sobrehumanos de concentración, construcción y pasión". Mucho de ese esfuerzo está en Perfidia. Aunque al mismo tiempo uno se pregunta por los tres libros que seguirán. Una tensión que es la esencia misma de la gran cultura popular.