26.4.10

Los fantasmas de la revolución

El cubano Leonardo Padura desanda los caminos del asesinato de Trotski. Indaga el hecho, crucial para el siglo XX, a través de la víctima y su victimario, Ramón Mercader

Letras libres. La prosa de Padura, cada vez más política.fOTO;fUENTE:Revista Ñ

"Agosto de 1940. Coyoacán. México. "El grito (de Trotski)... removió los cimientos de la fortaleza". Y su muerte, su eco, tan real como simbólico, desnudó las miserias del estalinismo. Ese hecho, con los grises que correspondan, es la llave de El hombre que amaba a los perros, la novela en la que el cubano Leonardo Padura desovilla esta historia crucial, y sobre todo triste, para el sueño de la revolución socialista. El autor tiene un mirador privilegiado para narrar la tragedia. Se para en la misma isla caribeña y se calza el traje de un personaje ficticio, el escritor Iván Cárdenas Maturell, quien en 1977 conoce a un tal López, un enigmático personaje que pasea por la playa dos hermosos galgos rusos, ese hombre dispuesto a confiarle los detalles más profundos de la vida de Ramón Mercader, el verdugo de Trotski. A partir de ese nudo, son tres los personajes que motorizan el relato: Mercader, el comunista español enceguecido por la directiva soviética que lo convirtió en un soldado de la NKVD; Trotski, depositario de la furia de Stalin, que ya viejo y exiliado dará vueltas por el mundo tratando de desnudar a su enemigo, el
sepulturero de la revolución; e Iván, el escritor cubano que representa a la masa, metáfora de una generación y resultado de una derrota histórica que muchos comprendieron tarde. El mismo Padura lo explicita a través de su alter ego: en su intención de entender a Mercader, tenía que entender, mostrar y conocer la magnitud de la víctima. Y todo ello sin dejar de hablar de Cuba, donde transcurre el tiempo real de esta historia, que empieza a escribirse en 1977, un año antes de la muerte de Mercader en La Habana, y termina, si es que le cabe un fin, en este siglo XXI. Va y viene Padura entre sus tres personajes centrales y repite muchos pasajes cruzando sus puntos de vista. Se nota ese esfuerzo que a veces abruma.

En el libro, Liev Davídovich Bronstein, Trotski, es sólo un ejemplo de la furia de Stalin, tal vez el más vital por haber sido un actor crucial de la revolución del 17 y por convertirse con los años en el gran teórico marxista. Pero esa furia también arrasó a figuras como Andreu Nin, el trotskista español que timoneó el POUM, a Erwin Wolf y a los mismísimos hijos de Trotski. Padura también desanda esos vínculos. Lo cuenta tan bien, a veces, que conmueve con la implosión de aquella España ensagrentada por la Guerra Civil, un país que tuvo la Revolución al alcance de la mano y que "sacrificó ese destino porque los dueños del socialismo supremo (los comunistas rusos comandados por el georgiano Stalin )", se volvieron funcionales a las falanges de Franco. ¿Qué hubiera sido de Europa con una España socialista? ¿Qué de la Unión Soviética si Trotski se hubiera impuesto a Stalin? Padura hurga sin ofrecer antídoto en un mundo lleno de mezquindades y delaciones, en el que un titiritero maneja cientos de marionetas, soldados del miedo o de la ceguera. Y nos da su visión de cómo fue que se pervirtió "la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvimos al alcance de la mano". Antes y después del crimen, Ramón Mercader, Jacques Mornard o Jacson, algunos de sus nombres, va dando pistas de ese destino, a veces aceptando sus errores, otras veces negándolos maquinalmente.

En esa evolución de los hechos Iván, el personaje cubano, se va arrastrando hacia la escritura con dolor. Y ese dolor se siente y se transmite en las páginas de El hombre que amaba a los perros. Pasa él mismo de las bonanzas de la Cuba ochentista a las penurias del período especial, tras el fin abrupto de la URSS. Deja en claro Padura que la revolución cubana, que nació 20 años después del asesinato de Trotski, demoró en distanciarse de la manipulación y el ocultamiento de una historia que fue escrita y reescrita a merced del poder. Del mismísimo Stalin. "En Cuba era poca la gente que sabía de Trotski", dice Padura. Tampoco en España entendieron el juego de Stalin a tiempo, y ya era tarde cuando convirtieron a Mercader en el símbolo de un gran error para los comunistas españoles. Eso también lo sugiere el libro. En cuanto a Stalin, a Hitler y al final cantado de la URSS, las profecías de Trotski terminaron por cumplirse. Iván, tal vez Padura, convivió casi 30 años con esta historia lacerante.

Lo nuevo en su obra es la historia de Mercader. En una biografía ficcionada, reconstruye la trayectoria de este hombre que nunca dejó de escuchar el grito de Trotski. También es ameno y exhaustivo el relato del penoso exilio del líder e impactante ese fresco de la URSS de Stalin, capaz de crear un nuevo sistema de explotación, "otra clase de dictadura adornada con la retórica y sostenida en mentiras y miedos". La revolución traicionada escribió Trotski. Y Padura rubrica. Costará en cambio sentir la compasión que siente Iván por Ramón Mercader, moldeado para cometer uno de los crímenes más reveladores de la historia del siglo XX. Tal vez sienta él mismo el soplo de Trotski en la nuca y escriba empujado por ese influjo. Trae muchas respuestas El hombre que amaba a los perros, aunque sea ficción. Pero trae sobre todo preguntas. Podremos pensar cómo hacer la revolución del futuro, pero la pregunta es si, alguna vez, superaremos estos odios. La revolución fue traicionada, y éstos son algunos de sus fantasmas.

El crimen como enigma de la razón

Escrito entre 1922 y 1925, La novela policial, del alemán Siegfried Kracauer, descubre en un género devaluado por el campo cultural de la época razones para filosofar

Siegfried Kracauer.fOTO;fUENTE:Revista Ñ

Pablo De Santis traza, a partir de esta novedad editorial, un apasionante análisis de la lógica del relato policial de ayer y hoy

Por Pablo de Santis

Una de las más famosas anécdotas de la filosofía lo muestra a Tales de Mileto caminando por los campos y tan atento a las estrellas que se cae en un pozo. Entonces oye la risa de una joven esclava. "¿De qué te ríes?", pregunta el filósofo. Y la muchacha le responde: "Pretendes saber lo que hay en el cielo, pero no ves lo que hay en la tierra".

Esta anécdota, que se ha predicado no sólo de Tales sino de otros filósofos de la Antigüedad, revela una imagen que conocemos muy bien: la del sabio un poco excéntrico y distraído. Imagen que bien corresponde al detective, con su eterno divorcio entre intelecto y vida práctica. Auguste Dupin, el detective de Edgar Allan Poe, es un aristócrata en bancarrota que hubiera terminado en la calle de no ser por su amigo, el narrador de sus historias, que lo hospeda en su casa. Legrand, el descifrador de El escarabajo de oro, también de Poe, es otro aristócrata que lo ha perdido todo, y vive en una choza.

¿Qué haría Sherlock Holmes sin el abnegado Watson, que le resuelve los inconvenientes de la vida cotidiana? Al buen Columbo se lo ve siempre desaliñado, incapaz de mandar su impermeable a la tintorería y su viejo coche al mecánico. Su vida práctica descansa en la invisible señora Columbo. Atentos sólo a las constelaciones del crimen, los detectives caen sin cesar en los pozos de la vida cotidiana. Si la caída es fuerte, también en el pozo se han de ver las estrellas.

Elogio de la convención

Siegfried Kracauer escribió su libro La novela policial entre 1922 y 1925. El tema para su época resultaba algo insólito (a pesar de que su maestro, el sociólogo Georg Simmel, también se dedicó a pensar en objetos de la vida cotidiana, alejados hasta el momento de todo interés filosófico). Su corpus es el de la novela-problema, ya que Dashiell Hammett, pionero del género negro, comenzaría a publicar un par de años después. Lee con atención a aquellos autores pródigos en artificios hoy un poco anticuados, como Maurice Leblanc, el olvidado noruego Sven Elvestad, Gastón Leroux o Emile Gaboriau, mientras El candor del padre Brown de Chesterton o El maestro del juicio final de Leo Perutz, raras obras de imperecedero encanto, lo dejan un poco desconcertado. ¿Dónde queda la metáfora del detective como sacerdote, si en Chesterton el detective es efectivamente un sacerdote?

A Kracauer no lo apasionan las fugas de la convención, sino la convención misma. Es en las constantes del género donde encuentra motivos para filosofar, sobre todo en la construcción de un mundo destinado a mostrar el funcionamiento de la razón. La novela policial demuestra que sólo en un ambiente completamente dominado por el artificio puede triunfar la razón, porque en la vida real (acaso ésta es la moraleja secreta de su libro) la razón está destinada a fracasar.

Aunque las novelas de detectives hablen de la importancia de la razón y de lo importuno de los sentimientos, el policial no deja de ser un género romántico.

Muerte y conversación

Para Kracauer, el género aparece con el detective. Otras genealogías lo retrotraen a Edipo rey o al mismo Caín, pero eso es porque se identifica al género policial con el asesinato. El género no nace con el crimen, sino con la desaparición del crimen, es decir, el borramiento del crimen como hecho moral y aun humano, para que quede sólo como problema intelectual, como desafío gnoseológico. Mientras el asesino trata de hacer desaparecer sus huellas, el escritor de novelas policiales trata de borrar al crimen en cuanto tal. El cuerpo muerto es un cuerpo geométrico y tiene un teorema por sudario.

Desde luego, esto molesta a la buena conciencia, y por eso las novelas una y otra vez tratan de hacer desaparecer este matiz intelectual. Así, en muchos policiales de hoy proliferan asuntos que indignan en la vida real (la violencia contra las mujeres, el racismo, la xenofobia). Muy a menudo se aprovecha algo que excita la curiosidad morbosa del lector, como la violencia sexual, pero dando al libro un tono de denuncia, que libera al lector de toda culpa, como quien mira la sangrienta escena de un accidente de autos mientras se convence de que así medita sobre educación vial.

La característica del relato policial no es el crimen: es la conversación. No nace con una muerte violenta: nace con dos hombres que conversan sobre una muerte violenta. Poe retoma el aire de paciencia infinita de los diálogos platónicos. También Sherlock Holmes, en lugar de decirle a Watson la verdad, le da una serie de instrucciones para llegar a ella. ¿Hace falta decir que ese manual de instrucciones es infinito y que el discípulo nunca se recibe de detective? Al fin y al cabo, si los dos se entregan a la pura intelección: ¿quién se ocupará de arreglar los asuntos domésticos? "Watson, golpean a la puerta". "Holmes, golpean a la puerta". Ninguno abriría.

Fragmentos

En un ajado ejemplar de El lagrimal trifulca (revista editada en Rosario por Francisco y Elvio Gandolfo a comienzos de los años setenta) encuentro un artículo de Bertolt Brecht sobre la novela policial. Siempre había oído que a Brecht le gustaba el policial duro norteamericano, pero aquí hay una enfática defensa de la novela-problema y sobre todo de su condición de mecanismo. Pero lo más interesante es que Brecht señala cómo en las novelas policiales los personajes aparecen fragmentados, iluminados por una luz intermitente, no como una totalidad.

Este principio constructivo del personaje obedece por supuesto a una estrategia narrativa: si supiéramos todo de todos los personajes, sabríamos cuál es el asesino. Pero a la vez este rasgo de la novela termina convirtiéndose en una teoría sobre las relaciones humanas. Las novelas susurran en nuestros oídos: no conocemos realmente a nadie, vemos a todos de un modo intermitente, hasta los más cercanos pueden guardar un secreto que escapa a nuestra conciencia.

Muchos relatos llevaron esta duda, que se pregunta por los otros, al mismo yo. Así a menudo es el mismo detective el que emprende una investigación que cree ajena y termina cumpliendo con el mandato oracular del "Conócete a ti mismo". Así ocurre con el detective de El angel caído, de William Hjorstberg. Encargado de buscar en Nueva Orleáns a un legendario músico de jazz, Harry Angel termina haciendo una indagación sobre su propia identidad. También los héroes de Paul Auster en las novelas de la Trilogía de Nueva York se descubren a sí mismos en los vericuetos de su investigación.


Erik Lönnrot, detective inventado por Borges en el cuento La muerte y la brújula, se da cuenta recién al final de que él no es, como creía, el observador impersonal de procesos lógicos, sino alguien que pertenece también al mundo de la pasión. Para Kracauer, la figura del detective está en espejo con la del sacerdote. (Ajeno a la física y judío, toma de la física atómica y del catolicismo sus metáforas). El detective, como el cura, es célibe y debe poner en contacto una esfera superior con una inferior. Pero su gran hallazgo es cuando descubre el lugar esencial del policial, el centro político y poético de la trama: el hall del hotel, donde los destinos se cruzan. En su capítulo "El vestíbulo del hotel", Kracauer compara ese espacio con la iglesia. Allí la sociedad se reúne y el sacerdote-detective actúa para poner en escena la ceremonia de la razón.

Desde luego, hay otros halls de hotel posibles, y tanto Agatha Christie como P.D. James saben como amueblarlos: hospitales, trasatlánticos, islas desiertas. Una vez más, lo que es una convención práctica (qué mejor lugar para reunir a personajes que apenas se conocen que un hotel) se convierte en metáfora de la vida.

Columbo es una rara cruza entre el detective de la novela inglesa y el héroe moral de la novela dura norteamericana. Para él la inteligencia no es un don, lo dado, sino algo que laboriosamente se construye. Su insistencia con los sospechosos ("Si me permite, tengo una última pregunta") es una puesta en escena de su visión del trabajo detectivesco donde ocupa un lugar esencial el empeño.

En uno de sus casos, a Columbo le toca investigar una muerte que involucra a los miembros de un "club de genios" en el que sólo son aceptados los que tienen un altísimo coeficiente intelectual. Para el principal sospechoso, presidente del club, Columbo no es un rival de cuidado. El detective admite que la diferencia intelectual entre ellos es muy marcada. Sin embargo, le dice, no está dispuesto a darse por vencido. Cuando comenzó su carrera como detective se dio cuenta de que en el departamento de policía había gente mucho más inteligente que él. Comprendió que sólo con un extraordinario esfuerzo podría estar a la altura de sus compañeros. Por eso se acostumbró a pedir más de sí mismo. Y por eso finalmente logra atrapar al culpable, aunque sea el presidente del Club de los Genios.

Pero esa insistencia de Columbo no pertenece sólo al mundo moral, sino al gnoseológico. Cuanto más se prueba, más posibilidad hay de encontrar la respuesta correcta. El hacerse el tonto es el arma más sofisticada de la inteligencia. "Si el tonto persistiera en su necedad, se volvería sabio", escribió el visionario William Blake.

Cuartos cerrados

La parte de la filosofía más afín al relato policial es la lógica. La lógica estudia las reglas del pensamiento, y el detective, por intensa que sea su intuición, sabe que debe actuar por reglas. En los libros elegidos por Kracauer, importa más el cómo que el quién. En un plano de psicología funcional, cualquiera puede cometer el crimen; lo que importa es cómo pudo ser posible lo imposible.

Los relatos policiales de esa época tienen dos formas esenciales, cuyo encanto sigue intacto. La primera es el crimen del cuarto cerrado, como El doble crimen de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, o El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux.

El problema lógico que plantea es cómo, dentro de la información dada, que parece cubrir todo el espectro de lo real, queda un hueco que permite hallar una realidad distinta. El cuarto cerrado plantea la pregunta: cómo conocer más allá de la apariencia.

La otra es el crimen en serie. Hay una serie de asesinatos de personas no vinculadas entre sí, pero alguna señal permite ligar estos asesinatos en una precisa constelación.

Así ocurre en El crimen de la guía de ferrocarril, de Agatha Christie, en La muerte y la brújula, de Borges, en Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez. La pregunta ya no es cómo es posible lo imposible, sino qué sentido tiene: cómo descifrar el mensaje hecho de muerte.

La novela de Martínez es además una reflexión sobre la serie, en ese caso la serie matemática. En su novela (y también en su ensayo Borges y la matemática) aparece una impugnación a la teoría que leemos en el final del cuento de Borges, de que dados tres elementos de una serie, se puede predecir el cuarto. Lo que observa Martínez es que dados tres elementos, no hay una única respuesta para el cuarto. El filósofo Ludwig Wittgenstein hubiera estado de acuerdo con él: alguna vez propuso la serie 2, 4, 8, 93, sugiriendo así que cualquier elemento puede ocupar el cuarto lugar, porque siempre puede inventarse una regla que lo justifique.

Wittgenstein era muy aficionado a las novelas policiales. Sin embargo, con excepción de Chesterton y de Agatha Christie, no le gustaban los relatos de enigma. Se hacía enviar por correo la revista norteamericana Smiths & Street's Detective Stories Magazine, cuyos protagonistas eran detectives duros, más afines a las trompadas que a los delicados razonamientos. Su autor favorito era el hoy olvidado Norbert Davis (1909-1949) autor de Rendez vous with fear. Los héroes de Wittgenstein eran los hombres de pura acción, que no salían del mundo de la apariencia a través del desciframiento, sino de la irrupción y la violencia. La apariencia no es un código para descifrar, sino un telón que hay que desgarrar.

Amnesia

El detective clásico vive el enigma como un modo de huir de sí mismo. Cuando el enigma se demora, aparece el tedio. Son famosas las escenas de la casa de Baker Street, con Holmes fumando la pipa y Watson leyendo el periódico. A través de las características de esta espera, Kracauer opone la figura del detective a la del aventurero. El aventurero es el héroe que sale en busca de la aventura, mientras el detective la espera. El aventurero se levanta con el alba y salta del lecho apenas abre los ojos.

Los detectives no. Sherlock Holmes se levanta muy tarde, Hércules Poirot pasa horas acicalándose antes de presentarse en sociedad. Tienen, en el fondo, temperamento de artista: la oscilación entre la actividad frenética y el derrumbe. El aventurero es la memoria viva de todas sus peripecias. Encuentra su identidad en el largo camino que lo ha llevado hasta allí. Su personalidad ha sido modelada por los acontecimientos. El detective, en cambio, es puro olvido.

Los acontecimientos no lo modifican: él es siempre el mismo, hasta el punto que puede olvidar sus viejos casos. "La concentración mental intensa tiene una curiosa manera de borrar lo ya pasado", le dice Holmes a Watson. "Cada uno de mis casos desplaza al anterior". En esto el lector acompaña al detective en su capacidad de olvido.

Las novelas de aventuras, que siguen el tipo del "camino del héroe", con una meta, colaboradores y obstáculos, son fáciles de recordar. Pero de las novelas policiales recordamos poco y nada, salvo al detective.

Para Platón, conocer es recordar; para Kierkegaard, conocer es repetir. Para Holmes, y para todos los lectores aficionados al género, conocer es olvidar.

Kracauer Básico
Francfort, 1889-Nueva York, 1966.
Filósofo

Fue uno de los teóricos más influyentes del movimiento que generó la Escuela de Fráncfort. Filósofo, sociólogo y teórico del cine, se dedicó al estudio de los fenómenos marginales de la cultura, generando una novedosa concepción del campo cultural del siglo XX. Entre sus obras se destacan De Caligari a Hitler, Jacques Offenbach o el secreto del Segundo Imperio y El ornamento de la masa. La novela policial constituye uno de los primeros ensayos sobre un género literario menospreciado por la intelectualidad de la época.

21.4.10

Ledesma:"Me dije: ¿sabrías volver a escribir con instinto?"

"Esa lágrima que te regala el entrevistado, la confesión... eso no tiene precio", comenta sobre el periodismo

Francisco González Ledesma, abogado, periodista y escritor.fOTO:ROSER VILALLONGA.fUENTE:lavanguardia.es

"Un clásico y un maestro, de la novela y del periodismo. Francisco González Ledesma (Barcelona, 1927),reciente Creu de Sant Jordi, firmó con el nombre de Silver Kane, casi 400 novelas del oeste. Año 1952. Por cada una -que valía dos pesetas- le daban 150. Ahora, él -que en el ejército fue tirador de primera y oficial de caballería- ha resucitado el nombre convirtiéndolo en personaje. La dama y el recuerdo (Planeta) le ha devuelto, dice, su juventud y la épica del oeste.

Volvió con Silver Kane.
Yo me sentía muy viejo. Tenía la sensación de haber perdido la frescura, la fuerza narrativa. Pensé: ¿sabrías volver a escribir por instinto, como antes? Animalada.

Usted lo creó para sobrevivir.
Totalmente. Yo era un abogado que trabajaba de pasante sin cobrar, hijo de una familia humilde de Poble Sec. Realidad triste. Pero tengo la teoría de que si el mundo en que naces te acaba por gustar, nunca llegas a escribir.

Y se inventó un mundo.
Un mundo pequeñito, con hambre física. Luego llegó el Premio Internacional de Novela y me creía que ya era un hombre. ¡Qué va! Vino la censura y se lo cargó: "Mientras el caudillo viva, usted no publicará". Y así fue.

"Rojo y pornógrafo" rezaba en su ficha.
Les dije: "rojo" lo entiendo, soy un niño que perdió la guerra, pero pornógrafo ¿por qué? Me hablaron de una secuencia -que para mí era una de las más tiernas- donde un chico posaba su mano sobre la rodilla de la chica. ¿Cóomoo? "Pues eso, ya se adivina que quiere subir más", zanjaron.

Su propuesta puede incomodar: chica frágil busca "protección" de hombre duro y tierno.
Sí, van a decir que es machista. Pero es que el mundo del oeste era así, yo llegué a convivir con aquellos indios. Ahora se ha perdido la hombría.

¿Se arrepiente de algo?
Hice muchas tonterías como abogado. Bruguera era cruel y me pedía que el autor de un libro dejara de ser propietario de sus personajes. Y eso con Víctor Mora, con Vázquez, con Peñarroya...

Por eso lo dejó.
No me sentía en paz. Sufrí muchísimo porque aquella gente eran mis amigos. La barbaridad fue aguantar tanto. Me levantaba por la mañana y no quería mirarme al espejo, volvía casa y mi mujer escondía los niños. Siempre le agradeceré que alertara, siempre.

Entonces ustedes eran ricos.
Pues sí, pasé de millonario -tres coches, dos criadas, un piso de 400 metros cuadrados- a libre. Decidí irme de redactor eventual a El Correo Catalán y pasé de cobrar entre medio y un millón al mes a 5.000 pesetas. Dije "basta".

Ya era periodista vocacional.
Sólo le diré que, cuando tenía cinco años, mi tío, un redactor de La Vanguardia, de los baratitos, me llevaba de la mano a ver la rotativa. Y ese ruido me fascinaba.

¿Qué gremio le decepcionó antes: políticos o periodistas?
La política. Yo estaba acostumbrado, en mi barrio pobre, a que la política era puro ideal, el "Visca Catalunya lliure!" era real, y el empleado capaz de ir a la huelga hasta la muerte también.

En Francia le quieren mucho.
Allí la gente vive más en la librería y encuentro afinidades políticas. Porque yo era de izquierdas, ahora ya no sé... Era una persona dispuesta a coger un fusil ¿eh? por defender el ideal de la gente que había visto morir en la calle ¡y ahora los falangistas denuncian a Garzón! No entiendo nada.

¿Qué le hundió moralmente?
Felipe González. Los comunistas iban a la cárcel pero éste no iba nunca, ni con corrupción. Hoy, la política ya no ofrece riesgos. No les creo, ninguno es sincero.

Fue amigo de Adolfo Suárez.
Sí, me recibía en la Moncloa con frecuencia y me decía "cada día me apunto lo que he hecho mal, yo no estoy preparado para ésto". Lo decía con buena fe y con temor. Ahora, el tripartito, no tiene ni categoría política ni humana.

El periodismo le curó, dice.
Fue mi pasión. En una redacción hay gente indeseable y gente maravillosa. Y esa lágrima que te regala un entrevistado, esa confesión en el bolsillo al volver a redacción... eso no tiene precio.

Su hijo ha seguido su estela.
Es mucho mejor que yo.

Díga algo que le rebele.
¿Cosas que me joroban? Yo escribo bien el catalán, muy bien, mejor que el president de la Generalitat, seguro. Pero la primera poesía que me emocionó fue en castellano. Te crías en un idioma y te consideran un escritor enemigo de Cataluña. ¡Eso es una idiotez!

¿En qué o en quién cree?
En personas. Y punto. A algunas las miras a los ojos y te dan ganas de abrazarlas, a otros les miras fijamente y te asustas.

¿Se teme menos a la muerte?
La veo con mucha más naturalidad. Incluso piensas que puede ser útil... Una tontería: he dado mi cuerpo a la ciencia. yo no quiero entierros. Y además, mientras tenga trabajo no me moriré. He pasado horas en autopsias, sé hacer un lazo de ahorcado, estoy familiarizado, incluso me sorprende haber llegado a esta edad: hambre, sufrí tuberculosis.

¡Pero mire a Semprún, 86!
De la necesidad nace el milagro. Un tío que ha estado en Buchenwald, o se moría entonces o ya llegará viejo, ¡y a viejo sabio! Yo tuve suerte: con diez años estar a pico en un refugio. Cuando no podía con los sacos de arena me decían "¡aquí falta un hombre!"... Volví hace poco al Poble Sec y recordé eso, no sé, fue una idiotez, casi lloro... 'aquí no teniu un home, teniu un vell', les dije. Se me había pasado la vida.

19.4.10

Autores de Novela Negra: Lynda La Plante

Ante Lynda La Plante (Liverpool, 1946) hay que hacer una genuflexión. Creadora de la mítica serie de la cadena británica ITV Prime Suspect, protagonizada por Helen Mirren (quien llegó a idolatrar de tal manera a su personaje, la Inspectora Jefe Jane Tennison, que, siendo ya una estrella, organizaba su agenda para poder rodar las últimas entregas), La Plante ideó un formato televisivo único que otros han imitado sin tanto éxito: Temporadas de dos o tres episodios en los que se investiga un único caso. Su labor creativa es tan apabullante que resulta difícil saber qué escribe primero: si las novelas o los guiones. Hace unas semanas se ha anunciado el proyecto de un remake americano de Prime Suspect y se rumorea que su protagonista podría ser Julianne Moore.

(Nota (6/3/2010): La NBC ha anunciado la cancelación del proyecto, al no haber encontrado a la actriz protagonista indicada para interpretar al personaje de Jane Tennison).

Widows, Bella Mafia o Trial & Retribution, son algunas de las producciones de esta genuina Dama del Crimen que acaba de publicar en España Más allá de la sospecha (Editorial Viceversa), la primera obra de una nueva serie narrativa protagonizada por otro personaje femenino, la joven e inexperta Anna Travis, a quien encontramos recién incorporada al cuerpo de la Policía Metropolitana de Londres. Los fanáticos de La Plante ya ven esta saga policial como una especie de precuela de Prime Suspect.

Soy un gran admirador de tu trabajo. Tu serie Prime Suspect es estupenda y, para muchos, el mejor papel de Helen Mirren. Es inevitable comparar a Anna Travis con la Inspectora Jefe Jane Tennison de tu gran obra maestra. Además de la juventud y la experiencia, ¿qué otros aspectos crees que las diferencian?

Al comienzo de Prime Suspect Jane Tennison tiene casi cuarenta años, adquirió su rango tras muchos años de experiencia, comenzando su carrera vistiendo uniforme. Se había visto obligada a enfrentarse con mucha discriminación, especialmente cuando trabajaba en la brigada móvil. Cuando fallece su antecesor en el cargo y debe ocuparse de resolver su primer caso, no sólo muestra sus fortalezas y debilidades, sino que también se obsesiona por hacer un trabajo que garantice la condena del culpable. Al final acaba ganándose el respeto y asegura su posición dentro del equipo de investigación.

Por el contrario, Anna Travis nunca ha usado el uniforme de policía, no ha trabajado en ninguna investigación y su rango proviene del resultado de las prácticas en la Universidad. Es una graduada de Oxford muy inteligente, pero sin experiencia. Lo que nos plantearemos con Travis es si su formación la hace digna para ocupar el puesto y, claro, su capacidad de adaptación y aceptación por parte de sus colegas. Ya no se trata de mostrar la discriminación que Jane Tennison tuvo que conquistar, que queda un poco bajo la superficie, sino de descubrir cómo es el día a día de una investigación de asesinato y el efecto que tiene sobre su vida personal.

¿Los desafíos para las mujeres policía son diferentes desde la época de Prime Suspect? ¿Sigue siendo un mundo tan masculino? Anna tiene problemas para integrarse. Su atracción hacia el principal sospechoso le complican aún más el trabajo. ¡No se lo pones fácil!

La Policía Metropolitana sigue siendo un mundo muy masculino. En Prime Suspect, Tennison sorprendía a sus colegas por el manejo de las heridas de las víctimas en la morgue. Su prioridad era la de comprobar las huellas en las muñecas de las víctimas. La ingenua Travis, sin embargo, al no haber asistido nunca a una autopsia, reacciona… ¡desmayándose! Constantemente muestro su falta de experiencia y los lectores pueden ir descubriendo aspectos del crimen a través de sus reacciones.

¿Por qué decidiste crear a Anna Travis a través de la literatura y no con una producción televisiva? ¿Tal vez querías profundizar más en los personajes?

El goce de escribir novelas es poder liberarme de las limitaciones a causa del presupuesto. Como también soy productora de mis programas de televisión, tengo consciencia de los costes. La adaptación de Más allá de la sospecha ha sido extremadamente difícil debido a las decisiones que debí tomar, como la reducción de localizaciones, por ejemplo. Y, como bien dices, escribir novelas me permite dar mucha más profundidad a los personajes.

El trabajo en equipo es importante para resolver el crimen. En la policía no se permite la individualidad. Nos lo enseñaste en Prime Suspect y es un tema constante en la novela. ¿También aplicas esa fórmula como creadora y productora de televisión?

Creo que el único momento en que puedo decir que el guión es mío es el día que lo termino de escribir. Inmediatamente se convertirá en la herramienta de trabajo del equipo. Siempre habrá un director que ofrezca su opinión y también se comprueban todos los detalles a través de un equipo de investigación.

Escribir novelas te permite mayor libertad creativa pero, ¿no echas de menos a ese equipo?

Me encanta la libertad creativa y nunca dejo de lado el trabajo con otras personas, porque normalmente, mientras escribo, estoy dedicada también a la producción.

En la historia de la literatura se han cometido tantos asesinatos que parece imposible crear nuevas historias que sorprendan. ¿Cuál es tu inspiración?

Mi inspiración es pensar que la verdad es más extraña que la ficción. Mis historias están siempre basadas en crímenes reales. He de encubrir a los personajes y los lugares donde transcurre la acción para poder llevar el caso a un libro o a una película. Los periódicos revelan cada día elementos sorprendentes que pueden tener ecos de asesinatos del pasado, pero siempre hay que buscar una nueva perspectiva.

¿Has descubierto por qué nos gustan tanto las historias criminales? Muchas personas las encuentran adictivas…

Creo que la adicción a las novelas, al cine o a las series sobre asesinatos viene dada por la idea de que los hechos que se narran son lejanos a nosotros. A la mayoría de la gente le gusta hacer de detective. La parte difícil para el escritor es asegurarse de que los lectores se mantengan alejados del desenlace para que no logren responder enseguida a la mítica pregunta "¿quién lo ha hecho?". No hay nada más aburrido que leer o ver un episodio de televisión y saber quién es el culpable a los diez minutos. La idea de pensar "comienza el juego" es parte de la razón por la que es -y siempre ha sido- tan interesante el género criminal.

Fuiste la primera guionista que detalló el procedimiento policial de manera realista. En alguna ocasión has dicho que tus guiones tienen las huellas dactilares de la policía por todas partes. ¿Alguna vez tuviste problemas por revelar el procedimental?

Nunca, en todos los años que he trabajado estrechamente con la Policía Metropolitana, han tenido reparos en revelar sus métodos. Por el contrario, siempre he encontrado a los oficiales ansiosos por colaborar para que la ficción reflejara su trabajo de manera fidedigna. Siempre he prestado atención a los detalles y nunca he llegado a tomarme licencias dramáticas.

En tus historias tienen mucho peso la carga psicológica. Hay mucha profundidad en los personajes, los sospechosos… Incluso en la reconstrucción de los hechos se investiga con detalle la vida y personalidad de la víctima, algo no muy común en la ficción criminal (está muerto, no importa, no habla, ya sabes). ¿Tienes asesoramiento profesional para obtener esa información de carácter psicológico?

Aprovecho el asesoramiento en cada aspecto argumental. Las medicinas forense y de patología son muy importantes y sus avances en descubrimientos científicos estan produciendo cambios constantemente. Si estoy escribiendo sobre un asesino sociópata, paso tanto tiempo como sea posible con los terapeutas y las autoridades penitenciarias a fin de poder conseguir una comprensión total del aspecto psicológico del criminal.

Acabamos de descubrir a Anna Travis en España. ¿Cuántas novelas ha protagonizado ya? ¿Cuál es la evolución del personaje?

En estos momentos estoy trabajando en la sexta novela con Anna Travis, que está creciendo, se está convirtiendo lentamente en Jane Tennison o en una mujer como ella.

Existe también una versión para televisión con el mismo formato que Prime Suspect, que es el perfecto para estas historias, como se ha podido comprobar con la adaptación de los casos de Wallander, protagonizada por Kenneth Branagh. Has encontrado la fórmula ideal. ¿Seguirás adaptando las novelas de Travis o vas a crear historias originales para la televisión?

Debido al éxito de The red dahlia, (la segunda entrega realizada sobre el personaje, ya emitida en Gran Bretaña), estoy adaptando Deadly Intent para la ITV, que será protagonizada por el mismo reparto. Así que todavía tenemos material con el que trabajar, antes de crear historias originales.

José A. Muñoz

fOTOS;fUENTE:Revista de letras

7.4.10

La ira de Jim Thompson

Sus novelas están llenas de personajes al límite -el mismo límite en el que transcurrió gran parte de su vida


Por: Guillermo Altares

30970_thompson_jim "Hay editoriales con las que un lector contrae una deuda de por vida y que, cuando desaparecen, dejan un rastro imborrable en las librerías personales. Una de ellas fue Bruguera y su inolvidable colección de Bolsillo Libro amigo. Allí estaba sencillamente todo lo que un aficionado a la novela pueda desear. No recuerdo si las traducciones era buenas, malas o regulares, pero sí se apelotonan en mi memoria decenas de títulos, desde Italo Calvino a Graham Greene y, sobre todo, la mejor novela negra americana. Y allí estaba, naturalmente, Jim Thompson, del que ahora RBA rescata dos importantes títulos en su Serie negra: Hijo de la ira y El asesino está dentro de mí, que está a punto de llegar a las librerías.

Su obra maestra es 1280 almas, una de las grandes novelas negras de todos los tiempos -Paco Camarasa, el responsable de la estupenda librería barcelonesa Negra y Criminal, la pone muy arriba en su lista de imprescindibles-, que Bertrand Tavernier adaptó al cine ambientada en el Senegal colonial con Philippe Noiret e Isabelle Hupper bajo el título de Coup de torchon.

Autor de casi treinta novelas, Jim Thompson (1906-1977) se ganó la vida como periodista y guionista (escribió dos de las grandes películas de Stanley Kubrick, Atraco perfecto y Senderos de Gloria aunque en ambos casos el genio le robó el crédito) y no llegó a alcanzar nunca la fama literaria en vida (pese a que una de sus obras, La huida, fue llevada al cine por Sam Peckinpah). Sin embargo, poco a poco, sus libros fueron ganando adeptos y prestigio hasta convertirse en clásicos.

Sus novelas están llenas de personajes al límite -el mismo límite en el que transcurrió gran parte de su vida--, son de una violencia terrible y representan una crítica despiadada de la América despiadada en la que creció (una visión llena de ira y de inteligencia, de realismo sin cuartel ni concesiones). Hijo de la ira fue su último libro y destila todos los temas de su obra, mientras que El asesino está dentro de mí, el título lo dice todo, es una de sus obras más conocidas. Adentrarse en el mundo de Jim Thompson no es sencillo y no siempre es agradable, pero desde luego es apasionante: es más que una experiencia literaria, es una extraordinaria experiencia humana."

tomado de Papeles perdidos