28.8.13

Por Jerusalén de la mano de Michael Ohayon

A través de las seis novelas de la serie –la prematura muerte de su autora, doctora en Literatura Hebrea por la Universidad de Jerusalén donde ejerció la docencia durante más de 20 años, nos privó de seguir disfrutando del detective y sus andanzas- vamos descubriendo Jesusalén, las paradojas y los conflictos de la sociedad israelí, las divisiones étnicas, sociales y religiosas, el racismo, las crisis ideológicas, los campos de refugiados palestinos …

Jerusalén, ciudad de encantos, de profundas contradicciones, sociales, raciales, étnicas./elpais.com
Se ha cometido un crimen en pleno “sabath” en Jerusalén. La asesinada es la prestigiosa psicoanalista Eva Neindorf. Entra en escena un hombre alto, de aspecto juvenil, en torno a los cuarenta, “con unos ojos oscuros y penetrantes, situados sobre unos pómulos marcados y bajo unas cejas largas y espesas”… Es el superintendente de la Policía de Jerusalén Michael Ohayon. Este es el planteamiento de El asesinato del sábado por la mañana (Siruela, 1998), primera novela de la serie del inteligente inspector, escrita por la autora israelí Batya Gur (1947-2005) y que hoy protagoniza la entrega de Los detectives de nuestra vida. 
Poco a poco vamos conociendo a nuestro detective: de origen marroquí (llegó a Jerusalén con tres años), de familia humilde, es un hombre culto, doctorado en Historia Medieval, cuya trayectoria profesional en el mundo académico se vio truncada por un matrimonio fallido y el nacimiento de su hijo Yuval; está dotado de una paciencia, sensibilidad y poder de seducción ( “la niña de los ojos de todas las mujeres del Control” ) que lo convierten en un hombre tremendamente atractivo. Apreciado por sus compañeros Eli y Tzilla, Balilty, por su jefe Shorer, con los que les une un profundo afecto… Y Jerusalén como telón de fondo.
A través de las seis novelas de la serie –la prematura muerte de su autora, doctora en Literatura Hebrea por la Universidad de Jerusalén donde ejerció la docencia durante más de 20 años, nos privó de seguir disfrutando del detective y sus andanzas- vamos descubriendo Jesusalén, las paradojas y los conflictos de la sociedad israelí, las divisiones étnicas, sociales y religiosas, el racismo, las crisis ideológicas, los campos de refugiados palestinos … todo ello aderezado con grandes dosis de erudición, porque Batya Gur convierte a Ohayon en una especie de alter ego y a través de él, de sus ojos y sus oídos, y de su amplia cultura vamos descubriendo en cada caso el funcionamiento de mundos cerrados, con sus propias reglas, de sociedades aisladas, a veces inexpugnables.
Batya Gur, laica (como Ohayon), fumadora empedernida (como Ohayon), fue una mujer progresista y partidaria de la paz con los palestinos. En El asesinato del sábado por la mañana uno de los implicados es Alí, un palestino que vive en Dehaisha: “Ohayon se estremeció al pensar en las degradantes condiciones de aquel campo de refugiados, que estaba solo a media hora de Jerusalén”. Ohayon es un hombre moderno que no aspira a cambiar el mundo que le rodea pero sí a que sea más igualitario, más justo, más comprensible.
En su segunda novela, Un asesinato literario (Siruela, 1999), nuestro detective se sumerge en el mundo de las letras. El escenario en este caso son los ambientes literarios de Jerusalén- escenario que la autora conocía perfectamente. Hay quien dice incluso que los lectores intentaban adivinar en qué personajes de la sociedad israelí se inspiraba- donde el arte bien justifica el crimen.
En Asesinato en el kibbutz (Siruela, 2000), tercera de la serie, Ohayon nos introduce en un kibbutz, esa organización tan cerrada, tan tupida. Lentamente vamos descubriendo sus secretos, las contradicciones de su estilo de vida espartano y complejo, el modelo asambleario en declive, las complicadas estructuras familiares.
Un asesinato musical (Siruela, 2001), nos lleva al mundo de la música clásica donde la clave está en el descubrimiento de un antiguo réquiem barroco. Asesinato en el corazón de Jerusalén (Siruela, 2003) transcurre en un barrio de la ciudad, donde muere asesinado un ciudadano yemení. El microcosmos que describe en ese barrio bien podría condensar la realidad israelí.
Su última nóvela, Asesinato en directo (Siruela, 2007) tiene como escenario la televisión estatal israelí, con sus tensiones políticas, la corrupción, las divisiones étnicas, con un asesinato impune de prisioneros durante la guerra del Yom Kipur como telón de fondo y la “omertá”, el pacto de silencio que, protagonista en casi todos los casos, aquí es aún más evidente: “-No sé si podré callármelo -dijo Michael finalmente-. No sé cómo va a ser posible vivir con un secreto como éste. -¡Ya lo creo que va a ser posible! -le dijo Shorer, ahora con pena-. ¡Y de qué manera! No vas a decir una palabra -afirmó cada vez más apenado. Y tras un breve silencio añadió-: ¿No ves que estamos evolucionando? Cada vez somos capaces de callarnos más cosas.”
Mundos complejos, mundos cerrados, lejos de los bajos fondos, generalmente respetables, que se enfrentan al crimen, en muchos casos cometido por “uno de los nuestros”, donde los recelos, las susceptibilidades, las suspicacias llevan a los protagonistas a mirar a su alrededor en busca de un octavo pasajero, de ese Alien que se ha introducido subrepticiamente para desmoronarlo todo y echarlo a perder. (La metáfora no es mía, Batya Gur nos la pone en bandeja en la primera novela de la serie cuando Ohayon y su hijo van al cine a ver la película de Ridley Scott). Sin embargo, el superintendente consigue romper esos pactos de silencio con un profundo conocimiento del alma humana y su peculiar forma de saber escuchar y observar al que tiene y lo que tiene enfrente.
La destreza literaria de Batya Gur y sus interesantes tramas trascienden más allá del género y, de la mano de Ohayon, descubrimos un crisol de culturas, lenguas y etnias y una sociedad en conflicto, profundamente viva. Y sobre todo, y como una protagonista más, la maravillosa ciudad de Jerusalén.
Y, a medida que avanza, vamos queriendo más al detective. Con Ohayon evolucionamos, con Ohayon sufrimos, con Ohayon maduramos: sus crisis profesionales (sus dudas por haber aceptado un trabajo tan sórdido en lugar de haberse trasladado a Cambridge a continuar sus estudios históricos); su profunda relación con su hijo Yuval, desde que es un adolescente y recrimina a su padre sus constantes ausencias hasta que es un joven reservista del Ejército que se enfrenta a terribles conflictos; sus amores; su deseo de paternidad tardía… Y con Ohayon aprendemos (de literatura, de música, de arte, de historia, de psiquiatría, de las diferencias, tantas y tan contenidas en una sociedad como la israelí).

22.8.13

Herejes: Padura, o la mezcla perfecta de novela histórica, social y policíaca

Y ahí entra un Mario Conde más desengañado y cínico que nunca. Una figura algo desesperada pero no desesperanzada que es contratado por el hijo de Daniel, Elias, un judio neoyorquino, artista, grandote y honesto que quiere saber qué pasó con el lienzo y, aunque no lo confiese, quién se lo quedó y mandó a sus abuelos y a su tía Judith a la muerte

El S.S. Saint Louis  fondeado en el puerto de La Habana, en 1939, esperando permisos./elpais.com
En 1939 el S.S. Saint Louis estuvo fondeado varios días frente a La Habana. En él viajaban novecientos judíos que tenían la esperanza de encontrar en Cuba un lugar del que escapar de la barbarie nazi. La familia del niño Daniel Kaminsky, que esperaba en la orilla con su tío Joseph, tenía un as en la manga para conseguir quedarse: un pequeño lienzo de Rembrandt que había pasado de generación en generación y con el que tenían la esperanza de comprar a las autoridades cubanas. Pero nada salió bien, los judíos fueron enviados de regreso a una muerte segura en Europa y el cuadro desapareció.
Ese es el fascinante y crudo punto de partida de Herejes, la última novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955) que Tusquets publica el 28 de agosto y de la que hoy ofrecemos en exclusiva el adelanto del tercer capítulo
En 2007, un descendiente de aquellos judíos pide a Mario Conde, ex policía, librero y a veces detective, que aclare qué ha pasado con el lienzo, que aparece en una subasta en Londres. Nos embarcamos entonces en una aventura que no da respiro, un relato del dolor de los judíos a lo largo de los siglos, de la desesperación de los cubanos, de la avaricia y la desdicha. La mejor novela de las ocho que ha escrito Padura con Conde como protagonista.
Herejes es una novela sobre el dolor. El de la pérdida de los seres queridos, el de la pérdida de la esperanza, de las ilusiones. El dolor del desarraigo, de la frustración por no poder ser lo que se quiere. Se trata de una obra compleja, con saltos temporales, de la Cuba de la década de los 50, a la de los primeros años revolucionarios, pasando por el Amsterdam del XVII, con su efervescencia pictórica y su tolerancia religiosa. Escenarios de cambio político y social elegidos y combinados de manera magistral por el autor de El hombre que amaba a los perros (Tusquets), que viaja hasta esos Países Bajos que siguen luchando contra España para explicar el origen del lienzo pintado por el gran maestro holandés, que usa como modelo a un judío que se rebela contra las prohibiciones de los suyos. Porque Herejes es también eso: un conjunto de seres que luchan contra la dictadura en todas sus formas, que buscan la libertad individual por encima de cualquier cosa.
Conde, más melancólico, más enfadado, mejor
Y ahí entra un Mario Conde más desengañado y cínico que nunca. Una figura algo desesperada pero no desesperanzada que es contratado por el hijo de Daniel, Elias, un judio neoyorquino, artista, grandote y honesto que quiere saber qué pasó con el lienzo y, aunque no lo confiese, quién se lo quedó y mandó a sus abuelos y a su tía Judith a la muerte. Conde, que se define como “un comemierda con dos doctorados” acepta el encargo para ganar unos buenos dólares, pero dice de sí mismo: “Yo no soy detective. Fui policía y ahora no soy nada”.
A través de los personajes, la obra analiza más y mejor que otras anteriores de la serie la situación de Cuba y la pérdida progresiva de toda esperanza.
“A sus 54 años cumplidos Conde se sabía un pragmático integrante de la que años atrás él y sus amigos calificaran como la generación escondida, los cada vez más envejecidos y derrotados seres que, sin poder salir de la madriguera habían evolucionado, (involucionado, en realidad) para convertirse en la generación más desencantada y jodida dentro del nuevo país que se iba configurando. (...) Apenas les quedaba el recurso de resistir como sobrevivientes”.
¿Y qué país es ese? Pues uno que ha ido de la esperanza al desencanto, la miseria, el ahogo y la corrupción. O, en palabras de Conde:
“Coño, Manolo, me parece que voy a cumplir cien años. No entiendo ni timbales.Tanto que nos jodieron la vida con, el sacrificio, el futuro, la predestinación histórica y un pantalón al año, para llegar a esto…”
Para los fans del que fuera 10 años policía en La Habana, tranquilidad: sigue siendo un amante de los libros, sigue soñando con escribir esa novela parecida a las de Salinger, sigue disfrutando de la vida con las comilonas que prepara la madre de Carlos El flaco y “hablando mierda” con los amigos y sigue, aunque él no termine de comprenderlo, con la apabullante Tamara.
Padura
           Leonardo Padura entre burgueses neerlandeses del siglo XVII
El mayor mérito de la novela es que, al tiempo que disfrutamos del mejor Conde, nos muestra con crudeza y realismo lo peor de la persecución y las matanzas de judíos en el siglo XVII, una narración conseguida a partir de “una exhaustiva investigación histórica y con documentos históricos de primera mano”, en palabras del propio Padura, y nos mete de lleno en la realidad cubana, compleja y dura.
No se puede contar mucho más sin estropear la trama. Sólo decir que en la resolución de las historias, como en cada novela de Conde, como en la vida, hay una dosis de dolor y otra de esperanza. Y los protagonistas no escapan impunes. Que la disfruten.

21.8.13

La novela negra está de luto

Elmore Leonard fallece en Detroit a los 87 años. El prolífico autor que dignificó la intriga policial derribó las fronteras entre la alta y la baja literatura

El escritor Elmore Leonard, en una imagen de 1996. /Marta Lavandier./elpais.com
 
Elmore Leonard, autor de medio centenar de novelas de género, ha fallecido a los 87 años en un suburbio de Detroit, ciudad que hacía unas semanas proclamaba oficialmente su decrepitud, declarándose en bancarrota, y donde el escritor había pasado la mayor parte de su vida. Leonard había nacido en 1925 en otra ciudad cuya decrepitud intrínseca es también beneficiosa para la imaginación, Nueva Orleans, y llevaba 60 años publicando novelas a razón de una por año, con la mera excusa de que “le resultaba divertido hacerlo”. Su idea de literatura no podía estar más clara.
Harto de que lo atosigaran con preguntas que explicaran la clave de su éxito, en 2001 redactó un decálogo que no tiene desperdicio. “Bajo ningún concepto empiece una novela hablando del tiempo que hace”. “Nada de prólogos”. “Evite las descripciones detalladas de cosas, personajes o lugares”. En esencia, la poética del novelista se puede resumir en dos normas: “No escribir lo que se suele saltar el lector” y sobre todo: “Si suena a literatura, olvídelo, no sirve”.
Esa naturalidad hacía saltar por los aires las distinciones entre “alta” y “baja” literatura. Escritores como Martin Amis, Saul Bellow, Barry Gifford o Raymond Carver coincidían en proclamar la maestría de Elmore Leonard con lectores que jamás les habían leído ni pensaban hacerlo. Stephen King, por traer a colación a un escritor de una estirpe muy distinta, estaba totalmente de acuerdo.
Empezó escribiendo cuentos y novelas del Oeste, en la década de los cincuenta. La primera, una narración de media distancia titulada El agente apache, la vendió por 90 dólares a la revista Argosy, que enseguida vio en él a un maestro en ciernes del género. Una de las últimas, Hombre (1961), fue elegida por los especialistas como uno de los mejores westerns de todos los tiempos. Su método para inspirarse, según confesó en una entrevista, consistía en sumergirse hipnóticamente en la lectura de una publicación titulada Autopistas de Arizona. Donde los demás no veían más que paisajes áridos, Elmore atisbaba un filón inagotable de historias, todas pobladas de personajes nítidamente definidos.
Cuando los westerns empezaron a perder el favor del público, Leonard se pasó a la ficción criminal. Su primera novela negra, The Big Bounce, fue rechazada por un total de 84 editoriales y varias productoras cinematográficas. Acabó siendo un bestseller del que se hicieron dos versiones fílmicas. En sus nuevas ficciones, el desierto fue sustituido por una sucesión de enclaves urbanos. Los nuevos escenarios eran lugares como Detroit y Nueva Orleans, Miami, San Juan o Atlantic City. Tan importante como el trasfondo urbano, una galería de personajes que tenían en común su desprecio por la ley y las buenas costumbres, por quienes el novelista sentía particular debilidad.
En cuanto al estilo, en conformidad con su decálogo de la buena escritura, era prioritaria la escalofriante desnudez de la prosa, técnica que aprendió de Hemingway, a quien sin embargo achacaba un grave defecto: su falta de sentido del humor, fallo que el discípulo supo mantener a raya. En segundo lugar, el dominio del diálogo: la manera de hablar de sus personajes es real. Las páginas de Elmore Leonard destacan por sus cualidades sensoriales auditivas, tanto como visuales. Otro truco: imitar no a los nombres encasillados en el género negro, sino a autores de la estirpe de John Steinbeck y John O’Hara, por señalar dos influencias muy cercanas. Eso explica que Martin Amis dijera en una ocasión que al lado de la suya, la prosa de Chandler resultaba torpe.
La obra de Leonard parecía nacida más para la pantalla, grande o pequeña, que para la página. Aparte de las adaptaciones televisivas, una veintena de títulos de Elmore Leonard, entre relatos y novelas, fueron trasladados con gran éxito al cine. Pocos escritores pueden alardear de un reparto de actores encargados de dar vida a sus personajes de papel como el suyo: Paul Newman, en Hombre; Charles Bronson, en Mister Majestyk; Burt Lancaster, en Que viene Valdez; Burt Reynolds, en Stick; Alan Alda, en La guerra de los contrabandistas; Pam Grier, en Jackie Brown; George Clooney y Jennifer López, en Una relación muy peligrosa; Peter Falk, en Pronto; Mickey Rourke, en Killshot; John Travolta, en Cómo conquistar Hollywood, y Glenn Ford y Russell Crowe, en dos versiones diferentes de Yuma (separadas entre sí por una distancia de 50 años). La muerte de Elmore Leonard deja una larga huella de tristeza, uniendo en un sentimiento difícil de explicar a escritores y lectores que en principio a nadie se le hubiera ocurrido aunar.

17.8.13

Silva: "Quería hacer una novela negra Made in Spain"

De visita en Buenos Aires para participar en el festival de novela negra BAN!, el autor español nos habló sobre La marca del meridiano, un policial que se ganó el Premio Planeta el año pasado


Hace tiempo ya que la novela negra ha pasado a la respetabilidad, como un viejo barrio peligroso que ha sido gentrificado. Entre las decenas de ejemplos de esta aceptación del género por el mainstream tenemos el último Premio Planeta que fue otorgado a una novela policial: La marca del meridiano de Lorenzo Silva. Esa novela es la séptima en una serie que protagoniza un investigador que es Sargento de la Guardia Civil española, Rubén Bevilacqua. Siempre acompañado por su ladero, Virginia Chamorro, Bevilacqua ha sido llevado al cine, en El alquimista impaciente,  y tiene su propia entrada en Wikipedia.
Silva (Madrid, 1966) estuvo en Buenos Aires como uno de los invitados del festival BAN! (Buenos Aries Negra). Charlamos con él una mañana fresca de la semana pasada en un café a la vuelta de su hotel en el microcentro. Silva tiene vínculos afectivos muy fuertes con el Río de la Plata. Por un lado, Bevilacqua nació en Uruguay. En el plano de la realidad, Silva -a los 19 años, en 1985, ya convencido de su vocación de novelista- le escribió una carta a Ernesto Sábato que fue respondida. Nos cuenta, mientras que desayuna con tostadas con aceite de oliva y un “zumo” de naranja: “En la adolescencia yo leí todo Sábato. Y le mandé una carta no sé por qué exactamente. Tal vez me estimuló ese pasaje en Abaddón el exterminador donde hay una carta.  El me respondió con una carta muy breve, plegada en tres, escrita a máquina. Era una nota de ánimo. Después le volví a escribir cuando publiqué mi primer libro, Noviembre sin violetas en 1995, como para agradecerle. ¡Y el me volvió a escribir! Esa carta la tengo colgada en mi web, si quieres verla.”
Pero volvamos al presente.
Esta novela es parte de una serie. ¿Hay problema si un lector comienza por ésta?
Lo que puede perder quizá es cierto misterio. Hay un detalle que se revela en esta novela que en alguna novela anterior aparece, pero insinuado. Entonces cuando lea esa novela, en lugar de encontrarse un misterio, lo que encontrará es un reconocimiento. Hay mucha gente en España que ha hecho la lectura al revés – o sea en orden cronológico inverso. Parece raro a primera vista, pero en realidad –si lo piensas con detenimiento- tiene bastante sentido narrativo, porque el tiempo realmente funciona en los dos sentidos… El tiempo es muy dúctil en la narrativa, entonces puede funcionar esa lectura para atrás.
¿En qué momento exacto se le ocurrió este personaje, Bevilacqua?
Se me ocurrió en el verano del 94 en Mallorca. Pero lo primero que se me ocurrió fue el crimen, no el investigador. Yo andaba buscando una historia para hacer –por decirlo de alguna forma simple- una novela negra “Made in Spain.” Entonces quería un crimen que sirviera para retratar el país de alguna manera; esto lo encontré en el asesinato de una turista extranjera en Mallorca. Y dándole vuelta a esta historia, buscando el investigador, me dije “Bueno, si aparece una mujer asesinada en una zona rural mallorquina realmente la policía competente es la Guardia Civil. Jamás un guardia civil había protagonizado una investigación policial en una novela española. Jamás. Al principio me parecía raro, pero luego dije, ¿por qué no? Si los guardias civiles investigan crímenes. Y además, en mi carrera como abogado yo había conocido varios. Entonces construí un personaje que estuviera un poco a la medida de esa situación y de ese tiempo.
¿Cuáles fueron los desafíos al armar el personaje?
Lo que yo había observado es que los guardias civiles con los cuales yo me tropezaba ya no eran los guardias civiles de la época de Franco. Con un personaje literario siempre hay que trabajar con su individualidad. Se puede ser Guardia Civil, bombero o barrendero, pero eso no agota la identidad. De hecho la identidad es preexistente a esa condición y muchas veces puede entrar en contradicción con esa condición. Y así fue como yo construí a Bevilacqua. Quería que fuera un individuo peculiar; no quise que fuera un guardia civil típico.
Como han recibido este personaje los del gremio. ¿Tiene lectores dentro de la Guardia Civil?
Si claro, ya son muchos años y hay muchos lectores dentro del gremio. Cuando no eran villanos eran idiotas, o las dos cosas. Siempre fueron caricaturizados. Cuando de repente se encuentran en una ficción haciendo su trabajo, con gente más capaz y gente menos capaz, con gente honrada y gente corrupta, pues su reacción inicial fue de estupor. Estaban acostumbrados a que, en el caso de aparecer en una novela, fuera para ser el asesino, el villano, el torpe o el incompetente. Y bueno, la verdad es que yo tengo muchos lectores dentro de la Guardia Civil y me han dado bastante reconocimiento.
¿La figura del guardia civil es ideológicamente conflictiva?
La Guardia Civil es la institución más valorada en España según las últimas encuestas. Es verdad, que en algunos sectores de izquierda –yo diría, un poco acartonados- puede prevalecer la imagen de la Guardia Civil del franquismo. Pero eso tiene que ver definitivamente con una deficiencia histórica. Porque la Guardia Civil, si pensamos en lo que ha representado en la historia de España en sus momentos más conflictivos – bueno, te podría hablar de muchos, pero te hablo del crucial - ¿Cuál es el crucial? El 18 de julio del 36. ¿Tú sabes por qué no cayó Barcelona el 18 de julio del 36? Porque la defendió un general de la Guardia Civil, con todos sus guardias. ¿Sabes lo que le pasó al general ese al final de la guerra? Franco lo fusiló. Y era del mismo pueblo que Franco. ¿Sabes lo que pasó en Málaga? Pues que el ejército se sublevó y la guardia civil no se sublevó, reprimieron al ejército, y conservaron Málaga para la República. ¿Sabes lo que pasó en Valencia? Exactamente lo mismo. ¿Sabes lo que pasó en Madrid? Exactamente lo mismo.
Lo que pasa es que eso mucha gente no lo sabe. Y, ¿por qué defiende la República la Guardia Civil? La razón es muy sencilla. Lo que tenía en su código de honor no era sublevarse. Todo lo contrario. No era atacar la ciudadanía. Todo lo contrario. Unos se sublevaron también, pero fueron una minoría. 
En todo caso esto es la historia. La Guardia Civil desde hace 40 años esta a las ordenes del régimen democrático al que jamás ha desobedecido en nada, salvo un golpe de estado que dio un guardia con 80 guardias engañados. Mientras, los otros 70.000 defendieron el gobierno. Todo el mundo saca la foto de Tejero, pero hay que sacar la otra foto, de los otros 70.000 que lo que hicieron fue detenerle. Esa foto no ha salido nunca, pero hay que tenerla en cuenta.
Cambiando de tema, ¿Cuándo nació su vocación de escritor y cómo la fue desarrollando?
Yo escribo literatura desde los 13 años, realmente. Fue una especie de descubrimiento. Desde que escribí mi primer relato, no paré. A los 15 años ya estaba escribiendo novelas. La primera la conseguí terminar a los 17, pero a los 15 ya estaba escribiendo novelas.
¿Están en cajones?
Si, si. No son buenas, pero yo con 18 años podía escribir una novela de 300 páginas. Ya tenía una vocación muy clara de novelista. Pero también tenía una suposición muy clara. Que era que esto jamás me iba a dar de comer. Que jamás me iba a dar de comer. Entonces necesitaba otra profesión. Entonces estudié derecho. No era mi vocación, pero me ha sido muy útil, lo tengo que reconocer. Pero siempre seguía escribiendo.
¿Para cerrar: si tuviera que elegir tres novelas centrales de la novela negra, cuales serían y por qué?
Lo tengo bastante claro. La primera referencia para mi sería El largo adiós, de Raymond Chandler. Para mi El largo adiós es la novela negra modélica. Es como contar una trama criminal, como plantear un elenco de personajes, como crear una atmósfera, y después, como darle a todo eso una escritura que es una de las mejores prosas del Siglo XX. Ese es modélico. Chandler te enseña que para escribir una novela negra no hay que escribirla a patadas. Que se puede escribir con elegancia lingüística.
Segundo. Hay un personaje que es muy interesante, aunque no fascinante para mí, que es el criminal. El criminal no me fascina, pero me interesa. No me fascina porque tengo siempre la sensación (y no la tengo caprichosamente, he conocido a criminales) –tengo la sensación de que el criminal siempre es una persona con una carencia. Le falta algo. O mentalmente o personalmente o afectivamente o culturalmente o psicológicamente – o en todos esos aspectos. Y lo mejor para ver eso es El asesino dentro de mí de Jim Thompson. No hay otro libro comparable para eso.
Y por último, para ver la época contemporánea y para ver realmente lo que es la batalla contra el crimen organizado –y en parte el personaje que me falta, que es el del policía, o el que intenta hacer cumplir una ley- es El poder del perro de Don Winslow.

16.8.13

Harry Bosch, el detective que toca el saxo

Probablemente sea el modo más familiar, más primigenio, con la que el policía Harry Bosch se exprese y se acompañe. El personaje creado por Michael Connelly se alimenta de saxo y café

Una casa similar a la de Harry Bosch./elpais.com
"Saqué el saxofón de su funda y lo coloqué en posición, preparado para tocar. Siempre empezábamos cada lección conmigo tratando de interpretar Lullaby, una canción de George Cables que había oido por primera vez en un disco de Frank Morgan. Era una balada lenta y fácil de tocar para mí. Pero tambíen una composición maravillosa. Era triste y categórica y levanta el ánimo, todo al mismo tiempo. La canción apenas tenía un minuto y medio pero para mi decía todo lo que hay que decir sobre estar solo en el mundo"
Probablemente sea el modo más familiar, más primigenio, con la que el policía Harry Bosch se exprese y se acompañe. El personaje creado por el periodista Michael Connelly hace 11 años se alimenta de saxo y café.
Este es un particular homenaje al detective del autor estadounidense que forma parte de la serie Los detectives de nuestra vida.
Su madre, la prostituta que le bautizó como Hyeronimus, acostumbraba a "escuchar discos cubiertos con fotografías de artistas negros". El extraño nombre y la afición al mejor jazz fueron, al final, una herencia distinguida para un héroe obsesionado por hacer justicia, fuese quien fuese la víctima.
La música le acompaña en sus cavilaciones, o mejor, en sus sentimientos, mirando desde su casa el valle de San Fernando, cerca de Los Ángeles. Es un nodo de conexión con las mujeres de su vida y le auxilia cuando se detiene en sus pesquisas.
Me gusta Bosch, que nos ha acompañado en 18 libros (el último de ellos, La caja negra) por casi todo: la obstinación, la humilde y tenaz rebelión hacia cualquier jerarquía que le distraiga de su trabajo, que no es otro que el de resolver con brillantez y muchas heridas, sí, los casos en lo que se ve implicado…
Frank+MorganPero lo que más me atrae es esos sonidos que me acercan desde una esquina auditiva a su esencia. No acaba de convencerme su extraña candidez, no me resulta creíble esa inocencia en quien fue un niño sometido al asesinato de su madre, adoptado varias veces entre estancias en orfanatos, un soldado aterrado en Vietnam y el incansable buscador de un padre al que solo conoció casi en el lecho de muerte. Harry debería a estas alturas convivir atormentadamente con las infinitas marcas de su biografía. Sin embargo parece un ser puro y rematadamente sentimental.
Por eso el saxo de Art Pepper, retorciéndose lastimeramente, me resulta más próximo al hombre magullado al que creo conocer. Miles Davis me habla de un Bosch más cercano y singular, así como Bill Evans. Soul Eyes, de John Coltrane, me transporta a los momentos en que Bosch mira a los ojos de sus mujeres, quizá sabiendo de antemano que pasarán por su vida dejándole, al final, rematadamente solo... Y con Willow weep for me, de Clifford Brown, que me resulta, en triste, tan similar a Summertime, le veo llorar entre las luces de una ciudad vacía en las horas de la madrugada. Y es curioso, hasta What a wonderful day, de Louis Armstrong, cuya letra es una celebración de la existencia, es sinónimo de soledad para Harry, el leit motiv de su vida. Así lo manifiesta en El último coyote.
 Pero todo comenzó con Frank Morgan (en la imagen), el saxofonista cuya carrera se vio interrumpida por 30 años de adicción a la heroina. El músico, aplastado por la responsabilidad de ser el nuevo Charlie Parker, pagó la factura con 20 años de prisión hasta su retorno en 1986. Bosch adora su versión de Lullaby. Pero lo que yo, al menos no sabía, es que aquella canción sonaba en el reproductor de Connelly cada día antes de que se sentase a escribir la primera novela del detective, El eco negro. El autor primerizo había hallado el himno de su personaje. Quería que conviviera con músicos que habían superado grandes dificultades, como Harry, para conseguir sus propósitos. Y es el caso de casi todos ellos: Morgan, Coltrane, que pasó años enredado en las drogas o el alcohol; Pepper, cuya dependencia le alejó 10 años de los escenarios; Evans, consagrado a la metadona, Rollings, adicto brevemente a los estimulantes o Armstrong, muy amante de la marihuana. 
Me gustaba pensar que Harry Bosch era más hijo del sonido más original del pasado siglo que de cualquier otra inspiración. Y no me equivoqué.

13.8.13

El embrujo de Shanghai

De visita en Buenos Aires, Qiu Xiaolong se ha convertido en una verdadera estrella: el curioso caso de un poeta que estaba en St. Louis estudiando a T. S. Eliot cuando sucedió la masacre de Tiananmen, se quedó en los Estados Unidos y empezó a escribir policiales. Ahora regresa a China como un visitante algo desfasado de los nuevos tiempos. Aquí presenta El crimen del lago, su última novela traducida al castellano, y cuenta acerca de la marca a fuego de la revolución cultural sobre su generación

 Qiu Xiaolong, autor chino, de El crimen del lago.
El crimen del lago de Qiu Xiaolong./pagina12.com.ar
Para los lectores chinos de las novelas del inspector jefe Chen Cao, sus aventuras no suceden en Shanghai, sino en una ciudad imaginaria, llamada H. No es ésta una decisión tomada por su autor, sino que fue una precaución de sus editores, ante una advertencia semioficial cuando estaban a punto de publicar la primera entrega de la serie, Muerte de una heroína roja. "Esa novela no puede suceder en Shanghai", fue lo que les dijeron, y así se lo transmitieron al autor. "Los editores me aseguraron que China había cambiado", explica Qiu Xiaolong. “Pero empecé a sospechar algo cuando no me fueron mostrando la traducción. Justo antes de su publicación, recibí un llamado pidiéndome que aceptase el cambio, cuando todo estaba listo y ya no me podía negar." 
Lejos de ser sólo el escenario de las aventuras de su personaje, Xiaolong asegura que Shanghai —su ciudad natal— es un personaje más en sus novelas, y que si bien debió resignarse aquella primera vez, siguió luchando para que las novelas sean fieles al original. "Una reseña en una publicación china reveló que H era Shanghai, y se las mostré a los editores, explicándoles que ya no era un secreto. Su respuesta fue que los censores no leen las críticas sino las novelas", se ríe Xiaolong, que señala que finalmente se puso firme cuando llegó el momento de traducir El caso de las dos ciudades, la cuarta novela de la serie, ambientada en St. Louis y Shanghai. "Les dije que me parecía ridículo que una ciudad fuese real y la otra inventada. Y que si no me podían asegurar que ambas ciudades fuesen nombradas, prefería que no se tradujera." 
¿Qué fue lo que sucedió? 
 —Al día de hoy, sigue sin traducirse.  
A pesar del caprichoso devenir, no sólo de su obra sino también de toda su vida ante los rigores de las autoridades chinas y de la historia política de su país, Qiu Xiaolong es una persona de risa fácil. De paso por Buenos Aires, invitado por Buenos Aires Negra —el festival internacional de novela negra porteño—, Xiaolong llega justo para acompañar la traducción al español de la séptima novela de la saga, El crimen del lago. "Es una aventura basada en una historia real, que sucedió hace unos cinco años. Y la siguiente, Enigma of China, que acaba de salir en inglés, está inspirada en otro caso aún más reciente. Pero nunca especifico la época en la que están ambientadas las novelas. Porque quiero seguir volviendo a China", explica Xiaolong, que sufrió duramente los rigores de la Revolución Cultural de Mao durante su infancia, y con la que ha venido ajustando cuentas durante sus primeros libros, culminando en el admirable El caso Mao
Recién después de ese largo ajuste de cuentas es que empezó a mirar otros temas más contemporáneos, como los peligros del medio ambiente en El crimen del lago, o la censura de Internet en el caso de Enigma of China... 
—Lo que pasa es que yo nunca tuve la intención de escribir una serie de novelas, sino que arranqué ambientando la primera novela de Chen Cao en un período que conozco muy bien, el de comienzos de los 90. Por aquel entonces, muchos intelectuales teníamos esperanzas en que un cambio era posible dentro del sistema. Después de la revolución cultural, habíamos experimentado un cambio del estado de las cosas y creíamos que China se estaba moviendo en la dirección correcta. Así que para mí fue natural centrarme en lo que había dejado la revolución cultural. Pero la evolución de las novelas tienen que ver con la del personaje, y también la mía. Hablando a comienzo de año con un amigo periodista chino, me preguntó si me había dado cuenta de que mis últimos libros eran cada vez más enojados. Y pienso que hay algo de verdad.
Es como si estuviese menos enojado por lo que le pasó personalmente, pero más enojado por lo que pasa colectivamente. 
—Creo que se puede decir eso. Obvio que sigo enojado con la revolución cultural de Mao. Pero hoy soy mucho menos optimista sobre el futuro de China.  Uno de los datos más repetidos de la biografía de Qiu Xiaolong es que lo primero que escribió fue la autocrítica que su padre debió presentar ante los Guardias Rojos. Como estaba esperando ser sometido a una operación de la vista, su padre no podía escribirla, así que su hijo de 13 años fue llevado al hospital para que lo hiciese por él. "Pero no sólo hice de su escriba, sino que también tuve que ser su bastón —explica—. Porque, además de presentar su autocrítica, debía pararse cada dos o tres días durante más de una hora sobre un escenario público, para ser humillado. Y como casi no podía estar parado, yo tenía que estar ahí, para sostenerlo."  
 ¿Creía entonces en esa autocrítica que escribió?
—Creo que algún tipo de duda debía quedarme, pero si la respuesta tiene que ser si creía o no, sin término medio, por supuesto que creía. Era pequeño, y creía en lo que me decían los demás. Y si todos decían que mi padre era culpable, ¡tenía que serlo! Creo que inclusive durante mucho tiempo estuve enojado con mis padres, porque pensaba que por su culpa mis amigos habían dejado de pronto de devolverme el saludo y me había quedado sin futuro. No iba a poder ser nunca un guardia rojo. Pero lo cruelmente irónico es que su crimen, haber sido el dueño de un negocio y haber hecho supuestamente mucho dinero, sería un gran mérito en la China de hoy en día.  Así como el joven Qiu sufrió en la primera línea las crueldades de la primera etapa de la revolución cultural, tuvo la suerte de poder quedarse en retaguardia para la segunda etapa, la de la reeducación en el campo. "Me salvé, porque sufría de bronquitis. Pero yo quería ir. Y eso que no sabíamos que iba a terminar siendo apenas por dos años. ¡Pensábamos que era para siempre!"
Aquel joven que de niño soñaba con ser escritor, científico o aún mejor, como decía Mao, un obrero proletario, terminaría aprendiendo inglés, gracias a la propaganda oficial por la visita de Nixon a China. "Si Nixon no hubiese visitado China, no sé cómo hubiese sido mi vida", calcula Xiaolong, que estaba en St. Louis estudiando sobre T. S. Eliot cuando sucedió la masacre de Tiananmen, en el año 1989. "Creíamos que nos iban a escuchar, por eso la juventud salió a la calle", recuerda el escritor, que tardó casi una década en volver a China. "Cuando empecé a regresar, todos me preguntaban por la ropa que tenía puesta, por mi vida cotidiana en los Estados Unidos. Ahora cada vez que voy, se burlan de lo que llevo puesto, y me recuerdan todo lo que debería estar haciendo, en especial ganando dinero. Un amigo me acusa de ser demasiado ingenuo en mis novelas, porque es inverosímil que un policía, y además miembro del partido, intente hacer lo correcto y vaya tan tranquilo por la vida."  
¿Y cuál va a ser su solución? 
 —Estoy haciendo que se meta realmente en problemas en el libro que estoy escribiendo ahora. En él, Chen Cao ya no es policía, ha cambiado de trabajo. El Viejo Cazador, el padre de su fiel colaborador en la jefatura, se está dedicando a ser detective privado, y tal vez tenga que ayudarlo. Pero aún no sé cómo va a terminar. Porque en el manuscrito Chen todavía no se ha decidido. Pero lo está pensando. 

Diez novelas para Martin Beck

Henning Mankell considera que “Sjöwall y Wahlöö se prepararon meticulosamente para llevar a cabo su plan: escribir diez libros sobre la Brigada de Homicidios: ficción basada en casos reales. Hay un pequeño guiño en la novela a la Guerra de Vietnam. Quisieron usar el crimen y la investigación criminal como un espejo en el que se reflejara la sociedad sueca. Ambos constataron que las novelas negras podían constituir el medio en el que contar historias con crítica social

El actor Peter Harber en el papel de Martin Beck./elpais.com
 
Su apariencia tiene algo de siniestra, sus ojos azul grisáceo marcan aún más su rostro demacrado.
Guapo no es, ni tampoco atractivo. Más bien del montón, aunque algunas mujeres le encuentran guapo. Es un fumador compulsivo de cigarrillos Florida, bebe cantidades ingentes de café y su alimentación es nefasta. Desconoce por completo la dieta mediterránea.  Su vida, en general, no tiene orden ni concierto. No goza de buena salud, sus resfriados son continuos y el estómago le juega malas pasadas. Esos dolores hacen que no sea un hombre de buen humor.
Vamos, Martin Beck no es el prototipo de sueco estupendo pero bien merece un homenaje. 
Lean toda la serie de los Detectives de nuestra vida. Y aquí, los homenajes a MarloweMontalbanoArcherGunther
No viste de forma llamativa, sino más bien demasiado discreta. No le gusta viajar en metro, pero aún menos en coche. Sus condiciones económicas le impiden  comprar un piso en el centro y por ello está obligado a trasladarse en suburbano, cuando sale se acerca al quiosco para comprar el periódico y su paquete de cigarrillos.
Per Wahlöö y Maj Sjöwall, la pareja de escritores suecos que creó a Martin Beck, le dio vida en diez novelas. Un proyecto que, según Maj Sjöwall, tenían claro desde el inicio. Querían contar en una decena de libros  qué ocurría en la Suecia de finales de los 60 y principios de los 70. Políticamente ambos estaban vinculados a la izquierda, afiliados al Partido Comunista, y no veían con buenos ojos los derroteros que estaban tomando su país con la socialdemocracia liderada por Olof  Palme. Ambos querían con su literatura contar al mundo  cómo era la verdadera Suecia “utilizamos las novelas como un bisturí para abrir el vientre de una ideología empobrecida y exponer la cuestionable moral burguesa del pseudobienestar”.
Henning Mankell considera que “Sjöwall y Wahlöö se prepararon meticulosamente para llevar a cabo su plan: escribir diez libros sobre la Brigada de Homicidios: ficción basada en casos reales. Hay un pequeño guiño en la novela a la Guerra de Vietnam. Quisieron usar el crimen y la investigación criminal como un espejo en el que se reflejara la sociedad sueca. Ambos constataron que las novelas negras podían constituir el medio en el que contar historias con crítica social.
Martin Beck está casado con Inge con la que convive durante 17 años. Una relación que se va deteriorando a lo largo de los años por situar antes el trabajo que la familia. Es padre de dos hijos: Ingrid de 14 años y Rolf de 10. A medida que pasan los años la relación con Ingrid es más estrecha y se distancia abiertamente de Rolf. Con sus compañeros mantiene relaciones complejas, a veces le gusta trabajar solo y en otras se distancia de ellos para tratar de encontrar en solitario la solución al crimen cometido. Beck pertenece al departamento de Policía Criminal de la policía estatal y ya desde que entró en la brigada le consideraban el mejor interrogador del país. Empezó a trabajarcon 21 años en una comisaría de distrito y después de seis años patrullando por los barrios de Estocolmo hizo el curso de subsinspector y quedó entre los mejores de su promoción. Tenía entonces 28 años y conoció a su mujer de la que se enamoró profundamente. Estaba embarazada cuando decidieron casarse en el Ayuntamiento y al año de irse a vivir juntos. Para Beck ya no quedaba nada de la mujer alegre de la que se enamoró y su matrimonio estaba abocado al fracaso.
Sus compañeros, como en la vida misma, van del más exquisito en su trabajo al poli que mete la pata una vez sí y otra también. Martin Beck se caracteriza por tener la habilidad de atravesar las puertas sin ser visto y es algo que suele encrespar a sus jefes. El mejor amigo del protagonista de esta serie es Lennart Kollberg, un agente que odia la violencia y que finalmente termina abandonando el cuerpo. No hay investigación en la que Fredrik Melander no ponga a prueba su prodigiosa memoria. Gunvald Larsson pertenece a una familia de clase alta pero es capaz de derribar una puerta a patadas. Fue militar y su mirada puede resultar aterradora. El más tranquilo de todos ellos es Einar Röhn, casado con una de sami –en Suecia habitan 20.000-. Los patosos del grupo son Kristiansson y Kvant.
Las diez novelas editadas por RBA son: Roseanna(1965); El hombre que se esfumó (1966); El hombre del balcón (1967); El policía que ríe (1968); El coche de bomberos que desapareció (1969); Asesinato en el Savoy (1970); El abominable hombre de Säffle (1971); La habitación  cerrada (1972); El asesino de policías (1974); Los terroristas (1975). Algunas de ellas han sido llevadas al cine o se convirtieron en series de televisión, pero ninguna ha podido superar a la escritura de sus autores.

9.8.13

Se convoca un concurso de novela negra para adaptarla al cine

La productora audiovisual Morena Films y el festival de literatura Buenos Aires Negra (BAN) han convocado un concurso de novela negra con el fin de adaptarla al cine, cuyo ganador se dará a conocer durante la próxima edición de dicho festival, en 2014

Morena Films aporta tres mil euros de premio a la mejor novela negra./lainformacion.com
El premio será la formalización de una opción de compra de los derechos de la novela por parte de Morena Films, cifrado en 3.000 euros, según ha informado hoy la productora.
Las candidatas deben ser obras que hayan sido publicadas por una editorial -no se admiten las "publicaciones de autor"- desde el 31 de diciembre de 1999 a la actualidad, escritas en castellano y que no hayan sido adaptadas previamente.
El jurado final estará formado por "novelistas reconocidos", indica la productora, además de Ernesto Mallo (novelista y representante de BAN!) y Fernando Marías (novelista y representante de Morena Films).
El plazo para presentar las novelas está abierto ya y se extiende hasta el próximo 1 de octubre, mientras que el 30 de enero de 2014 se darán a conocer los diez finalistas.

La verdad sobre el crimen literario

Los escritores Pablo de Santis, Qiu Xiaolong, Maurizio de Giovanni y Pascal Dessaint dialogan con Ernesto Mallo sobre las relaciones e influencias entre el delito y la literatura policial antes del inicio del festival Buenos Aires Negra

Ficción y realidad. Javier Basile./revista Ñ
 
En las visperas del ya pasado Festival del Buenos Aires Negra y aquí, cuatro destacados participantes hablan con el escritor Ernesto Mallo, director de este festival, sobre las relaciones entre la literatura, el crimen y la vida cotidiana. El argentino Pablo de Santis; Qiu Xiaolong, uno de los más célebres autores de China; Maurizio de Giovanni la revelación del “giallo” italiano y Pascal Dessaint, el autor francés más temido por las industrias contaminantes
Ernesto Mallo: ¿Qué les sugiere hoy la frase “la realidad supera la ficción”?
Pablo De Santis: Una fórmula para señalar que a veces ocurren cosas insólitas.
Qiu Xiaolong: Para mí, la frase es particularmente aplicable a la China de hoy. Titulé un artículo que escribí para el New York Times “La vida en China es más extraña que mi ficción”. El caso criminal en cuestión está relacionado con Bo Xiliai, el jefe del Partido de Chongqing, cuyos detalles se revelan en la última novela del Inspector Chen en la que estoy trabajando. Pero el libro no trata solamente de un funcionario gubernamental corrupto, también trata de los crímenes, absurdos hasta lo inimaginable, que pueden tener lugar bajo un régimen autoritario unipartidista.
Maurizio de Giovanni: Estoy convencido de que la realidad es demasiado absurda y extraña para ser contada. La narrativa necesita ser lógica, el lector tiene que poder comprender el desarrollo de la historia, entrar en la psicología de los personajes, seguir su pensamiento. ¿Cómo puede contarse sobre esos tres chicos encerrados en una villa de Cleveland durante diez años, sin pedir ayuda sin intentar la fuga? Es mejor inventar un cuento verosímil, más real que la realidad misma.
Pascal Dessaint: En muchos momentos de mi trabajo como escritor, puedo percibir que la realidad es más extraña y compleja que las historias que puedo imaginar. En 2001, escribí una ficción cuyo telón de fondo era una fábrica en Toulouse. Esto debería ser una historia simple, social. Unas semanas más tarde, la planta explotó. Yo no me hubiera atrevido a imaginar ese escenario. Fue muy inquietante.
EM: ¿De qué manera los sucesos criminales influyen en su literatura y en la literatura policial en general?
PDS: De ninguna manera. Creo que la literatura policial no tiene ninguna relación con el crimen real: es un artificio para representar el modo como nos relacionamos con la búsqueda de la verdad.
QX: Sigo los hechos criminales de China a través de Internet como investigación básica para mis libros. Suelo bromear con mis amigos diciendo que, con tantos sucesos criminales y de corrupción como hay en la sociedad china contemporánea, jamás voy a sufrir el bloqueo del escritor. No necesito inventar nada para mis trabajos de ficción. Hubo un caso en particular que conocí de primera mano cuando trabajaba en la Academia de Ciencias Sociales de Shanghai, ya que uno de los criminales involucrados, que fue sentenciado a muerte, trabajaba en el mismo edificio. Años más tarde fue materia para mi novela Muerte de una heroína roja .
MDG: Es indiscutible que los delitos se encuentran en la mente de los autores de novela negra, que forma parte de sus miedos y, por lo tanto, de sus historias. Pero, insisto, sólo tiene valor como inspiración. La narrativa se mueve según otra trayectoria, por fortuna, juega un partido diferente.
PD: Todo hecho criminal expresa el malestar, el desorden y la ansiedad de una era. También, aunque no siempre, me inspiran hechos precisos, ya que soy sensible a los acontecimientos de mi ciudad, de Francia y del mundo. Creo que, en todos los sentidos, a menudo inconscientemente, los eventos que vi influyen de alguna manera en mi escritura, en mi imaginación. Creo que es así para todos los escritores de novelas de suspenso. Por eso podemos comprender ciertos períodos de nuestra historia a través de las novelas que inspiraron.
EM: ¿El crimen de ficción, su estética o lenguaje, influyen en el crimen real?
PDS: No.
QX: Eso es bastante posible, aunque pienso que no debe ser muy frecuente. Aun así resulta intrigante que la mente criminal pueda ser influenciada o torcida por la estética del lenguaje de la ficción literaria (no sólo por la ficción criminal). En El vestido mandarín rojo , mi quinta novela de la serie del Inspector Chen exploro la interrelación entre ambas.
MDG: El fenómeno de la imitación es un peligro que está siempre a la vuelta de la esquina. La novela, la ficción cinematográfica o televisiva pueden tener este efecto sobre ciertas mentes. Pero son las crónicas, las historias terribles que cuentan los periódicos, la Internet o la TV quienes ejercen estas influencias con mayor poder.
PD: ¡Espero que no! Tendríamos un poder extremadamente perjudicial. El día que alguien me diga que mis historias lo inspiraron para cometer un crimen, dejo de escribir.
EM: ¿Cómo se relaciona la narración policial de ficción con la narración policial periodística?
PDS: Tuve la suerte de ser amigo de Enrique Sdrech, gran cronista de policiales, y en cuyo imaginario pesaban las novelas que había leído en su juventud, sobre todo las de Gastón Leroux. Es sobre todo el mecanismo del folletín lo que guía a veces a los cronistas de policiales, porque hay también para ellos un continuará.
QX: En la sociedad de hoy no creo que haya una línea divisoria clara entre la no-ficción y la ficción. La gente lee con el mismo interés el periodismo y la ficción de criminales.
MDG: Creo que la narración criminal, sea verdadera o inventada, puede moverse a lo largo de la misma vía. La investigación del desvío de un sentimiento, de una pasión que produce celos, obsesión, odio y, finalmente, el arma en la mano criminal no cambia en la ficción o en las noticias.
PD: Ciertamente, el relato periodístico, cuando se trata de una investigación le pide prestado a la novela policial. Reunir el material, tratar de comprender, analizar, combinar, inferir. El periodista de investigación tanto como el autor de novelas policiales son investigadores.
EM: ¿A qué atribuye el interés del público lector por la literatura policial?
PDS: La novela policial representa para el lector la nostalgia por una forma; una máquina de organizar las expectativas del lector. Toda la literatura vive del secreto, pero en la novela policial este secreto ocupa un lugar esencial y está desplazado hacia el final y es el corazón invisible de la historia.
QX: Se podrían enumerar una cantidad de razones. Entre ellas, el hecho de que en la actualidad se estén cometiendo tantos crímenes en todas partes del mundo. Algunos tan increíbles, otros tan misteriosos y otros tan horribles. La gente, naturalmente, se interesa en tratar de conocer toda clase de interpretaciones al respecto. De allí proviene la popularidad de las novelas policiales.
MDG: Al leer un libro, los lectores quieren hacer un viaje. Quieren ser secuestrados y llevados a otra realidad que le haga olvidar la propia durante unas horas. Es evidente que un tipo de novela más realista, como la negra, facilita este proceso, proponiendo situaciones vertiginosas y atractivas, con un ritmo rápido y con historias simples y fuertes. Creo que ese es sustancialmente el secreto de su éxito.
PD: Esto se debe sin duda a que los lectores aman que les cuentes historias emocionantes, pero también, que los interroguen sobre el mundo que los rodea. Son siempre inquietados por la realidad y buscan respuestas o alivio para sus ansiedades.
EM: ¿Cuáles creen que son los tres elementos que nunca deben faltar en una narración policial?
PDS: La tensión narrativa, la exposición objetiva, la construcción deliberada.
QX: El suspenso, el análisis y una investigación convincente, no sólo del crimen en sí mismo sino también del entorno social, político y cultural en los cuales ocurre el crimen.
MDG: Yo no creo que haya una receta. Para mí es contar con un ritmo lo más apretado posible, contar con uno o más personajes con los cuales los lectores pueden identificarse y, sobre todo, narrar una buena historia, contada de la manera más convincente y simple que sea posible.
PD: La poesía, el amor y el humor. Lo mejor entre lo peor.
EM: ¿Cuál es la función social de la literatura policial, si es que la tiene?
PDS: Ninguna.
QX: La función social de la ficción criminal, si es que la tiene, podría ser estimular la alerta de la gente respecto de las actividades criminales. Por otra parte puede suministrar una falsa sensación de seguridad, si nos hace creer que teniendo a Sherlock Holmes en Baker Street, la justicia será aplicada en el mundo.
MDG: La literatura no debe preocuparse por el problema de su propia utilidad social. Contamos historias, sólo historias, y si alguien quiere ver un mensaje que asuma la responsabilidad. Tenemos que dejar que el flujo de la historia haga el camino que quiera hacer, y reportar el flujo. Sólo eso.
PD: En Francia, gracias a Jean-Patrick Manchette, el thriller ha retomado su función de novela social y crítica de la vida cotidiana. Estoy absolutamente convencido de que tiene que ser así. En esto, la novela negra es literatura responsable. Como dijo el gran abogado y periodista Albert Londres: hay que meter el dedo en la llaga.
EM: ¿Qué les sugiere el concepto “escritor comprometido”?
PDS: Algo que sobrevive en la idea de que la lectura política de un texto es la más profunda: yo creo que es la más superficial, y tiene fecha de vencimiento.
QX: Yo no sé qué significa exactamente ese concepto. Un escritor debe ser comprometido como escritor, pero si se aplica a ciertos géneros puede serlo o no. En lo personal no le veo nada de malo en escribir transgrediendo los géneros. Un escritor de ficción criminal no está necesariamente confinado a ese género.
MDG: Un escritor está comprometido desde el momento en que se publica su novela y se la ofrece al público. Son los ojos de los lectores lo que ven en el compromiso con la historia, esto da el mensaje, no el escritor.
PD: Una de las primeras cualidades de un escritor debe ser una crítica lúcida y sin concesiones a su tiempo. Este es un paso necesario. El compromiso se inicia allí. Testigo de su época, a menudo involucrado físicamente, el escritor no puede, lamentablemente, unirse a todas las causas porque es humanamente imposible.
EM: ¿En qué medida la literatura de ficción puede ser útil para denunciar hechos criminales?
PDS: En ninguna.
QX: Tanto para la ficción literaria como para la ficción criminal, la buena escritura es esencial. Para denunciar actos criminales un escritor puede aprender mucho de la excelente ficción literaria y sus técnicas. En realidad no le veo objeto a separar la literatura de la denuncia.
MDG: La literatura tiene una función muy importante: tratar de interpretar el pensamiento penal. Lo que viene a la mente del criminal, lo que siente, lo que hace. Esto puede llegar a donde ningún otro proceso puede alcanzar para entender las razones del crimen.
PD: En la medida en que el escritor de novela negra es testigo de su tiempo, lo es también de los crímenes que se cometen y ello lo convierte en un denunciante de primer orden, aunque no lo sea de un hecho específico, sí de una situación social y de un sistema político que lo genera y muchas veces lo apaña.

8.8.13

Visita al mundo de la novela negra

Este género descubre vicios y virtudes de los humanos. Presentamos algunos de sus autores y dos obras recientes de éxito: Perdida  y La verdad sobre el caso de Harry Quebert

La autora estadounidense Gillian Flynn, galardonada con el premio Edgar de novela negra.

El desconocido Joël Dicker se ha convertido en el autor revelación de la temporada./elespectador.com
La novela negra ha sido relegada, por ciertos mecanismos extraños de la literatura, a los estratos menores de ese arte. Ningún escritor de este género ha sido premiado con las grandes glorias de la literatura y las obras por momentos se deshacen en los anaqueles del mero entretenimiento. La novela negra, dicen algunos, resuelve misteriosas muertes y se centra en investigar cómo y quién mató a cierto personaje. Pero esa definición, por lo demás, parece demasiado reducida.
La resolución de los crímenes, y también quizá sus métodos, comenzaron en la literatura gracias a las aventuras de Sherlock Holmes, el detective creado por el escocés Arthur Conan Doyle. La primera novela sobre este personaje, A Study in Scarlet, es de 1887 e inaugura una serie que terminaría en 1927. Conan Doyle, además de crear un personaje que sometía los crímenes a la lógica, sin tocar una sola arma, y que poseía un alto conocimiento del alma humana, fundó también una empresa editorial: las series novelescas con un mismo personaje.
Sin embargo, hay un referente anterior a Sherlock Holmes: el intelectual Auguste Dupin, que apareció por primera vez en Los asesinatos de la rue Morgue de 1841. Imaginado por el estadounidense Edgar Allan Poe, Dupin era un hombre al parecer adinerado y con tiempo para pensar en los crímenes como un pasatiempo. Poseía una altísima capacidad lógica y encontraba la respuesta apenas con las descripciones que hacían los testigos, en ocasiones sin siquiera acudir a la escena del crimen. Dupin tenía todas las posibles respuestas mentales, y bien podía uno imaginarlo con el monóculo y un buen trago encontrando las explicaciones que la policía (un ente siempre incapaz, demasiado básico para entender la naturaleza de los hechos) no lograba hallar.
Y el cambio comenzó a gestarse casi 50 años después. El cambio en las estructuras sociales, la constante creación de industria, la urbanización de las ciudades hicieron su parte en esa metamorfosis. La definición, por lo tanto, mutó: la novela negra era aquella que se especializaba en revelar el mundo del crimen, la corrupción, en últimas, de la condición humana. Uno de los vehículos para los escritores de este género fue la revista Black Mask, fundada en 1920. El género se endureció: ya aquellos investigadores no eran la lumbre de la intelectualidad. Utilizaban los puños, seducían a las mujeres indicadas, no ahorraban improperios para conseguir lo que querían. Ya no eran Auguste Dupin o Sherlock Holmes, sino Sam Spade y Philip Marlowe, personajes de fuerza y pistola en mano. La inteligencia no estaba en la lógica, sino en el camino para encontrar la verdad.
Y los cambios han seguido: entre los años setenta y ochenta, el italiano Leonardo Sciascia hizo lo suyo con relatos como Una historia sencilla y El Consejo de Egipto. Quizá bajo la inspiración de Conan Doyle, el sueco Henning Mankell ha creado al investigador Kurt Wallander y una serie literaria con ese personaje. De ese país también es Stieg Larsson, fallecido en 2004 y autor de la vendida trilogía Millennium.
Estos relatos siempre se han caracterizado por un criterio comercial: son muy vendidos y seguidos por el público lector. A este grupo también pertenecen las novelas Perdida , de Gillian Flynn, y La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Jöel Dicker. ¿Qué descubren estas novelas, más allá de que sean las más vendidas en el mercado literario de numerosos países?
“El infierno son los otros”La tragedia de Nick y Amy es haberse conocido. Resulta evidente que ninguno sabía muy bien quién era el otro. Se casaron y aun así siguieron sin averiguarlo, apenas interpretando una vida que no era la propia: actores naturales en el papel del amor. Todo en tono de farsa.
Como farsa, esta obra está desprovista de comedia, aunque no por eso provoca menos sonrisas. Una risa leve y nerviosa, más atada a la angustia que al humor,  aflora mientras la trama revela lo  humano de un relato contado por dos personajes quebrados : marido y mujer. Amy lo dice en algún momento: “Soy mucho más feliz ahora que estoy muerta”. La tragedia de Nick y Amy es haberse conocido.
Bajo una determinada perspectiva Perdida es una novela de amor, que narra los desencuentros de una pareja, los desacuerdos que se van gestando en el incómodo silencio de la convivencia, en el improbable equilibrio de una rutina que se rompe cuando ella desaparece y él llama a la Policía.
Partiendo de ahí, Gillian Flynn construye un elaborado juego de apariencias, una trama que, más allá de las sorpresas (aunque hay bastante de eso), gira alrededor de la imagen. La autora propone un relato en el que la opinión acerca del otro es clave e inútil, una novela que se construye sobre lo volátil y manipulable de la percepción.
Un abogado toca esta arista. “Los medios han saturado el entorno legal. Desde que tenemos internet, Facebook, Youtube… los jurados imparciales han pasado a la historia. Ninguno llega al banquillo sin haberse formado una opinión. El ochenta, noventa por ciento de un caso queda decidido antes de haber entrado en el juzgado. (…) Desde que tenemos internet y 24 horas al día de televisión por cable, todo el mundo es su tribunal”. ¿Suena conocido?
Flynn erige su trabajo sobre el espejismo de la perfección, encarnada por una mujer rubia, hermosa, inteligente y sensible, y un hombre atractivo y trabajador, entregado al fácil placer de un amor cobijado por un fondo fiduciario. Farsa, de nuevo.
Ella, Amy, escribe: “A los norteamericanos les gusta lo fácil, y sentir aprecio por las embarazadas es muy fácil; son como patitos o conejitos o perros. Aun así, me desconcierta que estos ensimismados y santurrones barriles obtengan un trato tan especial. Como si fuera difícil abrirse de piernas y dejar que un hombre eyacule entre ellas”.
Flynn parece ocultar los caminos que conducen hacia la resolución del enigma. Pero su gran fortaleza no reside en desentrañarlo (escondiendo los mecanismos), sino en la proposición de una sordidez que se antoja infinita. Lo encantador es ver el abismo al que se asoman Nick y Amy cuando se examinan. Sus personajes son tan humanos como monstruosos. Verosímiles y repulsivos, Amy y Nick viven la tragedia de reconocerse mutuamente. Ya se ha dicho: “El infierno son los otros”.
Lecciones para noquear a un lector
La literatura no place al lector: siempre busca incomodarlo. De modo que la literatura se parece más a un puñetazo que a una caricia, porque desestabiliza todo lo que el lector cree saber. Ésa es quizá una de las lecciones más visibles luego de leer La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Jöel Dicker. Nacido en Suiza en 1985, Dicker está en los primeros lugares de ventas desde hace varios meses por cuenta de esta obra que, más allá de los ejemplares vendidos y de que sea calificada como thriller, está entretejida de la manera en que un mago lo haría: aquí hay una pista, una certeza, y de repente ya no existe. Todo intento por descubrir la verdad resulta en fracaso.
La verdad… relata el misterioso asesinato de Nora Kellergan, una niña de quince años que desapareció en 1975 y cuyo cuerpo fue encontrado treinta años después. Marcus Goldman, un escritor de éxito con su primer libro pero que no encuentra la fórmula para escribir el segundo, decide investigar la muerte. Uno de los supuestos involucrados es uno de sus profesores más queridos, su amigo Harry Quebert, quien sostuvo un romance con la menor en la época en que desapareció, cuando él tenía 34 años. En 663 páginas, Goldman va de pista en pista, en compañía del sargento Gahalowood, para comprobar la inocencia de su amigo.
La novela, dividida en tres partes, resulta mucho más que una trama policíaca. Cada tanto, Dicker encuentra un espacio para hablar sobre la escritura y la literatura, como ritos de paso entre capítulo y capítulo. Las lecciones que da Quebert a Goldman son formas de enfrentar el inmenso caos: “Nadie sabe que es escritor. Son los demás los que se lo dicen”, “Vivimos en una sociedad de empleados de oficina resignados y, para salir de esa trampa, hay que luchar a la vez contra uno mismo y contra el mundo entero”, “Escribir y boxear se parecen tanto... Uno se pone en guardia, decide lanzarse a la batalla, levanta los puños y se enfrenta al adversario”, “La enfermedad del escritor, Marcus, no es la de no poder escribir más: es la de no querer escribir más y ser incapaz de dejarlo”.
Esos consejos mínimos, que juegan como aforismos, unen los fragmentos de la novela. Dicker se sale del cliché e incluso juega con él: sucede así, por ejemplo, con el editor de Goldman, Barnaski, de poco criterio literario y pleno de criterio mercantil; con Elijah Stern, un viejo rico que encontró en el dinero una forma de resarcir sus errores de juventud. No son personajes planos, como los que uno se toparía en un thriller cualquiera. La verdad... ve en sus personajes —como antes lo hacía Raymond Chandler— el modo de explicar las relaciones entre los seres humanos: es una historia de amor, de odio, de fraternidad, de cartas cruzadas, todo ello atravesado por la muerte.
La forma más adecuada que encontró Dicker para tejer dicho entramado fue la mentira: el lector sigue a Goldman por las pistas, pero la verdad parece cada vez más lejos. El lector es engañado, refutado, y sólo al final conoce la versión real luego de una lucha cuerpo a cuerpo con las versiones de los personajes. Todos tienen una visión de la vida, una pequeña parte de ella. Goldman se encargará —como  buen escritor— de hallar las conexiones entre ellos. Dicker contaba, en entrevista con El País de España, que reescribió la novela cinco veces. Sí, quizá la respuesta  ya estaba allí, antes de escribirla. Pese a que el final resulta demasiado redondo —el lector se entera de todo,  como un típico thriller—, el camino hacia ese destino es lo más interesante: no sólo va descubriendo al asesino, sino también los secretos de sus personajes. Todos tienen parte y son culpables de algún modo. En un mundo diminuto, de repente, se reúnen todos los vicios y las virtudes.
La habilidad para recorrer una historia que pasó 30 años atrás, le permite a Dicker jugar con los tiempos de sus personajes, saltando a 1975 y volviendo a 2008, el momento en que Goldman investiga. Ese juego deja ver a los personajes en toda su dimensión: antes jóvenes, soñadores, y luego decepcionados , atrapados. El asesinato de Nola Kellergan sugiere mucho más que la muerte, entonces: es el centro  de la tristeza de un pueblo que ha masticado su propia felicidad y luego la ha escupido. Dicker somete estas escenas y diálogos a un lenguaje efectivo,  de pocos adjetivos; las descripciones de ambiente  sólo son necesarias cuando los personajes dependen de ellas: las gaviotas que circundan la casa de Goose Cove, la playa donde corre Goldman.
La verdad sobre el caso Harry Quebert es una derrota continua. La destrucción de toda verdad. Sin embargo, no es tan grave: “Aprenda a amar sus derrotas, Marcus, pues son las que le construirán. Son sus derrotas las que darán sabor a sus victorias”.

7.8.13

Todo negro, hasta la novela familiar

Sigue BAN! Buenos Aires Negra, el festival porteño de literatura policial. Desde el fascismo italiano al bajísimo prestigio de la policía en Latinoamérica, los últimos debates fueron intensos

Definición. Juan Sasturain dijo que el género negro deja “poco afuera”. Lo escucha Ricardo Romero./Diego Waldman./revista Ñ

“En Argentina la institución policial tiene tan poca credibilidad que para obtener información de la policía tuve que inventarle a mi investigadora una empleada doméstica casada con un cabo”, explicaba María Inés Krimer, autora de la novela Siliconas Express, el modo en que resolvió la problemática que presenta la escritura del policial en nuestro país. La justificación que expuso Krimer atravesó todas las mesas del BAN! en las que participaron argentinos: todos coincidieron en que, a diferencia de la novela negra americana o europea, en Latinoamérica es imposible que los protagonistas del género policial sean, precisamente, policías.
En una de las últimas mesas del domingo, Juan Sasturain, junto a la misma Krimer y a Ricardo Romero y Osvaldo Aguirre, despegó al policial argentino del boom de la novela negra en el mundo. “La de ellos es una sociedad de buenos y malos que se respetan” sostuvo y agregó que “acá se habla de otras cosas, nuestra escritura es distinta, la novela negra tiene categorías amplias y deja muy poco afuera”.
“Dos policiales de la cabeza: el psicológico y el fantástico” fue el primer debate de la jornada que reunió al periodista y escritor Damián Vives –un verdadero especialista en la novela negra japonesa– y a los escritores y editores José María y Carlos Marcos. En la misma línea que más tarde desplegaría Sasturain, Carlos Marcos sostuvo que “los límites de esta literatura son difusos, negro puede ser todo, incluso la novela familiar porque en todo relato de la intimidad de una familia hay misterio, horror y erotismo”. Más tarde, Gastón Intelisano presentó Epicrisis, su segunda novela, junto al licenciado en criminalística Raúl Torre y el psiquiatra forense Daniel Silva.
“Los escritores del charco” fue la presentación de una antología de cuentos policiales que reúne a 20 autores de nuestro país y de España. Al decir del escritor y compilador Juan Guinot, el emprendimiento arrasó con el argumento de la imposibilidad de publicar argentinos allí y españoles aquí con el que suelen deslindar responsabilidades los grandes grupos editores. Junto a Carlos Salem, Miguel Ángel Molfino y Gabriela Cabezón Cámara, una docena de escritores se entusiasmó con la posibilidad de un intercambio fluido entre las literaturas de las dos orillas.
En una de las charlas más concurridas de la jornada, el poeta y traductor Guillermo Piro presentó a Maurizio de Giovanni, un napolitano que empezó su carrera en la literatura a los 48 años y hoy, a los 55, es uno de los sucesos de la novela policial en Italia. De Giovanni desplegó la solvencia de su investigación sobre el fascismo y sus orígenes –trabajo sobre el que fundamentó sus ficciones policiales. “El fascismo aparece como un movimiento popular que llega para salvar al pueblo de la crisis y fue la primera corriente en darse cuenta de la importancia de la comunicación.” Dijo más: “El fascismo es una degeneración política y la diferencia del fascismo de los años 30 con las manifestaciones de este tipo que se viven en Italia a partir de los años 90 es que en nuestros días la indiferencia por el dolor del otro es total”.