23.5.14

Banville: "En Chandler hay mucho del dandi inglés"

Hace una década difícilmente un lector hubiera imaginado a Banville remedando una "novela de Chandler"

John Banville o Benjamin Black en la novela negra y criminal./adncultura.com
Portada de La rubia de ojos negros  de Benjamin Black./ Editorial Alfaguara.
La posibilidad de un escritor bifronte está lejos de ser novedosa. A la extensa lista de narradores que concibieron libros a dúo a lo largo de la historia (desde Charles Dickens y Wilkie Collins hasta los franceses que firmaban con el seudónimo conjunto Boileau-Narcejac y ciertos argentinos que lo hicieron como Honorio Bustos Domecq), el último cuarto del siglo XX sumó un nuevo hábito: el de completar por medio de un segundo autor lo que un primero, ya fallecido, dejó eventualmente inconcluso. Al morir Raymond Chandler (1888-1959), por ejemplo, quedaron en su escritorio cuatro capítulos de Poodle Springs, la obra en la que estaba trabajando. En 1989 (para celebrar el centenario de su nacimiento), los herederos le asignaron a un experimentado creador de policiales, Robert B. Parker, la tarea detectivesca de investigar las notas del escritor y desarrollar el libro hasta completarlo. Más tarde y por las suyas, Parker entregaría una novela más con Philip Marlowe, el original private eye concebido por Chandler. Perchance to Dream se llamó esa deliberada secuela de El sueño eterno.
El irlandés John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) se acaba de sumar a la nómina de autores que aprovechan imaginarios previos y ajenos, aunque en su caso no se trate de un texto trunco. La rubia de ojos negros, que apareció recientemente en español, está más cerca de una tarea mediúmnica que de una imitación o de una parodia involuntaria. Si en vez de publicarla bajo su pseudónimo policial, Benjamin Black, Banville se hubiera propuesto como una versión contemporánea de Chatterton o James Macpherson (aquellos memorables falsarios, precursores del romanticismo, que quisieron hacer pasar sus obras por las de otros escribas, en su caso inexistentes) y la hubiera dejado estratégicamente colocada en un arcón para que la encontrara un especialista, éste la habría considerado prima facie una narración perdida de Chandler. La novela sigue tan de cerca la forma de narrar y estructurar los relatos del autor de El largo adiós, se apropia con tal imperturbabilidad del fraseo y respiración de esa prosa poética, cáustica y desencantada, que podría definírsela como parte de un género potencial: la literatura mimética.
Hace una década difícilmente un lector hubiera imaginado a Banville remedando una "novela de Chandler". Para entonces, el irlandés había publicado novelas con toques posmodernos, sustentadas en una lengua plástica, turbia y colorida, que lo convirtieron en uno de los pocos autores de lengua inglesa que parecían seguir la senda inaugurada por Vladimir Nabokov (aunque él mismo prefiera enrolarse como acólito de Henry James). Entre ellas se destacan Mefisto (sobre un matemático déspota y genial), El impostor (donde explora la muy real historia del espía soviético
experto en arte/consejero de la reina Anthony Blunt), la trilogía puzzle formada por Eclipse, Imposturas y Luz antigua y narraciones centradas en Copérnico, Kepler y Newton. En 2006, con la publicación de El secreto de Christine, creó un escritor subsidiario, Benjamin Black, abocado a la novela negra. El sosías, a diferencia de la lenta elaboración de los libros publicados bajo su nombre, fue lanzando libros a ritmo cronometrado: con La rubia... llegan a ocho. Sólo en estas novelas -casi todas situadas en Dublín, durante los años cincuenta y protagonizadas por Quirke, un patólogo de la morgue- empezó a entreverse una vaga impronta chandleriana.
Quizás la razón sea forzosa: para cualquiera que se disponga a escribir dentro del género negro, Chandler representa un polo magnético difícil de sortear. El creador de Marlowe no inventó la figura del detective moderno que, en contraste con los racionales y deductivos Sherlock Holmes del whodunit inglés, debe sobrenadar un mundo oscuro donde priman la acción y la violencia. Un predecesor venerado de Chandler fue, de hecho, Dashiell Hammett, el hacedor de Sam Spade. Marlowe fue una figura, sin embargo, que como se ha repetido en numerosas ocasiones, arrastra el halo solitario del romántico. De su pasado apenas se sabe nada, bebe con método y tiene tendencia a recibir unas palizas (cachetadas femeninas incluidas) que lo vuelven en algún punto desvalido. El cine diseminaría de manera viral esa estampa. La primera versión de Chandler en la pantalla grande, Al borde del abismo (The Big Sleep), de Howard Hawks, a pesar de su caótica puesta argumental, fue clave para que las características de Marlowe se contagiaran a sucesivos detectives que no necesariamente llevaban su nombre.
El poeta W. H. Auden, gran consumidor de policiales (y uno de los primeros críticos que se los tomó en serio), había llegado a la conclusión de que lo que caracterizaba al género era que, una vez revelada la trama, no tenía sentido su relectura. Aunque señaló a Chandler como el único que -cuando todavía primaban las revistas de pulp fiction- les dio categoría literaria. Auden consideró sus libros "estudios serios sobre el medio criminal" (a la ciudad de las novelas la definió como el "Gran Lugar Equivocado") y sugirió que convenía que se los leyera y juzgara "no como literatura escapista, sino como obras de arte".
En Chandler no hay únicamente, por lo demás, una prosa dúctil y un héroe con una ética que parece discordar con el entorno de una Los Ángeles (y unos Estados Unidos) donde campea la corrupción, en un despliegue de maldad insolente. También hay una clave de bóveda espacial. Marlowe parece ir y volver de la oficina, su Itaca personal, según lo guíen las carambolas del caso que tiene entre manos. Su otro territorio es la grisura de la ciudad, su cartografía fría, monocorde. "Las ciudades de verdad tiene algo más, una estructura ósea bajo la máscara", sugiere el personaje en La hermana menor (1949) para bajarle el pulgar a la ciudad que habita y por la que transita.
Banville, en la senda de Chandler, no sólo es un preciso acopiador de imágenes comparativas sorprendentes (como la que asocia el olor del humo de un revólver con la panceta ahumada), sino también un escrupuloso duplicador de sus escenas y ambientes. En el inicio de La rubia de ojos negros, Clare Cavendish, una de esas femmes fatales de falso aire distraído que pueblan los relatos de Marlowe, visita su oficina para que busque a un ex amante al que se suponía muerto y a quien asegura haber visto recientemente, de lejos y al pasar, en un viaje. Esa visita pone en marcha el dispositivo a la Chandler, que consiste en sumar, unos tras otros, sucesos y escenarios, con sus minuciosas descripciones de cuartos, violencia y giros argumentales que no importan tanto como el desbarajuste que configuran. Banville coloca hábilmente al principio una escena en un invernadero (Chandler tiene en su obra al menos dos), un club rico y sospechoso, una implacable secuencia a la vera de una pileta de natación cubierta y una ristra de personajes con debilidades y dobleces. Es más: la novela transcurre en los años cincuenta, siguiendo cronológicamente las historias de Chandler. Hay alusiones directas a Linda Loring (la mujer con la que Marlowe aparece sorpresivamente casado en el comienzo de Poodle Springs) y hace su aparición el personaje capital (nos reservamos el dato) de cierta gran novela del norteamericano.
Un escritor de verdad pierde algo de su aura cuando quien lo imita no queda en ridículo. Quizá un punto a favor de la irreductible singularidad de Chandler es que Banville, para emularlo y no sonar irrisorio, se haya visto obligado a desaparecer completamente detrás de su sombra estética, como un Pierre Menard que, en vez de volver a escribir ciertas páginas de Don Quijote, hubiera tenido que bosquejar, palabra por palabra, la novela que su antecesor ni siquiera imaginó.
Banville aceptó intercambiar preguntas y respuestas sobre la escritura de "su" novela mediante otra técnica algo espiritista: la cibernética que conecta puntos geográficos terriblemente distantes.
-En primer lugar me gustaría saber cómo se le ocurrió recurrir a Philip Marlowe como protagonista. Hubo, por lo que se sabe, un requerimiento de los herederos de Chandler, pero me preguntaba si la posibilidad no venía germinando de algún modo desde mucho antes.
-Fue muy simple. Mi agente, Ed Victor, que también representa al Raymond Chandler Estate, me vino con la idea de que debería intentar una "novela de Philip Marlowe". Parecía interesante, de modo que me lancé a la aventura de escribirla a comienzos del verano pasado, y para el final del mismo verano ya tenía terminada La rubia de ojos negros. Quizá, como me sugiere, la idea había estado germinando en mí desde mucho antes sin que yo lo supiera, puede ser. Es lo que suele pasar en este tipo de casos. Como fuera, fue una experiencia muy disfrutable, si de verdad se puede decir que escribir es algo que se disfruta.
-El título, La rubia de ojos negros, tiene algo de paradójico. Por lo general las rubias tienen ojos claros o marrones. ¿Lo pensó como un guiño a esta especie de subgénero posmoderno: la de escribir libros de -o como si fueran de- autores que hoy podemos considerar clásicos?
-En realidad Chandler tenía una lista de alrededor de veinte títulos para novelas, que mi agente me mandó cuando ya había empezado a escribir. A los dos nos pareció que La rubia de ojos negros era un título espléndido, así que lo adopté de inmediato. Eso me obligó a volver para atrás y cambiarle el color de cabello y ojos a Clare Cavendish, el personaje al que alude el título: creo que originalmente en mi versión tenía pelo castaño-rojizo y ojos grises. ¿Es Clare una bottle blonde, como se dice en inglés? Vale decir, ¿se tiñe el pelo? Probablemente. Hay muy pocas rubias reales fuera de Escandinavia, y muchas menos todavía en Irlanda.
-Desde el primer libro que publicó como Benjamin Black era bien sabido que detrás de ese nombre se escondía John Banville. ¿Por qué se supo ya en un comienzo y no jugó con el secreto?
-Sólo quería que a los lectores de mis novelas, las que publico como Banville, les quedara en claro que estaba tomando una nueva dirección, y que las novelas policiales que me disponía a escribir no iban a ser elaborados juegos literarios o ficciones posmodernas.
-En Writers in Hollywood, Ian Hamilton contaba una historia sobre Chandler. Decía que William Faulkner y Howard Hawks, cuando se estaba escribiendo el guión de El sueño eterno, se toparon con un callejón sin salida en uno de los muchos subargumentos de la novela. Así que llamaron a Chandler para preguntarle quién había cometido tal o cual crimen y éste les contestó sin mucho humor: "No tengo la menor idea".
-Sí, le telefonearon a Chandler porque no podían sacar en limpio quién había matado al chofer y lo había tirado con auto y todo al mar desde el muelle del Lido. El mismo Chandler no lo sabía, o no se podía acordar. Si se piensa bien, es algo muy significativo.
-¿Ese caos, ese desorden, es quizás una de las razones escondidas del atractivo que posee la obra de Chandler?
-Seguramente. Como él mismo decía: "No importa un bledo de qué trata un libro", dado que "todo lo que va a quedar de la escritura es el estilo". Son sentimientos que comparto de manera absoluta.
-Otra de las razones inobjetables es, claro está, el propio Marlowe. En particular, el tono de su primera persona. ¿Cómo hizo para emular esa voz?
-Sólo me puse a releer las novelas, y de alguna manera pude deslizarme dentro del tono de voz de Chandler. Cuanto más fuerte es el estilo de un escritor más fácil es imitarlo. No podría escribir nunca, por ejemplo, como J. M. Coetzee desde el momento en que hace un esfuerzo tan grande en no tener un estilo, en escribir de la manera más neutra y límpida que le sea posible. Es lo contrario del estilo de Chandler y de Marlowe, que no se puede confundir con ningún otro.
-En La rubia de ojos negros hay una coincidencia entre el estilo de Chandler y algunas pinceladas a la Banville, sobre todo en las comparaciones (por ejemplo, ese humo de pistola que huele a panceta). Y también en las diversas alusiones irlandesas. ¿Lo tuvo en cuenta?
-Hay gente que me dice que ven la mano de Banville aquí y allá, lo que a su manera me alarma un poco. Yo quería "ser" Chandler. Pero claro, no lo soy. Supongo que era inevitable recaer de vez en cuando en mi propia voz. De todos modos, no pretendía repetirlo como un loro, sólo escribir según el espíritu de su obra.
-¿Cómo definiría finalmente el tono de Marlowe?
-Diría que es equilibrado, elegante, agudo e ingenioso, flexible y, a su manera, extrañamente poético.
-Hacia el final del libro, el detective sugiere que la historia por la que acaba de pasar parece "un juego de alta sociedad que había terminado horriblemente mal". Aunque Chandler es estadounidense, estudió y se formó en Inglaterra. Uno podría preguntarse si la mirada social del personaje, esa conciencia tan británica de clase, no se está colando en la mirada de Marlowe. Como si sus libros tuvieran inoculado algo foráneo al frenesí de la sociedad norteamericana.
-Sí, hay mucho del dandi inglés en Chandler y, por cierto, también en Marlowe. ¿Sabía que los antepasados de Chandler eran irlandeses? Su madre había nacido en Wateford -que está, dicho sea de paso, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad en que nací yo- mientras que la familia de su padre era de la misma ciudad. Lo educaron en Dulwich College, al sur de Londres, donde fue el clásico colegial de escuela privada, con blazer y sombrero de paja. Trabajó en Londres como periodista y empleado público, después en Nueva York y en el Medio Oeste americano. Así que hay todo tipo de influencias implicadas. Pero nunca perdió ese toque inglés, y es evidente en sus libros, por todas partes. Es una de las cosas que los hacen tan especiales y los colocan en un estante aparte del trabajo de tantos otros escritores de policiales estadounidenses.
-¿Tiene planeado seguir con una serie Marlowe?
-Podría. Me pidieron que escriba otra, y lo estoy pensando. Pero quizá no debería tentar a la suerte, ¿no?
-¿No extraña a sus propios personajes, al doctor Quirke y los escenarios dublineses de las otras novelas que firma como Benjamin Blake?
-Quirke está en su cripta, durmiendo serenamente en el lecho de su tierra natal, con la tapa del féretro bien firme en su sitio. Supongo que algún día voy a abrir el cajón y sacarlo otra vez a la luz. Y sí, lo extraño, pero sólo un poco.
-¿Le parece pertinente la idea (muy difundida entre nosotros después de Borges y de Ricardo Piglia) de que en cierto modo todo libro es en el fondo un policial donde el lector es una especie de detective?
-Sí, por supuesto, pienso que todas las novelas son novelas de detección. Veamos, por caso, algo que en el contexto de esta conversación parecería un ejemplo altamente improbable: Samuel Beckett. Era un ávido lector de la série noire, la colección de policiales de la editorial Gallimard, que tuvieron influencia en él. En su novela Molloy, el detective Moran es enviado a seguirle el rastro a un tal Molloy. Al comienzo de la narración, Moran escribe: "Es medianoche. La lluvia azota los cristales", pero al final, produciendo un increíble giro, admite: 'Entonces entré en casa y escribí, es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía". Lo mismo ocurre en muchos de sus otros trabajos, incluso en los más tardíos: siempre tienen una vuelta de tuerca al final.
-Se lo pregunto porque muchos de sus libros pueden leerse de esa manera intrigante.
-Sí, son novelas de detección.
-¿Cuál es la diferencia, en pocas palabras, entre Banville y Black? Al fin y al cabo a los dos se los puede considerar, cada uno a su manera, un estilista.
-La comparación que siempre utilizo para ilustrar las diferencias entre Black y Banville es la siguiente. Black es un funámbulo, una de esas personas que caminan por la cuerda floja: no mira hacia abajo ni hacia atrás, no duda, sigue siempre hacia delante hasta alcanzar el final de la cuerda. Banville, en cambio, es una especie de topo, alguien que permanece años y años en la oscuridad de su madriguera, a la espera de poder salir y ver la luz.

La rubia de ojos negros

Benjamin Black
Alfaguara
En esta resurrección de Philip Marlowe de la mano de John Banville, una mujer adinerada le encarga al detective que averigüe qué ocurrió con un examante al que creía muerto. En la tradición de Chandler, el escritor irlandés elabora un intrincado tejido de dobleces y corrupción que tiene su clímax en la llegada de una figura inesperada, que los lectores del estadounidense conocen bien.

21.5.14

Carlos Salem gana el Premio a la Mejor Novela de 2014 del Festival VLC Negra con 'Muerto el perro'

El escritor, periodista y poeta Carlos Salem ha sido el ganador del Premio a la Mejor Novela de 2014 del festival VLC Negra con Muerto el perro, según ha informado la organización en un comunicado

Carlos Salem, autor argentino de Muerto el perro./Zoe Riudavets./lainformacion.com
Este premio se concede en función de las votaciones que emite el público en la página web del festival. Más de 4.300 personas han decidido el ganador con su voto. Los otros cuatro finalistas eran Claudio Cerdán ('Un mundo peor'), Víctor del Árbol ('Respirar por la herida'), Andreu Martín ('Les escopinades dels escarabats') y Berna González Harbour ('Margen de error').
Carlos Salem "es una de las plumas más arriesgadas, avasalladoras y menos convencionales" del panorama narrativo de España. Debutó en 2007 con 'Camino de ida', ganador del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela policial escrita en español, han recordado las mismas fuentes.
Esa misma novela fue finalista de los Prix 813 a la mejor novela policial traducida al francés, y señalada en la revista Lire como una de las diez mejores del año. Su segunda novela, 'Matar y guardar la ropa' (2008) ganó el premio Novelpol a la mejor novela negra publicada en nuestro idioma. 'Cracovia sin ti' fue reconocida en 2010 con el premio internacional Ciudad de Seseña de novela romántica.
Carlos Salem ha escrito numerosos libros de poemas y cuentos breves. Su última novela, con la que ha ganado el Premio a la Mejor Novela 2014 de VLC Negra es 'Muerto el perro' (2013). Estudió Ciencias de la Información y reside en España desde 1988. Ha dirigido programas de televisión en Buenos Aires y periódicos en Ceuta y Melilla.

20.5.14

Márkaris dice que la cultura es el plato principal pero los políticos no lo entienden

Harto de hablar de la crisis, Petros Márkaris advierte a los políticos de que "no lo saben todo" y que deberían invitar a los intelectuales a participar en el debate sobre el futuro de Europa ya que "la cultura es el plato principal aunque se empeñen en tratarla como el postre"

Petro Markaris, autor griego de la saga de Kostas Jaritos, detective./lainformacion.com
Con esta contundencia dibuja un pesimista Márkaris (Estambul 1937), "padre" del detective Kostas Jaritos esclarecedor de asesinatos y descriptor de la coyuntura demoledora de la Grecia actual, la fórmula para enfocar la construcción europea.
"Los políticos creen que pueden hacerlo todo, pero no pueden porque no lo saben todo", señala en una entrevista con Efe durante su primera visita a San Sebastián, donde ha compartido café y charla con sus seguidores dentro del ciclo Literaktum celebrado en la capital guipuzcoana.
"No se puede esperar una Europa mejor mediante discusiones en las que no participen intelectuales, representantes de la literatura o artistas", una participación que debe ser además "activa" y en "todos los países" como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial.
El autor griego cree que se requiere de un "feed back" con la intelectualidad que no existe y contrapone este anhelo con los recortes en educación y cultura que han llevado a cabo muchos gobiernos europeos a quienes recuerda que "la cultura es el plato principal y no el postre", pero los políticos "desafortunadamente no lo entienden", afirma.
Tampoco es ajeno al auge del racismo y el nacionalismo, una circunstancia que define "como una enfermedad que tiene sus efectos secundarios" y que "no solo se manifiesta en los movimientos separatistas del País Vasco o Cataluña" en los que prefiere "no entrar".
Considera que se está creando un clima de "gran nacionalismo" entre el norte y el sur de Europa, de forma que los alemanes se quejan porque tienen que transferir dinero a los mediterráneos y estos ven en sus vecinos norteños una "fuente de opresión".
La extrema derecha -agrega- "también está basada en el nacionalismo" y defiende que "los austríacos estén con los austríacos y los finlandeses con los finlandeses" sin organizaciones supranacionales.
En todo caso cree que "no es un cliché" pensar que los países sacarán las lecciones adecuadas tras sobrevivir estos años difíciles ya que la crisis es "efectivamente" una "buena oportunidad" para la reflexión y para "detectar lo que se ha hecho mal".
"Con las dificultades se crece siempre que se acepte la realidad y se luche", subraya Márkaris.
Una realidad a corto plazo ante la que se muestra pesimista, ya que augura que de las próximas elecciones surgirá un Parlamento Europeo "terrible y que asustará" por el aumento de los euroescépticos y la presencia de la extrema derecha.
"Estos últimos irán todos a votar mientras los ciudadanos medios, decepcionados por las políticas comunitarias, se quedarán en casa", asegura alertado por los sondeos que sitúan la participación en los comicios del próximo 25 de mayo por debajo del 40 por ciento.
Márkaris reconoce que está "cansado y harto" de hablar de la crisis y teme repetirse por lo que está seguro de que su próxima obra, sobre la que ya le rondan algunas ideas, se alejará de esta temática.
Por el momento espera concluir este mes el libro que servirá de epílogo a la trilogía de la crisis compuesta por las novelas "Con el agua al cuello", "Liquidación final" y "Pan, Educación y libertad".
El protagonista de todas ellas, Kostas Jaritos, ese "lento insoportable y anticuado" detective como su creador ha reconocido alguna vez, conforma ya un clásico de la novela negra europea, un género en el que Márkaris aprecia grandes diferencias entre el norte y el sur del continente.
Para Márkaris, la "brutalidad" es la nota que diferencia la novela negra nórdica de la mediterránea, con los detectives Jaritos o Carvalho, del que se declara admirador, a la cabeza.
Según relata, un escritor escandinavo le reconoció que hasta el asesinato de Olof Palme en 1986 los nórdicos creían que vivían en una "sociedad ideal", pero el magnicidio les hizo darse cuenta de que no era así.
Los autores de novela negra tratan de mostrar mediante la exageración y la brutalidad ese aspecto de la sociedad que sin embargo en el sur de Europa ha estado presente en regímenes autoritarios y dictaduras por lo que no ve necesario trasladar más brutalidad a las páginas de las novelas.

17.5.14

La novela policíaca como búsqueda de la verdad, Franz Kafka

Fragmento de Conversaciones con Kafka

 Gustav Janouch

The Billy Boys  de Jack Vettriano. Portada de  Los detectives salvajes  de Roberto Bolaño./calledelorco.com
En una ocasión en que Kafka vio una novela policíaca entre los libros que llevaba en mi cartera, me dijo:
- No debe usted avergonzarse de leer algo así. Al fin y al cabo, Crimen y Castigo de Dostoievski tampoco es más que una novela policíaca. ¿Y el Hamlet de Shakespeare? Es un drama de detectives. En el centro de la trama hay un misterio que se va revelando poco a poco. Pero ¿hay un misterio más grande que la verdad? La poesía siempre es una expedición en busca de la verdad.
- ¿Pero que es la verdad?
Kafka permaneció en silencio unos instantes y después sonrió pícaramente.
- Parece como si acabara de pillarme diciendo una vacuidad, pero en realidad no es así. La verdad es lo que todo hombre necesita para vivir y que, sin embargo, no puede obtener ni adquirir de nadie. Cada persona tiene que producirla una y otra vez a partir de su propio interior, o de lo contrario dejará de existir. La vida sin verdad no es posible. Quizá la verdad sea la vida misma.

3.5.14

James Sallis: lágrimas y pérdida, literatura, whisky y yo

¿Quién es James Sallis? 

James Sallis, escritor estadounidense de novela negra./elpais.com
Pregunta difícil de responder. Es un escritor, nacido en Arkansas, EE UU, en 1944; es un creador de dramas negros; es un explorador del alma humana, de los rincones del alcoholismo y el desprecio; es un amante de la literatura, un enfermo de los libros, un adorador confeso de los maestros Chester Himes, Jim Thompson o James Goodis; un borracho, quizás, si creemos que su obra tiene rasgos autobiográficos; el padre de Driver, del detective Lew Griffin, mi querido negro perdido y letraherido de Nueva Orleans. Sallis es todo eso y más. Es el hombre que me ha acompañado, la sombra que me ha seguido, que me ha obsesionado, durante la última semana en la que me he devorado algunos libros que me faltaban y he repasado todos los que ya me había leído. Es el escritor que conecta con mi alma, que la oscurece, que la deja malherida.
Aprovecho la publicación de La agonía del asesino (RBA, traducción de Ramón de España) para hablar de uno de mis autores preferidos, de un escritor distinto. Vale, puristas, amantes del canon, no es Joyce, ni Proust, pero tiene un hueco en mi corazón. Como decía la gran Rosa Mora: "Un consejo: conozcan a Lew Griffin".
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Es difícil apostar por una obra de James Sallis, pero se pueden encontrar ciertos aspectos comunes que unen todos sus libros y con los que se puede describir su caza de la verdad a través de la literatura, negra, claro está: personajes solitarios, en búsqueda continua, en huida impenitente, siempre abandonados; tristeza y profundidad y un amor irracional, de qué otra manera podría ser, por los libros, por la literatura.
Sallis es el creador de Lew Griffin, detective entre Luisiana y Nueva Orleans, autodestructivo, buscador de justicia, negro en un tiempo y en un lugar en el que serlo no era precisamente la mejor opción en los Estados Unidos de América. Griffin es un personaje complejo, de gigantesca evolución. A través de sus novelas (en España, RBA ha publicado tres de ellas, Poliedro publicó cinco entre 2003 y 2004) se le ve abandonarse a la violencia justiciera, ayudar a los que más lo necesitan, entregarse al alcohol, tirar su vida, tratar de recuperarla, encontrarse con la salvación en forma de literatura. Griffin es un personaje distinto, un maestro del autodesprecio, divagador. La galería de frases lo demuestra:
“En la oscuridad las cosas siempre se alejan de ti. La memoria te sujeta mientras el arrepentimiento y la congoja te sacan de dentro todos los demonios. La única ayuda, el alcohol y la mañana” (El tejedor)
“Durante un tiempo no hice otra cosa. Leía durante el día, bebía y pensaba por la noche. Hasta que la noche empezó a comerse los días” (El avispón negro)
“Me había escapado de mi casa a los dieciséis años. De la docilidad de mi padre, de sus furias repentinas, de los negros viejos que llamaban ‘señorito’ a los niños blancos de diez años, de los campos y de la fábrica de neumáticos (...) Me había ido a la ciudad, a Nueva Orleans, y me había inventado mi propia vida. No es que estuviera muy orgulloso de ella, pero era mía, y siempre había desestimado volver. Había evitado muchas cosas. Y ahora, allí estaban, esperándome” (Mariposa de noche)
Sufrir. La agonía del asesino es un buen ejemplo de la preocupación de Sallis por retratar universos cerrados, dominados por hombres solos, atrapados en situaciones complicadas y que no buscan nada más que seguir vivos, sean asesinos, niños solitarios o simples individuos en pos de una venganza imposible.
Driver
Rian Gossling en Drive
La venganza y la soledad son los dos temas predominantes en la serie de Driver, compuesta por Drive y El regreso de Driver. Popularizados por la película protagonizada por Rian Gossling y dirigida por Nicholas Winding, son dos libros algo confusos, inquietantes, pero con diálogos épicos y que desprenden una sensación de tristeza y desprotección que corroe.
Una de las mayores virtudes de  Sallis es su amor por la literatura y por el género negro. Hartos estamos todos de ver a escritores que triunfan y que alardean luego de sus lecturas, cáscara detrás de la que hay más bien poco. En el caso de Sallis, no. Vidas difíciles (Poliedro, traducción de Alberto de Satrústegi) es un bello homenaje a Himes, Thompson y Goodis, tres outsiders, tres fracasados y tres maestros, tres pioneros incomprendidos en su momento. Sallis los conoce y cuenta sus historias con cariño y devoción. Aprendes y te diviertes y entiendes su influencia posterior. Su amor por la literatura va mucho más lejos y se ve en sus personajes, especialmente en Griffin, que adora leer hasta altas horas, con una jarra de café gigante o de té con limón, insomne, tantas veces escapando poco a poco de una borrachera infame.
Letraherido
Me encanta ese momento, en El avispón negro, en el que encima de una mesa un Griffin joven y ajeno al veneno literario encuentra un ejemplar de “una cosa llamada El asesino dentro de mí”; adoro las referencias a El extranjero, de Albert Camus; me gusta la dedicatoria de Drive: “A Ed McBain, Donald Westlake y Lawrence Block, tres grandes escritores norteamericanos”. Dice Sallis, en boca de un Griffin convertido en profesor en Mariposas de Noche: “El verdadero protagonista de la novela, les digo siempre a los alumnos, siempre es el tiempo. Con los años se ha vuelto más fácil decir cosas como esta sin mirar por encima del hombro ni sonrojarse”. Supongo que escribir sobre ellas también. Y se agradece.
En las novelas de Sallis la pérdida está siempre presente y lo contamina todo. Driver deja atrás muchas cosas, seres queridos, mujeres que podrían haber sido “las elegidas”. El detective, profesor y escritor Griffin lo pierde todo y lo recupera malamente. Su relación con La Verne -prostituta, confidente, amante, amiga- sus idas y venidas, sus silencios, la complicidad que existe entre ellos es paradigmática.
Sallis es todo esto y mucho más. También es el escritor con el que más a gusto bebo mientras leo, el que más lágrimas me ha arrancado, el que más veces he querido imitar, en vano. Les dejo una última cita. Si no lo han visitado, no se lo pierdan. Lean y disfruten.
“Los padres aprenden que, seamos quienes seamos, lo único que podemos compartir de veras es la humanidad común que nos ata. La conciencia de que todos, absolutamente todos, sufrimos, de que cada elección es difícil y, a su manera, definitiva”.