27.9.13

Los huesos del invierno. Homenaje a una obra dura, ignorada, magistral

Hay novelas que son como una patada en el estómago. Empiezas a leerlas, te agarra la ansiedad, se te hace un nudo en las tripas y no respiras hasta que no terminas

Portada Los huesos del invierno, de Daniel Woodrell./elpais.com
Y luego, a veces, lloras. No es la emoción surgida de una estructura perfecta llena de sorpresas. No. Es la sensación de que tienes en las manos un libro que habla de la vida, del lado oscuro, de la cara b, de la miseria.
Los huesos del invierno (Alba, Traducción de Concha Cardeñoso) es un gran ejemplo. Daniel Woodrell (Misuri, 1953) relata en esta novela, negra de principio a fin, la historia de una chica de 16 años que lucha a muerte por salvar a su madre y a sus dos hermanos de un desahucio seguro tras la desaparición del padre. En un invierno crudo, en la miseria más asquerosa de los paletos que pueblan la meseta de Ozark, Misuri, rodeada de fabricantes y consumidores de metanfetamina, sin recursos pero con una escopeta del calibre 22, Ree Dolly busca a su padre en una aventura conmovedora, violenta y cruel.
Ree Dolly está en problemas. Tiene dos hermanos de los que hacerse cargo y una madre inválida, que perdió la razón, a la que mantener. Su padre, Jessup Dolly, famoso fabricante de meta, presidiario, miembro de una casta legendaria de bandidos y criminales de mayor o menor calibre, ha desaparecido estando en libertad condicional. Si no lo encuentra en 30 días, perderá la casa.
Empieza así una lucha por la supervivencia en la que Ree sufre, pasa hambre y frío, recibe palizas y amenazas de quienes no están interesados en que encuentre a su padre, vivo o muerto. Pero no se rinde. Esta descripción que hace Woodrell de ella es perfecta y da una idea también del tono del libro, una de las joyas de lo que se ha dado en llamar country noir:
“Ree, pelo castaño, cutis lechoso y abruptos ojos verdes, estaba con los brazos al aire cara al viento, que le agitaba el vestido amarillo y le enrojecía las mejillas como a bofetones.  Parecía más alta con las botas militares, fina de talle pero fuerte de brazos y hombros. Un cuerpo a medida para saltar sobre la necesidad. Olía la amenaza húmeda y helada de las nubes, pensaba en la cocina sombría y en la nevera desprovista, miraba la mermada reserva de leña, se estremecía”
La heroína sufre, saca los dientes, camina cuando no tiene coche, dispara si hace falta, vuelve a casa a calentar y alimentar a sus hermanos pequeños y a peinar a su madre, regresa a la calle, pelea, sobrevive. En un momento de la trama, cuando parece que ya va a perder definitivamente la casa, uno de sus tíos, uno de los menos criminales, le ofrece quedarse con los hermanos. Esta es su respuesta:
“Eres un hijo de puta. Vas a ir directo al infierno y te vas a freír en tu propia grasa. Antes que pasar una noche contigo, Sonny y Harold morirán en una puta cueva, con mi madre y conmigo. Maldito seas, Milton el Rubio, debes de creer que soy idiota o algo”.
Amén de esta heroica lucha por la vida, la novela es un repaso a una sociedad rural, corrupta, atrasada, anclada en luchas atávicas. El repaso que Woodrell hace de esa gente, algunos honestos, la mayoría detestables, todos pobres, es magistral: vidas en caravanas o en cuevas o en casas destartaladas, tráfico de drogas, violaciones, sexo en la propia familia, matrimonios no deseados.. y mucha miseria moral y material.
El paisaje es el otro protagonista. El invierno que amenaza con acabar, literalmente, con la vida de los Dolly está presente, atenaza, oprime. Y está descrito de manera sencilla, sin alardes.


 
Woodrell es considerado, y lo dice el maestro Dennis Lehane, como “el más importante de los escritores menos conocidos de Estados Unidos”. La adaptación de la novela al cine en una película del mismo título protagonizada por Jennifer Lawrence y dirigida por Debra Granik fue un enorme éxito: Premio en Sundance y cuatro candidaturas a los Oscar. Ayudó, además, a que la novela fuera más conocida. No lo suficiente. Es una obra maestra. Lean y disfruten.

25.9.13

la novela policial habla de nosotros

Un especialista en el género sostiene que autores como Poe, Walsh, Capote, Chandler, Piglia han retratado mejor que otras plumas la cara y ceca de las sociedades que han vivido. Ese abordaje realista permanece vigente

Existe un boom mundial de novela negra por el planeta entero y en todos los idiomas.
Ernesto Mallo, autor de Me veras caer, novela negra./revista Ñ

El género policial, y principalmente la novela negra, les da voz a los villanos, a los criminales, a los detectives, a los pobres, a los desempleados, a los marginales, a todos los maltratados de este mundo. A esa sociedad paralela que intriga y atemoriza a sus principales consumidores: la gente decente. 
En el escenario urbano es donde transcurren la mayor parte de estas obras, el hábitat donde también vive la mayor parte de los humanos. Esos conglomerados de cemento y acero donde la opulencia y la miseria están a pocos metros de distancia, donde se mezclan los ricos con sus servidores, donde la mitad de la sociedad observa a la otra mitad para envidiarla, compadecerla o acecharla. 
El abordaje realista que le exige la verosimilitud la obliga a mantener la trama dentro de las leyes de la física, acá no valen elfos ni marcianos que vengan a resolver la trama. 
Con un lenguaje que se renueva constantemente; porque también lo hacen el de la calle, el del delito, el de la cárcel y el de la policía; se plantea una visión del binomio crimen/justicia más cercana a los hechos que a los ideales: el desencanto es uno de los principales aderezos del cóctel de pasiones que le sirve al lector. Vivimos en un mundo en el que, al decir de Tom Waits: “Estamos sepultados bajo el peso de la información que es confundido con el conocimiento; la cantidad se confunde con la abundancia; y la riqueza con la felicidad. Somos monos con armas y dinero”. Al dar testimonio del espíritu de nuestro tiempo, la novela negra se convierte en la novela social por excelencia, una que no plantea ningún tipo de solución al otro binomio, el que impera: ambición/violencia.
Truman Capote, autor de la extraordinaria A Sangre Fría , es considerado el padre de la novela de no-ficción. Sin embargo Rodolfo Walsh, con Operación Masacre , se le adelantó 10 años al norteamericano y describió con entretenida lucidez lo que 20 años más tarde sería práctica común del terrorismo de Estado. Sobre la narración policial en los turbulentos años 60 y 70, en Argentina, con la vida cultural, académica y periodística tabicada por la censura estatal, la estudiosa Martha Barboza, nos dice: “Dadas las circunstancias socioculturales, se impone ahora la novela negra norteamericana, pues constituye la modalidad narrativa por excelencia, para narrar, desde el crimen, el estado de la sociedad. En este sentido, Rodolfo Walsh y Juan Carlos Martelli, entre otros escritores, toman dicho modelo, para generar nuevas formas discursivas que trascienden el marco genérico, pero sin abandonarlo totalmente”.
Si quisiéramos saber cómo funcionaba el Los Ángeles de los 30 y 40, de qué manera el dinero y el poder operaban en las vidas tanto de los poderosos como de los desesperados, sólo necesitamos recurrir a Raymond Chandler. El tránsito por las “mean streets” de Phillip Marlowe lleva al lector de las mansiones fastuosas de magnates corruptos a oscuros callejones donde predan embaucadores de poca monta y asaltantes al voleo. Con Francisco Haghenbeck podemos rastrear, en La Primavera del Mal , los orígenes del fenómeno de las drogas entre México o Estados Unidos en los años 30 a 50. Los intereses y acuerdos secretos entre las autoridades de ambos países, las guerras por los territorios, las complicidades y traiciones cuyas consecuencias trazan un reguero de sangre hasta nuestros días. Se pueden seguir los pasos del detective-poeta Chen Cao, de Qiu Xiaolong, por los intrincados laberintos de la sociedad china, que combina el capitalismo salvaje con el marxismo ultraortodoxo. Qué otra cosa retratan las novelas policiales del boom del norte de Europa, sino el ominoso revés de la trama, enfatizado por el notable contraste de la sangre sobre la nieve, de aquellas idealizadas “sociedades del bienestar”.
Podríamos hablar de Borges y Bioy, de Piglia y De Santis, de cientos y cientos de extraordinarios escritores del género de todas las latitudes. Lo que tienen en común los buenos novelistas es el uso del suspenso para contar entre líneas los conflictos entre personajes vívidos en situaciones de gran verosimilitud; y más aún, la manera en que estos conflictos se ven intensificados por el contexto social que envuelve a estos héroes de ficción. Valiéndose del riesgo y el peligro, estos autores utilizan el empuje narrativo de la ficción criminal para demostrar de qué modo asuntos tales como clase social y estatus, y el anhelo de las personas por re-inventarse a sí mismas siguen forjando el carácter de un pueblo. Esto es algo que no puede suministrar ningún texto sociológico o periodístico. Tampoco pueden expresarlo los voceros de la política, quienes desean que el público suponga, o crea, que la sociedad está bajo control y que el delito no forma parte del gobierno. Al estar exento de las presiones de la línea editorial o política, al no tener que justificar sus fuentes, sus asertos o sus ingresos, el autor criminal queda en libertad para narrar lo que quiera. Dado que la novela negra es por definición una obra de ficción, es decir una mentira, queda habilitada para contar las verdades que todos los demás deben callar y trascender las apariencias que se construyen mediante discursos no literarios.
El género vive otra primavera. No es ajeno a esto la proliferación de festivales como la Semana Negra de Gijón, y otros de España; Mord & Hellweg, en Alemania; Polars du Sud, entre los más de 60 festivales de género que se realizan anualmente en Francia y Theakstons Old Peculier Crime Writing, del Reino Unido; o BAN! - Buenos Aires Negra, que tengo el honor de dirigir, entre muchos otros que en todo el mundo convocan la atención de público y medios. En mi opinión, una de las razones de este auge es la necesidad de la gente de informarse sobre qué está sucediendo con el delito, cuáles son las nuevas formas que adquieren el crimen y la violencia. Instintivamente, el público recurre a la literatura policial por ser la fuente más confiable ya que es la más alejada de cualquier complicidad y porque, desde Poe a esta parte, la buena ficción criminal viene mostrándonos quiénes somos.

21.9.13

Jo Nesbo: "Muchos se suben a la ola del éxito de la novela negra con libros malos"

El escritor noruego que publica El muñeco de nieve analiza la parte menos amable de su país y de cómo manejar el éxito. Nesbo augura un final para su detective Harry Hole y no se esconde a la hora de hablar de la parte menos amable de Noruega

Jo Nesbo, este miércoles en Madrid / Claudio Alvarez./elpais.com
“Cuando tenía 17 años marqué mi primer gol con el equipo de fútbol de mi pueblo, una pequeña localidad en la costa oeste de Noruega. Siempre digo que es ahí cuando alcancé mi cima como celebridad: de repente todo el mundo hablaba conmigo y me invitaba a tomar algo y nada podrá nunca competir con eso. Desde entonces, he tratado de compensar esa pérdida y por eso empecé a escribir libros”. Entre la ironía y la melancolía, Jo Nesbo (1960, Oslo) aborda así su relación con el éxito, “algo con lo que es más fácil de lidiar que con el fracaso”, que disfruta desde hace años gracias a las novelas del detective Harry Hole, de la que se acaba de publicar en España El muñeco de nieve (RBA y Proa en catalán), séptimo libro de una serie que ha vendido más de 20 millones de ejemplares en todo el mundo. 
Nesbo no rehúye ningún tema y no tiene inconveniente en cargar contra quienes “se suben a la ola del éxito de la novela negra para escribir libros muy malos”, en reconocer que su país tiene heridas del pasado por afrontar y que la noruega es una sociedad exitosa pero en la que “los nuevos ricos creen que derrochar es una obligación, como los oligarcas rusos”. 
"Puedo prometer a los lectores que Harry Hole no tendrá una vida eterna y que cuando muera no va a resucitar"
En un inglés pausado y con respuestas largas y meditadas, el autor de Némesis se muestra optimista sobre su país y la integración de los inmigrantes y sobre la responsabilidad de los que son muy ricos, “una especie exótica cuando yo era un niño”- en una sociedad que ha perdido parte del igualitarismo que le caracterizaba. Nesbo no cree que Breivik, el autor de los atentados de Utoya, represente a nadie y avisa: “No creo que Noruega sea una sociedad cada vez más violenta. La extrema derecha ha perdido poder. Habría estado menos sorprendido si los atentados hubieran ocurrido en los ochenta e incluso en los noventa. Tras el ataque, los noruegos nos dimos cuenta de si hay demasiada seguridad para defenderse de esas amenazas, igual creamos una sociedad en la que no sería muy deseable vivir”.
En un arranque de sinceridad, el autor de Headhunters muestra cierto cansancio cuando se le pregunta por el éxito del género negro, que no atribuye sólo a “su marcado carácter de crítica social” sino también a “la magia de la novela negra, en la que el lector pacta con el escritor y no solo conoce su mundo y su casa, sino que llega hasta la cocina y se sirve una copa”. Sin embargo, avisa: “hay muchos autores malos y muchos libros malos”. Metido de lleno en la literatura, el autor muestra su adoración por Jim Thompson - “sigue siendo el mejor”- y apuesta por tres autores noruegos fuera del género: “Un par de clásicos: Knut Hamsun y la Nobel Sigrid Undset, y un escritor nuevo y muy interesante, Karl Ove Knausgärd, autor de la serie Mi lucha, seis novelas sobre su vida, que es una vida muy normal, pero que ha descrito de una manera tan dolorosamente honesta que ha logrado convertir un experimento en un gran éxito”.
El brillo en los ojos que se puede percibir a través de las gafas de sol naranjas cuando habla de sus pasiones, vuelve al rostro de Nesbo cuando aparece Harry Hole. Un policía solitario, alcohólico, visceral, honesto e incapaz de no dejarse la piel para castigar el mal. Un personaje que, asegura, creó en el avión que le llevó de Oslo a Sidney para pasar cinco semanas en las que escribió su primera novela, The Bat. Hole es un comisario marcado por el dolor, creado a partir de Batman, un excéntrico entrenador de fútbol (Nils Arne Eggen) y partes “cada vez más, de lo bueno y de lo malo, para qué negarlo”, del propio autor. “Es interesante ver cómo la novela negra consiste en una manipulación del escritor a los lectores y una de las mayores manipulaciones que se pueden dar es la de conseguir que la gente ame a alguien porque sufre aunque caiga en el lado oscuro. Nunca intenté que la gente amase a Harry, pero lo hacen. Él sufre, los lectores le perdonan y siguen con él”, asegura.  "Nunca intenté que la gente amase a Harry Hole", añade. "En el primer libro tuvo sexo con prostitutas y cuando escribí esto dije: 'Vale, ahora a las mujeres no les va a gustar' y me parecía bien, porque quería que le odiasen un poco".
"La magia de la novela negra, en la que el lector pacta con el escritor"
En El muñeco de nieve, su nueva novela. el lector siente desde el principio el miedo por la figura de un asesino en serie que no ve ni conoce. “Creo que el asesino en serie representa al monstruo. Y toda historia sobre un monstruo es un relato sobre la gente que lucha contra él y que temen también sus elecciones y su propia moral. Las motivaciones del asesino terminan reflejándose en el protagonista y dejándole huella”.

El futuro de Harry Hole

El autor no se esconde al dar pistas sobre el final de Harry Hole: “Cuando escribí Petirrojo escribí una línea de vida para Harry Hole. Y todavía no hemos llegado al final pero si siento que el personaje se acaba antes de llegar a ese final, me prometí que terminaría antes la serie.Tengo un plan para él. Puedo prometer a los lectores que no tendrá una vida eterna y que cuando muera no va a resucitar”. 
Nesbo, que fue líder de un exitoso grupo musical noruego antes de convertirse en escritor, es el productor ejecutivo de la adaptación cinematográfica de esta novela, proyecto detrás del que está Martin Scorsese. Aquel gol debió ser brutal para superar todo esto.

13.9.13

Arnaldur Indridason, premio RBA de novela negra 2013

El autor islandés recibe el galardón por la novela El pasaje de las sombras

El escritor islandés Arnaldur Indridason, en Barcelona. /Consuelo Bautista./elpais.com
El escritor islandés Arnaldur Indridason (Reikavik 1961) ha sido el ganador del VII Premio RBA de novela negra que se ha fallado este jueves en Barcelona. El autor de la serie del detective Erlendur Sveisson sucede a Michael Connelly en el palmarés del galardón. El autor de La mujer de verde, Las Marismas o Invierno ártico (todas editadas en España por RBA) es todo un éxito de ventas en su país (donde vende más de 30.000 ejemplares de cada novela de una serie que inició en 1997) y ha sido traducido a 37 idiomas.
Como otros autores nórdicos que le precedieron y algunos de su generación, Indridason trata de mostrar al mundo los errores y defectos de la sociedad en la que vive en una suerte de crítica social que alerta sobre el auge de ciertos comportamientos y arroja luz sobre las sombras de un país que, como se vio durante la crisis, está lejos de ser perfecto.
Tras recibir el premio y preguntado por el realismo y la crítica social de sus novelas y del género negro en su versión nórdica, Indridason asegura: “La novela negra de estos países habla de gente normal que se encuentra en situaciones excepcionales y de ahí sale la corriente del realismo social, donde las novelas ocurren en una sociedad determinada y participan de la realidad de esa realidad. Intento trabajar dentro de ese socialismo real. Por eso pongo el énfasis principal es en la creación de los personajes, en la caracterización. Siempre me ha importado crear personajes que importen al lector. Si los personajes no te importan no tiene ningún sentido seguir la historia”.
La mujer de verde, su obra más popular y de la que se han vendido 140.000 ejemplares en España, relata un escabroso, cruel y oscuro caso de violencia de género, que el autor considera “una de las cosas más despreciables que existe”. “La violencia de género es difícil de combatir porque genera vergüenza y eso facilita la tarea al agresor”, ha asegurado.
Preocupado por preservar el idioma islandés “escribiendo, que es la mejor manera de defenderlo” y por conocer la realidad sobre la que escribe, descarta ambientar una de sus próximas obras fuera de su país y, menos, en Barcelona: “La regla número uno es escribir sobre lo que conoces. Me temo que si escribiese sobre Barcelona ahora mismo sería una novela malísima”.
El autor islandés tienen una prosa seca, sin alardes, como su personaje, el detective Erlendur Sveinsson, un hombre solitario, complejo, obsesionado con su trabajo, que no tiene aficiones ni una gran vida social más allá de sus pesquisas. Un detective marcado por las pérdidas, (la de su hermano, de pequeño, en una tormenta de nieve; la de sus hijos a los que abandonó y que se convirtieron en drogadicta, ella y alcohólico, él). "El sentimiento de culpa es una fuerza muy poderosa, erosiona como poco en la vida", aseguraba hace dos años en la Feria del Libro de Francfort. Su estilo es conciso, depurado y muy preocupado por los detalles de la investigación. Apasionado de la cotidianidad del método de trabajo policial, Indridason reconoce influencias de los padres de la novela negra sueca, Maj Sjöwall y Per Wahlöo y de Ed McBain y John Le Carré.
Además de Indridason y Connelly, han recibido el premio Francisco González Ledesma, Andrea Camilleri, Phillip Kerr, Harlan Coben y Patricia Cromwell.

12.9.13

La camarera: un inédito de James M. Cain, un escupitajo en la conciencia

Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La camarera condensa la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo glamour

James M.Cain en una de las pocas imágenes que se tienen del escritor./elpais.com/elemental
 
“Todo el libro debe recordar el olor caliente, cerrado, sudoroso, femenino de la coctelería… Joan establece el tema… Su forma de andar, sus accesorios, la silueta de sus piernas, su olor…” anotaba James M. Cain (Maryland, EE UU, 1892-1977) cuando intentaba componer el personaje protagonista de La camarera, novela póstuma y hasta ahora inédita de uno de los grandes, y menos apreciados, escritores de la novela negra
RBA publica esta pequeña joya que en Elemental hemos disfrutado en primicia. Una edición traducida por Ana Herrera y con un excelente epílogo de Charles Ardai, el editor estadounidense que rescató del olvido esta obra.
Escrita ya cuando Cain tenía 83 años, La Camarera condensa la esencia de un autor que llevó como nadie a la ficción la miseria cotidiana, los celos, las insidias y el egoísmo de las personas corrientes, unos sentimientos que arrastran al crimen despojado de todo glamour. Como Pacto de sangre o El cartero siempre llama dos veces, La camarera es seca, dura y claustrofóbica. Se lee de una vez, te atrapa y te deja una sensación de intranquilidad que perdura.
Tras la muerte de su marido Ron en un accidente cuando conducía borrachísmo, la joven y atractiva Joan Medford tiene que resurgir de la nada, buscar trabajo, pagar deudas, evitar las sospechas que se ciernen sobre ella por la muerte de un marido que la maltrataba y recuperar a su hijo de tres años, que vive con la obsesiva y perversa cuñada Ethel. Una ardua misión que mejora cuando consigue trabajo en una coctelería. Allí conocerá a Tom, atractivo, joven y soñador y a Earl, viejo millonario que le da grandes propinas y le propone matrimonio.
Hasta ahí, un esquema clásico de folletín aunque con la incuestionable capacidad de James M. Cain para describir ambientes y perfilar personajes femeninos. Pero aquí radica la magia del autor. Este planteamiento abre la puerta a un cruce explosivo de pasiones, codicias, intereses creados, odios, actos desesperados. Es complicado contar mucho sin desvelar y estropear una trama que va desplegándose tranquila e imparablemente ante los ojos de un lector que no puede parar.
El uso de la primera persona, que no era el plan inicial del autor, es otro acierto y otra trampa. Como los grandes narradores en primera persona en toda la historia de la literatura, se establece un pacto con el lector y nos creemos a Joan, que es quien cuenta la historia en una larga mirada hacia atrás. Pero la sombra de la sospecha está siempre ahí, te deja intranquilo, te corroe, te ensucia. Porque las novelas de James M. Cain son así: terminas y no sabes si leerte la siguiente, repetir o ir a darte una ducha y quitarte esa extraña sensación. Son buenas, muy buenas. Y sucias. Y negras, muy negras.
 
  
James M. Cain fue prohibido, odiado, envidiado, vilipendiado, calificado como un autor sensacionalista y barato, castigado por el éxito, olvidado. Un ejemplo muy ilustrativo. Raymond Chandler, escritor sensacional, indispensable y también  despiadado, endiablado y a veces hasta despreciable crítico dijo de Cain: “Es todo lo que detesto en un escritor… un Proust con mono grasiento, un chico sucio con un trozo de tiza y una valla y nadie mirando”.
Paradojas de la vida, Chandler terminó escribiendo el guión de Double indemnity, en español Perdición, película de Billy Wilder, cumbre del género negro y que se basa en el libro de Cain Pacto de sangre (también Double indemnity en el original). El trabajo fue ofrecido a Charles Brackett, colaborador habitual de Wilder, que lo rechazó porque consideraba que el texto era demasiado sombrío y chabacano. Menos mal.
Repasando argumentos para este post me he encontrado con un artículo escrito en este periódico en 1979 por Augusto Martínez Torres en 1979 con motivo de la publicación en Alianza de una nueva edición de El cartero siempre llama dos veces, otra excelente novela, otro puñetazo en el estómago, otro escupitajo pegajoso en la conciencia del lector. Ahí ya se le reivindicaba como uno de los grandes, y como el gran olvidado. La Rough Guide to Crime Fiction lo califica de uno de los autores más infravalorados de la historia del género. Es un buen momento, un momento excelente, para recuperarlo. Lean y disfruten.