30.9.10

Winslow: "Crecí con esos tipos, te protegían"

El escritor presenta una nueva novela sobre la mafia, El invierno de Frankie Machine


El escritor estadounidense Don Winslow.foto.fuente:ADN.es

Su anterior libro, El poder del perro (Mondadori), fue elogiado por la crítica y devorado por el público. Don Winslow (Nueva York, 1953) vuelve a retratar a la mafia con El invierno de Frankie Machine (Martínez Roca). Otro fantástico thriller.

Antes era detective privado.

Siempre quise ser escritor pero también comer todos los días. Así que acabé haciéndolo.

También fue consultor o guía de safari. ¿Qué le aporta más?

Quizás mi trabajo en Kenia. Como guía has de analizar cada detalle del paisaje y rápido.

La gente adora la mafia tras el éxito de 'Los Soprano'.

¡Soy un gran fan! Retrata muy bien el estado de la mafia actual. El repunte de la novela negra también se debe a la recesión. Con la crisis vuelve el interés por el mundo marginal.

De Niro ha comprado los derechos del libro.

Así es. Estoy convencido de que me gustará mucho.

¿Cómo se le ocurrió hablar de un mafioso jubilado?

Crecí con esos tipos. Estaban en la esquina, te daban helados y te regalaban céntimos para comprar cómics. Te protegían.

¿Pudo ser uno de ellos?

Apaga la grabadora (risas). De niño hice alguna entrega de alcohol cuando era ilegal vender el domingo. Pero era calderilla.

Dicen que es un experto en la naturaleza humana.

Como detective conocí ciertas personalidades a fondo. A mi pesar vi demasiado de lo peor y lo mejor del ser humano.

Ha dicho que el 90% de 'El poder del perro' es realidad, ¿lo es también en esta novela?

Está cerca. Frankie es ficticio pero cada flashback de su pasado se basa en hechos reales.

Kennedy, Nixon, Hoffa...

Bob Kennedy y Jimmy Hoffa eran enemigos. La mafia ayudó a que lo eligieran y Bob debía dejar a Hoffa tranquilo. Él no lo respetó y por eso asesinaron a JFK. Nixon estaba cerca del sindicato de Hoffa y la mafia ayudó en su reelección.

¿Qué papel tuvo la mafia en la construcción de EE UU?

Es menor pero en la política de los cincuenta hasta los sesenta fue crucial. Y no todos eran italianos, los míos, los irlandeses, también estuvieron. Y siempre digo que la clase criminal nativa de EE UU es el Congreso.

'Savages' es su último libro -del que Oliver Stone prepara un guión-, ¿de qué trata?

De drogas, sobre agricultores de marihuana en California.

Los nombres del misterio

El ensayista Luis Chitarroni propone en esta columna un proyecto ambicioso y fuera de época: armar un diccionario de detectives
Los detectives: personajes también para un diccionario.foto:archivo.fuente:Revista Ñ

Los principales exponentes del misterio y la resolución, desde el Lew Archer de Ross MacDonald hasta la Miss Marple de Agatha Christie formarían parte de este catálogo.

Siempre creí en la utilidad de un diccionario personal de detectives que me ayudara a resolver los enigmas menos importantes, esos que la realidad no escatima. Los detectives estarían representados por alguna de las letras del abecedario para no obstruir las facultades de intelección y detección con sus rasgos personales y prestarían servicio todo el día, de acuerdo con mis triviales requerimientos. Una segunda presunción imaginaria entorpeció este propósito: un diccionario exhaustivo de personajes, con sus rasgos individuales, para deleite pedantesco del que viste y calza. Tuve la suerte de nacer en época que disuade tales excesos. "Los libros de referencia", me dijeron sabiamente, "hoy sólo se ponen on line".

Puedo dar curso parcial a mis dos proyectos fallidos en esta columna. En términos de abarcar, empezaría probablemente con Lew Archer, de Ross MacDonald y terminaría seguramente con Aurelio Zen, de Michael Dibdin, respectivamente. Habría, sí, una mullida recepción para viejos conocidos como Nigel Strangeways, Gideon Fell y el teniente Columbo, entre otros. Dejaríamos lugar a Cornelia Gray y a otra dama menos inocente, la teniente Tennyson de Prime Suspect . Admito dos debilidades adicionales. Tienen el pudor de ser menos conocidas: Montagu Cork, de Macdonald Hastings, que trabaja en tres novelas extraordinarias e irrepetibles de los cincuenta: es probable que la época anterior a nuestro nacimiento ejerza un magnetismo superior a cualquier otra. Montagu no es un detective propiamente dicho sino un agente de seguros convertido por la compañía en que trabaja en investigador; sus pesquisas, programas de tiesa perfección a los que nunca deja de asistir personalmente, aunque tiene la imperturbabilidad de un "armchair detective", estilo de razonador que no se mueven de su sillón –o de su catrera–, como nuestro inolvidable y genial Isidro Parodi. Entre éstos, no me gustaría que Nero Wolfe de Rex Stout quedara sin mención, ni el príncipe Zalevsky, de M.P. Shiel.

El método de Cork es poco refinado: él no pertenece al conjunto de los que desconfían de la casualidad. Podría postularse, con mucho menos ingenio, a la vacante de Nigel Strangeways, si Strangeways necesitara suplente. O a la de Gideon Fell, que es ufano y circunspecto, casi tanto como Poirot pero exento de sus veleidades culinarias y sus remilgos contumaces.

De los últimos que estrené, de la escuela norteamericana de Texas, mi favorito es Kinky Friedman, un cantante country de mucha reputación en los tempranos setenta, integrante del combo "Los cowboys judíos". Uno de sus éxitos del grupo, escrito por el propio Kinky, fue: "Ya no se hacen judíos como Jesús en estos tiempos". Para reponerse de los devaneos y las arbitrariedades del éxito, de las interminables giras en ómnibus enormes con silueta de galgo y papeles de cocaína en todos los descansos, dedicó su ingenio a las novelas policiales en primera persona. El detective y el ex cantante son el mismo, y a escasa distancia de ambos está el autor, quien puede, en una página, celebrar las nupcias de Jimmie Rodgers y Jane Marple. Los aficionados a la novela de detectives deben de recordar a Miss Marple, otra creación de Agatha Christie cuyo método parecía un curso de corrección aprendido de la sensatez de las clases medias inglesas y de la sabiduría en extinción del diecinueve. Las conclusiones de Miss Marple no tienen la brillantez de las de Poirot, pero remedan con opaca condescendencia las del padre Brown de Chesterton. Jimmie Rodgers, por su parte, fue un cantante maravilloso, "el hombre que empezó todo", como recordó Bob Dylan, y, por lo tanto, precursor de precursores como Hank Williams y Woody Guthrie. Famoso por su yödl, modalidad tirolesa acomodada a la pradera, su canturreo sinusoide hizo memorable "Soñando con lágrimas en los ojos", que homenajeó, entre otros, Bono. Kinky vive solo con su gato y tiene como mascota adicional un armadillo. Es otro cuyo método consiste en una especie de fatua indolencia. La pesquisa la hacen por su cuenta las sagaces observaciones, que van armando, a lo largo de la novela, una especie de trama social de la que no escapan las costumbres alimenticias ni los mamarrachos de la moda. Entre Nueva York y Texas, el sistema de respuestas del hombre es chandleriano, de un laconismo terminal; y el humor, algo que los personajes de sus libros comparten. "Me gusta de los chinos", le dice su amigo Ratso, "que no responsabilizan a los judíos de la muerte de Jesús". "Sí", contesta Ramban, "pero creo que saben que fuimos los que contratamos al leñador".

A la altura de nuestra cornisa sin vista a la desesperación ni a la desesperanza está siempre el querido Maigret, a quien veo asomando de su solapa en las novelas que leía –una por día– mi profesor particular de contabilidad, en tercer año. Se ofreció a canjearme las clases por libros. Una vez que aprobé, ganó estima en mi memoria. Y todo lo que me enseñó se desvaneció para siempre.

29.9.10

Un mapa de sangre

Al calor del narcotráfico y la violencia desenfrenada de los últimos años en su país, han aparecido varios libros de ficción que reflejan, al menos, la preocupación de los escritores mexicanos por dar cuenta del tema que tiene su epicentro en Ciudad Juárez, con su tasa criminal exorbitante y su ya declarado feminicidio

Los Tigres del Norte, los jefes de los jefes de los narcocorridos, la canción popular que refleja desde hace años el mundo de la droga.foto.fuente:pagina12.com.ar

Desde 2666 de Roberto Bolaño en adelante, algunos se preguntan si están frente a un nuevo fenómeno llamado "narcoliteratura". Mientras tanto, otros lo niegan, aunque no dejan de escribir sobre el tema. A continuación, un mapa de las más recientes novelas y autores que de una forma o de otra se han colocado en el ojo de la tormenta

En diciembre de 2002, Arturo Pérez-Reverte presentó en la Feria del Libro de Guadalajara La Reina del Sur, una novela que narra la vida de una narcotraficante de Culiacán, Sinaloa, y que estaría inspirada en las peripecias de la Reina del Pacífico, considerada una líder histórica en el contrabando de cocaína de Sudamérica a México. El autor niega más o menos rotundamente (como es muy su estilo) que Teresa Mendoza, su personaje, le deba algo a la real y ahora encarcelada Andrea Avila, aunque admitió en aquella ocasión haberse valido de los buenos oficios del escritor mexicano Elmer Mendoza para conocer los intrincados vericuetos de la "cultura del narco", un sistema que se inicia con los narcocorridos de Los Tigres del Norte y que tiene su punto climático en ciertas novelas, como las del propio Elmer, por caso su celebrada Balas de plata.

La amistad entre Pérez-Reverte y Mendoza ha generado un chiste entre bambalinas de la intelectualidad mexicana tendiente a hablar de La Reina del Sur como de "esa linda novela que escribió Elmer". La ironía es reflejo, en todo caso, de una extrañeza que causa la historia del narco mexicano narrada desde afuera, algo singular, aunque en un país acostumbrado a ser mejor narrado por los extranjeros que por sus naturales (ejemplos: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry; Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño). Por lo pronto, la chanza no hace más que pronunciar en secreto una verdad intuida: lo que está pasando con el tema del narcotráfico mexicano no puede ser contado desde una frontera lejana. Al menos no puede ser contado sin el riesgo de tornarse así un folklore for export, tan for export como las bolsitas con la cara pintada de Frida Kahlo o los muñecos de resina con la estampa de un mexicano durmiendo la siesta eterna en la vereda pública.

Elmer Mendoza, autor de varios libros, entre ellos Balas de plata, que lo volvieron una autoridad, referencia y consulta en el tema.

Fue Pérez-Reverte quien en la conferencia de prensa realizada para hablar de La Reina del Sur hizo referencia a cierta ética y códigos morales que caracterizaban el negocio del narcotráfico. "No estoy a favor del crimen organizado, por supuesto, pero he de decir que conceptos como los de la lealtad y de no matar a inocentes deberían ser más respetados en lo que se llama la sociedad normal y que sí veo entre los narcos", señaló.

Pérez-Reverte dijo eso y luego se llevó a Los Tigres del Norte de gira por toda España, en donde les brindó su amor públicamente y hasta cantó un corrido con ellos. "Camelia la tejana", un narcocorrido de Los Tigres del Norte, fue el punto de partida para La Reina del Sur, así que había que devolver gentilezas.

Claro que en 2002 todavía no había comenzado lo que hoy se conoce como "La guerra del narco", que ha sido la manera elegida por el actual gobierno de la derecha mexicana, encabezado por el presidente Felipe Calderón, para plantarle cara al negocio de la droga en tierra azteca. Cuestionada por propios y extraños, la guerra oficialista ha generado una espiral de violencia cruenta y ciega que ha dejado, desde 2006 hasta la fecha, unos 30 mil muertos y unos 5 mil desaparecidos. La cifra es índice de una pequeña guerra civil que tiene como escenario principal el norte del país, con Ciudad Juárez como símbolo de un infierno que parece no tener fin.

Los códigos morales a que hacía referencia Arturo Pérez-Reverte y cierto aire festivo que ofrecen los narcocorridos populares al describir el trasiego de cocaína y toda la red de relaciones que se generan a su alrededor, parecen hoy haber quedado en parodia de una crueldad feroz que ha puesto en vilo al sistema de gobierno mexicano.

Frente a los hechos, el folklore literario y musical del narco parece haber enmudecido. Tanto es así que la tan mentada versión cinematográfica de La Reina del Sur ha sido cancelada sin retorno por su director y productores "a raíz de la violencia que se vive en México".

VOY A PERDER LA CABEZA

¿Cómo ha ido respondiendo la literatura a la escalada de violencia que crece sin cesar en México? Si Balas de plata, la novela con la que Elmer Mendoza obtuvo el premio Tusquets en 2007, elegía el policial y un detective a lo Wallander para narrar una intriga sinaloense donde la corrupción, la venganza y la tragedia destacaban al tráfico de armas como la peste bubónica que asola las tierras de nuestro descontento, Fiesta en la madriguera, la reciente y primera novela del mexicano radicado en Barcelona Juan Pablo Villalobos, se anota en la otra punta del género para contar una historia de extrañeza en la voz de un niño enredado trágicamente en un sistema sangriento.

Entre ambos libros, el de Elmer Mendoza y el de Juan Pablo Villalobos, hay mucha tela literaria que cortar. En esa trama roja, cada vez hay menos espacio para intentar la construcción de una épica alrededor de los crímenes del narcotráfico, y la violencia en alza plantea cada vez más dilemas morales. Un rasgo fuerte del dilema lo marcó El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez, un tratado de la violencia contemporánea que une mediante un hilo narrativo tenebroso las decapitaciones de los sicarios mexicanos con las que realizan los talibán y que luego difunden por Internet.

Sergio González Rodríguez, nacido en 1950, cobró fama internacional con Huesos en el desierto, el registro de las mujeres asesinadas en Juárez y que dio origen al término "feminicidio" en un país que no ha alcanzado todavía a dar respuesta a los familiares de las víctimas. Ya suman más de 500 las mujeres muertas, con 142 asesinadas sólo en 2010 y la policía no ha detenido a nadie por estos hechos. El tema de los descabezados lo retomó Daniel Sada (Mexicali, 1953) en su reciente libro de cuentos Ese modo que colma. La narración que da título al libro describe, precisamente, una historia en la que aparecen cuatro cráneos en una hielera, un hecho real que dio rienda suelta a la imaginación del autor norteño.

Obviamente es posible empezar a preguntarse si los libros aparecidos en el último quinquenio en México alcanzan para definir un corpus que pueda definirse como el nacimiento de un nuevo género literario al que podríamos llamar "narcoliteratura" o "narconovela". En diálogo con Radar, Juan Villoro (él mismo ha usado el narcotráfico como tema de fondo en su novela El testigo) considera que "más que una narconovela, lo que existe es interés por el tema. No puede ser de otro modo, con cerca de 30 mil muertos en cuatro años". Para él, hay dos ejes fundamentales en los libros que tratan el tema del narco: "El retrato de la violencia y la necesidad de trascenderla a través de la ironía, el placer y la imaginación".

Sergio Gonzalez Rodriguez tratO en El hombre sin cabeza, las decapitaciones de los sicarios mexicanos.

Elmer Mendoza es más entusiasta y optimista. "La literatura de violencia es cada vez más propositiva. No es sólo un recuento épico de la depredación humana; se sustenta en una estética que se va definiendo en base a una voluntad de estilo y un territorio lingüístico concreto. Si logramos crear obras maestras, será un género literario".

Daniel Sada dice que "se está produciendo cierta obra relacionada con el narco, pero para mí es un petardo que no creo que dure mucho. En todo esto se dirime la calidad, habrá buena literatura y mala. Antes del narco se hablaba mucho de la frontera, de los migrantes, pero no existe ninguna gran novela sobre ese tema", dice. "Para que se funde un género, hace falta una obra muy contundente y esa obra no ha aparecido todavía. De todas las que salieron, la que más me gusta es Al otro lado, de Heriberto Yépez", agrega.

Según Villoro, "a diferencia del periodismo, que ha cedido el protagonismo a los autores de los crímenes, la novela ha buscado el relato de las víctimas, los actores secundarios, los daños colaterales (así es como, a fin de cuentas, se nos puede decir a la mayoría de los mexicanos)".

Juan Pablo Villalobos es una rara avis en el género e incluso en el mundo literario mexicano. Fiesta en la madriguera ha irrumpido con sugestiva fuerza entre los lectores, inaugurando un lenguaje aséptico que describe irónica y desapasionadamente la rutina del crimen organizado, echando mano de la voz de un niño-testigo que al principio parece no entender nada, pero luego lo entiende todo. "Al final, el acercamiento al tema del narcotráfico me interesaba poco en cuanto a reflejo de una realidad social y en cuanto a construir la historia de un narcotraficante en particular. Mientras yo escribía la novela, iba leyendo las noticias de México. Empecé cuando comenzaba el boom de la violencia más bestial, cuando aparecieron pedazos de cuerpo y cabezas por todos lados, pero lo que yo hacía como método de escritura era mirar a la mañana tres o cuatro periódicos de México por Internet, aunque sólo miraba la primera plana, no entraba en la noticia. Entonces, en la novela hay un poco de esto, pero sin llegar a relatar puntillosamente un hecho que realmente haya sucedido", cuenta Villalobos a Radar.

Juan Villoro, que en su novela El testigo tiene el negocio de la droga como telon de fondo.

CORAZON DE KALASHNIKOV

Alejandro Páez, nacido en Ciudad Juárez en 1968, escribió Corazón de Kalashnikov (Planeta, 2009) entrelazando la vida de tres mujeres juarenses signadas por la violencia y echando mano de un lenguaje literario de alto vuelo, para narrar ficcionalmente lo que su oficio de periodista no le permitía contar. Para el autor no existe el concepto de "narcoliteratura".

"Respeto a quienes lo usan o lo aceptan, pero no creo en él. Me parece que la literatura es una sola e indivisible. Por lo regular escribimos de lo que conocemos, de lo que sabemos. La literatura no viene de la nada. En mi caso, provengo de una ciudad que ha convivido ya un siglo con traficantes de heroína, candelilla, licor, cigarros. Viví entre narcos, fueron mis vecinos. Mi generación quedó destruida por contacto directo o como víctima colateral. Entonces, en cierto momento, cuando me di el tiempo y me senté a escribir ficción, no pude sino recurrir a las figuras que me eran comunes. Corazón de Kalashnikov recurre a narcos, sí, pero también a mujeres: Ciudad Juárez es una comunidad en la que las mujeres juegan un papel central. La fuerza laboral de esa frontera fue de 400 mil durante el boom maquilador, en la década de 1990. Los hombres fueron reducidos a papel secundario y eso generó un drama que no viene al caso contar aquí, pero que se expresó en maltrato y, en algunos casos, en homicidios. El narcotráfico tiene una presencia tan brutal en México que por supuesto ha marcado muchas formas del arte, entre ellas la literatura", asegura.

Más allá de negar que exista una "narcoliteratura", ¿cree que el tema del narco es insoslayable en la literatura mexicana?

–Si este sexenio terminará con cerca de 60 mil muertes, uno de nosotros tendrá que contarlo, seguramente. Cito a Julio Cortázar. Está el narco porque debe estar. Este trauma trastrocará la plástica, la historia, los libros de texto. Los que escribimos o nos expresamos somos por lo regular hojas limpias y sensibles sobre las cuales cada circunstancia deja una huella.

Antes de publicarla, ¿sabía que su primera novela debía tocar el tema de la violencia, de su ciudad natal?

–Una amiga periodista descubrió estos textos. Me preguntó: "¿Qué escribes, Alejandro? ¿Tienes ficción?". Fue entonces que descubrí que sí escribía ficción y que tenía una novela terminada. "Sí", le respondí. Ella, mi madrina, me llevó ante mis editores y no para planear una novela sino para buscar la oportunidad de publicar algo que casi se escribió solo antes.

Es decir, además del peso autobiográfico, ¿sintió la necesidad moral de que su primera novela transitara el territorio de Ciudad Juárez?

–No. Esos ambientes, esos personajes, esas mujeres y esos hombres estaban dentro de mí. No pude evitarlos. Como periodista, como estoy informado de manera natural de lo que allí sucede, sí podría hablar de un compromiso. Pero no como escritor.

Sus personajes sobreviven en medio de la violencia y a usted le gusta decir que en realidad todas sus historias son historias de amor.

–Creo en el amor. En su fuerza destructora, que no tiene nada que ver con violencia. A todo amor le corresponde un desamor. Debemos recordar que en Ciudad Juárez, en donde van 7 mil ejecutados violentamente por el narco en sólo tres años y medio, la gente sigue enamorándose, guiando a sus hijos, llevándolos a la escuela. Sigue amando. Por eso digo que escribo de amor, aunque haya balas y sangre en mis textos. En mi caso, me parece que sin pensar en el género deberé escribir sobre Juárez porque no tengo remedio: soy juarense, mis padres son de Chihuahua, como mis abuelos y mis bisabuelos. Tengo pocos cántaros a los cuales recurrir, y éste no se ha secado todavía.

Según Roberto Bolaño, "el infierno es como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos". ¿Qué es para usted Ciudad Juárez?

Alejandro Paez, nacido en Ciudad Juarez y autor de Corazon de Kalashnikov.

–Hace poco, y cito a Charles Bowden, pensaba que Ciudad Juárez era el laboratorio de nuestro futuro como sociedad latinoamericana. Pero el futuro nos alcanzó pronto. Juárez es el presente. Cali está en llamas. Todo Venezuela está en llamas. Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León: México está en llamas porque el modelo económico que seleccionamos, y que hizo mierda a Ciudad Juárez, falló; y los jóvenes no tienen otra opción que lanzarse al mundo del narcotráfico. Les fallamos y ahora nos disparan. No los educamos, no les dimos salarios dignos, empleos, salud. Ahora tomaron su camino y fue el peor. Eso ha pasado durante generaciones en Ciudad Juárez. Ahora nos explota en la cara. Nos dice con toda brutalidad que somos una sociedad fallida, que no distribuimos las oportunidades y que ahora hemos enfermado todos, en conjunto. Si seguimos tratando de acabar a punta de balas y prohibiciones este fenómeno, estamos condenados al fracaso. Debemos pensar que los drogadictos son nuestro error; su enfermedad es nuestra culpa. Debemos pensar que el sicariato se alimenta de nuestra falta de fuerza para exigir un justo reparto de la riqueza. Debemos pensar que la violencia es el resultado de gobiernos corruptos y sociedades corrompidas que vivieron del crimen organizado. Ahora, el crimen está más organizado que la sociedad, y nos desangra.

Las mujeres de Juárez son las protagonistas de su novela. En la realidad, ¿son una lucha perdida?

–Mi madre tiene cinco albergues de huérfanos en Ciudad Juárez. A sus 74 años, ella sigue rescatando niños, sin ayuda del Estado, de picaderos, de familias de drogadictos, de las esquinas. Esas son las mujeres de Ciudad Juárez: son su fuerza. La lucha la perdimos todos, menos ellas. Ellas son las que mantienen el alma de esa comunidad. Y, hasta la fecha, son las de los empleos modestos y legales: las que van, entre balazos, a las maquiladoras; las que atienden los restaurantes, las tiendas, los comercios, a pesar de que los extorsionadores casi acabaron con todo negocio legal en Juárez. Ellas son la única lucha que hemos ganado como sociedad. Y son, claro, las más vulnerables. Una pinche sociedad de machos ha querido aplastarlas, pero por fortuna siguen de pie. El futuro, si lo pensamos con esperanza, se fincará en ellas.

¿Qué opina de los innumerables libros que han salido sobre Juárez?

–Les deseo suerte. Espero que se vendan si tienen calidad, como el de Bolaño, y que queden en el olvido si son una mierda.

28.9.10

Le carré:"La barbarie es fruto de la mediocridad"

Su nuevo y estupendo libro, un voluminoso mafioso ruso, dos temibles ex-agentes del KGB y un espía británico venido a menos se pelean en el vestíbulo de este hotel

El escritor John Le Carré.foto: CARLES RIBAS.fuente:elpais.com

Por si quedaban dudas, John Le Carré adora una buena trama. Cita al periodista una injusta mañana invernal en Berna, en el lujoso Bellevue Palace, uno de esos hoteles que retienen cierta grandeur de otra época incluso aunque, como es el caso, albergue una bullanguera convención de productores de gruyère. Podría pasar perfectamente por el escenario de una de sus novelas si no fuera porque en efecto lo es. En el clímax de Un traidor como los nuestrosInternational Herald Tribune que en la adaptación en proceso de su novela El topo (1974) Gary Oldman encarnará a su más célebre criatura, el agente George Smiley. Y esta vez, la vida imita a la ficción: El sándwich club del hotel es tan bueno como se asegura en el libro y desde las habitaciones se vislumbra el "río Aar bajo la ventana y los picos del Oberland bernés a lo lejos, negros contra el cielo".

"En este mismo salón", recuerda el gran novelista británico de espionaje, "se celebraba los sábados por la tarde un baile cuando llegué en 1949 a la somnolienta Berna escapando de Inglaterra para estudiar alemán. Pagabas tres francos y podías escoger a una chica con la que bailar bajo la atenta mirada de su madre". David Cornwell no era por aquel entonces el John Le Carré de su seudónimo, ese autor que adoran millones de lectores de todo el mundo, ni tampoco había sido aún reclutado en Oxford por el MI6, servicio de inteligencia británico, con una discreta palmadita en la espalda.

Han pasado más de 60 años, pero el viejo espía, que abandonó el servicio a principios los sesenta, según confesó a finales de la década pasada, sigue embarcado en la misión de retratar con envidiable compromiso los problemas de nuestro tiempo desde el subsuelo del mundo del espionaje. En esta ocasión, el tema es el blanqueo internacional de dinero, el podrido Londres plutócrata y la impunidad en la que se mueven los oligarcas rusos. Hay espías, por supuesto, que "trabajan para un país que no alcanza a pagar las facturas" y "en el que el Foreign Office no es más útil que un sueño húmedo". También hay héroes inconfundiblemente Le Carré, como la pareja protagonista, Perry y Gail, aficionados el tenis como metáfora de lo que puede y no puede ir bien en el mundo, dos tipos normales en una situación completamente anormal.

Esta ronda de entrevistas, asegura el escritor desde la altura de sus casi 80 años, será la última. Si, como asegura uno de los personajes de Un traidor como los nuestros "los diplomáticos mienten por el bien de su país y los políticos para salvar su pellejo"... ¿Habrá que creer a un autor que construido su enorme reputación a partir de tipos tan acostumbrados a vivir en la mentira que olvidan lo que es decir la verdad? "Ya soy una persona mayor", explica Le Carré con la elegancia y la genuina amabilidad que adornan cada uno de sus gestos. "Bastante tengo con concentrarme en escribir. La conversación es una forma de arte. Y los requerimientos promocionales se han hecho enormes".

P. ¿Siente vértigo al asomarse a los 80 años?

R. No especialmente, solo agradecimiento por todas las vidas que viví.

P. ¿Tantas fueron?

R. He sido huérfano, interno en el Gulag de la enseñanza británica, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, marido precoz, espía niñato que buscaba su identidad en la pertenencia a las instituciones del servicio secreto, amante desesperado con aventuras continuas y bastante idiotas. Supongo que maduré demasiado tarde.

P. Esto podría ser un ensayo para su anhelada autobiografía.

R. Siempre que la empiezo, acabo escribiendo una novela y eso está bien. Creo que debería acometerla un buen biógrafo, le daré una lista de gente a la que no gusto y otra de gente que me quiere [Risas].

P. Sabemos por su propia confesión que fue espía en su juventud y que su padre fue un estafador de altos vuelos... ¿Le quedan secretos por desvelar?

R. No querría sonar pomposo, pero un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida. Mi padre era un criminal y crecí con ello. Y sí, estuve en el servicio secreto. Nunca revelaría nada de aquel tiempo, por eso supongo que no escribo mis memorias.

P. Por eso su gran enemigo fue Kim Philby, el doble agente británico al servicio de la URSS que le delató a usted y a decenas de sus compañeros...

R. No estreché su mano en Moscú cuando pude, en 1989. No quería dignificarlo, como él pretendió tras el parapeto ideológico del comunismo. Cuando nos traicionó, el ya era consciente de lo que era capaz Stalin.

P. Y usted, como izquierdista en los sesenta, ¿se creyó aquel cuento? Otros, como Kingsley Amis, se dieron cuenta tarde.

R. Lo descubrí tarde, pero estaba claro. Era un régimen terrible. No había excusas. Cuando fui a Alemania por primera vez a finales de los cuarenta aun olía a muerte. No entendía cómo habían sido capaces. Luego, ya de mayor, me di cuenta de cada país tiene su barbarie. Y que la barbarie no es un atributo solo de los hombres poderosos. Es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas horribles.

P. Hace año y medio declaró a este diario que creía en que el mundo financiero estaba en vías de cambiar para siempre, de aprender de los errores, que era un momento histórico. Obviamente, se equivocó.

R. Cierto. En nuestro país, los grandes bancos están sujetados en un 60, en un 80% por los impuestos. Esa era la política de Gordon Brown; imprimir dinero. Y los bancos son organismos que no benefician en absoluto a la sociedad.

P. Pareciera que los hombres una y otra vez confiáramos en el cambio de rumbo de las cosas solo para decepcionarnos de nuevo...

R. Siempre hay señales que te convencen de que esta vez será distinto. Volviendo al tema de los bancos, creo que son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Si yo o usted se presenta en un banco de Londres con una maleta llena de billetes grandes, probablemente llamen directamente a la policía. Ahora, sí el señor Orloff, prominente hombre de negocios de Moscú, lo hace... yo se lo pregunté a dos grandes banqueros de Londres y los dos me contestaron lo mismo: si presenta ciertos credenciales y quinientos millones de libras, no somos policías, si tiene apariencia legal, será legal. En Rusia no existe el dinero limpio. Me fascinan los mecanismos del blanqueo de dinero.

P. En el libro habla de los hoteles negros...

R. Ese es maravilloso, pero no lo he inventado yo. Lo vi en Panamá por primera vez. Era uno propiedad de [el narco] Pablo Escobar. Allí los llaman hoteles de la cocaína. Son enormes, pero nunca nadie pernocta en ellos. Están vacíos. Si llama, le dirán que están completos. Y cada semana sale un camión repleto de dinero supuestamente procedente del acomodo, del casino y de los restaurantes rumbo a un banco para lavarlo convenientemente.

P. De la lectura de su última novela se deduce que no cree que el dinero no huela, el non olet de la vieja expresión de los romanos.

R. Apesta a tráfico de drogas, de armas, asesinatos a sueldo, a opresión y a enorme corrupción. Y creo que los bancos son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Mucho más preocupante resulta el asunto en Rusia, donde no existe el dinero limpio.

P. Resulta irónico hablar de este tema en la capital de la confederación helvética... ¿Exigir a un banquero suizo control sobre el blanqueo de dinero es como aspirar a que un relojero de este país pida explicaciones al tiempo?

R. No es un asunto exclusivamente suizo. En Gran Bretaña los bancos también compiten por lavar más blanco. Le contaré mi propia experiencia en blanqueo de dinero... Cuando Harold Wilson era primer ministro, pagaba 86% de tasas y si ganabas aún más que yo, podrías verte en la situación surrealista de que tenías que pagar más de lo que ingresabas. Así que una reputada firma contable me aconsejó que constituyese una empresa en Suiza de la que recibir un sueldo. Me metí en este mundo durante unos dos años, hasta que me pillaron. Desde entonces he sido puro y virginal. Nadie sabe ya cuándo el dinero es negro, blanco o gris. La realidad es que cuanto antes entre el dinero negro en el círculo del dinero legítimo, mejor para el sistema, aunque proceda de las más horrendas fuentes.

P. Nadie está en condiciones de rechazar dinero ahora mismo, supongo.

R. Cierto. Los bancos necesitan dinero venga de donde venga. La Rochefoucauld decía que la hipocresía es el peaje que el vicio le paga a la virtud. El propio sistema de los servicios secretos se basa en el dinero negro. Es el modo en el que recibes tu salario, es inevitable. Y si por esa razón en todos los países hay un cierto matrimonio entre el crimen y la inteligencia, en Rusia el matrimonio es completo. Rusia es un estado criminal.

P. Lo afirma rotundamente...

R. Lo es. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora están bajo los zares grises. Es una nación sin ninguna experiencia democrática. Sospechan de ella. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su país, siempre que pasan dos semanas fuera lo añoran terriblemente, y les aterroriza el caos. En nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un político. No digamos ya del miedo al caos. El truco para gobernar un gran país es convertirlo en víctima. Ya sea con ocasión de las Torres Gemelas o la amenaza chechena. Inventamos los enemigos que necesitamos.

P. En el libro asegura que se inventan ataques chechenos para justificar crímenes de estado.

R. Estoy seguro de que sucede. Los rusos tienen una licencia para hacer lo que quieran con los chechenos. Primero Reagan y luego los Bush les dijeron: "Haceros cargo de esa gente. Es vuestro problema. Nosotros nos encargaremos del resto del mundo". Lo que era una guerra de independencia como las que ha habido en mi país o en el suyo, se ha convertido a los ojos occidentales una guerra contra el terror. Inventamos los enemigos que necesitamos. En el libro anterior, estaba presente el asunto del blanqueo de dinero y el asunto checheno, así que me quedé prendado con ello. Es una cosa que viene de 1991, cuando conocí a un tipo, uno de los hombres más peligrosos de Rusia, un pez gordo, en un club a las dos de la mañana. Se llamaba Dima, como el personaje de la última novela, y yo iba acompañado de mi guardaespaldas, que era el campeón nacional de lucha abjaso. Fue muy ilustrativo.

P. Un cliché sobre su obra dice que con el fin de la Guerra Fría, se le acabó su tema literario. Da la sensación de todo lo contrario.

R. Yo estaba cansado, ¿cuánto puedes escribir sobre los problemas morales de enfrentarse al comunismo? Lo hice durante demasiado tiempo. Lo que nos dejó fue una era pos imperial apasionante...

P. Nada que se pudiese considerar, como en el desafortunado vaticinio de Fukuyama, el fin de la historia.

R. ¡Claro que no! El propósito del capitalismo quedó desenmascarado. En una de las últimas apariciones del bueno de [su célebre personaje] George Smiley decía: "Ya hemos vencido al comunismo; ahora nos toca lidiar con el capitalismo". Y en esas estamos. No creo que la globalización sea buena en absoluto. Es la vieja colonización con otro traje. Es la destrucción del tercer mundo, la creación de mega ciudades y la explotación del trabajo barato y sin regular. Es una catástrofe ecológica y sociológica. Creo que hay mucho sobre lo que escribir.

P. Y no piensa dejar de hacerlo, claro.

R. Es mi obligación moral, muchacho.

P. ¿Contra la URSS vivíamos mejor?

R. Al menos la mitad de los problemas eran de otros. La gran pesadilla de los americanos durante la Guerra Fría es que alguien, los cubanos por ejemplo, tirase una bomba sobre Nueva York. ¡No era una realidad de la Guerra Fría, era una realidad de la era posterior! No sé por cuánto tiempo podemos vivir con este concepto de América como un animal herido. Ha provocado dos cosas: el completo aislamiento del país y la demonización del Islam. A diferencia de los europeos, los americanos piensan que una guerra sirve para algo. Y francamente, no lo entiendo, porque esos tipos han perdido (o no han ganado) todas las guerras en las que se han metido. La Segunda Guerra Mundial la ganaron los soviéticos, con el coste de treinta millones de vidas, no ganaron la de Corea, ni Vietnam. De Irak se han ido con el trabajo sin terminar y no ganarán la de Afganistán.

P. ¿Cambiará algo Obama?

R. Desearía ser capaz de cambiar algo. Pero si aún siete de cada diez estadounidenses siguen creyendo que Sadam Hussein tuvo algo que ver con las Torres Gemelas, y un 40% se traga que Obama no es americano y encima es musulmán, a qué puedes aspirar. No sé cómo podrá contra los lobbies, el aparato mediático de la derecha y contra su propio partido, que es extremadamente incompetente y desleal. Está esposado.

P. Da la sensación de que la propaganda es un asunto mucho más preocupante en esta era de la información.

R. Es más poderosa. Mussolini definió el fascismo como ese momento en el que no hay diferencia entre el poder político y el empresarial. Se olvidó del poder mediático, porque en aquellos tiempos se daba por supuesto. También hemos olvidado a dios en el argumento. Nunca creímos que en el siglo XXI el asunto religioso estaría tan condenadamente presente. Que cada cual crea lo que quiera, pero ¡que sea un asunto político!

P. Desde luego, hay que pellizcarse para creerlo...

R. Mi considerable antipatía hacia Tony Blair viene precisamente por ese lado. Y eso que le voté creyendo que era de izquierdas, cuando resultó ser más de derechas que Gengis Khan. Una vez el periódico The Guardian me invitó a entrevistarlo y consulté a algunos amigos periodistas que me dijeron: "David, es imposible hacer sangre de ese hipócrita". Así que lo rechacé. No quería contar como uno de sus triunfos. Está claro ahora, tras leer la autobiografía, que había mezclo a Dios en sus decisiones. Creo que las creencias religiosas deberían declararse en la alta política. Si yo creo que el segundo advenimiento del señor solo se dará cuando el Gran Estado de Israel está consolidado, mis votantes deberían saberlo. Si Bush y Blair pensaban que estaban conduciendo una cruzada cristiana contra las fuerzas del Islam, eso no puede ser un secreto de estado. ¿Qué Dios te dijo que invadiese un país? ¡No fastidie! ¡Cuál dios!

P. ¿Tiende a dar crédito a las teorías de la conspiración?

R. No. Mi limitada experiencia sobre conspiraciones, que ya ha cumplido los cincuenta años [desde que abandonó el servicio secreto], es que si usted y yo conspiramos, uno de los dos se lo contará a su novia, el otro se dejará una maleta olvidada en el metro y ambos olvidaremos sincronizar nuestros relojes. El otro día Ahmadineyad dijo en las Naciones Unidas que el 11-S fue una trama del Gobierno de EE UU. Eso no puede ser, por la sencilla razón de que se necesitaría la complicidad de tanta gente, que sería prácticamente imposible guardar el secreto.

P. ¿Cómo se las apaña para no perder comba con la contemporaneidad, para escribir sobre problemas de hoy que le suceden a gente de hoy?

R. Tengo muchos hijos y nietos. Y mantengo vivo al niño en mi interior. Lo bueno de ser un escritor vejestorio es que has vivido muchas vidas y que ya no estás dominado por la pasión o el deseo, pero puedes recordar lo que es perder la cabeza por las mujeres.

P. ¿Se comportaría como un héroe en el caso de una guerra?

R. No. Una vez estuve en Vietnam. En Phnom Penh. Compartí experiencias con corresponsales de guerra y los respeté un montón, entendí por qué todos son unos junkies, tienen que hacerlo para pasar el trago.

P. ¿Cómo ve a los servicios secretos en esta nueva era?

R. Me preocupa su politización. Están al servicio del poder, proporcionan información para sostener sus mentiras. Cuando yo me dedicaba a ello, nos considerábamos como los buenos periodistas; conseguíamos verdades para arrojárselas al poder. La diferencia con los periodistas es que estábamos autorizados a emplear otros métodos, como hablar con traidores, ser desleales, pinchar teléfonos y toda esa basura.

P. A todas luces de eso trata su obra, de hacer cosas erróneas por las razones correctas y los conflictos morales que eso acarrea.

R. Exacto. Sobre el conflicto de lo que nos debemos a nosotros mismos y a la sociedad. Sobre lo que es en realidad el patriotismo.

P. ¿Nunca fue contactado por el servicio británico después de abandonarlo?

R. No. Me volví un tipo bastante impopular.

P. Se dice que los agentes del KGB adoraban sus novelas...

R. No tengo ninguna duda. Hace unos años Eugeni Primakov, que entonces era ministro de Asuntos Exteriores y había sido director del KGB, me lo confirmó. Le pregunté con quién se identificaba en mis novelas y dijo: "Smiley, por supuesto" [Risas].

27.9.10

El dudoso arte de matar

Un pueblo perdido pero a la vez demasiado cerca de la capital. Un joven abogado cargado de culpas y una o varias mujeres nerviosas

Vlady Kociancich,escritora argentina.foto.fuente:pagina12.com.ar

Vlady Kociancich vuelve a la novela con un policial magnético, cerca de P. D. James pero a la vez, curiosamente, muy argentino, con personajes de ascendencia inglesa a la deriva en la llanura. Cuadro de una muerte dudosa resume la visión de la autora sobre un género al que considera cada vez más en auge y un modo de cruzar la literatura con una atemperada crítica social y de costumbres.

Una mujer joven y nerviosa dice haber tropezado, en medio de una noche de tormenta, con un cadáver ensangrentado y todavía tibio; pero unos minutos después, cuando se recobra y vuelve al sitio del hallazgo, el cuerpo ya no está. Otra mujer, mayor, de buen talante, aparece colgada de un sauce, junto a un lago, con una nota de suicidio enganchada en su ropa. Las dos mujeres tienen (tenían) algo en común: se alojan en El Castillo, una especie de spa con espacio para retiros espirituales y rutinas sanadoras y a la moda para recauchutarse del estrés porteño, un establecimiento afamado y bodrio ubicado en medio del campo, en un pueblito llamado Las Rosas, a apenas 70 kilómetros de Plaza de Mayo. Es el verano de 2004 y a ese sitio de calles polvorientas fue a buscar refugio como provisorio juez de paz Juan Turner, un abogado en ascenso que un par de años atrás se estrelló: Panamericana y auto nuevo a toda máquina, plena vorágine de divorcio, trámite truncado en el amasijo de hierros y lucecitas al que ella, Elena, casi una ex, no sobrevivió.

Turner es el narrador de Cuadro de una muerte dudosa, el magnético primer policial de Vlady Kociancich que es, además, retrato de época en la salida del crack y pintura de personajes bajo la óptica de un protagonista tironeado entre el que era y el que tantea ser, entre el porteño extranjero y el que lleva ya un tiempo asentado con un cargo respetable, burocrático y que le permite interactuar de cerquita con los pobladores, el cura, el sargento a cargo de la comisaría, la dueña de la pensión en la que vive, el jardinero, la resentida trepa del almacén y el dueño de ese castillo en medio de la llanura, Martín Shomberg, un cincuentón que posa de muchachito y aggiornó la construcción original que le dejó su padre, un alemán que tras la muerte de su esposa, se dice, volvió a Alemania.

Las Rosas lleva a pensar en Manzanares, el pueblito al que Kociancich iba, tiempo atrás, a pasar vacaciones y fines de semana. "Al estar tan cerca de Buenos Aires y al mismo tiempo ser un sitio tan aislado, escribía allá muchísimo –confirma la escritora en su claro, prolijo, espacioso departamento de Barrio Norte–. Buena parte de las observaciones del libro vienen de ahí: me gustaba recorrer a caballo el pueblo y los alrededores. Cualquiera de nosotros habrá notado, al estar en lo que se llama el interior, que en esos pueblos hay una diferente forma de vida, de percepción del mundo, y a veces hasta cambios a nivel del lenguaje, el trato, y más que nada las diferencias entre el tiempo urbano y el tiempo del campo, unas medidas de tiempo humano que incluso creo antagónicas. Y la distancia no tiene que ver con la cantidad de kilómetros, porque este pueblo perdido queda a unos pocos de la ciudad. Hay un personaje en la novela que se pregunta ¿qué hace esa gente que vive en medio de la nada?; es algo que yo escuché acá, de los porteños, dicho con un asombro infinito. Es que para quienes viven en este monstruo poblacional, que concentra prácticamente todo, cruzar la General Paz los hace sentir en Marte, o en la Luna. He conocido mucha gente que compró una casa en un pueblo de llanura y que ha estado, sobre todo los domingos a la tarde, al borde del suicidio, subiéndose a un auto para volverse de inmediato."

Cuenta Kociancich que el primer sobresalto que siente al llegar a estos pueblos –que le encantan, dice– se produce cuando asiste a diálogos íntimos, privadísimos, que las personas encaran como si hablaran del clima.

"La vida privada está expuesta y, además, deformada por los comentarios de cada uno –explica–, algo normal, porque cada individuo tiene su propia percepción. En el caso de un hecho policial, si tenemos cuatro testigos todos van a ver algo diferente, difícilmente coincidan en una descripción."

ROTH & MANKELL

Uno de los componentes que se planteó la escritora hace atípico a este policial: el que indagará y buscará resolver sobre los (hipotéticos) crímenes es un civil.

"Hasta el momento del accidente él era un abogado frívolo, al que le gustan las mismas cosas que al 99 por ciento de los jóvenes exitosos de hoy –cuenta–. El accidente lo conecta con la muerte y con eso llega la culpa y luego esa expiación; rechaza todo lo que había tenido antes, no es más el de los autos caros, el de la zona privilegiada en la que vivía, el que gana todos los casos: todo eso le parece una locura. De todos modos no termina de aceptar que está en Las Rosas: se dice que es provisorio, pero el caso es que ya lleva ahí dos años y entonces ha tenido que interactuar con la gente, que acomodarse a un contacto completamente distinto con los individuos que trata, a los que ni siquiera veía en esa otra vida, totalmente acelerada. Y lo que me pareció interesante como idea es que, a diferencia de las novelas policiales, donde hay una muerte y la búsqueda de una verdad a cargo de un policía, un detective o alguien especializado, en este caso el que indaga es una persona común, que no está capacitado y ni siquiera está interesado en investigar. Aun corriendo el riesgo de que no fuera el héroe más atractivo para una novela policial, trabajé mucho durante la primera mitad para ir presentando a los personajes y para mostrar, gradualmente, cómo va involucrándose. Porque el afecto por la suicida, el reconocimiento de los otros y las circunstancias lo obligan a ir más allá de poner una firma, de lo burocrático. Y entonces sale de la apatía, de sus propios problemas, para ver que sucede."

Efectivamente, está el suspenso del policial y los semblantes de los personajes, compuestos de trazos a los que cada tanto, páginas más allá, se les agregan otros que los transfiguran, los muestran de perfil o en la penumbra, revelan cicatrices, fortalezas, miedos. Kociancich destaca el optimismo y la vitalidad de Flora, la dueña de la pensión, porque contrarresta en una novela que sin ella, dice, hubiera sido demasiado amarga. "Los que la han leído me dicen que los personajes tienen vida, y eso es lo más importante para mí, porque es la gracia del escenario –dice–. En casi todo lo que escribo tiendo a subrayarlos, porque me parecen más importantes que la historia." Camina unos pasos por el living, regresa con un atado de cigarrillos, vuelve a acomodarse en el sillón blanco. "Estoy fumando menos, pero con un esfuerzo" –enciende–. Juro, siempre digo que cuando termino una novela voy a dejar. Soy de esas fumadoras sociales, fumo cuando estoy nerviosa."

Es además una novela de amor, ¿no? Aunque juegue eso en segundo plano.

–¡También! El personaje de la mujer nerviosa, la que anda a caballo, es muy útil. En principio, para sacarlo a él de su condena: es un tipo que no duerme. Recién empieza a dormir cuando Stein (el viudo de la suicida) le trae un momento de su pasado, de su abuelo, de sus libros, porque él no quiere recordar nada. Ella lo distrae del posible crimen, pero al enamorarse, muy lentamente, va saliendo de su estado. Está muy en segundo plano, fue difícil calibrar eso y tuve mucho cuidado, porque de lo contrario tambalea la estructura de la intriga, la búsqueda de la verdad, los otros personajes. Tenía que ser como esas cosas que explican un poco la complejidad de la vida, que a uno le sucede tanto la muerte como el amor, la soledad, los errores cometidos, las cosas que uno no entiende hasta que todo va tomando un sentido. Es un tipo que empieza perdiendo el sentido de todo, el gusto de la vida, y luego va reencontrándolo.

Cuadro de una muerte dudosa. Vlady Kociancich Seix Barral 283 páginas

¿Fue complicado narrar desde la óptica de un hombre?

–A los que somos novelistas por naturaleza no nos cuesta esfuerzo, creo. Uno de los libros más conmovedores desde el punto de vista de una mujer es La romana, de Alberto Moravia. Y no le costó nada. Escribió El inconformista desde el punto de vista de un hombre y tampoco le costó. Los escritores trabajamos con la imaginación, nos ponemos en el lugar de cualquiera. Y es suficiente con escuchar, con lo que se tiene cerca, con los comentarios. El novelista es el director, el actor, el guionista y el tramoyista de su libro, puede hacerlo con perfecta naturalidad. Es muy diferente si uno se propone contar o describir sólo desde el punto de vista del sexo de un hombre. Yo no podría escribir una novela con el estilo de Philip Roth, a quien detesto, de hecho. Un editor amigo me decía, como un elogio: "No sé por qué las mujeres inteligentes lo odian" (se ríe).

¿Por qué lo odiás?

–El mismo es como una boutade literaria, no me gusta por esa razón. Llega hasta la pavada, diría, con esas especies de erupciones sexuales salidas del centro de la tierra: uno se aburre y no le cree nada. Parece un muchacho que cuenta sus hábitos a los amigos en el café. Además me parece, políticamente, un extremista. No he leído nada de él que me guste.

En La raza de los nerviosos decís, en contrapartida y para volver al policial, que, en cambio, te gustaba Mankell.

–Sí. Yo lo descubrí por La quinta mujer, una novela que me llama muchísimo la atención. Es un escritor cuidadoso; en la mayoría de los policiales muy populares lo que uno echa de menos es una escritura cuidada, los diálogos inteligentes. Mankell los tiene, y por lo tanto está un escalón por encima. Por otro lado tiene la enorme ventaja de elegir un ámbito exótico como Suecia, en el sentido de que no sabemos casi nada y nos parece que, salvo Bergman, no pudo haber pasado nada de importancia. De modo que todo ese mundo de nieves, tormentas, mares, oscuridad, tan rural, donde suceden crímenes espantosos, es una atracción en sí misma. Ahora, sus últimos libros me han parecido directamente malos: ni siquiera se molesta en darle solución a los misterios y enigmas que propone. Terminó por producir libros. Pero aquél, y un par más, me habían gustado mucho. Una lástima, aunque no se puede pretender que saque una novela tras otra sin decaer. Lo suyo es estrictamente policial, cada elemento cuenta, el lector va guardando las pistas; en el último que leí hizo algo delicioso, que me hizo reír bastante porque, al final, el detective Wallander dice algo así: "Con respecto a los zapatos del cadáver, que estaban tan alineados, bueno: nunca se sabrá por qué; con respecto a por qué la hija de uno de los sospechosos había sido escondida, vaya a saber" (se ríe). Quedó gracioso, pero la impunidad del autor o de la fama no puede llegar al punto de decir miren, arréglense como puedan, eso lo puse porque me pareció simpático. Bueno, eso enseña lo que no hay que hacer nunca en un policial: si uno propone un misterio está obligado a darle una explicación al lector. Todos podemos sembrar un libro de pistas, pero tener a alguien en suspenso y después no aclararlo es una burla.

P. D. JAMES & AGATHA CHRISTIE

Aunque sea imposible, dice Kociancich, le hubiera gustado emular a la escritora inglesa P. D. James. "Más que a Agatha Christie, que es inteligentísima y últimamente he estado leyéndola mucho –puntualiza–. Aunque no por la novela sino porque quiero hacer un artículo sobre su parte menos conocida, su vida de aventuras. Los libros de Agatha Christie son encantadores, con una sutil crítica social, con burlas a las manías y la vanidad británicas. Una adelantada para su tiempo. Uno lee sus novelas y se divierte, sobre todo porque hay humor, algo raro en un policial. Pero P. D. James me parece grandiosa: Pecado original es una de las mejores novelas policiales que he leído. Otro de mis autores favoritos, y supongo que habrá pesado en mi libro, es Eric Ambler, que tiene una gran calidad literaria y escribe entre el espionaje y el policial. Tuvo una época de esplendor, con obras suyas llevadas al cine. Como pasa con Graham Greene, uno puede leerlos, dejar pasar el tiempo, releerlos y disfrutarlos. Eso no pasa con Agatha, porque cuando uno sabe quién es el asesino, se acabó."

De aquí, inscriptos en esa línea, Kociancich destaca las obras de Guillermo Martínez y de Pablo De Santis. Coincide, la escritora, con la idea de que resulta difícil darle vida a un personaje que investigue en busca de la verdad encarnándolo como federal, bonaerense o agente secreto de la SIDE. "Scotland Yard o la policía inglesa permiten el verosímil –sostiene–. No hay policiales franceses, en cambio, porque la fuerza tiene muy mala prensa. Lo que hay son montones de policiales que tienen que ver con lo que yo llamo la ideología del buen asesino, que en el fondo son buenísimas personas (se ríe). En un momento dejé de ver películas con personaje francés del hampa, idealizado y convertido en una especie de héroe después de matar a no sé cuántos. El delincuente héroe y virginal no aparece en la literatura ni el cine inglés."

Kociancich recuerda entonces los policiales de Leonardo Sciascia. "El buen policía, ahí, generalmente es despreciado por sus jefes: en eso sigue bastante a la novela negra –dice–. Ni Chandler, que es un crítico de la brutalidad policial, deja de tener un buen policía. Sciascia es uno de mis autores más admirados y también debe haber influido en esta novela; las reflexiones que van más allá de los hechos sobre la situación social, política, el escepticismo, esa cierta amargura y desencanto típicamente italianos y, como tenemos tanto de ellos, tan argentinos, también. Uno de los comentarios que recibí del libro es que es muy argentina. Y yo no lo pensaba."

Cuando se le comenta a Kociancich que ya en la primera parte de la novela se instaló en la lectura la idea de entrever a Perón en Shomberg grande, a Menem en el hijo hotelero y al peronismo en el castillo, entre otras figuras, la rotunda respuesta lleva a preguntarse al entrevistador por la naturaleza de la yerba que le pone a sus mates cotidianos. "¡Nada, eh! –dice la autora–. Nada que ver: no puedo pensar en términos políticos tan inmediatos, porque me sacaría de lo que me gusta hacer, que es una visión histórica de más largo alcance. No hay nada simbólico en mis novelas, hay elementos que son de la vida cotidiana. El castillo es una cosa rarísima, y puede parecer novelesco, ¡pero hay por todo el país, construidos en medio de la nada! Lo he observado: es el traslado de una cosa evidentemente europea, antigua, a un paisaje que lo desmiente todo el tiempo: eso me pareció típicamente argentino. Y poner un spa de lujo en la llanura, ¡que ni siquiera funciona bien!, rodeado de un caserío en el que la pobreza es cotidiana y muy notoria, me pareció un modo de enmarcar la historia."

Son varios los elementos que componen el paisaje social: el auge de las espiritualidades alternativas, las búsquedas de certezas en las premoniciones y las videncias, la obsesión por el narcisismo físico, por citar algunos significativos. "Fui a hacer una entrevista a un canal y en la sala de maquillaje, mientras me ponían un poco de polvo, para no salir brillosa, me contaron que muchos hombres piden rimel para salir en cámara –relata–. Me quedé atónita. Y cada día me entero de alguna cosa por el estilo. Y eso no tiene que ver con la salud, sino más bien con una inseguridad física, intelectual, un eufemismo ante un mundo que se va volviendo cada vez más hostil. Es una época de incertidumbre y confusión, y ya no hablo solo de nuestro país. Los suicidios, sobre todo en los adolescentes, están alcanzando cifras increíbles. Por eso es bastante natural que cualquier ser humano algo más vulnerable que el resto busque algún refugio, alguna defensa. Si algo podemos sacar de la globalización es que el tema de la violencia, los crímenes y la inseguridad se han convertido en el problema principal de la aldea global. De ahí, también, una explicación de por qué tiene tanto auge el género policial en este momento en todas partes. Porque además del placer que siempre da una novela policial, de algún modo refleja una gran preocupación."

Cuenta Kociancich que escribió Cuadro de una muerte dudosa a comienzos de 2009 y durante un año y medio: "Increíblemente, en muy poco tiempo", dice. La idea estaba presente, sin embargo, desde hace mucho. Tras terminar los cuentos de La ronda de los jinetes muertos, en 2007 encaró una primera versión, de unas cuarenta páginas, que abandonó: que no dio con el tono, dice. "Empecé algo en tono de comedia y terminé escribiendo trágico, se fue convirtiendo en melancólico –dice–. La protagonista era una mujer, escritora. Y me dije que basta de escritores protagonistas. ¡Hasta yo estoy harta de eso!"

9.9.10

Harlan Coben, "padre" de Myron Bolitar, gana el Premio de Novela Negra RBA

El autor estadounidense ha presentado su obra Live Wire

Harlan Coben, "padre" de Myron Bolitar.foto.fuente:elpais.com

El escritor norteamericano Harlan Coben, autor de la serie protagonizada por el personaje de Myron Bolitar, ha ganado el IV Premio Internacional de Novela Negra RBA, que, con 125.000 euros, es el mejor dotado del mundo en su categoría.

Coben, uno de los grandes escritores internacionales de este género, ha ganado el premio entre los 203 autores que optaban al galardón con su novela Live Wire, la décima entrega protagonizada por Myron Bolitar, un representante de deportistas convertido accidentalmente en detective.

El escritor, cuyas novelas siempre surgen a raíz de hechos cotidianos, ha contado que la trama de Live Wire se le ocurrió un día después de ver que unos amigos habían publicado en su Facebook una foto de la ecografía de su futuro bebé. "Me pareció extraño y fascinante. Me pregunté: ¿qué pasaría si alguien escribiera debajo de la ecografía que el niño no es suyo?, ¿qué grado de sinceridad puedes tener con tu mujer?", ha explicado Coben. Así, en el libro, Bolitar recibe la visita de Suzze, una ex tenista que le pide que le ayude a localizar al padre del niño que espera. La angustia se incrementa por un caso de calumnia.

"España significa mucho para mí", ha dicho Coben."Cuando tenía 19 años trabajé en la Costa del Sol como guía turístico de estadounidenses, no había escrito nada aún, pero ustedes ya saben cómo se comportan estos visitantes y de ahí me salieron ideas para escribir mi primera novela. No se las recomiendo porque es malísima. 28 años más tarde estoy en esta sala y estoy muy feliz de recibir este premio", ha explicado.

El escritor estadounidense, que ha vendido más de 47 millones de ejemplares de sus libros en todo el mundo, ha sigo el primer autor que consigue los tres galardones más prestigiosos de la novela negra, el Edgar Award, el Shamus Award y el Anthony Award.

8.9.10

Y la novela negra revitalizó a los superhéroes

Se reedita Born again, obra fundacional de la renovación del comic-book en los años ochenta

El cómic 'Born again', de Frank Miller y David Mazzucchelli, abrió nuevos caminos para el cómic de superhéroes e inició el año milagroso del 'comic-book', 1986, en el que se publicaron 'El regreso del señor de la noche' y 'Watchmen'.foto: PANINI.fuente:elpais.com

Parecía que los cómics estaban en decadencia. A finales de los setenta, cuando el joven Frank Miller llegó a Manhattan con su carpeta de dibujos llena de ilusiones, muchos no daban un duro por los tebeos de superhéroes. Eran franquicias convertidas en una fórmula. Dedícate a otra cosa -le decían-, esto se acaba. No les hizo caso, claro, y siguió adelante con un empeño: introducir dosis de novela negra en las viñetas. Eso -se decía a sí mismo- iba a revitalizar los comic-books.

Y vaya si lo hizo. En menos de una década firmó tres historias que sometieron al género al mayor electrochoque en décadas: Born again, El regreso del señor de la noche y Batman: año uno. Miller (Olney, Maryland, EE UU; 1957) cambió el tratamiento narrativo, con unos argumentos más exigentes, amplió la caracterización de los personajes y renovó el lenguaje visual, junto al magnífico dibujante e ilustrador David Mazzucchelli (Rhode Island, EE UU; 1960) en dos de ellas. Fue una transformación tan impactante que sus ecos se prolongan 24 años después; hasta los Batman del cineasta Christopher Nolan , sin ir más lejos.

Todo comenzó con Born again, que se acaba de editar en España en un solo volumen, y cuyo título -vuelto a nacer, en inglés- habría valido como vaticinio de lo que le iba a ocurrir al género aquel 1986, el año milagroso del comic-book; el de El regreso del señor de la noche y la crepuscular Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons, sobre un grupo de superhéroes disfuncionales en unos Estados Unidos preapocalípticos, y que está reconocida unánimemente como una de las obras más influyentes del noveno arte.

Miller abrió la veda. En 1979 se encargó de un personaje periférico, Daredevil, un héroe ciego con los otros cuatro sentidos superdesarrollados a causa de un accidente con una sustancia radioactiva. El joven guionista dibujó y luego escribió sus historias durante tres años, en los que transformó al hombre sin miedo, guardián del barrio neoyorquino de Hell's Kitchen, en uno de los personajes más interesantes de la editorial. Y la culminación llegó siete años después, con Born again. "Pasó de mero comparsa, versión descafeinada y poco carismática de Spiderman, a convertirse en una de las personalidades más complejas y fascinantes del Universo Marvel", escribe en la introducción el especialista en cómics y bloguero David Fernández. La historia, publicada originalmente en los números 227 a 233 de la serie Daredevil, se publica ahora en un único volumen con bocetos y originales.

Desde el interior de las convenciones del género, Miller introdujo la complejidad argumental de la novela negra. En las páginas de Born again, un capo mafioso de Manhattan, Kingpin, orquestaba una trama para destruir la vida del héroe, Daredevil/Matt Murdock. Y no había ninguna banda de matones en busca de rótulas que partir. El jefe del crimen de Nueva York le cancelaba las cuentas bancarias, envenenaba la relación con sus amistades y hundía su reputación como abogado. Así, el disfraz pasaba a segundo plano y cobraba protagonismo la aniquilación moral del protagonista.

Miller profundizó en el personaje "obligando al héroe a afrontar un desafío que bien podría terminar con su existencia: la muerte metafórica del individuo, a través de la pérdida de los rasgos que integran su personalidad. La degradación social, profesional y psicológica, hasta el punto de aproximarse a la anulación -casi destrucción- del ser", detalla Fernández.

Vuelta a los orígenes

Miller recuperaba así también la esencia del sello Marvel y de sus héroes sometidos a disquisiciones morales e indagaciones psicológicas, como recuerda Fernández. "Evidentemente, Daredevil parte de un contexto fantástico, interpretado a partir de las claves de la ficción superheroica. Pero Miller optó por recuperar la esencia de los grandes clásicos de la editorial, conocidos por su capacidad de plantear situaciones pegadas a la realidad, reconocibles por los lectores hasta el punto de propiciar un poderoso sentimiento de identificación con el protagonista de turno".

Recurrir a los ingredientes de la novela negra fue una ingeniosa renovación argumental. "La densidad de tramas y la credibilidad de los personajes de Born again parece presagiar la ficción audiovisual del siglo XXI", escribe Santiago García, autor del ensayo La novela gráfica. "Es un drama polifónico como Los Soprano o The wire que no concluye -y esto es algo insólito en el cómic de superhéroes de todos los tiempos- con un enfrentamiento físico con el villano. Matt Murdock devuelve a Kingpin los golpes recibidos en la misma moneda en que los ha cobrado: a través del escándalo, a través del rastro de contactos corruptos y "la pista de papel": todo está conectado".

El talento visual de Mazzucchelli

Mientras Miller le daba un vuelco al guión del cómic, los lápices los asumía un dibujante de una calidad excepcional, David Mazzucchelli, maestro de la composición y del trazo naturalista (aunque en Born again el color quizá no esté a la altura del dibujo). El tándem Miller-Mazzucchelli fue una coincidencia de talentos en estado de gracia que repetiría un año después en la miniserie Batman: año uno, que refundó el mito del hombre murciélago con nuevas dosis de novela negra. Considerada una de las mejores historias del personaje, se centraba en la corrupción política y policial de la ciudad de Gotham, y en el nacimiento de la amistad entre el héroe y el comisario Gordon. Fue una de las historia que inspiró a Christopher Nolan en su aclamada versión cinematográfica de Batman.

Miller y Mazzucchelli dieron dos obras maestras y no volvieron a trabajar juntos. El primero siguió agrandando su leyenda como autor en un mundo de franquicias en serie, con títulos como Sin City y 300, y Mazzucchelli se dedicó a la enseñanza y a proyectos más personales, como la ilustración novela Ciudad de cristal , de Paul Auster, y, sobre todo, al cómic vanguardista Asterios Polyp (que se publica en octubre en la editorial Sins Entido), distinguida el mes pasado con el premio Eisner (los oscar del cómic) a la mejor novela gráfica . Sus caminos no volvieron a cruzarse pero su influyente legado conserva toda su fuerza casi un cuarto de siglo después.

"Todos estamos en un equilibrio entre el bien y el mal"

En esta novela, Reyes se detiene en la psicología criminal y los asesinatos en serie, para reflexionar acerca del valor de la vida y la arbitrariedad de la violencia

Portada de la novela.foto.fuente:lainformacion.com

"Todos estamos en un equilibrio entre el bien y el mal, y entre la cordura y la locura", ha manifestado la escritora Reyes Calderón, con motivo de la publicación de su último thriller, 'El último paciente del doctor Wilson' (Planeta). En esta novela, Reyes se detiene en la psicología criminal y los asesinatos en serie, para reflexionar acerca del valor de la vida y la arbitrariedad de la violencia.

La escritora vuelve a colocar a la jueza Lola MacHor ante un nuevo caso. Cuando la protagonista acude a unas jornadas sobre delito y globalización, un periodista le pregunta acerca de la posibilidad de que los asesinos múltiples se globalicen, a lo que MacHor responde que "los asesinos múltiples son territoriales".

Ese mismo día, recibe una carta en el hotel en el que se hospeda. En ella, un hombre que se describe a sí mismo como una persona normal, y que posee mucho dinero y recursos, le comunica que ha decidido cruzar la frontera y cometer crímenes allá dónde su dedo apunte. Lo dejará caer sobre el mapa y allí cometerá su próximo crimen.

La autora de 'Los crímenes del número primo' ha explicado este miércoles, en declaraciones a Europa Press, que este libro nació a raíz de dos hechos diferentes. Por un lado, el caso real en el que unos niños de familia acomodada apalearon y quemaron viva a una mujer en un cajero, mientras filmaban la escena con sus teléfonos móviles. Asimismo, la escritora descubrió en una revista que en Estados Unidos una persona poderosa y respetada participó en una caza de personas.

"El hecho de que alguien que respetamos pueda coger una escopeta y matar me hace pensar en cómo se forja un asesino: si son los genes, el ambiente, una decisión personal o las tres cosas al mismo tiempo", ha afirmado la escritora, quién dedico más de un año a estudiar psiquiatría y patología criminal para conseguir entrar en la mente del asesino.

Según ha asegurado, el personaje del asesino en serie es el que más le ha costado pero, a la vez, se trata de uno de los "más logrados". Además, imaginar a ese personaje, comprenderlo y desarrollar su personalidad hizo que Reyes se despertara en varias ocasiones en mitad de la noche "muerta de miedo", ya que pensar durante todo el día acerca de una persona así te puede aterrar, según ha indicado.

INDIVIDUALISMO Y VALORES

A su juicio, el individualismo al que nos conduce esta sociedad, el vivir por y para ti, y el dar siempre vueltas a tu satisfacción y tu vida es una de las "drogas" de esta sociedad. "Nos está haciendo mucho daño", ha afirmado la escritora. "El hombre es un ser de deseos, pero son infinitos porque siempre hay más, es una espiral en la que puedes plantearte una emoción nueva, como matar a otro", ha dicho.

En este sentido, ha indicado que, en el caso de los adolescentes que cometieron el asesinato de una mujer, "tener todo ya y ahora te anula todas las emociones, porque nada tiene valor, nada cuesta y se pierde la perspectiva".

En cuanto al género del thriller, la escritora considera que la literatura escandinava es muy fría en comparación con la realizada en el Mediterráneo, ya que en estas novelas los personajes tienen "más humanidad". Además, indicó que estas novelas permiten tanto la evasión como poder formar una opinión sobre el asunto que aborda.

La escritora ya prepara su próxima novela, donde estará presente de nuevo Lola MacHer, y en la que tramará el "crimen perfecto": "aquel que queda impune y cuyo asesino brinda a salud de su víctima". Calderón ha publicado cinco novelas, entre las que destacan 'Lágrimas de Hemingway', 'Los crímenes del número primo' y 'Expediente Canaima'.

7.9.10

Misterio y novela negra en Last Window para Nintendo DS

Una de las características que distingue a la verdadera literatura de todas las demás es su búsqueda constante de fronteras nuevas y arriesgadas. Quebrantar los moldes establecidos suele despertar la ira de los conservadores, pero es también una de las rutas hacia la posible posteridad

Last Window: El secreto de Cape West.foto.fuente:cope.es

La narrativa negra en sus vertientes literaria y cinematográfica, que supuso una de las grandes revoluciones culturales del siglo XX, es una permanente prueba viva de esta inquietud por el movimiento interior. Los escritores del género (Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross MacDonald, Robert Towne) y sus personajes (Sam Spade, Philip Marlowe, Lew Archer, J.J. Gittes) han pasado a engrosar la lista de los clásicos con sorprendente celeridad y, precisamente por ello, creo que serían los primeros en apoyar la poderosa consolidación de Kyle Hyde en su mundo, que es el nuestro.

La primera aventura de Hyde, "Hotel Dusk", ya demostró que la combinación de dos pantallas animadas, elementos de sonido y afluentes impredecibles de virtualidad generaban una experiencia que, aunque aparentemente surgida de una indefinible fusión del cine y la literatura, era dueña en realidad de formas inéditas de emoción narrativa.

Los autores de la nueva aventura de Kyle Hyde, Last Window: El secreto de Cape West, han optado, venturosamente para nosotros, por el camino difícil: ahondar sin miedo en las claves que han hecho mítico y universal el género negro; ir más allá, como en su día hicieron Hammett o Chandler. El resultado es una tentación irresistible por múltiples razones, de las que resaltan tres:

- La atmósfera del edificio de apartamentos donde transcurre la acción resulta inquietante y opresiva sin necesidad de atrezzo o decoración, sólo a partir de los elementos que definen las bases del juego. Es nuestra propia mirada, vagando por el edificio de la mano de Hyde, la que acaba por generar desasosiego y desolación, el aire de un incierto peligro. Una novela negra o tiene atmósfera negra o no es una novela negra y yo, mientras escribo estas líneas, siento aún el eco de mis pasos nocturnos por los pasillos de Cape West, la incertidumbre ante sus puertas cerradas, los ojos de la silenciosa oscuridad sobre mi nuca.

- La trama. Apenas comienza la acción, y mientras se desliza información sobre la intriga en apariencia nimia que transcurre en el presente, afloran las referencias a un crimen cometido lustros atrás, nada menos que el asesinato del padre del propio protagonista. ¿Qué tiene que ver ese lejano y oscuro crimen nunca resuelto con la venta de un edificio de apartamentos y con la desaparición del anillo de una de las inquilinas? La pregunta parece formulada por Ross MacDonald, el más grande creador de argumentos de la literatura negra de todos los tiempos.

- El mismo Kyle Hyde. Las grandes narraciones negras sustentan su vínculo con el lector en la simpatía que éste siente por el protagonista que viaja con él a lo largo del libro, un protagonista que uno de los grandes arriba citados definió como "triste, solitario y final". Acaso es fácil mostrar esas peculiaridades mediante la palabra o la imagen. Pero, ¿cuál es la magia que, simplemente con los recursos de la consola, nos permite percibir, "saber", que Kyle Hyde es un hombre ensimismado y frágil, herido sin remedio por el fracaso y obsesionado por los pasos perdidos del propio pasado, un hombre honesto que sin embargo lucha por mantener la propia dignidad?

Kyle Hyde ha vuelto. Triste y solitario, pero de ninguna manera final. Porque, atravesando fronteras arriesgadas y rompiendo moldes, se ha propuesto convertirse en un clásico del género negro. Y no parece que nada vaya a poder impedírselo.

Last Window: El secreto de Cape West es una novela interactiva de suspense para Nintendo DS que se lanza en España el próximo 17 de septiembre. La historia narra la investigación de Kyle Hyde, un antiguo oficial de policía, en su intento de resolver el misterio que rodea la muerte de su padre y su oscuro pasado. Los hechos transcurren en el Los Ángeles de 1980, un año después de los sucesos ocurridos en Hotel Dusk: Room 215 (Nintendo DS, 2007).

Fernando Marías (Bilbao, 1958) es novelista, guionista ocasional de cine y editor. Entre sus obras se encuentran El niño de los coroneles, novela con la que ganó el Premio Nadal 2001; Todo el amor y casi toda la muerte , por la que ha recibido este año 2010 el XIII Premio Primavera de Novela; o guiones como El segundo nombre y La luz prodigiosa.