27.4.13

John Dickson Carter, o el asesinato como juego de salón

Carter, nacido en Pennsylvania en 1906, fue uno de los que más hizo por convertir al asesinato en un juego de salón. Su especialidad era el cuarto cerrado, el crimen cometido de tal manera que no parece haber forma racional de explicar cómo ocurrió. ¿Por dónde ingresó o escapó el asesino si todas las puertas están cerradas con llave por dentro?

John Dickon Carter, un escritor policiaco hoy olvidado./elpais.com

La historia de la novela policial dice que antes de que llegaran los norteamericanos con sus novelas noir de detectives corruptos y violencia en las calles, estaba el modelo inglés, en el que la sangre era escasa y el crimen resuelto como si se tratara de un problema intelectual. Hay que matizar: John Dickson Carr y Ellery Queen –el seudónimo de dos primos—, autores clave del modelo inglés, eran también norteamericanos.
Carr, nacido en Pennsylvania en 1906, fue uno de los que más hizo por convertir al asesinato en un juego de salón. Su especialidad era el “cuarto cerrado”, el crimen cometido de tal manera que no parece haber forma racional de explicar cómo ocurrió. ¿Por dónde ingresó o escapó el asesino si todas las puertas están cerradas con llave por dentro? Al crear el misterio policial, Edgar Allan Poe también creó el crimen del cuarto cerrado, pero fue Carr quién perfeccionó este estilo y lo llevó a su más barroca conclusión. Carr era un gran creador de atmósferas sobrenaturales –había aprendido de Chesterton--, pero su debilidad y perdición era la explicación razonada (así se arruinó más de una muy buena novela). A veces la resolución era ingeniosa: si sólo había huellas en la nieve de pisadas que se dirigían a la casa donde se había cometido el asesinato, ¿cómo pudo salir el asesino de la casa? Fácil: caminando al revés sobre sus propias huellas (en El resplandor, Danny confunde a su padre de la misma manera para escapar de él en el laberinto). Otras veces, esas salidas no resistían un buen análisis, y podían involucrar a cosas tan extravagantes como autómatas (The Crooked Hinge) o flechas lanzadas a través de ventanas que estaban ahí sin que nadie se hubiera dado cuenta de su presencia (The Judas Window).
Carr, que también escribía bajo el seudónimo de Carter Dickson, falleció en 1977 dejando más de setenta novelas. Está prácticamente olvidado en español; sólo queda un par de títulos, de los cuales el más recomendable es Los crímenes de la viuda roja (Punto de lectura). Sus mejores novelas son The Hollow Man, Hag’s Nook and The Black Spectacles.

25.4.13

Tu ganas, Elmore

Adaptado por Quentin Tarantino y Steven Soderbergh, autor de la estupenda serie de televisión Justified, es sin duda uno de los grandes escritores estadounidenses y uno de los grandes clásicos vivos de la novela negra

Elmore Leonard en su casa de Bloomfield Village, Michigan en diciembre de 2001. / Paul Sancya./elpais.com
Elmore Leonard recibió en 2012, a sus 87 años, el premio al conjunto de una obra literaria que concede en Estados Unidos la National Book Foundation (Distinguished Contribution to American Letters, uno de los más importantes que se conceden en este país). Hasta ahora sólo otro escritor popular había merecido este reconocimiento: Stephen King. Adaptado por Quentin Tarantino y Steven Soderbergh, autor de la estupenda serie de televisión Justified, es sin duda uno de los grandes escritores estadounidenses y uno de los grandes clásicos vivos de la novela negra.
"Nuestros mejores autores de novela negra son muchas veces los narradores más astutos de nuestra realidad social", escribió Olen Steinhauer en The New York Times sobre el volumen de historias Raylan en las que se basa Justified, que en castellano ha publicado Alianza Editorial, mientras que el canal Calle 13 emite la tercera temporada de la serie (en EEUU acaba de terminar la cuarta). La historia de este agente judicial de gatillo fácil es una buena muestra de la narrativa de Leonard: lo que ocurre no llega a ser nunca tan importante como los ambientes que describe y, sobre todo, como sus personajes. Justified es una serie sobre Kentucky, sobre sus pueblos deprimidos, sobre el cinturón de la biblia y sobre una mafia cutre y despiadada. Y también sobre agentes judiciales que, como Raylan con su sombrero, parecen pertenecer a otros tiempos.
Su capacidad para describir los rincones perdidos de América es comparable a la que mostró John Steinbeck durante la Gran Depresión y, desde luego, a la de los clásicos de la novela negra (el género con el que siempre es identificado) como James M. Cain, Jim Thompson o James Hadley Chase (Ma Baker, con permiso de la realidad, podría haber sido perfectamente un personaje suyo).
Sus malos suelen ser unos tipos memorables en un mundo literario en el que todos se mueven en una inmensa gama de grises. Tarantino en Jackie Brown y Soderbergh en Un romance muy peligroso supieron explotar con mucho talento estas difusas fronteras en las que se mueve su narrativa, al igual que Barry Sonnenfeld en la estupenda Como conquistar Hollywood, en la que John Travolta interpreta al memorable Chili Palmer, un matón de la mafia que acaba metido en el negocio de las películas. De todos sus personajes, me quedaría sin duda con Palmer, con Raylan y con Jack Foley, el ladrón de bancos más honesto del mundo, interpretado por George Clooney en Un romance muy peligroso (extraña traducción del original Out of sight –fuera de vista o extraordinario– que a su vez es una adaptación muy libre del título de la novela original, Tú ganas, Jack).
"Lo que verdaderamente retrata a tus personajes literarios es cómo hablan. La trama y todo lo demás, incluso el desenlace de la historia, apenas importa", señaló a Patricia Tubella en una entrevista con este diario, en 2011 en Londres. "Recibo cartas de gente encarcelada que me pregunta dónde cumplí condena o, incluso, si soy negro. Pero no tiene misterio: escucho a la gente hablar, uso mis contactos en la policía y en el hampa", dijo en la presentación de uno de sus libros al ser preguntado sobre su talento para los diálogos. Uno años antes, dentro de una magnífica serie de The New York Times en la que grandes autor daban consejos para escribir, Elmore Leonard afirmó: "Mi regla más importante es: si parece escritura, vuelve a escribirlo" (me gustan mucho también otras dos: "nunca empieces un relato hablando del tiempo" y "procura dejar fuera la parte que los lectores tienden a saltarse").
Como no podía ser de otra forma, los relatos de Leonard se ciñen a sus propias reglas: muy ágiles, llenos de diálogos y personajes difíciles de olvidar (no ocurre lo mismo con sus tramas, a veces son tan enrevesadas que resulta casi imposible no perderse en algún momento). Empezó escribiendo novelas del oeste (Un hombre, llevada al cine por Martin Ritt en 1967 con Paul Newman como protagonista, fue su mayor éxito) y el western ha marcado el resto de su literatura; aunque en castellano se han editado sobre todo las novelas negras, la mayoría en Alianza Editorial pero también hay unas cuantas en Ediciones B y Versal, aparte de en bolsillo: mi favorita sigue siendo Pronto, en la que un tipo se cruza a la vez con el FBI y con la mafia de Miami cuando está a punto de retirarse. También es magnífica El día de Hitler, sobre los círculos nazis en EEUU durante la II Guerra Mundial, protagonizada por Carl Webster, un policía a través del que describe los años treinta en Un tipo implacable. El blues del Mississippi, Almas paganas, Perros callejeros o Cuba libre son otros cuantos ejemplos de la capacidad narrativa de Leonard. 

19.4.13

Cuando el lector no tiene otra opción que seguir devorando páginas...

filbo 2013

A todos nos gusta leer novelas de suspenso. ¿Por qué? ¿Qué tiene este género literario? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? Una reflexión a propósito de la visita a la FILBO, 2013 de los escritores John Katzenbach y Wulf Dorn

John Katzenbach, autor estadounidense y Wulf Dorn, autor alemán.Fotomontaje/revistaarcadia.com
El género del suspenso ha muerto. Palabras más, palabras menos, esto escribía en 1962 Ian Fleming, creador del inmortal James Bond, en un ensayo breve y formidable titulado “Cómo escribir un thriller”. Si a Fleming, desde ultratumba, o a cualquier otra persona se le ocurriera repetir hoy, cincuenta años después, aquel juicio terminante, a nadie la cabría la menor duda de que se trata del juicio de un loco. Y no solo a causa del éxito inmenso de las películas de Bond. Un vistazo a las listas de los libros más vendidos en todo el planeta muestra que, junto a las historias de pálidos vampiros enamorados, hombres lobo melancólicos y amas de casa que sueñan con ser estrellas de porno, las novelas de suspenso ocupan un puesto envidiable. Ken Follett, John Grisham, Dan Brown, Jo Nesbø son solo algunos de los autores mundialmente conocidos cuyas obras venden sin dificultad miles de copias en pocas semanas. El género de suspenso está más vivo que nunca.
Dos representantes recientes del género están de visita en Bogotá en el marco de la 26a Feria Internacional del Libro: el estadounidense John Katzenbach y el alemán Wulf Dorn. Katzenbach se ha convertido en un bestseller gracias a novelas como Al calor del verano (1982), La guerra de Hart (1999) y, ante todo, El psicoanalista (2002). Y La psiquiatra de Dorn ha vendido, desde su publicación en el 2009 hasta hoy, más de trescientoas mil copias en varios idiomas. Nada mal para una ópera prima. Otras obras suyas, como El superviviente (2010), van por el mismo camino.
¿A qué se debe el éxito de este género? Según Fleming, existe una única receta para que una novela de suspenso se convierta en un bestseller: debe obligar a su lector a pasar la página. Y Wikipedia explica que el secreto del thriller es que “mantiene a la audiencia alerta y al borde del asiento”. Explicaciones estas que describen bien el efecto de las obras, pero, por supuesto, no explican absolutamente nada. Entonces, ¿cómo funciona el género? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? La psiquiatra de Dorn y El psicoanalista de Katzenbach, en muchos sentidos novelas representativas del género de suspenso, ofrecen algunas claves para responder esas preguntas.
Una historia sencilla
En primer lugar, el argumento central de ambos libros (ambos de casi quinientas páginas) es tan sencillo que se puede resumir en pocas palabras. El psicoanalista cuenta la historia del doctor Frederick Starks, viudo, solitario, un hombre “devoto a la regularidad”, que semana tras semana recibe la visita de pacientes similares con conflictos similares. El día de su cumpleaños número cincuenta y tres, Starks recibe una carta anónima en que se le advierte que debe pagar con su vida por un error que ha cometido en su pasado como psicoanalista. Starks, quien ignora la naturaleza del error que motiva la carta, tiene dos semanas para identificar a su autor. Si no lo logra, deberá suicidarse o ser testigo de cómo cincuenta y tres de sus parientes van sufriendo, uno a uno, torturas indecibles. Así empieza un juego de acertijos y pistas falsas que, al final, habrá cambiado por completo la vida de Starks.
La doctora Ellen Roth, protagonista de la novela de Dorn, trabaja a conciencia desde hace cuatro años en una clínica psiquiátrica, pero, según la dibuja el autor, está agotada. Un día su novio, colega en la clínica, parte a un viaje que lo mantendrá desconectado del mundo durante varios días y le pide a Ellen revisar un “caso interesante”: una nueva paciente, golpeada y aterrorizada, quien asegura que “el hombre del saco” la busca para hacerla desaparecer. Ellen la visita, le promete que cuidará de ella, pero al día siguiente la mujer desaparece. Para empeorar las cosas, nadie en la clínica supo alguna vez de su existencia, así que Ellen se encuentra sola frente al enigma. Durante su búsqueda, Ellen, y junto con ella el lector, descubren cuán íntima y horriblemente conectadas están la vida de la doctora y la desaparición de la mujer.
Preguntas, placer y pánico
La sencillez de la historia es un rasgo característico. Pero hay otro elemento esencial que pone en movimiento la historia: el misterio y la necesidad de resolverlo. A inicios del siglo xviii, el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz escribió que el principio de razón suficiente, que explica por qué las cosas son de esta y no de otra manera, es una regla básica del pensamiento. Algunas décadas después, Immanuel Kant fue más allá y declaró que el principio es de hecho una estructura inherente a la mente, a través de la cual organizamos la información que nos dan los sentidos. La actividad intelectual humana por excelencia sería, así, resolver problemas, preguntarse “¿por qué?”. El thriller está construido sobre esa tendencia fundamental, y ella a su vez explica que la lectura de novelas de suspenso sea para muchos una verdadera adicción. ¿Por qué debe morir Starks? ¿Por qué ha desaparecido la mujer de la clínica? Y del mismo modo en otros mil casos: ¿qué se esconde tras la persecución a Roger O. Thornhill (Cary Grant en Intriga internacional de Hitchcock)? ¿Y tras la muerte de la esposa de Richard Kimble (Harrison Ford en El fugitivo)? ¿Y de qué se trata exactamente la trama en la que termina involucrado Nicholas van Orton (Michael Douglas en El juego)?

Parte de la atracción del thriller proviene del exceso de preguntas. Pues por una inquietud central, cada historia de suspenso contiene otras cien secundarias. En El psicoanalista, una mujer que se presenta como aliada del autor de la carta aparece para “ayudar” a Starks. ¿Quién es esta mujer y cuáles son sus verdaderas intenciones? Más tarde, el mentor del doctor, en apariencia su único amigo fiel, desaparece de repente. ¿Qué ha sucedido? En La psiquiatra, Ellen Roth cree reconocer en su mejor amigo al funesto “hombre del saco”. ¿Cómo es esto posible? Y claro: ¿por qué se ha largado el novio justo ahora? Preguntas sobre preguntas, los autores del género de suspenso se alimentan de nuestro deseo de saber por qué las cosas son como son, o como aparentan ser.?En esto el género es similar a la novela policial clásica, tal como fue imaginada por Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle. Sin embargo, a pesar de las semejanzas obvias, existe una diferencia importante. El misterio de la novela de suspenso posee un peso y un gancho emocional muchas veces ausentes en los enigmas policíacos clásicos. Tanto en La psiquiatra como en El psicoanalista, las preguntas comprometen personalmente al protagonista. Ellen Roth se convierte en responsable directa del destino de la mujer desaparecida y, a medida que avanza la novela, del suyo propio. Por su parte, si Starks no identifica al autor de la carta, o bien tendrá que morir por mano propia, o bien sus parientes sufrirán castigos horrendos. Y de nuevo: el fugitivo Richard Kimble es acusado de haber asesinado a su esposa, la policía lo quiere vivo o muerto. O para no ir más lejos, ¿no sucedía algo similar en la estupenda serie de televisión colombiana La mujer del presidente, donde Carlos Alberto Buendía (Robinson Díaz) es acusado de matar a la esposa de su jefe? Si quieren salir del embrollo sanos y salvos, estos hombres tienen que resolver la intriga. Pero en el caso de la novela policial, la resolución del misterio es más un reto a la inteligencia del detective que una cuestión personal de vida o muerte. Para el Auguste Dupin de Poe, para Sherlock Holmes o para el Hércules Poirot de Agatha Christie solucionar el enigma es un ejercicio mental, y su motivación es más el placer, o incluso la vanidad racional, que el puro y simple pánico.

Una cuestión de vida o muerte

Ser protagonistas del misterio transforma radicalmente la vida de la psiquiatra y del psicoanalista. El lío en que terminan envueltos contra su voluntad rompe con el orden del mundo al que estaban acostumbrados. Y no es accidental que en ambas novelas los protagonistas estén dedicados al arte de comprender la mente y las emociones humanas, y que a lo largo de la historia descubran que quizá estas no son tan comprensibles como creían. En cambio, para el detective profesional el enigma forma parte del mundo. Descifrar misterios es, bueno, a lo que se dedica en la vida.
Guardadas las proporciones, la diferencia se podría ilustrar recordando la distinción que Sigmund Freud propone entre el efecto que producen los cuentos de hadas y las historias de fantasmas en su ensayo “Lo siniestro” (1919). En los primeros, los protagonistas parten del supuesto de que existen seres sobrenaturales. Así, en ellos las ocurrencias extrañas no causan terror. Las historias de fantasmas, por el contrario, ocurren en un mundo “ilustrado”, en el que lo sobrenatural supuestamente no existe. Su efecto es siniestro porque los fantasmas chocan brutalmente con la creencia de sus protagonistas en la sanidad del mundo. En cierto modo, Dupin, Holmes o Poirot habitan sin gran dramatismo un mundo en que lo extraño es cotidiano, es decir, en que lo extraño no lo es en realidad. Por su parte, Starks, Roth, Kimble (y Carlos Alberto Buendía) despiertan un día cualquiera en un escenario de fantasmas que no corresponde a su visión del mundo, y sus historias son espeluznantes, perturbadoras y emocionantes porque están llenas de figuras cuya mera posibilidad los protagonistas habrían negado horas antes. Una vez comprende que su mundo entero ha cambiado, el protagonista del thriller no tiene otra opción que jugar el juego. O como escribe Katzenbach en un punto de El psicoanalista, Starks “entonces comprendió que, muy probablemente, en los días siguientes tendría que actuar en muchas formas contra su propia naturaleza”. En ese punto, claro está, el lector también ya lo ha seguido al mundo de lo siniestro y no tiene otra opción que seguir pasando páginas como un obseso. ¿Pues no sentimos todos al menos un poco de atracción perversa frente a las historias de fantasmas?
El viaje del héroe

El hecho de que en el thriller la visión de la vida del protagonista sea puesta en duda por la naturaleza tremenda del misterio al que se enfrenta, implica un elemento adicional que distingue al género del de la novela de detectives clásica. En todos los casos nombrados, el protagonista recorre un camino que lo lleva desde el desconcierto o el terror iniciales hasta el descubrimiento final de aspectos de su propio ser que antes desconocía (aspectos que también pueden ser terribles, como bien verá el lector de La psiquiatra). Se trata, en cierta forma, de un proceso de crecimiento, de reconocimiento de la propia identidad y, en muchos casos, de consecución de una recompensa colosal. Eso explica también el tipo de conexión emocional que produce el thriller: el lector está dispuesto a acompañar al protagonista en su travesía por el mundo de fantasmas y, en cierto modo, la recorre él mismo.

Este camino fue llamado por Joseph Campbell en su libro clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (1949) la aventura o “el viaje del héroe”, y lo identifica como una estructura básica en los mitos de las más diferentes culturas. En pocas palabras, el viaje se trata de lo siguiente: el héroe inicia su camino en el mundo normal, pero pronto recibe un llamado a penetrar un mundo desconocido y, ante todo, extraño y amenazante. Si acepta el llamado (como hemos visto, el protagonista del thriller está obligado a hacerlo), deberá enfrentar pruebas riesgosas que habrá de superar solo o con asistencia externa. Si las supera (si sobrevive) el héroe recibirá un elixir, un saber extraordinario, un don, una “gran bendición” en fin, que le permitirá emprender el camino de regreso. La “gran bendición” y el recorrido mismo han cambiado la vida del héroe.

Desde el mito del Minotauro y el Laberinto hasta El señor de los anillos de Tolkien, las grandes narraciones de la historia están basadas en esta estructura mítica. El thriller, por lo general también. Y justamente porque describe un camino tortuoso al final del cual se encuentra una recompensa, es tan exitoso y ata psicológicamente al lector: de algún modo su estructura corresponde a lo que muchos imaginan que es, o debería ser, la vida misma.

Existe una última característica que contribuye al poder de atracción del género de suspenso. El detective clásico es un genio excéntrico. No así en el thriller, donde los protagonistas son bastante normales: más o menos aburridos (Frederick Starks), algo agobiados con su día a día (Ellen Roth), un tanto execrables (Nicholas van Orton) o sencillamente ordinarios (Carlos Alberto Buendía). Esta normalidad, esta falta de características insólitas, ha sido descrita por Umberto Eco como una de las estrategias más eficaces de la cultura de masas y una de las causas de su capacidad de hacernos “sentir bien”. Desde los presentadores de televisión hasta los pobres héroes cotidianos del thriller, la cultura de masas da al espectador, al lector, la posibilidad de identificarse. El infeliz que despierta una mañana frente a un reto que no sabe cómo resolver podría ser cualquiera de nosotros.

Ian Fleming escribe que una de las razones por las cuales el thriller está condenado a desaparecer es que los “escritores se avergüenzan de inventar héroes que son blancos, villanos que son negros y heroínas que son de un delicado tono rosa”. Ahora bien, si Fleming pudiera dar un vistazo a muchas de las novelas de suspenso actuales, se daría cuenta de que las cosas han cambiado. Sus héroes no son ya James Bond. En cierto modo, el género de suspenso ha recorrido un camino similar al de las series de televisión estadounidenses, donde ahora “los buenos” pueden no serlo tanto y “los malos” son muchas veces más simpáticos que los primeros. Y es precisamente su normalidad (Eco, para bien o para mal, la llama “mediocritas”) la que ha convertido a los protagonistas del thriller en personajes ambivalentes, con pasiones bajas, errores y dilemas terrenales. En un pasaje de El psicoanalista, el doctor Starks enfrenta con un revólver al hombre que ha destruido su vida. ¿Apretará el gatillo? En La psiquiatra, la desprendida Ellen Roth resulta ser una insospechada caja de sorpresas. Y el lector, al borde de su asiento, no tiene otra opción más que seguir devorando las páginas. Así las cosas, el suspenso parece tener buenas perspectivas de supervivencia. 
El noir alemán.  Wulf Dorn, autor de varios bestsellers de misterio en Alemania, en conversación con Mario Mendoza. La novela negra y el suspenso en boca de dos autores. Salón León de Greiff. 6:pm a 7:30 pm.Lunes 22 de abril.

11.4.13

El detective Sam Esparta: homenaje quijotesco y antifranquista a Hammett

El Cementerio vacío es la segunda obra protagonizada por Samuel Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri cuando le da por hacerse detective, vestirse con la gabardina y calzarse el sombrero que le trajo su tío de América y convertirse así en el mejor homenaje a Sam Spade. Pocas veces la novela negra tiene a su servicio una prosa de este nivel

El escritor Ramiro Pinilla en su casa de Getxo. / Luis Alberto García./elpais.com/elemental

El Getxo de la década de los 40, con la venganza franquista en pleno auge; un hombre, Sancho Bordaberri, enamorado de sus libros, escritor fracasado, feliz con su trabajo en la librería que posee, envenenado por su locura por los clásicos de la novela negra, inquieto buscador de justicia. Estos pocos ingredientes son el punto de partida de un regalo, el que el gran Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) nos hace metiéndose de lleno en la ficción criminal.
El Cementerio vacío (Tusquets) es la segunda obra protagonizada por Samuel Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri cuando le da por hacerse detective, vestirse con la gabardina y calzarse el sombrero que le trajo su tío de América y convertirse así en el mejor homenaje a Sam Spade. Pocas veces la novela negra tiene a su servicio una prosa de este nivel.
Sancho Bordaberri tiene un problema: carece de imaginación. Por eso ha sufrido 16 rechazos editoriales, uno por cada novela que ha escrito, copias vulgares de sus héroes Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Un crimen ocurrido en su querido Getxo en 1935, nunca resuelto y olvidado tras una Guerra Civil que dejó demasiados muertos para ocuparse de uno solo cambia su vida. Diez años después, Sancho no quiere olvidar y encuentra en la investigación la manera de convertirse en el Sam Spade de Getxo, en Samuel Esparta, un hombre enfrentado al olvido que busca resolver el crimen y escribir su novela. Ese es el origen Solo un muerto más, la primera novela negra de Ramiro Pinilla.
En El cementerio vacío, la segunda, que Tusquets ha publicado en marzo, el propio Esparta lo explica mejor:
“Surge algo que me atasca , y cometo el suicidio de seguir meditando. Y la iluminación me llega de los propios Hammett y Chandler, que no se refugian en un pobretón realismo, como yo, sino que su herramienta es el supremo valor de un buen relato: la imaginación...Esto, que no es nuevo, ya lo tenía superado. Aunque ellos conocen de primera mano los submundos de las peligrosas urbes norteamericanas, no se limitan a fotografiarlos, sino que se inventan personajes y episodios acordes con esos submundos, pero no se los apropian con tantos pelos y señales como hago yo con Getxo”.

En El cementerio vacío, la muerte de la bellísima Anari desata un odio brutal de todo el pueblo hacia su novio Pedro, un maketo a los que todos quieren ajusticiar por la vía rápida. Sin embargo, dos niños, amigos del maketo y defensores de su inocencia, acuden a la librería de Sancho en busca de Samuel, famoso ya en todo Getxo tras el caso de Solo un muerto más y la posterior publicación de la novela y le contratan. 50 pesetas al día más dietas, puro Spade.
La tentación es demasiado grande para este Sancho letraherido, este Quijote de Getxo enloquecido por los libros que adora. Sancho se transforma en Samuel y su fiel Koldobike, su ayudante en la librería, se tiñe de rubio y se embute en faldas de tubo para no desentonar. Él empieza a referirse a ella como “nena” y todo se transforma de manera inevitable, quieran o no los personajes:
“Soy un miserable (asegura Sancho) provoco las cosas para vivirlas desde dentro de ellas y luego escribirlas. Ignoro qué saldrá pero no sé hacerlo de otra forma. Aunque puedo jurar por lo más sagrado que cuanto sale de mi pluma puede ocurrir. Porque ya ha ocurrido”.

La agilidad con la que Pinilla mezcla la investigación con los momentos en los que Sancho elabora la novela, mientras vive la realidad en la que busca la verdad, es encomiable. Hay situaciones entrañables como cuando, por ejemplo, su hermana le pide que avise de que está escribiendo para no salir con malos pelos en el relato. Otros, mucho más duros. Sirva como ejemplo este diálogo con el falangista Luciano después de que le propinen una paliza terrible en Solo un muerto más:
- Lamento la paliza, librero. Tú sí que tienes cojones.
- No se te olvide meter eso, Sam- dice Koldobike.
- Ah, claro, naturalmente. No sólo escribes la realidad sino que vives en ella. La verdad, librero: ¿incluyes todo, todo?
- Todo- asegura crudamente Koldobike.
- ¿Incluso esta escena, nosotros zurrándote y ahora intercambiando amigablemente confidencias?
- La novela de Sam Esparta es un saco sin fondo- añade Koldobike.
Las heridas del franquismo
No falta en la novela Getxo, ese mítico lugar en el que Pinilla desarrolla toda su obra. “Podría estar 300 años escribiendo sobre Getxo”, ha dicho el escritor en más de una ocasión y los años posteriores a la Guerra Civil, espacio temporal en el que el ganador del Premio Nadal con Las ciegas hormigas (1961) desarrolla su obra y su rabia contra una dictadura que siempre ha detestado.
Las víctimas: el propio padre de Sancho, asesinado por el régimen; el hermano de Anari, fusilado también; o el padre de Koldobike, condenado a 30 años en una cárcel de Cantabria. Los asesinos y aprovechados: el falangista Luciano Aguirre, un bruto hortera que sólo sabe cantar las glorias del régimen en una poesía absurdamente grandiosa; Cayo Fernández un comisario franquista inteligente que quiere abrir nuevos caminos pero siempre al lado del poderoso y opresor; estraperlistas de Falange sin escrúpulos; un cura con cierta afición por tocar a las más jóvenes... Si en Aquella edad inolvidable (Tusquets) eran los partidos y las victorias del Athletic las que servían al pueblo para juntarse, celebrar y, de una manera más o menos velada, plantar cara al régimen, en El cementerio vacío son los actos de duelo por Anari los que sirven para molestar al franquismo y a los falangistas, muertos de ganas por disolver a tiros esas concentraciones de vascos.
Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 2006, Ramiro Pinilla nos hace un regalo lleno de estilo y nostalgia a los amantes del género. Gracias.

3.4.13

La verdad sobre la limpieza étnica

Todas sus novelas tratan algún tipo de abuso de poder. La última, Expediente 64, el de un psiquiatra

El escritor danés Jussi Olsen-Adler en Barcelona./elmundo.es
Sonriente y con un vaso de sangría en la mano, Jussi Olsen-Adler (Copenhague, 1950) parece haber dejado atrás toda la oscuridad que, dice, trata de encerrar en sus libros, a la manera en que un cazafantasmas encerraría un fantasma en una caja del tamaño de una novela.
Por oscuridad entiende el creador de la serie dedicada al Departamento Q, el departamento de la policía danesa que lidera el gruñón Carl Mork, el abuso de poder. Porque, asegura, todas sus novelas "tratan algún tipo de abuso de poder". La última, 'Expediente 64' (Maeva), el de un psiquiatra.
En concreto, el psiquiatra Christian Keller, ideólogo de las instalaciones que albergaba el islote Sprogo, lugar en el que se encerraba a mujeres de dudosa reputación (prostitutas, promiscuas) y aquellas que se creía tenían un leve retraso mental, para impedir que se reprodujeran. Algunas de ellas eran incluso literalmente secuestradas para ser trasladadas a ese lugar, del que únicamente podían salir si accedían a ser esterilizadas. "Todo por mantener la raza", sentencia el escritor.
"Se cree que el asunto de la limpieza étnica lo inventaron los nazis, pero no fue así. Lo inventamos nosotros, los escandinavos", sentencia el escritor, hijo de psiquiatra, que recuerda haber pasado junto al islote en cuestión al menos dos veces al año desde que era un crío.
"Dinamarca es un archipiélago, y para visitar a unos amigos debíamos pasar obligatoriamente por la isla. Y veía a las mujeres. Yo creía que habían cometido algún crimen. Pero mi padre me dijo que no, que simplemente estaban allí porque había alguien que estaba abusando de su poder para encerrarlas. Y ese alguien eran un montón de doctores, doctores como él, de los que nadie hablaba en la prensa. En todo el tiempo que estuvo activo el psiquiátrico, sólo se escribió un artículo al respecto. La sensación era de que nadie sabía nada", explica.
Las instalaciones abrieron en 1921 y en los años 80 aún se producían desapariciones de mujeres. De hecho, la historia arranca en 1985, en una fiesta. Pero no tarda en trasladarse a las oficinas en las que trabaja el Departamento Q, encargado de resolver precisamente una serie de desapariciones de mujeres ocurridas en los 80. Las pistas llevaran a Carl Mork y su equipo hasta la aislada Sprogo, donde descubrirán que su país esconde al mundo algo de lo que no sólo debería avergonzarse sino por lo que incluso debería ser juzgado.
"He escrito esta novela como un homenaje a mi padre, que trató de denunciar el abuso de poder que se estaba cometiendo en la isla y del que nadie quería hablar. Mi deseo es que alguien pida perdón a todas esas mujeres por lo que les hicieron. Muchas de ellas siguen vivas, pero nadie las ha escuchado nunca. Incluso hubo quien se sorprendió en el propio gobierno danés de que algo así hubiera estado ocurriendo", explica. ¿Ha pasado algo en ese sentido desde la publicación de la novela? "No. Nadie ha pedido perdón aún", contesta.
Es curioso, dice el escritor, "se cree que los países escandinavos están muy avanzados a nivel social, pero también lo están en otros sentidos que son mucho peores".

Del frío danés al calor de España

Adler-Olsen se enamoró de Barcelona hace ahora justo un año, cuando visitó la ciudad para participar en el encuentro de novela negra BCNegra, y decidió comprarse un piso en la Barceloneta, donde reside buena parte del año.
"Barcelona es perfecta, por el clima, por la gente, por el arte, y por su cosmopolitismo", dice. A partir de ahora piensa escribir desde la capital catalana y admite que quizá eso afecte, a la larga, a sus historias. Quizá vayan abandonando poco a poco la oscuridad.
Desde una de las terrazas del turístico Parque Güell, lo único que puede hacer es encogerse de hombros y susurrar: "Quién sabe". En cualquier caso, se apresura a añadir, "todo dependerá de mis lectores. Pienso mucho en ellos cuando escribo", confiesa. En ellos y en todo lo que va mal en el mundo.