9.4.11

La pareja de Larsson clama contra la explotación de su nombre en el libro 'Millenium, Stieg y yo'

Eva Gabrielsson cree que la familia del escritor tiene "la suerte" de que haya muerto porque habría sido un "gran obstáculo" para sus negocios
Eva Gabrielsson, quien fuera compañera de Stieg Larsson durante 32 años EFE/Toni Albir.fuente:lavanguardia.es

La que fue compañera sentimental del autor sueco Stieg Larsson durante 32 años, Eva Gabrielsson, ha clamado contra la explotación comercial de su nombre y ha reivindicado su faceta de militante, feminista y periodista comprometido, en la presentación de 'Millenium, Stieg y yo' (Columna), sobre su vida en común y la gestación de la célebre trilogía.

"A medida que la imagen de Stieg se va explotando su esencia se diluye. Al final sólo quedará el nombre, la marca Larsson", ha lamentado en declaraciones a los medios, y ha recordado que la muerte prematura del autor de 'Millenium' le impidió fijar directrices sobre cómo gestionar su obra y los productos que se basan en ella, como las películas. "No quiero que sus luchas y sus ideales sean ensuciados y explotados.

Sé muy bien como reaccionaría en cada una de las situaciones que conozco hoy. Lucharía", añade en la obra, y se postula para combatir la desvirtuación de Larsson, del que defiende su labor periodística y su compromiso contra la extrema derecha y el racismo --"Sus inquietudes son el corazón, el cerebro y el músculo de sus novelas"-- .

En cuanto a la familia de Larsson, con la que se ha enfrentado sin éxito por la propiedad intelectual de las obras del escritor, ha espetado que "tienen suerte de que Stieg haya muerto, porque habría sido un gran obstáculo para sus negocios" --Gabrielsson y Larsson convivían sin estar casados, por lo que, según las leyes suecas, esta no pudo acceder a la herencia de su compañero--.

Gabrielsson vuelca en su obra su historia de amor con Larsson; la recuperación tras su pérdida --cuando murió se propuso vivir un año, ahora simplemente vivir--, y la gestación de la trilogía policíaca que lanzaría al sueco a la fama, tras su muerte de un ataque al corazón, además del enfrentamiento encarnizado con el padre y el hermano del autor por su herencia.

Fragmentos del diario personal de Gabrielsson y una carta de despedida que el autor le dedicó para que la leyese tras su fallecimiento dibujan a un Larsson idealista, cómplice y autodidacta y embastan los retazos de una vida cotidiana "a menudo aburrida, siempre laboriosa y a veces peligrosa".

La viuda de Larsson hará el cuarto 'Millennium' si le dejan controlar los derechos

8.4.11

Un tributo al género

Una trama policial que transcurre en los años 70 y un detective de película, es la propuesta de Hamilton y Marinelli

A CUATRO MANOS. Mariano Hamilton y Alejandro Marinelli, los autores de la novela "Un hombre ordinario." foto.fuente:Revista Ñ

En el año 1953, en el prólogo a la antología Diez cuentos policiales argentinos, editada por Hachette, Rodolfo Walsh fechaba el género de modo inequívoco: "Hace diez años, en 1942, apareció el primer libro de cuentos policiales en castellano. Sus autores eran Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Se llamaba Seis problemas para don Isidro Parodi." Walsh se refería, por cierto, al policial clásico de cuño anglosajón que él mismo cultivaría en cuentos como los que componen Variaciones en rojo. Para fechar el policial negro (o duro, o hard-boiled) hay que remontarse aún más en el tiempo: en 1929 Dashiell Hammett publica Cosecha roja e inaugura el género. La violencia visceral que signará al policial negro es la consecuencia inevitable de una sociedad que comienza a mostrar su cara más turbia y más violenta (el nacimiento del hard-boiled coincidirá con el crack de la Bolsa de Nueva York, con las primeras fisuras del capitalismo, con la violencia indiscriminada y, en muchos casos, gratuita).

No resulta, pues, azaroso o accidental que sea, precisamente, la generación narrativa del 70 en Argentina (integrada por aquellos autores que comienzan a publicar a partir de 1970) la que cultive con mayor fluidez y frecuencia la variante dura del policial: libros como Triste, solitario y final (Osvaldo Soriano), la trilogía de Juan Martini (Los asesinos las prefieren rubias, El agua en los pulmones, El cerco) o, posteriormente, los relatos de Tratos inútiles (Jorge Manzur) o los dos tomos de Manual de perdedores (Juan Sasturain), por mencionar sólo algunos ejemplos, conforman una metáfora que ilustra con holgura un clima social: aquél en el cual el terror dimana del Estado, y en el que los secuestros, los crímenes y la vesania provienen de quienes, en teoría, encarnan la legalidad. En esta fecunda línea se inscribe el ponderable policial que es El hombre ordinario, novela que puede ser leída de modo independiente o como parte de una saga cuyo primer eslabón es Cercano Oeste (Planeta, 2006, firmada sólo por Mariano Hamilton); en ambas el detective es Roque Centurión y el contexto de desbordada violencia se ubica en la década del 70.


Literatura y cine

El estilo de El hombre ordinario, ahora también firmada por Alejandro Marinelli, rinde impecable tributo a una de las características salientes del género: es seco, eficaz y preciso; nada puede ser tachado de superfluo ni reputado como innecesario. El paradigma del policial negro le debe tanto a la literatura como al cine (alguien le preguntó en una ocasión a Raymond Chandler cómo era Philip Marlowe, el escritor no dudó: "Marlowe es Humphrey Bogart") en el sentido de que todo género, y en especial el policial, es un minucioso catálogo de gestos y manierismos que conforman un todo y le otorgan identidad; el homenaje de Hamilton y Marinelli a la pantalla grande es tan justo como deliberado: "Llegamos a la playa de estacionamiento, bajé y pagué. Lo hice como tantas veces había visto en las películas, dándole el dinero por la ventanilla al conductor. Siempre me había gustado ese gesto." O: "Centurión, Roque Centurión –dije, como Sean Connery en la última de James Bond, pero sin la misma gracia." Alguna vez Borges dijo que el lector le cree a Conan Doyle porque le cree a Sherlock Holmes; en efecto, acaso la piedra de toque de la verosimilitud en un policial sea el detective. Y en este sentido, El hombre ordinario es irreprochable: Roque Centurión es un personaje de carne y hueso, y cada paliza que le dan (otro gesto inherente al género) le duele al lector en el cuerpo.

El hombre ordinario
Mariano Hamilton y Alejandro Marinelli
Ed. Planeta
272 pags. $ 59

4.4.11

De fin de en la 'Casa de los Horrores'

La más venenosa de las novelas de Martin Amis, Tren nocturno vuelve a las librerías

Martin Amis, en Barcelona. foto: Antonio Moreno.fuente:elmundo.es

Martin Amis. Droga dura. Palili de la peor, o mejor, clase. Ahí donde lo veis, a sus 61 primaveras, el muy cabronazo aún mantiene en sus escritos el mismo grado de comprometida pureza que cuando no era más que un 'niñato terrible' y escribía con vocación de chute de 'speed ball'. Nos la pone dura el pequeño gran Amis a una legión de voraces yonquis con cada novela que entrega a sus editores. No hay Proyecto Hombre que valga con él. Lo que es yo, tiempo llevo sin encontrarme la vena para inyectarme una nueva ración de su prosa callejera y sin florituras. Lo ha vuelto a hacer con su última novela, 'La viuda embarazada'. No falla. Droga dura para lectores con callo en el brazo de oro. Abstenerse diabéticos, enfermos del corazón y adictos a las pastis de diseño.

'Dinero', 'La información', 'Campos de Londres', 'Experiencia', 'Koba el terrible' y en este plan. Décadas lleva el bueno de Martin, ya digo, desbaratando conciencias y ejerciendo de liebre electrónica en ese canódromo denominado, con gran acierto por parte del director de marketing de turno, 'british team'. Sin embargo, destaca con relumbrón propio, de entre el grueso de su vasta producción, una novela que el aficionado a lo policiaco conserva en el estante superior de su memoria muchos años después de leída. Hablo de 'Tren nocturno', esa vuelta de tuerca al género que consta en los archivos de lo 'negrocriminal' como uno de los homenajes a los clásicos estadounidenses más desasosegantes y redondos que un escritor, de los llamados 'serios', ha escrito jamás. Todo en 'Tren nocturno', empezando por su estructura, deconstruida y aparentemente deslavazada, brilla con esa luz propia de las obras maestras que, como tales, han sido escritas a puñetazos o robadas al sueño.

Caso abierto. Sin solucionar. Radiografía de un suicidio reconvertido en asesinato. Opción de autoapagado. Hora de quitar el polvo a las enormes y apolilladas alfombras del alma. Sólo hay una forma de hacerlo: a golpes. Eso lo sabe muy bien la detective del departamento de homicidios de Nueva York Mike Hoolihan, quien se encarga de tan peculiar limpieza narrándonos el relato del peor caso que le ha tocado padecer a lo largo de su carrera. Una joyita esta Hoolihan. Pasmarote distinguida que se ha pasado ocho años investigando muertes violentas y que, aparte de un nombre (de varón, aunque sea mujer) digno de sabueso de novela 'pulp', muestra otras graves deficiencias. Por este orden: sobrepeso, voz varonil, ex alcohólica, no demasiado agraciada físicamente, fumadora, sarcástica, malhablada y con una inusitada querencia a asomarse a los abismos del alma. Lo normal en alguien que sabe que el diablo siempre ha campado a sus anchas cinco minutos antes de que la pasma llegase a la escena del crimen.

Amis consiguió una novela negra casi perfecta que, además, apesta a Roth, a Updike o a Bellow en cada párrafo.

Logra el hijo de Kingsley Amis una novela negra casi perfecta que, además, apesta a Roth, a Updike o a Bellow en cada párrafo. Lo habitual en él. Se nos presenta el libro de notas de la 'sabuesa' Hoolihan y en él se mezclan las entradas que harían palidecer de terror a Ana Frank con las entrevistas realizadas durante la investigación y las notas policiales o los informes recibidos de los diferentes departamentos (balística, forense...). Es la eterna e infrecuente canción. Martin Amis sabe bien de lo que habla. Conoce perfectamente el puto percal. "No soporto las novelas que exageran lo limpio del mundo", afirma este maestro de la desesperanza.

Se puso una dentadura nueva el maduro Amis en cuanto reunió suficiente pastiruza como para, pasada ya de sobra la cincuentena, reírse en nuestra cara de los miedos de cada cual. Carcajearse a placer de sus lectores es marca de la casa en el escritor británico. E invitarnos a una versión 'extra gore' del apocalipsis tras recibir, hace media eternidad, una tarascada del mal en estado puro. En 1973, Lucy Partington desapareció. Lucy era prima de Martin Amis cuando éste era más niño terrible que nunca. Y Lucy posó sonriente en los 'tetrabricks' de leche durante 22 años, hasta que sus restos fueron desenterrados del jardín del 25 de Cromwell Street, en Londres, la 'Casa de los Horrores' de Fred y Rosemary West, asesinos de, al menos, 12 mujeres a lo largo de 16 años. Lucy y las demás víctimas habían sido violadas, torturadas y luego descuartizadas. Crímenes truculentos que se cuentan, con pelos y señales, en 'Felices como asesinos', crónica del espanto con la que Gordon Burns, su autor, nos da una soberana lección de lo que debería ser el novísimo nuevo periodismo si existiese algo así. E imagina una qué o a quién tenía Amis en mente cuando puso en boca de la detective Hoolihan, en 'Tren nocturno', un párrafo como el que sigue:

"En mi época, llegué a presencias las secuelas de quizás unas mil muertes sospechosas, la mayoría de las cuales resultaron ser suicidios o accidentes, o simplemente gente abandonada. Así que he visto todas las clases: saltarines, mutilados, sumergidos con un peso, zambullidos, desangrados, flotadores, baleados, reventados. He visto los cadáveres muertos a golpes de bebés de un año. Los de nonagenarias violadas por pandillas. He visto cadáveres abandonados por tanto tiempo después de su muerte que la única posibilidad de deducir la fecha del deceso era el tamaño de los gusanos. Pero de todos los cuerpos que he visto, ninguno se me ha quedado grabado en mis entrañas como el cadáver de Jennifer Rockwell".