29.3.12

Recen por ella


La autora de La ladrona de coral, hija de creacionistas irreductibles, ambienta su primer noir en el entorno de Charles Darwin
Rebecca Stott, escritora inglesa.foto:Duomo.fuente:elmundo.es

Rebecca Stott creció en una familia creacionista. Sus padres, sus tíos, todo el mundo a su alrededor, formaba parte de una secta fundamentalista cristiana incapaz de aceptar que un tipo como Charles Darwin pudiera tener razón. Quizá por eso, dice, se sintió atraída desde muy niña por su figura. "Mis padres lo veían como el diablo. Y a mí me gustaba. En parte porque representaba lo prohibido y lo prohibido me atraía", confiesa. A veces se pregunta Stott por qué no estudió Biología. A continuación se responde que porque quería ser escritora. La primera de sus novelas que llega a las librerías españolas, un trepidante 'noir' que bebe tanto de 'Los miserables' como de la trilogía de atraco al casino de Steven Soderbergh (de 'Ocean's Eleven' en adelante), se titula 'La ladrona de coral' (Duomo) y está ambientada en el París de 1815, el de la caída de la Napoleón. La protagonista, Lucienne Bernard, es una mujer intrépida, fan, como la propia autora, de Darwin y sus ideas por entonces "subversivas".

"Es cierto que por entonces no había muchas mujeres interesadas en el tema, tampoco las hay ahora", asegura la autora, que acostumbra a visitar todos los Museos de Historia Natural que encuentra y que cree que el Jardin Des Plantes de París era, en aquella época, la de principios del siglo XIX, algo así como el centro del mundo. "Era un lugar cosmopolita. De hecho, París era la única ciudad en la que Iglesia no ejercía su control y por eso era un hervidero de ideas. Se debatió allí por primera vez el evolucionismo. Estaban en la vanguardia de la ciencia", explica.

A París viaja su protagonista, Daniel Connor, un estudiante de anatomía de Edimburgo que espera ser aceptado como alumno del legendario Doctor Cuvier. Lleva encima cartas de recomendación, tres fósiles de incalculable valor y un hueso de mamut. Unas y otros desaparecen después de cruzarse con la chica que viaja en su diligencia (Lucienne) acompañada de una niña y que le asegura que todo lo que sabe de él lo ha descubierto al hipnotizarle. "Me pregunté cómo sería una mujer evolucionista de la época y Lucienne simplemente se me apareció. A veces ocurren estas cosas. El oficio de escritor tiene algo de fantasmagórico", dice Stott, que tomó prestado el vértigo de la citada serie de Soderbergh que arranca con 'Ocean's Eleven' para componer tan trepidante thriller negro con mítico detective de fondo. Pues cuando Connor pierde sus cartas de recomendación y sus fósiles, se dirige a la policía, que curiosamente en aquella época dirigía uno de los ladrones más temidos de Francia, Eugène-François Vidocq, "el creador de una de las primeras policías secretas de Europa", apunta la escritora, policía secreta que mantenía bajo vigilancia a científicos ("es algo que descubrí mientras investigaba, que en todas las épocas los científicos siempre han estado bajo vigilancia, por considerarse en algún sentido peligrosos, desestabilizadores", cuenta la autora) y a los soldados que regresaban de las guerras napoleónicas y que estaban convirtiendo París en una especie de primitiva Gotham City. Fan de Sebald, de los 'thrillers' científicos de Ian Pears y de Hilary Mantel, Stott primero investiga y luego escribe y cuando se sienta a escribir le dedica tantas horas como puede al día hasta que la novela está completamente cerrada. "De otra manera, los personajes desaparecen. Cuando pierdes el contacto con ellos, pierdes la historia", asegura. ¿Y qué hay de la figura del ladrón? ¿Por qué le interesa tanto? "El ladrón es un personaje transgresor, subvierte el orden de las cosas, se mueve en varios mundos. La protagonista es una ladrona entre ladrones. Estamos hablando de París en la época en la que era el centro de las cosas robadas. Napoleón fue un gran ladrón, expolió toda Europa. Me interesaba también el tema de la titularidad del arte, ¿de quién es el arte? No sé, es sólo una figura que me inspira", contesta. ¿Y qué opina su familia de sus historias? "Supongo que rezan por mí", contesta.

26.3.12

Un héroe policial de historieta

En Mi nombre es Zero Galván, novela que transcurre en una Nueva York frenética y negra, se recupera al protagonista de una tira de los años sesenta

Ray Collins. seudónimo. Escritor argentino. Eugenio Juan Zappietro. autor de Mi nombre es Zero Galván. foto:llavedetinta.blogspot.com.fuente:adncultura.com

"¡Tira, tira de una maldita vez, hijo de puta!" Ésas fueron las últimas palabras que pronunció el detective Sam Powers, dirigidas a su compañero de recorrida, el entonces novato Zero Galván, paralizado ante el ataque a mansalva proveniente de un Chrysler. Varios balazos perforaron el parabrisas de la patrulla y tres hirieron a Powers en el pecho. Junto con su grito, logró matar a dos de los cinco delincuentes, y después se desplomó, muerto, sobre el cuerpo del aterrorizado Galván.

A veces, Galván recuerda el episodio, unido a la falsa versión que dieron los jefes policiales del Precinto 56, necesitados de fabricar un héroe para diluir un poco la fama de ser la dependencia más corrupta de la policía neoyorquina. "Desenfundó su Beretta 9 mm y, pese a que el auto estaba siendo acribillado, intentó defender a Powers y pudo abatir a dos de los criminales", le mintieron a la prensa, y así promovieron a Galván.

En 2004, este portorriqueño, que desde la adolescencia vive en Estados Unidos y que a los 19 ingresó en la policía para tratar de atrapar a los asesinos de sus padres -ultimados en un incendio intencional en Manhattan-, ha evolucionado notoriamente desde aquel trágico ataque de pánico y se ha convertido en un oficial de foja intachable y temperamento y métodos no habituales en la fuerza. "Un hombre extraño, difícil y peligroso", lo define alguien.

Ahora investiga el aparente suicidio de Florence Hutton, una joven hermosa, encontrada en su departamento con un balazo en la sien y otro en un hombro. Para Galván, un par de datos no encajan en la decisión de alguien de quitarse la vida: la belleza y vitalidad de Hutton, sumadas a que acaba de publicar, con gran éxito de crítica y público una novela autobiográfica El dolor es un cazador solitario, título casi idéntico al de un libro de Carson McCullers, su escritora favorita.

De la obra, Galván extrae valiosos datos, algunos que parecen haber sido incluidos para ser descifrados, y los une al hecho de que en poco tiempo y sin motivos muy claros, ha tenido como novios a dos hombres vinculados con el poder. La trama de esta mezcla de pulp fiction y novela negra -que, como manda la ortodoxia literaria de ambos géneros, tiene mucha violencia y un final imprevisto- se despliega en el marco de un singular conjunto de personajes y situaciones: un capomafia italiano con algo de Corleone histérico, o sea, sin el aplomo y la sabiduría del creado por Mario Puzo; un sacerdote de inusual catadura; sirvientes que son a la vez guardaespaldas y matadores por encargo; jueces, fiscales, funcionarios, militares y policías inescrupulosos, y el tráfico de cocaína traída de Bolivia, disfrazada de remedios destinados a países pobres del Caribe. El resuelto teniente se inmiscuye en ese mundillo en el que cada tanto exhibe un curioso sesgo intelectual al citar ante un hampón, por ejemplo, alguna frase de Shakespeare.

Ray Collins es el seudónimo del comisario inspector (R) Eugenio Zappietro, director, desde 1992, del Museo de la Policía Federal. Con este relato, en 2011 obtuvo el primer premio de novela negra de la editorial Del Nuevo Extremo. Tiene una larga trayectoria como guionista de historietas de famosas series que escribió entre las décadas del 60 y del 80, para dibujantes de la talla de Hugo Pratt y Héctor Oesterheld. Pratt fue quien, en 1962, le encargó una historieta para la célebre revista Misterix. La tituló Precinto 56 y su protagonista era Zero Galván. Un día se le ocurrió convertir aquella tira en una novela. El resultado es esta renovada y bien escrita aventura de Galván, con todos los aditamentos del policial negro.

Mi nombre es Zero Galván

Ray Collins

Del Nuevo Extremo

235 páginas

$ 69

24.3.12

El 'thrillero'

Las novelas de Graham Greene siempre se prestan a una nueva relectura.
Admitió que la película de El tercer hombre era mejor que su texto
Graham Greene, escritor inglés, autor de El factor humano.foto.fuente:elmundo.es

Algo tendrá su agua (mucho mejor si es aderezada con un chorro abundante del mejor whisky) cuando todavía la bendicen. Dicho y hecho. No pasa un año sin que adapten al cine una de sus geniales novelas. Henry Graham Greene, escritor británico y católico que mostró, cuando no era más que un joven prometedor, una querencia hacia el comunismo que no tardó en corregir.

El caso es que los 'negreros' y 'negreras' de este mundo cruel estamos de enhorabuena. No en vano RBA reúne en un solo volumen cinco de las obras del 'thrillero' británico que más ha hecho por los lectores del mundo. Por este orden: 'Brighton Rock', 'El tercer hombre', 'El agente confidencial', 'Nuestro hombre en la Habana' y 'El americano impasible'. ¿Alguien da más?

Pues sí. El propio Greene. Henry Graham Greene. Y lo hace en cada párrafo de cada uno de estos clarinazos siempre listos para una relectura más. Greene (1904-1991), que comenzó a fajarse profesionalmente como plumilla en el diario 'The Times' recién salido del cascarón académico oxoniano, no empezó a fajarse en serio con la olivetti hasta casi rebasados los 40 otoños.

Y a partir de ahí, su producción nos regala un inigualable ramillete de tramas policiacas o de espionaje en países exóticos y enriquecidas con el avecrem de los dilemas morales en que se ven envueltos sus protagonistas.

Ahí va una muestra, para ir abriendo boca. Así arranca 'El tercer hombre', escrito en 1950. Lo que en un principio tenía que haber sido el guión de una película de encargo ambientada en la Viena de posguerra, con la firme presencia de las cuatro potencias ocupantes, se convirtió en manos de Graham Greene en una novela que no tardó en convertirse en un clásico.

Aun así, Greene siempre defendió que la versión de la película, dirigida finalmente por Carol Reed (la dedicatoria del libro es: "A Carol Reed, con admiración y afecto, en recuerdo de tantas madrugadas vienesas en Maxim's, Casanova y el Oriental") era mucho mejor que la del libro. Incluido el final, que es distinto. Disfrutad este arranque y conseguid, a la voz de ¡ar!, un ejemplar de este 'Cinco novelas'. No os arrepentiréis de hacer una de inversión de la que sacaréis pingües beneficios (negrocriminales).

¡Ah!, ¡y cuidado ahí fuera!

"Nunca se sabe cuándo va a caer el golpe. Cuando vi por primera vez a Rollo Martins escribí esta nota para mis archivos policiales de seguridad: 'En circunstancias normales, un tonto jovial. Bebe demasiado y puede provocar conflictos. Cuando pasa una mujer a su lado levanta la vista y hace algún comentario, pero tengo la impresión de que el asunto no le interesa. No ha crecido nunca y tal vez sea ésa la razón por la que adora a Lime'. Escribí esa expresión, 'en circunstancias normales', porque le vi por primera vez en el funeral de Harry Lime. Era febrero, y los enterradores se vieron obligados a utilizar taladradoras eléctricas para abrir la tierra helada del Cementerio Central de Viena. Fue así como hasta la naturaleza hizo todo lo posible para rechazar a Lime, pero por fin se le pudo bajar y echamos tierra sobre él como si fueran ladrillos. Se cerró la tumba y Rollo Martins se fue con tal rapidez que parecía que sus piernas largas y delgaduchas quisieran echar a correr, mientras lágrimas de chiquillo corrían por su rostro de 35 años. Rollo Martins creía en la amistad y por eso lo que ocurrió después supuso para él un choque mayor de lo que habría sido para ustedes o para mí".

13.3.12

Por un puñado de dólares

Fue elogiado en distintas épocas por Raymond Carver, Richard Ford, Philip Roth y Jonathan Franzen. Poco se sabe de él, de su origen y de cómo llegó a convertirse en un imprescindible de la novela negra, pero Denis Johnson es realmente un serio heredero de Raymond Chandler y Dashiell Hammett
Denis Johnson, autor estadounidense de la novela negra Que nadie se mueva. foto.fuente:pagina 12.com.ar

Que nadie se mueva empieza, en las afueras de Bakersfield, presentando a un tal Jimmy Luntz. No conforme con ser uno de esos típicos perdedores que suelen crecer y reproducirse como conejos sin pata de la suerte en el paisaje noir, Luntz –además de haber sido un boxeador noqueado y ser un jugador compulsivo y más bien desafortunado– es miembro de uno de esos infames y bastante ridículos coros/cuartetos estilo barbershop. Ya saben: camisas a rayas, sombreros de paja, armonías a capella tan complejas como anticuadas, canciones supuestamente graciosas pero no tanto.

Y Jimmy Luntz –cuyo alias terreno y real, aunque no quiera condicionar la imaginación de nadie, bien podría ser Steve Buscemi– debe mucho dinero.

Y –sus acreedores han perdido su de por sí poca paciencia– ha llegado la hora de devolverlo.

Y qué hacer.

O qué deshacer.

Y de repente alguien menciona que tiene la receta infalible para hacerse con 2.300.000 dólares que tal vez estén al alcance de la mano y tal vez no.

Y empiezan los problemas.

Muchos.

Y, con ellos, llegan una vampiresa tan melancólica como peligrosa con sangre native-american (y con el inolvidable nombre de Anita Desilvera, y que se emborracha al treinta por ciento y es dueña de una sonrisa capaz de hacer perder la cabeza al mismísimo Jesucristo, y corrige a todo aquel que reduzca el botín a dos millones a secas, y hace el amor como una monja pasada de copas), sicarios muy pero muy pesados (alguno de ellos, se dice, con una particular propensión a comerse los testículos de sus rivales), una bolsa de dinero y una bolsa de colostomía, un juez corrupto, huesos quebradizos, un sediento camello de apellido Juárez (pero en verdad made in Arabia), una enfermera dedicada a robar fármacos potentes, humor oscurísimo, diálogos chispeantes e inflamables con sabor a Quentin Tarantino y/o Elmore Leonard, cadillacs ominosos y ambulancias aullantes, mañanas que se encienden como sopletes, un intimidante Hombre Alto que no se sabe si tose o se ríe y que tiene algún tipo de problema nunca del todo aclarado con su rostro/cabeza, y la venganza como plato frío, y etc.

Y otras dos palabras: Hermanos Coen.

Que nadie se mueva. Denis Johnson Mondadori Roja & Negra 188 páginas.

***

“El dios en el que quiero creer tiene una voz y un sentido del humor como los de Denis Johnson”, rezó alguna vez Jonathan Franzen. Amén a eso; y, sí, cómo no creer en Denis Johnson y cómo no sentir orgullo y felicidad de tenerlo dentro de esta colección.

Durante muchos años, Johnson fue un escritor de culto mayor (lo que no impidió que su pasaje de la poesía a la prosa, con Angeles Derrotados, fuese alabado en su momento por prestigiosos como John Le Carré, Richard Ford, el ya mencionado Robert Stone y Philip Roth, quien la consideró “una pequeña obra maestra”) hasta que Hijo de Jesús (colección de novela-en-relatos entendida como uno de los libros clave de la literatura norteamericana de finales del siglo XX) inició su ascenso hasta las alturas de un canon donde habita sin hacer mucho ruido ni mostrándose demasiado.

Poco se sabe de él: que nació por casualidad en Munich en 1949, que ha tenido un pasado más o menos drogadicto y delictivo, que pasó por el Iowa Writer’s Workshop; que tuvo de maestro a –y fue bendecido por– Raymond Carver, que sus influencias incluyen a “Dr. Seuss, Dylan Thomas, Walt Whitman, los solos de guitarra de Eric Clapton y de Jimi Hendrix y T. S. Eliot”, que “otras influencias vienen y van, pero los nombres anteriores fueron los primeros y siguen siempre ahí y tienen algo para decir en cada línea que escribo” y que “no me gusta William Faulkner y siempre he pensado que Wallace Stevens escribe como la fotografía de una persona y no una persona, pero ambos han tenido su efecto en mí”; que lee poco en público; que no suele firmar ejemplares de sus libros; que le interesa el teatro como medio de expresión y vehículo para sus ideas; que ha colaborado en guiones de cine y letras de canciones; que vive con su familia –tercera esposa e hijos a los que educó en casa por no creer en los programas de colegios y afines– en una granja de Idaho apartada de la carretera principal, y que de tanto en tanto suele salir volando a reportar desde territorios peligrosos, tan peligrosos como los lugares en los que suelen transcurrir sus historias.

***

Y, aquí y allá y en todas partes, la música inconfundible de uno de los grandes estilistas en inglés y en activo.

El título Que nadie se mueva –páginas absoluta, total, completa y peligrosamente movedizas– sale, lo aclara Johnson en la novela, de aquel hit de aquel DJ y músico albino y jamaicano de nombre Yellowman. En un momento, Jimmy Luntz lo escucha en la radio: Nobody mov/ nobody get hurt”.

“Que nadie se mueva y nadie saldrá herido” son, está claro, las palabras típicas con las que un típico ladrón abre la melodía de un asalto.

Así funciona lo que aquí empieza, están advertidos.

Todos quietos, las manos arriba, sosteniendo este libro, abierto, y –si saben lo que les conviene, y van a saberlo en unas pocas líneas– no cerrarlo hasta alcanzada la última página y el último big bang bang y las últimas palabras en las que el agua tan fría sigue con lo suyo, desde el principio de los tiempos, como si nada hubiera pasado y nada fuera a pasar, mientras se nada o se flota o te hundes hasta el fondo para ya no salir a la superficie o, quizás, simplemente, intentás sacudirte un poco de la mugre y bastante de la sangre que llevas encima.

La muerte es un río que fluye.

Y dos palabras más: THE END.

7.3.12

El regreso de Harry Hole

Jo Nesbø precisa aún más el perfil (alcoholizado, derrotado, noble) de su detective, el mejor policía que pueda encontrarse en librerías
El novelista noruego Jo Nesbø. foto: Efe.fuente:elmundo.es

Harry Hole que estas en Oslo, santificado sea Jim Beam o Johnnie Walker; venga a nosotros tu reino de furia, hágase tu brutal voluntad aquí en la tierra, en el puto cielo o en el más allá... Danos nuestra ración de justicia de cada día y no se te ocurra perdonar los pecados que no deben ser perdonados, ni dejar de machacar sin piedad a todos aquellos malnacidos que no merecen seguir respirando; pero ten cuidado, ten mucho cuidado: no caigas en la tentación ni en la perdición... y por supuesto, líbrate de todo mal. Amén

Harry Hole no cree, no reza. No cree en la religión como billete de entrada al cielo, ni reza a esa idea de sensatez superior a la que no se debe exigir prueba alguna. Pero en 'El redentor' (Jo Nesbø. RBA Serie Negra) reescribe de su puño y letra el 'Padre Nuestro', su 'Padre Nuestro', para impartir justicia. No divina. Humana. "Cuando Dios no hace su trabajo, alguien tiene que hacerlo...", se puede leer en algún momento del libro.

Nesbø vuelve a mandar a su investigador de la oficina 605 a cazar un fantasma. En este caso, a un tipo que ha acabado con la vida de un miembro, aparentemente insignificante, del Ejército de Salvación mientras cantaba un villancico en el centro de Oslo. No hay móvil, no hay pistas, no hay testigos, no hay arma homicida, no hay nada. ¿Error? Pero sí que hay asesino, invisible casi, pero asesino, y este piensa que se ha equivocado de objetivo y que debe tratar por todos los medios de saldar su error...

Pero como siempre pasa con Nesbø y, por supuesto, con Hole, nada es tan sencillo. Todo fluye sin descanso, a toda hostia, sin respiro. Y como si de una matrioska rusa se tratara, Hole empieza a sacar una muñeca tras otra sin poder alcanzar el fondo. Y nadando en ese fondo oscuro como la pez sabemos de antiguas y nuevas violaciones, de traiciones inconfesables, de vengadores croatas, del olor a carne quemada, de negocios inmobiliarios, de amores perdidos, de pequeños redentores, de redentores de antaño que eran elegidos para rescatar a los cristianos que estaban en poder de los sarracenos, de-mucho-muchísimo-dinero, del honor que pueden albergar algunos asesinos a sueldo, de más pérdidas irreparables, de lo difícil que siempre resulta olvidar y seguir viviendo.

Y luego esta Harry Hole. Y están sus demonios particulares. "Ha sido mi mejor investigador y mi peor pesadilla", dice de él su antiguo jefe. Le acompañan inexorablemente, cual sombra negra, el demonio perpetuo del recuerdo de Ellen, su compañera asesinada; el demonio del Príncipe Tom Waaler, (al que persiguió a través de Petirrojo, Némesis y La estrella del diablo) el policía corrupto ya finiquitado, pero que siempre acaba volviendo; el demonio del alcohol, de Beam o de Walker, ya sea en Zagreb o en Oslo; sus relaciones de pesadilla con las mujeres, especialmente con Rakel, que no quiere estar con él cuando se convierte en submarino y desciende a lo más oscuro y lo más frío, allí donde no se puede respirar, y solamente sube a la superficie cada dos meses; y las no relaciones con otras mujeres a las que no se atreve ni a tocar porque sabe que si lo hace se acabarán convirtiendo en Rakel.

Nesbø ha fabricado un policía fascinante. Posiblemente el mejor de los últimos tiempos. Tan justo, enfermizamente justo, como imperfecto. Un lobo estepario. Repleto de aristas y defectos. Humano hasta el cansancio. Que se reconoce a sí mismo en todas las historias tristes que le rodean. Perdedor siempre. Que no se ríe de los fantasmas porque cree en ellos. Que no cree en álbumes de fotos porque sabe que tienen un efecto destructor sobre la capacidad de olvidar. Que se machaca en los gimnasios no para pensar mejor sino simplemente para no pensar. Un héroe a punto de desintegrarse. Enamorado de una mujer y de una forma de vida que sabe que nunca podrá alcanzar, quizá porque su desgracia es desenvolverse mucho mejor entre fantasmas y demonios que entre seres humanos.

Suma de imperfecciones

Y son esos demonios particulares que le arrasan las entrañas los que le hacen tan grande, tan único, tan insustituible. ¡Qué sería de nosotros si no existiera Harry Hole! En la suma de todas sus imperfecciones, de todos sus fracasos y de sus infinitas derrotas interiores, está la fuerza que le hace indestructible, que le pone en marcha, que le hace seguir adelante, sobreponerse a todo y todos, para llegar siempre hasta el final, aunque una parte de él se quede en el camino. No detenerse jamás, ese parece ser su lema. Hole es como ese reloj que le regala su ex jefe, ese Lange 1 Tourbillón de Lange&Söhne, que es una obra de arte de ingeniería y precisión y que viene con una simple correa de piel negra y una esfera gris y en el que no hay ni un sólo diamante ni un solo gramo de oro, pero cuyo corazón está hecho de platino con el único fin de que la manecillas del reloj, tic-tac-tic-tac-tic-tac, no se detengan jamás. Jamás.

Hará justicia, humana no divina, cueste lo que cueste; aunque para ello tenga que hacer lo contrario de lo que se espera de él; aunque para entonces se convierta él en justiciero, porque está demasiado cansado de casi todo lo que le rodea y, cito textualmente, ha dejado de trabajar ya en el gremio del perdón para dedicarse, y vuelvo a citar textualmente, al de la redención.

Así es Hole y así es Nesbø. Nos hacemos ilusiones y queremos creer que los crímenes de uno y otro siempre parecen llegar al final pero es un espejismo, una simple falacia. En el universo particular de Harry nunca aparece la palabra fin, no hay final feliz en sus historias y los daños colaterales se agarran a sus entrañas con la misma virulencia que lo haría el peor recuerdo.

Y el peor recuerdo que le roe las entrañas a Hole en las últimas páginas es que se ha hecho realidad su pronóstico de que detrás de un Príncipe siempre hay un Rey. Y lo que ha descubierto no le gusta nada y tendrá que convivir también con ello, como con otras muchas pesadas cargas que ya acumula, hasta su próxima historia, hasta su siguiente decepción. Hasta que definitivamente se desintegre.

3.3.12

Algo pasa con Heydrich

Reinhard Heydrich y su asesinato, del que se cumplen este 27 de mayo 70 años, aniversario que será ampliamente celebrado, sobre todo por los checos que tanto sufrieron al tenebroso representante de Hitler oficialmente Reichprotektor de Bohemia y Moravia
Reinhard Heydrich, ícono de la maldad nazi, un hombre con corazón de hierro, según su más alto mentor, Hitler. fotos.fuente:elpais.com

Cuesta imaginar a alguien que fuera peor persona que el Obergruppenführer de las SS Reinhard Heydrich (1904-1942). Incluso para ser un nazi, y de los gordos, destacaba por su maldad -miren esa expresión reconcentradamente cruel de su rostro-. Para que Hitler lo bautizara como "el hombre con el corazón de hierro"... Así que es curioso que de repente sea tan popular: ¡hasta tres novelas recientes lo tienen como personaje central!: la literaria y exitosa HHhH, de Laurent Binet (Seix Barral, 2011, ya va por la novena edición); Prague fatale, de Philip Kerr, la estupenda nueva aventura del detective Bernie Gunther (Quercus, 2011: la publicará próximamente en España RBA), y la interesante ucronía The man with the iron heart, un thriller bélico, de Harry Turtledove (Ballantine, 2010).

Pero es que además, Heydrich y su asesinato, del que se cumplen este 27 de mayo 70 años, aniversario que será ampliamente celebrado, sobre todo por los checos que tanto sufrieron al tenebroso representante de Hitler (oficialmente Reichprotektor de Bohemia y Moravia), son el tema de una obra de arte contemporáneo, una vídeo instalación del documentarista Jan Kaplan titulada 10:35 -la hora del atentado-, y que se exhibe en el DOX Centre for Contemporany Art en Praga. La instalación está basada en el filme del propio Kaplan SS-3 (la matrícula del coche oficial, un Mercedes 320, en el que circulaba Heydrich al ser atacado), una reconstrucción pormenorizada del atentado -vean abajo una imagen- que se proyectará en la Wiener Library de Londres con motivo del aniversario, junto al clásico The silent village, una película de 1943 que recrea la salvaje destrucción del pueblo de Lidice por los nazis en venganza por la muerte del gerifalte nazi.

Heydrch Assassination-Kaplan Productions

Conocido como "el carnicero de Praga", "el verdugo favorito de Hitler" y "la bestia rubia", que ya son apelativos, Heydrich, general de la policía y las SS, la araña en el centro de la gran red de los servicios de seguridad del III Reich, fue el eficiente responsable de diseñar organizativamente la Solución Final, el exterminio de los judíos. Mano derecha de Himmler, Heydrich organizó e hizo de anfitrión de la Conferencia de Wannsee, en la que se pespunteó, por así decirlo, el Holocausto, y el el responsable administrativo de los Einsatzgruppen y su carrera de muerte en el Este. En una muestra de que en el mundo a veces hay justicia, el siniestro individuo fue asesinado como queda dicho en 1942 en Praga, donde ejercía arrogantemente y con extrema brutalidad de virrey de Hitler, por un comando de paracaidistas checoslovacos libres instruidos por los servicios secretos británicos.

Nazi01


La operación, denominada Antropoide, fue planeada cuidadosamente y ejecutada, como suele pasar, con una buena cantidad de chapuza y mala suerte que incluyó que al encargado de rociar el automóvil (y a Heydrich) de balas se le atascara la metralleteta Sten, por lo demás siempre tan fiable. Heydrich, que falleció en un hospital el 4 de junio a resultas de las heridas que le produjo la bomba que le arrojaron como segunda opción los paracaidistas, tiene el dudoso honor de haber sido el único jerarca nazi al que se consiguió matar durante la guerra. Ello sin embargo tuvo un coste terrible para los checoslovacos pues los alemanes en represalia asesinaron a millares de ellos, aparte de cometer atrocidades sin cuento como presentarle a uno de los cómplices del atentado la cabeza de su madre en una pecera.

"Tener de protagonista al verdugo es interesante", me dijo Laurent Binet cuando le pregunté porqué escribir una novela sobre un depredador como Heydrich. Su aproximación es curiosa por premeditadamente naif: se relata a sí mismo como autor novel, alguien sobrepasado por la dimensión de su propósito, embarcado en la compleja tesitura de lograr una forma de escribir sobre el nazi. Seguimos sus avances y retrocesos, sus dudas, sus investigaciones y descubrimientos. Su introducción en la historia es a través de los dos principales miembros del comando que mató a la fiera nazi, Gabcik y Kubis, pero ahí están en el recorrido todos los elementos que despiertan en tantos de nosotros la fascinación por Heydrich, tan parecida a la que provoca una serpiente especialmente venenosa."Heydrich impresiona", apunta Binet.

Y es que Heydrich, a diferencia de otros nazis que no pasaban de groseros mamporreros tiene además de sus pecados una biografía de villano literario casi perfecto: atractivo (si te gustan los ideales arios), violinista -"como Sherlock Holmes"- , esgrimista, marino (estimulado por Von Luckner, Der Seeteufel, el diablo de los mares), piloto de caza, enredado en espionaje, mujeriego, acomplejado por su tono de voz chillón. Algunos episodios de su biografía parecen incluso demasiado buenos para ser verdad: el envenenamiento reversible de su subordinado Schellenberg por sospechar que era amante de su mujer, su obsesión por borrar las huellas de un supuesto pasado judío, su rivalidad con el almirante Canaris, la creación del salón Kitty, el burdel regentado por las SS ...



Nazi07
Binet habla del "turismo de la historia" en relación a eso que hemos hecho muchos como él, seguir en Praga el "itinerario Heydrich": visitar la calle donde fue emboscado, el museo donde se recuerda el atentado y se exhibe el coche, la cripta en la que se escondieron los comandos y se suicidaron tras aguantar un asedio épico, el bar U parasutistu (Los paracaidistas)... El escritor ha conjurado el problema de hacer de Heydrich alguien demasiado atractivo, malignamente atractivo, mostrando su lado grotesco y echándole ironía a la novela. Y es que ¡ojo con Heydrich!, el único jerarca nazi de hechuras homologables a los ideales del partido y las SS, el único desparecido en pleno apogeo del III Reich, el único enterrado por su pares con grandielocuencia wagneriana y el único que no hubo de enfrentarse a la derrota y/o a los tribunales. No tuvo como los otros pares de Hitler tiempo de ser desleal. "Es un icono de los neonazis por todo eso", recuerda Binet. "Y era el único rubio". Compárenlo con su jefe Himmler, al que Binet describe muy elocuentemente como "hámster con gafitas", y perdonen los hámsters.

Con Binet pasé un buen rato hablando de la bibliografía y de las películas sobre Heydrich, al que han dado vida -solo relativa gracias a Dios, Kenneth Branagh y John Carradine-. Como yo, Binet se compró, por la enorme documentación que aporta, los dos siniestros volúmenes ilustrados de la biografía muy pormenorizada pero de tufillo hagiográfico de Max Williams (Ulric Publishing). Mi ensayo favorito sobre el atentado sigue siendo The killing of Reinhard Heydrich, de Callum MacDonald (Da Capo, 1998).

Si HHhH (por la frase corriente en las SS "Himmlers Hirn heisst Heydrich", "el cerebro de Himmler se llama Heydrich") es una aproximación metaliteraria y metahistórica a nuestro personaje, Prague fatale, de Philip Kerr es una novela mucho más convencional, lo que no quiere decir menos interesante. Me siento incapaz de no anotar aquí la profunda antipatía que sienten ambos, Binet y Kerr, no por Heydrich (que también, claro) sino por un colega que, por cierto, hace aparecer asimismo al Reichprotektor en su novela Las benévolas: Jonathan Littell.

Prague fatale, octava entrega de la serie protagonizada por el comisario Bernie Gunther, es un magistral ejercicio de virtuosismo de Kerr: una novela de crímenes a lo Agatha Christie (parda) ambientada en el castillo de Praga en el que tiene su cuartel general Heydrich y en el que se encuentran circunstancialmente reunidos algunos de los peores jefes de las SS. Si en los relatos canónicos de la gran dama el sospechoso es el mayordomo aquí lo es el Oberscharführer SS. La trasposición, respetando todos los códigos del g,enero, resulta enormemente entretenida, más aún porque en el centro de la trama está, con toda su maléfica estatura, Heydrich, y porque el encargado de investigar el asesinato en el castillo es el bueno de Bernie.

Llamado a Praga por el Reichprotektor, que es verdad que era un fan de las novelas de detectives, para que le haga de guardaespaldas y asesor policial -la alternativa para Bernie es volver a una unidad cazapartisanos en Ucrania-, nuestro detective es puesto a investigar el asesinato de un capitán de las SD en un escenario clásico de crimen de habitación cerrada y en el que que todos los mandos de las SS (¡eso sí que son diez negritos!) resultan sospechosos. Gunther los interroga uno a uno no sin dejar de pensar lo absurdo de tratar de esclarecer quién mató al Hauptsurmführer entre semejante caterva de criminales, todos culpables de cosas muchísimo peores. Como además el propio asesinado era miembro de un Einsatzgruppen dedicado a exterminar judíos, pues la pesquisa no parece tener demasiado sentido: por lo de hacer justicia, vamos. "Investigar un asesinato en otoño de 1941 era como arrestar a un hombre por vagancia durante la Gran Depresión". El llamado síndrome de La noche de los generales, que digo yo.

Paralelamente, Gunther se ve inmerso en la lucha de los servicios secretos nazis por desactivar una célula de la resistencia checa, en conspiraciones internas y en las redes del maquiavélico y mefistofélico Heydrich ansioso de corromperlo. "Haremos tí un buen nazi, Bertie". El choque entre las inteligencias de ambos, moral una, inmoral la otra, es de lo mejor de la novela. Por supuesto, hay una chica en medio. Se nota que Kerr, como Binet, está preocupado porque Heydrich, con su raciocinio y su cinismo, algo holmesianos, pueda llegar a caernos simpático. Conjura muy bien el riesgo: el repulsivo criminal siempre está ahí. Miren esta descripción de Bernie: "Yo prefería el perfil de Heydrich, cuando estaba de perfil significaba que no estaba mirándote. Cuando te miraba te sentías como la indefensa presa de algún animal mortífero. Era una cara sin expresión bajo la cual maquinaba un cálculo brutal". Parece que describa un tiburón.

Como siempre, la ambientación de la novela es perfecta. Desde el hedor de la transpiración de los berlineses por falta de productos de higiene en el cénit de la II Guerra Mundial que obliga a viajar en tranvía con una naranja pegada a la nariz hasta la paranoia con la omnipresente Gestapo. Kerr por supuesto aprovecha la oportunidad de visitar la Praga de Heydrich para hablar del atentado (la novela arranca con la llegada de los restos del Reichprotektor a Berlín y luego discurre hacia atrás en flash back). Bernie no deja de observar que la arrogancia de Heydrich, que, confiado a su omnímodo poder y a la amenaza de las terribles represalias que provocaría su muerte viaja en coche descubierto y sin escolta, le va a acabar dando un disgusto. Para los que saben mucho del tema y conocen la controversia sobre la identidad exacta del vehículo, apuntar que el novelista se apunta a la tesis de que el automóvil lucía la matrícula SS-4 y no SS-3 como sostienen otros; ahí queda el dato.

La descripción y los interrogatorios de los sospechosos de las SS, todos personajes auténticos y una tremenda colección de individuos atroces, es digna de un extraordinario historiador por su minuciosidad y atención al detalle. Alabar como siempre la profunda dimensión humana del carácter de Bernie y su insumergible sentido del humor. Le parece bien que Heydrich pilote aviones, así, señala, a lo mejor vuela también a Escocia, como Hess. Perdonémosle el exceso de chistes a propósito de la defenestración de Praga y que se burle de la pasión por la esgrima de Heydrich y describa sus asaltos matutinos de sable como "ese absurdo deporte".


Nazi03

Y por último, déjenme hablarles de The man with the iron heart, que no es una novela tan fina como las anteriores pero que juega con una premisa sensacional -Turtledove es un especialista en ucronías y el rey de la historia alternativa-: Heydrich se salva del atentado de aquel día de mayo en Praga. Su Mercedes (SS-3) no se detiene al sufrir el atentado -fue la autoconfianza lo que mató al Reichprotektor tanto como la metralla: quiso enfrentarse a sus atacantes-, sino que el conductor, el Oberscharführer Klein, pisa a fondo y ambos salen ilesos. Lo que permite que, posteriormente, Hitler y Himmler encarguen a Heydrich organizar la defensa de Alemania ante la eventualidad de la invasión del territorio por los aliados. El Reichprotektor -y valga entonces el apelativo- se convierte en jefe de la legendaria guerrilla Werewolf, poniendo en jaque a los estadounidenses y rusos desde un reducto alpino secreto mientras le dan caza en túneles y cuevas como si fuera un Bin Laden avant la lettre.

2.3.12

Purga

Uno no sabe cómo acercársele a Purga, de Sofi Oksanen. A veces parece una novela policíaca ligera y alargada, de esas que venden bien pero no descrestan, y otras tantas, una honda y delicada. Y los editores tampoco, como lo atestiguan las portadas
La escritora finlandesa Sofi Oksanen, autora de la novela Purga. foto: Toni Här Könen.fuente:elespectador.com

En un polo tenemos la edición francesa: la portada es sobria, con la información básica, y una fotografía de la mano de una anciana; en la contraportada se resume la trama del libro y, si uno lo abre, aparece una cronología con la historia reciente de Estonia. Una presentación sin epígrafes ni pompas; una novela que se defiende sola. En el otro polo estaría la portada inglesa, que muestra una mujer bonita y confundida, con el título en letras rojas y un encabezado que dice "los que niegan la historia están condenados a repetirla". En la contraportada se resume la trama con adjetivos rimbombantes y se leen epígrafes del estilo de "la escritora de novelas policíacas más hot de Finlandia, pronto será tan popular como Stieg Larson".

Purga cuenta la historia de Aliide Turu y Zara Pekk, dos mujeres que coinciden en la Estonia recién independizada de los noventa. Zara Pekk irrumpe en la casa y la vida de Aliide Turu y, entre los recuerdos de ambas, nos hacemos una idea de lo que les tocó vivir. Aliide nació cuando Estonia era independiente, antes de la segunda guerra, y la acompañamos durante la ocupación soviética, la invasión alemana, la "inclusión" de Estonia dentro de la Unión Soviética y la posterior independencia. Uno imagina lo que fue para una mujer normal ver cómo ferian su país durante y después de la guerra, cómo la resistencia hace lo posible por salvarlo y cómo la nación pierde la tercera parte de la población; uno ve después la presencia del régimen soviético en la vida cotidiana y trata de entender cómo hizo la gente para sobrellevar que los invadieran, los torturan, los violaran, los deportaran y los administraran así. Zara Pekk es más joven y nació en Vladivostok, hija de estonios deportados; tan pronto cayó la Unión Soviética resultó enredada en una red de prostitución que la llevó a Berlín y tras varias peripecias llega a la casa de Aliide al occidente de Estonia. Ellas van hablando, conociéndose y reconociéndose, y ambas historias surgen.

Espero no haberlos confundido con tantos datos. Porque sí, en el libro hay trata de blancas, espionaje y contraespionaje, resistencia, guerrillas, invasiones soviéticas y alemanas, problemas maritales y familiares y generacionales, ocupación y liberación, manifestaciones pro y contra el régimen, acoso sexual, encierros, suicidios, intrigas y hasta necrofilia. A veces uno tiene la sensación de leer un culebrón que quiso hablar de todo, culebrón que tal vez aceptamos porque recorre la historia de un país que ignoramos.

Oksanen es finlandesa y su madre, estonia. Es posible que un estonio no hubiera escrito el mismo libro; los temas pueden ser difíciles, ya hay libros de historia y con un solo tema da para mucho. El libro se vendió bien en Estonia y fue premiado por un periódico normal, sí, pero eso no implica que los satisfaga. A los que les he preguntado por él les ha parecido entretenido pero no por eso bueno; la impresión que tienen es que un extranjero cogió la historia estonia para hacer una novela policíaca, que bien planeada sí está, pero que a veces manosea algunos temas.

El papel de la mujer común es rescatable; cómo reacciona y vive una persona normal bajo un gobierno opresivo. Ése es a mi juicio su mayor logro: hacernos comprender a ciertas colaboradoras; el libro nos enseña los supuestos tras esas decisiones. También es legible y entretenido, aunque a veces redundante (uno sabe que si no entiende un detalle el libro lo repetirá luego). Y siempre emocionante.

Oksanen sabe lo que quiere mostrar. En el prólogo de Miedo, una serie de artículos de historiadores sobre cómo la Unión Soviética intentó borrar y manipular la historia de Estonia, dice que los crímenes de la Unión Soviética siguen sin documentarse ni aceptarse plenamente. Dice que, a diferencia de los Nazis, de los que se sabe tanto y tanto se condena, los soviéticos violaban a las mujeres de los lugares que "visitaban" y que aún siguen sin aceptar, y muchísimo menos digerir, muchísimos de los crímenes de la guerra y la posguerra. Ella sabe de qué habla y está bien documentada. Oksanen escribe para los suyos; vale la pena recordar que Finlandia perdió también terreno contra sus vecinos y que aún hoy les cuesta usar la palabra "ocupación" para describir la salvajada que pasó en las repúblicas bálticas.