30.5.13

Muertes en Venecia

Las ciudades y la novela negra

Góndolas en el embarcadero./elpais.com
"Durante más de mil años, Venecia fue algo único entre las naciones, mitad oriental, mitad occidental, mitad tierra, mitad mar, situada entre Roma y Bizancio, entre el cristianismo y el islam, un pie en Europa, el otro en Asia. Se llamaba a sí misma La Serenísima e incluso llegó a tener su propio calendario, en el que los años arrancaban el 1 de marzo y los días empezaban por la noche". Esta frase, con la que Jan Morris arranca su libro sobre la ciudad, resume perfectamente lo que representa Venecia. Su ensayo no hace concesiones a la nostalgia: "Venecia es lo que es", asegura al describir la presencia invasora del turismo de masas. "¿Se puede llegar a amar un lugar así?". La respuesta para cualquiera que haya tenido la suerte de pasear por la ciudad, aunque solo sea una tarde, es obvia. 
No importa cuántos millones de turistas la visiten cada año; ni que los transatlánticos, que atracan cerca de la Plaza de San Marcos, se hayan convertido en una presencia invasora; ni siquiera que las máscaras de carnaval se hayan transformado en un icono kitsch o que sea más fácil encontrar un restaurante de comida rápida, que ofrece pizza chiclosa, que unos genuinos boquerones en escabeche. Venecia sigue siendo Venecia. Basta con doblar una esquina, salir de una calle principal, toparse con una plaza inesperada, para encontrarse en otro mundo. Venecia es un ecosistema frágil, imposible de mantener intacto (y no se trata solo del peligro de inundaciones), pero sigue siendo la única ciudad que no se parece a ninguna otra y atesora una densidad literaria sin competencia, ni siquiera en Italia.
"Mientras avanzas por estos laberintos, nunca sabes si persigues alguna meta o huyes de ti mismo, si eres cazador o presa", escribió Joseph Brodsky en Marca de agua, un impresionante poema en prosa sobre la ciudad (existe una estupenda traducción castellana de Menchu Gutiérrez en Siruela). La frase del premio Nobel ruso se aplica bastante bien a Guido Brunetti, el protagonista de la serie de novelas negras (publicadas en España por Seix Barral) de Donna Leon, una escritora estadounidense que hace casi tres décadas decidió convertirse en veneciana.
Tras trabajar como profesora en países como Irán o Arabia Saudí, se instaló en La Serenísima en los años ochenta pero no comenzó a publicar las historias del comisario Brunetti hasta los noventa. Se estrenó con Muerte en la Fenice, en la que unía la literatura con su otra pasión cultural: la música barroca. Desde entonces ha escrito sus novelas al ritmo de una al año y acaba de aparecer la número 22, El huevo de oro. Como es normal en una serie tan larga, hay entregas mejores y peores. Esta última es excelente, de las mejores, por el oficio con el que Donna Leon construye la intriga tras una muerte aparentemente accidental: la de un muchacho sordo que se ha atiborrado de pastillas para dormir, por accidente o voluntariamente.
Los relatos de Donna Leon son profundamente venecianos, tanto que existe una guía de la ciudad a través de Brunetti –Paseos por Venecia, de Toni Sepeda–, incluso un libro de recetas –El sabor de Venecia, de la propia autora junto a Roberta Pianaro–. Pero, a la vez, la escritora utiliza la ciudad como metáfora de Italia y de Europa. Al igual que el sueco Hening Mankell o el siciliano Andrea Camilleri, Donna Leon se sirve de la novela negra para despedazar el mundo actual. Y, como ocurre con el padre del comisario Montalbano, cada día está más cabreada. 
"Porque, al fin y al cabo, todos estamos en la misma situación: el sistema, que no tiene pinta de cambiar, nos vapulea a todos por igual; los que están en la cima y hacen exactamente lo que les da la gana, nos pisan el resto", asegura un policía en la última entrega. Donna Leon trata numerosos temas en su serie pero hay uno que está en el corazón de todas: el poder del Leviatán para que las cosas no cambien. Por eso, nunca se acaba de saber totalmente si el honesto comisario Brunetti es cazador o presa del sistema.
PD. Otra autora estadounidense, Patricia Highmisth, ambientó en Venecia una de sus mejores novelas, El juego del escondite. Y John Berendt, el autor de Medianoche en el jardín del bien y del mal, escribió un estupendo relato sobre Venecia, La ciudad de los ángeles caídos, que en parte es una novela negra en torno al incendio de la Fenice. Más allá de la literatura, el gran relato policiaco ambientado en la ciudad es Mujeres en Venecia, una obra maestra del gran Joseph L. Mankiewicz, una versión contemporánea y, sobre todo, muy veneciana de Volpone.  

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