10.6.13

Échale la culpa a Río

En los años 60, los relatos y cuentos de Rubem Fonseca ya tenían la marca indeleble del frenesí urbano, y la mezcla de registros y voces de la más variada fauna social. Fractura del clasicismo y firme pulso narrativo pueden apreciarse en la oportuna reedición de El collar del perro, donde a pesar de las marcas de época se mantiene intacta la furia de una ciudad en plena transformación

Rubem Fonseca, autor brasileño de El collar del perro/pagina12.com.ar


“Ah, ahora entiendo, pensé; Río estaba cambiando”, observa el narrador del primer cuento en la segunda página de El collar del perro. Reeditado por El Cuenco de Plata, el segundo libro de cuentos y relatos del gran Rubem Fonseca (publicado originariamente en 1965) retrata con un lenguaje virulento y coloquial las modificaciones demográficas que en la década del ‘60 estaban transformando las costumbres afrancesadas y portuguesas que habían hecho de Río de Janeiro una ciudad cosmopolita y europeizada, hasta convertirla en el famoso torbellino que es Río. El largo aliento de la mayoría de los cuentos le permite a Fonseca concentrar y sintetizar los estados anímicos de sus personajes como si fueran pequeñas novelas comprimidas. Reducidos a una línea, los cuentos de Fonseca pueden parecer esquemáticos, pero su complejidad radica justamente en su carácter híbrido, en sus texturas rugosas y bruscas (que afortunadamente nos llegan en una muy buena traducción al rioplatense).
Su modelo no es el cuento clásico, donde las pasiones que inundan el relato se construyen en función de la trama y del efecto; los cuentos de Fonseca avanzan caprichosos, movilizados por las afecciones de sus personajes, pasan de un estado a otro del mismo modo que los contextos cambian como por corte cinematográfico, sensación de inestabilidad emocional que marca la deriva de sus acciones por la ciudad. Todos los personajes se mueven como perfectos anónimos; son anfibios urbanos, anhelan respirar el aire viciado, pero al mismo tiempo conservar la húmeda sensación de individualidad y el sobrevalorado privilegio de la soledad. Como en “La fuerza humana”, donde un veterano fisicoculturista narra en primera persona los pormenores y detalles de su entrenamiento en el gimnasio cuando un negro de musculatura perfecta empieza a sumarse al equipo de entrenamiento; sin embargo, la llegada no marca un conflicto sino que la diferencia queda saldada en una competencia de pulseadas sin ningún clímax. O en “Informe de Carlos”, donde un abogado gasta una fortuna en complacer a una amante a la que ni siquiera desea (aunque lo niegue), y en el ínterin conoce a otras mujeres.
Diez relatos largos y dos cuentos relativamente cortos le permiten a Fonseca pintar diferentes estratos sociales a la manera de frescos, probar diversos registros de voz, y hasta cambiar los puntos de vista en un mismo cuento de una oración a otra. Todo parece confluir en este libro: la sexualidad, el gusto insólito por la plata, la música, el lenguaje técnico de un gimnasio, el voley y la playa, el tecnicismo de la policía y de las leyes. A la vez, Fonseca disemina diversas referencias a la cultura clásica: Persio, Hipócrates, Ovidio, Epícteto, las citas no dan un estatuto de legitimidad sino que parecen ejercidas desde un sentido inverso; como si la alta cultura occidental fuera arrojada a las calles de Río para ver cómo funcionan en el barro.
Portada de la reedición de El collar del perro
 
La literatura de Fonseca también está abierta a los avances tecnológicos y sus impactos en las vidas ordinarias, como en “El grabador”, donde un adolescente entabla una relación amorosa por teléfono con una mujer casada, esquivando el momento del encuentro físico. O en “La opción”, donde un estudio sobre un/una transexual altera las concepciones físicas de los médicos que tienen que armar un informe clínico.
El último cuento, del que el libro toma su título, marca el rumbo de la literatura más conocida de Fonseca: el género policial. Ex abogado, empleado público de la policía y comisario de Hacienda en el distrito de San Cristóbal, Fonseca empezó a escribir pisando casi los cuarenta años. Y toda su experiencia como abogado se vio volcada en su narrativa policial, en especial en la saga del detective Mandrake, que le dio fama y renombre a nivel mundial. El cuento “El collar del perro” sorpresivamente se sale del registro experimental y ofrece una narración clásica, directa; un estilo heredero del hard boiled norteamericano. Un asesinato en un colectivo es el punto de partida para que el doctor Vilela investigue el caso y se meta en un mundo de soplones y policías corruptos por necesidad básica. Su viaje a los bajos fondos es un viaje también a las transformaciones demográficas y urbanas, a los cambios que tuvo Río cuando recibió miles de migrantes internos que llegaban a la ciudad en busca de trabajo y comenzaron a poblar las favelas en los morros. Es la zona por la que Fonseca establecerá el perímetro de su literatura más conocida, y donde refundará los códigos del género policial, ya que, como le asegura un comisario veterano al doctor Vilela que acaba de entrar en la jurisdicción: “Esta no es la policía de Inglaterra, doctor”.

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