En definitiva, dos novelas para disfrutar, dos aproximaciones al mundo del crimen radicalmente distintas, dos homenajes a Atlantic City
Boardwalk Empire, serie de HBO creada por Terence Winter (Los Soprano),
se despidió de todos nosotros en octubre. Tan dura y violenta como
sólida y compleja, la serie producida por Martin Scorsese ha dejado buen
sabor de boca entre los amantes de los buenos productos televisivos. A
mí me ha fascinado. Me resulta redonda, lejos de otras visiones
superficiales o mitificadoras sobre la mafia y con grandes
interpretaciones. Puro cine negro en la pequeña pantalla. Los compañeros de Quinta Temporada ya la despidieron como merece.
A mí, e imagino que a otros aficionados, me dejó un vacío
que fui a llenar con los libros, benditos libros. Y apagué mi sed de
mafia, maldad, violencia y amor y mi añoranza de Atlantic City, siempre
genial, siempre decadente, con dos novelas: Luna de Casino (Peter Blauner, Es Pop, traducción de Óscar Palmer) y Ghostman (Roger Hobbs, Roja y Negra, traducción de Marc Viaplana), dos obras distintas, muy distintas, pero con mucho valor.
Luna de casino: Melancolía, grasa y miseria, el lado gris de la violencia, el amor y la mafia con el boxeo como metáfora de la vida. Ghostman:
los profesionales del mundo del crimen, robos y espectacularidad,
acción, gloria y derrota. Así se contraponen dos novelas con un nexo
común: Atlantic city.
Luna de casino es la cruel y paradójica historia
de Anthony Russo, hijo de un jefe de la mafia de Atlantic City que
decide salir de en ese mundo cruel y sin sentido en el que está
atrapado, de ese círculo vicioso de engaño, muerte y venganza. Pero la
crisis se lleva por delante su negocio de construcción, que sólo pudo
levantar gracias a un crédito del tío de su mujer y auténtico jefe
mafioso y se ve abocado a un salto adelante de consecuencias
imprevisibles.
Se trata de una novela llena de melancolía por el brillo
perdido, en la que el mundo criminal deja atrás todo su glamour y se
convierte en una rutina lamentable, poblada de perdedores con ganas, de
gente que sabes que saldrá herida, de desgraciados y decadentes con una
escala moral muy dudosa.
Hay muchos fragmentos subrayables en la novela. Me quedo con dos. En el primero, Vin, padre de Anthony, añora tiempos mejores:
“¿Sabes? En otro tiempo aquí hicieron historia- dijo-. Los veteranos Capone, Lucyano, Lansky, Siegel, Dutch Schultz, Maxie Hoff de Filadelfia. Un fin de semana de 1929 vinieron a la ciudad para reunirse y librarse de todos los bigotudos del viejo continente que habían estado dirigiendo las cosas hasta entonces. Querían hacer del negocio algo más americano y dejar de comportarse como un grupo de animales matándose entre sí”.
En el otro, FC un policía corrupto que aspira a quedarse al
frente de la seguridad de un casino, reflexiona sobre un viejo boxeador
ex campeón del mundo que está a punto de subir a que lo destroce un
púgil joven:
“Pasó a intentarlo con la zapatilla izquierda. Patético. El tipo era incapaz de atarse los zapatos y se iba a enfrentar a un chico la mitad de joven que le doblaba en fuerzas. FC se preguntó si se dejaría que alguien le hiciera picadillo el cerebro a cambio de medio millón de dólares. Por otra parte, él le había vendido su alma a Teddy por un par de televisores, así que, ¿quién era él para juzgar?
Ladrones y fantasmas
Ghostman es una novela radicalmente distinta. De ahí quizás el interés de presentarlas juntas. Si en Luna de casino
el mundo del crimen estaba presentado como algol gris, anodino y
asqueroso, aquí hay un espectáculo multicolor y entretenidísimo lleno de
criminales, ladrones y grandes profesionales del lado oscuro de la ley.
Un robo en un casino de Atlantic City sale horriblemente
mal y Marcus Hayes, cerebro superdotado del crimen internacional,
planificador impecable de atracos de película tiene que llamar a Jack
Delton para que lo solucione. Delton no existe: no tiene huellas, no hay
registros más allá de los numerosos perfiles falsos que ha incluido en
el sistema, cambia de apariencia como de zapatos y es experto en
desaparecer y ayudar a otros a desaparecer. Es un hombre fantasma.
Desde que aterriza en Atlantic City y trata de ver qué ha
pasado hasta el final, nos metemos en un viaje alucinante en el que la
palabra trepidante adquiere su verdadero sentido. Por sus páginas pasan
asesinos profesionales con métodos de tortura horribles y eficaces,
grandes ladrones de bancos, expertos en cajas fuertes, timoneles
(pilotos especializados en huidas), planificadores, agentes del FBI y
otros tipos de uno y otro lado del mundo criminal.
Pero es el personaje de Delton, políglota y lector y traductor de clásicos en sus ratos libres, el que se lleva la palma. Ghostman
es la primera novela de Hobbs y es alucinante el desparpajo con el que
la escribe y su conocimiento de ese submundo. Como Delton, el autor está
especializado en lenguas antiguas, cine y literatura.
Atlantic City sale aquí mal parada. Es la parte menos glamurosa la que aparece descrita así por el protagonista:
“Salir de la zona de los casinos es como saltar desde el borde de la tierra. En el paseo marítimo, la ciudad bullía de comercio. Cinco manzanas más abajo, el entorno parecía un país del tercer mundo. En solo tres minutos de coche pasé de apartamentos de cien millones de dólares a suburbios desolados. Ese no barrio semejaba la boca de un adicto al crack: hileras de casas adosadas idénticas despuntaban como dientes torcidos y picados, con grandes huecos entre ellos.
En definitiva, dos novelas para disfrutar, dos
aproximaciones al mundo del crimen radicalmente distintas, dos homenajes
a Atlantic City. Por cierto, quien quiera leer más sobre la enésima
decadencia, y quién sabe si definitiva, de la ciudad, tiene un gran reportaje de Vicente Jiménez en este periódico.
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