4.11.14

¡Dios es 'negro'!

La sangre de los King, de Jim Thompson, aparece ahora felizmente reeditada.Es una novela  negranegrísima escrita en clave de western

El escritor estadounidense de novela negra Jim Thompson./elmundo.es
La sangre de los King, de Jim Thompson
Es lo que toca. Repetirnos. Repetirnos. Repetirnos. Re. Pe. Tir. Nos. Nos. Nos. Nos. Repetirnos hasta que los estúpidos de siempre tomen nota. Hasta que la palabra del único Dios de lo 'negropolicial' nos entre en la cabeza de una maldita vez hasta admitirlo, asumirlo, inocularlo. Y es una pena, la verdad. Que a estas alturas del siglo andemos algunas dándole vueltas a lo mismo. A nadar contracorriente para negar un presente que, en realidad, no nos gusta. A darnos cabezazos contra la pared hasta que reconozca un mínimo del personal que, en materia 'noir', nos la están dando con queso esos señoritos que creen manejar el cotarro editorial.
Es lo que toca, sí. Celebrar como si fuese un relato llegado de otro mundo 'La sangre de los King', novelaza de Jim Thompson. Publicada por primera vez en Londres en 1973, permaneció inédita en Estados Unidos hasta 1993. De hecho, fue la última novela que el autor publicó en vida y aparece ahora felizmente reeditada por los amiguetes de RBA, para demostrar al mundo 'negro' que no. Que no. Que no. No. Ni mucho menos. ¡Noooooooo! Que no nos vengan con gaitas posmodernas, ni apelando al cansino y gélido 'boom' de la novela negra nórdica, ni redecorando a García Pavón, puesto que la novela negra ya tiene un Dios. Desde hace tiempo. Y se llama Jim. Jim Thompson.
Se ha dicho de 'La sangre de los King', que es la maldad hecha novela. Una bomba de neutrones 'negranegrísima' escrita en clave de western. Me río yo, humilde servidora de nadie, aprendiz de crítica de 'novela negra', de todo lo que he escrito hasta el día de hoy. Pocas cosas se pueden comparar a las novelas de Thompson. Nada, en realidad. Digamos, sin acritud, que ese jodido 'troner' nacido en Anadarko, poblachón de Oklahoma, en 1906, tuvo los suficientes reaños para inventar un género que, por desgracia para los lectores del mundo libre, nadie ha podido, ni podrá, superar en muchísimo tiempo.
Sería estúpido tratar de venderos, a estas alturas de la masacre, al puñetero Jim Thompson. Aunque corren tiempos, por lo menos en este país de mierda, como para pensar que sus libros deberían leerse en las escuelas. Baste decir que, como indican acertadamente los editores de esta novela, "imaginen a Jack el Destripador en un capítulo de 'Cimarrón' y tendrán una idea aproximada de su grandeza". Aaaaaaaaamén. Ahí os dejo con su arranque. 

¡Palabra de Dios! ¡Te alabamos, Señor! De nada.
Justo antes de la primera luz, justo antes de que el alba pintara sus colores veteados sobre la pradera del Territorio de Oklahoma, Critch salió a la plataforma descubierta del tren y se quedó esperando a la novia del soldado. La chica había ido al servicio (¡menuda novedad!), así que tenía tiempo de prepararse mentalmente para lo que tendría que hacer si la actitud de ella lo exigía; para visualizar la escena final de un drama de robo y violación. Si la señorita le ponía las cosas difíciles, la sacaría del andén de un golpe. La mandaría entre los dos vagones y las chirriantes ruedas del tren. Había siete vagones detrás de ese. Cuando hubieran acabado con ella, la señorita se habría convertido en carne picada. Una no existencia que sería menos que nada cuando el alba llegara acompañada de los coyotes y los buitres. Riendo en voz baja, Critch encendió un purito, pensando en cómo le habría elogiado Ray de haber seguido con vida y poder dedicar elogios. Oh, Ray, ya lo creo que lo hubiera puesto por las nubes. Quizá con alguna reserva de poca importancia. "No pierdas de vista el objetivo, muchacho. El punto vital. El cual, permíteme añadir, nunca está en el útero. A no ser que... ja, ja..., a no ser que estés mucho mejor equipado que yo"*. ¡Ah, Ray, Ray! Pero todas las reglas tenían excepciones; y a veces el alumno supera a su maestro. Ella llevaba el dinero bajo la ropa, por lo que, ¿cómo podía alcanzarlo a no ser que fuera bajo la guisa del amor? Y conseguir el dinero donde lo había conseguido había sido su seguro de vida. A no ser que la chica fuera idiota, ahora no podía hablar. A no ser que fuera idiota, ella no intentaría tomar ninguna represalia. Por lo demás, a pesar de su inocencia a la hora de quitarse la ropa, ella tendría que explicar lo que no podía explicarse. No a su marido. Ni a ningún futuro marido. No aquel día ni en aquella época.

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