19.11.14

Cuando Madrid nos mató

El tiempo cifrado, de Matías Escalera, no es una novela para devoradores de thrillers abaratados ni lectores de big mac

El escritor Matías Escalera./elmundo.es
El tiempo cifrado de Matías Escalera

Desde que se enfrenta a los primeros párrafos de 'El tiempo cifrado: alumbramiento y transición', de Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956), una intuye que no se halla frente a la típica novela 'kleenex' o el típico 'thriller' abaratado para consumo rápido, tal que un whooper o un big mac palabreros, sino ante la inusual obra -coherente, rotunda e implacable- de un tipo que pone el listón de su literatura tan alto como en sí mismo se pueda sostener. Es el de Matías Escalera un relato siempre en marcha y en permanente lucha por una emancipación real: la del lector actual.
Emancipación que no sólo se muestra en un plano ideológico, sino también artístico, moral y vital. Si en el filme setentero 'Hay que educar a papá' era Paco Martínez Soria el blanco perfecto, aquí lo somos todos, en realidad. Y el autor nos ofrece la herramienta perfecta para que podamos quitarnos, de una maldita vez, la boina de la banalidad.
A la búsqueda del lector inquieto, perspicaz y permanentemente en flor. En pos de aquellos 'letraheridos' que no se dejan sobornar por los estúpidos cantos de sirena del 'superventas' del mes. Es justo. Una propuesta de lo más razonable. Y necesaria. El propósito de Marx de transformar el mundo se une al de Rimbaud de cambiar la vida y se pasan ambos por la túrmix de la posmodernidad añadiendo, al empeño, una generosa dosis de ficción. Porque hay otra revolución pendiente. Y está reservada para los pocos lectores independientes que aún pululan por el mundo libre.
'El tiempo cifrado', que acaba de ser publicada por la editorial Amargord en su colección Cana Negra, vendría a ser una novela negra sin las negruras más tópicas -y típicas- del género. Y, como bien sabéis, a estas alturas del set, son las que más me gustan a mí. Las novelas que, trascendiendo los géneros, ejercen de versos sueltos. Y ésta, más que una novela, viene a ser una colonoscopia sin anestesia. La que el autor realiza a este país en un año simbólico, 1986, cuando dos Españas del todo irreconciliables -la de la 'movida', la OTAN y la CEE en un rincón del cuadrilátero; la del 'nuevorriquismo' ilustrado y los primeros indicios de que el 'animal político, en realidad, es un lobo, en el otro- empezaban a zumbarse la badana.

La novela sigue los últimos y 'movidos' pasos en libertad de Fernando Aróstegui de Lara, profesor universitario, decano de la facultad de letras de la Universidad Central de Madrid, y conocido activista contra el régimen anterior. El profesor Aróstegui, en un momento dado del relato y dentro del denso clima de paranoia que se vive en el Madrid de aquel 86, año en que todo parecía posible, mata salvajemente a un desconocido y se bebe su sangre en un desquiciado ejercicio de justicia poética. Mientras tanto, Madrid era el Madrid donde sonaban Golpes Bajos en el Penta advirtiendo al personal: "No mires a los ojos de la gente. Me dan miedo, siempre mienten...".
Novelaza de lo más recomendable. Eso sí, repito, no apta para devoradores de 'big macs' palabreros. Su voluntad de estilo tiene muy poco que ver con la narrativa 'light' de estos días. Aunque, una vez en la primera página, la novela te atrapa como una soga. En definitiva, "el retrato", como me confesó el autor hace unos días, "del tiempo que nos construyó". Os dejo con un par de párrafos. De nada.

'El tiempo cifrado'

Cuando creía haber olvidado, cuando creía haber aliviado por unas horas sus ansias, de nuevo el asco anidaba en él, de nuevo volvía a sentirse sucio, desplazado e impotente. Como todos, también él se sentía culpable. Culpable de pasividad (se dictó la sentencia) Entonces, se levantó de su asiento y, durante unos segundos, permaneció así, en pie y sin moverse, como un pasmarote, tambaleándose ligeramente de izquierda a derecha, hacia adelante y hacia atrás; no sabía qué hacer, pero algo había que hacer... Se puso la chaqueta al hombro, se despeinó y se enmarañó a propósito la pelambrera gris, se sacó la camisa por fuera del pantalón y extendió automáticamente la mano: -¡Una limosna, por amor de Dios y de los hombres!... (dijo, con la voz quebrada, y e resto de los pasajeros lo miró con horror) -¡Una limosna, por amor de Dios y de los hombres!... (repitió) La oscuridad pasaba veloz delante de él, y su alma viajaba con la oscuridad, la vio reflejada justo enfrente, a otro lado de cristal, (como él) iba desgreñada y con la camisa por encima de los pantalones, estaba sin afeitar y se la veía demacrada y triste; se dio cuenta, además, de que su alma también suplicaba una limosna, por amor de Dios y de los hombres... Al cabo de unos segundos, se quedaron solos (su alma y él), los demás habían hecho un hueco alrededor de ellos, los abandonaban, como antes habían hecho con el portugués y la niña... Bajaron del vagón y leyeron: Dejen salir antes de entrar... Prohibido apoyarse en las puertas... Línea uno... Sol (Luna: pensó) Dirección... ¡La oscuridad!... (La oscuridad: exclamaron su alma y él) ¡Dirección, la oscuridad!... (gritaron) -¡Una limosna, hostias!... ¡Una limosna, por el amor de Dios y del infierno!... (y vuelta a empezar: luego las caóticas explicaciones a los guardias municipales).

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