El escritor estadounidense publica una nueva entrega de la saga de su detective, Gurney, y cuenta su método de trabajo
El escritor estadounidense John Verdon./Pau Sanclemente./elpais.com.
Forzado a abandonar la idílica calma rural de su retiro, el detective Gurney, analítico e introvertido, se adentra en un inquietante caso en el que hay “horror, odio, mafia, locura, policía, dinero, mentiras y tal vez unas gotas de incesto”. Este es el resumen que le ofrece su antiguo compañero en el cuerpo de Policía de Nueva York, Hardwick, en las primeras páginas de No confíes en Peter Pan (Roca Editorial), la nueva entrega de la serie de novelas de misterio que arrancó con Sé lo que estás pensando y que ha convertido a John Verdon en una inesperada estrella de este género.
Al hablar de la estructura de sus tramas, Verdon echa mano al bolsillo y saca las tarjetas que dice que siempre le acompañan. “Desde hace cinco años forman parte casi de mi cuerpo”, explica. “En ellas anoto escenas, cómo algo puede estar oculto, conversaciones, y demás”. Cuando ha reunido más de 300 las despliega en la mesa de comedor de su casa y las amontona en una estructura básica de tres actos. Luego añadirá otras 300 para ir tejiendo los nudos del misterio, antes de sentarse a escribir.
Lo cierto es que Verdon no ha destilado este método a lo largo de toda una vida, sino más bien en una segunda vida. Criado en el Bronx, en un barrio católico poblado por curas y policías irlandeses, —igual que su detective Gurney— este autor tuvo una larga carrera en el campo de la publicidad —“asistí a un buen número de reuniones y conferencias, que me enseñaron bastante sobre la dinámica de grupos, sobre gente lista metida en el mundo de las empresas que tiene sus propios intereses, y eso es una buena escuela”—. Se retiró, se instaló en el campo y se convirtió en un ávido lector de novelas negras, como las situadas en California en la década de los cincuenta escritas por Ross Macdonald o las del británico-canadiense Peter Robinson. “Ocurría lo mismo en casi todos los libros, el detective iba haciendo entrevistas y descubriendo quién mentía. Aunque el tono y el estilo eran diferentes, el proceso era idéntico y me cautivó”, recuerda. Lo comentó con su esposa y ella le animó a que llevara a la práctica su descubrimiento. Un par de años después y con más de 400 páginas escritas decidió enviarlo a cerca de 40 agentes. Uno de ellos le respondió, se vendieron los derechos a 20 países y cientos de miles de ejemplares.
Ni como lector ni como escritor me interesa mucho la violencia explícita”
“Las historias de detectives son atractivas porque representan el triunfo de la razón sobre el caos. En mis libros el elemento criminal siempre nace de la pasión, de la lujuria, del ansia de poder o la avaricia”, dice el escritor. Gurney, su personaje, se esfuerza por buscar esas razones.
En el caso de No confíes en Peter Panse adentra en las que mueven al sicario que dispara contra el magnate Spalter, un millonario con vínculos mafiosos que pretendía dar el salto a la política y que queda reducido a estado vegetal durante el juicio por el que acaba condenada su esposa.
Las historias de detectives suponen el triunfo de la razón sobre el caos”
“La violencia explícita no me interesa demasiado, ni como escritor ni como lector. Me gusta pensar que lo que escribo tiene más que ver con una búsqueda intelectual y reflexiva, con las intersecciones entre la vida del detective y el criminal”, apunta. Tampoco le gustan los juegos detectivescos tan sofisticados que no esconden nada más que el mero enredo —“eso acaba siendo demasiado ligero”, apunta—. A menudo emplea dos libros usados como manuales en las academias de policía para portar veracidad a sus historias, y cuando le consumen las dudas llama uno de sus hijos, agente en Nueva Jersey.
En las novelas policíacas de Verdon no hay bombas a punto de estallar, ni agentes dobles, ni superhombres, y el escritor reconoce que al no tener televisión ha logrado mantenerse ajeno al género de dramas terroristas tipo Homeland que causan furor. A pesar de esto, le encantaría que prosperara el acuerdo que están negociando para convertir sus novelas en una miniserie televisiva.
Su aproximación al género tiene, dice él, buscando un símil, más que ver con la arqueología, con tirar del hilo que asoma, de la punta de una ruina bajo la que se esconde una ciudad subterránea, que con efectistas fuegos artificiales o desesperados investigadores. El desenterramiento que en sus novelas acomete le permite, por ejemplo, presentar a un villano de sexo ambiguo y edad indefinida como representación del mal que se esconde en todos; u ofrecer su visión escéptica sobre el sistema judicial estadounidense. “Igual que Gurney yo también pienso que es un total desastre pero que no va a poder cambiar. Ocurre lo mismo con el trato que damos a la gente con enfermedades mentales, realmente no sabemos qué hacer con ellos y no hay ni los recursos, ni la voluntad para hacer algo distinto de lo que se hace”, reflexiona.
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