9.12.09

Sentados a la mesa

Entrevista con Henning Mankell

Casado con la hija de Ingmar Bergman, el escritor sueco es conocido en el mundo entero por sus exitosísimas novelas protagonizadas por el oscuro detective Kurt Wallander. ¿Por qué no se ha ganado el Nobel un escritor de novelas policíacas?
Su última novela sobre Kurt Wallander acaba de salir. Henning Mankell asegura que definitivamente será la última. Lo encontré en la feria del libro en Gotenburgo, donde participó en un seminario sobre la lucha contra el estigma del sida, se manifestó contra el analfabetismo y también habló de su obra. Wallander está cansado, a diferencia de Mankell, que abre la puerta a una continuación con la hija del detective como protagonista.

¿Por qué escribe usted novelas de detectives?

La pregunta es si eso es lo que hago. He escrito más o menos 40 libros. De ellos, una cuarta parte es lo que podríamos llamar novelas de detectives, así que definitivamente escribo otras cosas. Algunos científicos literarios miserables piensan que la ficción policíaca fue inventada por Edgar Allan Poe, pero no saben nada. ¿De qué se trata Medea? Pues de una mujer que mata a sus hijos por celos hacia su marido. Si eso no es una historia criminal, no sé qué lo sería. La gran diferencia es que la Policía es un invento posterior, del siglo XVIII ó XIX. La idea de utilizar el crimen para representar conflictos en una sociedad, o entre seres humanos, es efectivamente uno de los géneros más antiguos que existen. Y para mí también ha sido útil en unos cuantos libros. Así lo veo. Hoy vivimos en un mundo donde hay muchísimas supuestas novelas criminales llenas de populismo y especulación. Se publica un montón de libros que son pura y simple basura, escritores que piensan que es posible convertir cualquier cosa en una novela de detective, y eso no me interesa en absoluto. Por eso me parece interesante que mis libros hayan sido distribuidos mucho más que varios otros en este grupo.
Una característica de las novelas de detectives es que el suspenso se agota después de la primera lectura... No admiten relecturas.

Tienes razón, pero te equivocas. Hay dos maneras fundamentales de contar una historia. Una es la anécdota que se gira en torno a su conclusión, que depende completamente de cómo termina. La otra manera es, para mí, mucho más interesante. Es el intento por describir el proceso. Si hay algún tipo de libros que detesto son los de Agatha Christie. Leo las primeras páginas y hojeo hasta el final para ver quién lo hizo. No hay nada que me interese en el proceso. Eso es algo que no tiene que ver sólo con literatura de crímenes, sino con toda la buena literatura. Un artista de verdad puede describir bien el proceso. Entonces seguimos los eventos y no estamos esperando que venga el final. Eso es arte, eso es lo difícil.
Entonces no leemos novelas de detectives para saber “si fue el mayordomo”?
He escrito un libro en el que cuento en la primera página qué pasó y quién lo hizo. Y en las próximas 500 páginas describo la investigación. Tengo que contar una historia que la gente quiera oír. Realmente eso es el suspenso. Me gusta este símil que implica invitar al lector a sentarse contigo en la mesa. Si escribo un libro donde revelo todo, el lector se queda parado al lado mientras yo estoy sentado en la mesa comiendo. Entonces he fallado. El lector tiene que sentirse acogido en la mesa. Eso me fascina. De vez en cuando veo una obra de teatro buenísima. Entonces me entran ganas de participar. Eso, para mí, define calidad.

¿Por qué suelen ser un desastre en sus vidas personales los detectives más entrañables de la literatura?

Porque en la realidad es así. Si miras las estadísticas de divorcio de policías en casi cualquier país, son un desastre. Desde cuando salen a trabajar en la mañana hasta cuando regresan viven cosas muchas veces tan terribles, que les resulta difícil tener una vida personal normal, que se basa en la capacidad de quitarse todo eso de encima.

¿Y por qué cree usted que no ha recibido el premio Nobel de literatura ningún escritor de novelas de detectives?

Eso vendrá. Con una institución tan convencional y antigua y rígida y dogmática como la Academia Sueca, tomará su debido tiempo. Mi opinión es que si Le Carré tuviera 40 años menos, sería inevitable considerarle un candidato. Él ha escrito unas novelas sobre la Guerra Fría que nadie ha podido superar. Le Carré ha sido una gran inspiración para mí, en muchos sentidos. Y Graham Greene casi recibió el premio, pero un miembro de la Academia Sueca, Arhur Lundqvist, se opuso porque estaba enamorado de la misma chica que Graham Greene. Sólo por eso nunca recibió el premio Nobel. ¡Es que la Academia es también un corral de gallinas!

¿Cómo explica usted su productividad?

Trabajo muchísimo. Ahora bien, el día tiene 24 horas para mí también y no puedo entrar en un guardarropa y encontrar un saco de tiempo (¡oh!, aquí estaban cinco semanas que había olvidado...) Veo muy, muy poca televisión. Si disminuyo el tiempo que veo la tele una hora al día, son ocho semanas al año. Y en ocho semanas casi escribo otra novela. Así que soy muy cuidadoso con lo que no hago. También soy minucioso en lo que no escribo. Intento siempre decidir qué es lo importante, y allí encuentro una selección que facilita mi trabajo. Siempre trabajo en dos cosas a la vez, pero sólo es posible tener una cosa principal. Digamos que escribo un libro, que es lo importante. Pero si necesito descansar un rato, quizá me ocupo con una obra dramática un rato y vuelvo al libro.

Usted vive la mitad del año en Suecia y la otra mitad en Mozambique. ¿Cómo influye eso su trabajo?

Escribí muchos de mis libros mitad en África, mitad en Suecia. Pero eso no significa nada. Tengo dos hogares, dos arraigos. Tengo el privilegio de vivir con un pie en la nieve y uno en arena. Un pie frío y otro caliente. Eso se equilibra. La única diferencia es que me levanto a las 5 de la mañana en África para utilizar las horas frescas de la madrugada. Pero duermo la siesta tanto aquí como allí. Es un invento maravilloso.

Usted ha dicho que el mundo imaginario puede ser tan esencial como la realidad. ¿Puede elaborar ese pensamiento?

El artista veraz es el niño. Creo que los niños entienden que la imaginación existe para ayudarte a sobrevivir como niño, porque la niñez es difícil. Te haces preguntas difíciles sobre la vida, la muerte, la soledad... y creo que necesitas la imaginación para aguantar. En mi caso era muy dramático porque mi mamá desapareció cuando yo tenía un año. Se largó, y por supuesto era una situación delicada el ser rechazado por mi madre de algún modo. Mi estrategia para sobrevivir fue inventarme otra mamá. Cuando me encontré con mi propia mamá, a los 15 años, preferí a mi mamá imaginada. Pero debo decir que mi mamá imaginada era muy estricta. No sólo era una de esas madres que me daba pasteles. Los seres humanos tenemos lo que necesitamos para sobrevivir. Si no necesitáramos la imaginación, no la tendríamos, simplemente. El arte verdadero existe cuando eres niño. Luego cuando te vuelves mayor y quizá quieres ser artista, necesitas reconquistar lo que tenías de niño.

¿Y cómo lo ha logrado?

He reconocido el mundo de la imaginación y a la imaginación como instrumento para describir el mundo real. Soy escritor de ficción y escribo lo que podría haber pasado, no necesariamente lo que pasó, mientras lo documental es una reproducción fiel de la realidad. Con ayuda de la imaginación le doy cuerda a la historia que quiero contar.

¿Qué cree usted que atrae tanto a los lectores del extranjero?

Es importantísimo recordar que la mitología sobre Suecia, desde las hermosas rubias hasta el Estado perfecto, no la hemos creado nosotros. En el mismo sentido nosotros construimos mitología sobre otros países; sin ir más lejos, la imagen de una Colombia terrible. Yo no escribo libros en paisajes convenientes. Pero claro que el paisaje y la sociedad Sueca pueden parecer muy exóticos, vistos desde Colombia. Pero lo que realmente pienso –y que creo que explica mucho, si hablamos de los libros sobre Wallander– es el matiz de que las novelas tratan la relación entre el sistema judicial y la democracia, un problema gigante en todo el mundo. Creo que mucha gente comparte la inquietud de Wallander. Sabemos que la democracia se avería si no funciona el sistema judicial, y si la dejamos averiar, le ponemos un precio a la democracia.

Otra explicación es obviamente el protagonista y lo que me gusta llamar el “síndrome diabetes”. Yo describo personas que se transforman. Como tú y como yo. Nunca vamos a ser las mismas personas después de habernos encontrado. Nos influimos y nos cambiamos. Cuando había escrito tres libros sobre Wallander hablé con una amiga que es médico y que había leído los libros. Le pregunté cuál enfermedad sería la ideal para Wallander. “Diabetes”, me contestó en seguida. Él es la persona típica que tiene diabetes. Con diabetes se volvió aún más popular y creíble, porque en el mundo real hay gente que efectivamente es diabética. Eso me enseñó mucho sobre cómo funcionan los libros.

En el último libro, Wallander parece cansado. ¿Está cansado también usted?
No, para nada. Tenemos en común la edad, a ambos nos gusta la ópera italiana y somos muy enérgicos. Eso es lo único. Si Wallander hubiera existido, no seríamos amigos. Somos demasiado diferentes.

¿Y ahora Wallander no vuelve más?

Así es. No muere, pero entra en su vejez. Algo sucede y en la última página uno entiende que es imposible seguir. En cambio quizás escribo un poco más sobre la hija. Wallander puede estar allí en un fondo, pero no temo perder algunos lectores. Tengo que seguir mi camino y la vida es corta.

Lo ha dicho antes, que había escrito la última novela de Wallander...

Hace exactamente diez años escribí lo que, con el corazón en la mano, creía que era la última. Después nunca más pensé en aquello durante cinco años. Pero luego empecé a darle vueltas a la idea de que podría haber un libro más, uno que tratara más de sí mismo; y resultó este libro. Muchas gente me dice “ya veremos”, pero yo simplemente les respondo: “Cuéntame algo más, que eso no me importa”.
fuente: Revista Arcadia

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