30.8.14

Por tus vicios y defectos te adoramos, Sam Spade

Brutal oda a la incorreción política de un personaje único, que se encara con policías o fiscales como si fueran matones, que pacta con unos, con otros y con ninguno al mismo tiempo

Humphrey Bogart como Sam Spade en El halcón maltés./elpais.com
Agresivo e impredecible. Cínico, solitario, egoísta y machista. Un perdedor, también. El detective Sam Spade es estas y otras muchas cosas, buenas y malas, y por eso me gusta, por eso vuelvo a él, a sus frases y circunloquios, a sus cigarros, a sus bofetadas. Buenistas y amantes de la corrección política, aléjense de este personaje creado por Dashiell Hammett, reducido a una novela magistral, El halcón maltés, y tres relatos cortos (todos los casos reunidos se encuentran en la edición de RBA, traducción de Luis Murillo), grandioso cuando las cosas se ponen mal y saca lo mejor de sí para, como no podía ser de otra manera, volver a perder.
Con este homenaje a Sam Spade seguimos con la serie Los detectives de nuestra vida, que este mes de agosto nos ha permitido recordar al agente de la Continental,  ir a las raíces del Tartan noir con Laidlaw, recordar a ese clasicazo español llamado Méndez y descubrir una extraña distopía nazi. Y para el que quiera más, todos los post del verano anterior.
  


Hay un momento genial en el Halcón Maltés. Spade come con Brigid O’Shaughnessy, mujer fatal perfecta, adaptación a la novela de aquella inolvidable Elvira, alias Jean Delano, de La chica de los ojos plateados que tantos problemas crea a el agente de la Continental. Ella miente y le oculta detalles esenciales del lío en el que están metidos; él lo sabe pero no importa. Ella le ha acusado varias veces de “agresivo e impredecible”; él, riéndose, replica: “Suelo enterarme de las cosas a base de sabotear la situación de la manera más agresiva e impredecible. Por mí no hay inconveniente, si tú estás segura de que por ese sistema no vas a salir perjudicada”. Ese es Sam Spade. Cínico, amenazante, verbalmente brutal.
Nuestro amado detective tiene 38 años, es fuerte y de dedos gruesos, mide más de 1,80, fuma tabaco de liar y bebe lo que haya: bacardi, botella de Manhattan ya preparado… Es un personaje de excesos y contradicciones: adora a las mujeres pero siempre va a parar con la que no le conviene; le gusta el dinero aunque suele andar escaso; odia no devolver un puñetazo; acaba de perder a su socio Archer y no lo siente, no lo podía ni ver, pero investiga su muerte como si fuese la de su ser más querido por honestidad, profesionalidad y porque nadie es quien para matar a su socio sin recibir castigo.
Pero es en su relación con las mujeres y en sus grandes discursos donde Spade despliega toda su fuerza. O’Shaughnessy es fría y perversa, egoísta, ambiciosa. Se presenta desvalida, con gestos de colegiala. Spade sabe que no es real, que detrás no hay más que problemas, pero pica el anzuelo. Trata de apartarla, pero vuelve a picar. Hay un monólogo en el que Spade le explica por qué no se puede fiar de ella que es grandioso. En la película dirigida por John Huston en 1941 se respeta casi en su totalidad, como en tantas otras ocasiones, el texto original, con lo que es mejor verlo recitado por Humphrey Bogart que escrito.
 
 
Su secretaria Effie Perine es la otra mujer de su vida. Cualquier mente bien pensante dirá que su relación está marcada por el machismo. Yo veo, sin embargo, una amistad en la que siempre se sugiere algo más, una relación llena de confianza y complicidad, de guiños y grandes diálogos de pocas palabras, algo muy parecido al amor, al bueno. ¿Anticuado? Para mí su relación es muy parecida a la que Ray Donovan tiene con su ayudante lesbiana en la serie de televisión que tan encarecidamente recomiendo y de la que hemos hablado en Quinta Temporada. Puro siglo XXI. Es lo que tienen los clásicos.
A veces Spade padece de incontinencia verbal. En esos momentos grandiosos firmaría debajo de todo lo que dice. Hay alguna diatriba que me recuerda tanto a la furia dialéctica llena de deseos de venganza del agente de la Continental que no puedo evitar reproducir: 
“- ¡No hay peros que valgan! - dijo Spade-. Es la única manera. - Ahora tenía la frente enrojecida y sus ojos eran como dos piedras candentes. El hematoma de la sien había adquirido un tono cobrizo-. Sé de lo que hablo. He pasado por ello otras veces y quiero pensar que no será la última. En un momento u otro he tenido que mandar al cuerno a todo tipo de gente, del Tribunal Supremo para abajo, y no me ha pasado nada. Y si no me ha pasado nada es porque nunca he perdido de vista que tarde o temprano llega el día del ajuste de cuentas; y cuando llegue ese día quiero estar en condiciones de entrar en la jefatura precedido por una víctima propiciatoria y decir: “¡Eh chicos, aquí tenéis al criminal!”. Mientras pueda hacer eso, nada me impedirá reírme en la cara de todos los jueces y todas las leyes habidas y por haber. La primera vez que me falle, soy hombre muerto”. Esa primera vez no ha llegado todavía y no va a ser esta. Ya se lo digo yo”.
Brutal oda a la incorreción política de un personaje único, que se encara con policías o fiscales como si fueran matones, que pacta con unos, con otros y con ninguno al mismo tiempo. Una creación puramente Hammett, a la que Huston y Bogart terminaron de dar imagen y a la que tantos, tantos, deben tantísimo, lo reconozcan o no.
Al igual que el agente de la Continental, necesita de sus excesos y su verborrea para ser grande, se crece en la violencia y se diluye en los relatos en los que se reduce al trabajo detectivesco más clásico. Puede que no guste a muchos, que hay quienes crean que ha envejecido mal, que es un machista insoportable, ja, que su moral es de otro mundo, que su radicalidad y su sinceridad no van a ninguna parte. En efecto, por eso le queremos. Larga vida al hard boiled.

22.8.14

Una investigación durante el 75 cumpleaños de Hitler

Toda Alemania está pendiente en esos momentos de un acontecimiento mucho más importante: los fastos del 75 cumpleaños de Hitler. Porque sí, los nazis han ganado la guerra y sobre esta ucronía –pesadilla sería una palabra más adecuada– se construye la novela

 
Patria , novela de ucronía./elpais.com
Hoy seguimos con lo Los detectives de nuestra vida. Tras el homenaje a un clásico de siempre como el agente de la Continental y otro español como el gran Méndez y de viajar a los inicios del Tartan noir con Laidlaw, hoy, Xavier March.


Fatherland-008rudtger-hauer2El inspector Xavier March, un primo cercano de Bernie Gunther, el Philip Marlowe del nazismo, tuvo la mala suerte –para sus lectores– de protagonizar sólo una novela, Patria, publicada hace ya más de 20 años por Robert Harris. March es un agente de la Kripo, la policía criminal alemana, que comienza una investigación que ni siquiera le toca pero que acepta para hacer un favor a su compañero de patrulla porque, en principio, no parece muy complicada (nada más lejos de la realidad). Toda Alemania está pendiente en esos momentos de un acontecimiento mucho más importante: los fastos del 75 cumpleaños de Hitler. Porque sí, los nazis han ganado la guerra y sobre esta ucronía –pesadilla sería una palabra más adecuada– se construye la novela.


Jugar con esta hipótesis no resulta nada fácil, pero Harris lo hace de forma brillante, con una acertada mezcla de terror e ironía. Existe una guerra fría, aunque es con los estadounidenses; Eduardo y la señora Wallis son los reyes de Inglaterra; existe una Comunidad Europea dominada por Alemania; hay una guerra nunca acababa en el este con las guerrillas de los países conquistados...

El libro transcurre en 1964, el momento en que se va a iniciar un posible deshielo ya que el presidente de EE UU (Kennedy, el padre) se dispone a visitar Alemania. También comienza a surgir una generación de jóvenes que desafían tímidamente al partido y que leen libros prohibidos (de Günter Grass, George Orwell o JD Salinger).

Todos los delirios arquitectónicos de Hitler y Albert Speer se han hecho realidad en Berlín. Se trata de un mundo donde el miedo sigue tan presente como los diferentes cuerpos represivos del nazismo. March es solo un policía, un lobo solitario que pasó la guerra en un submarino y que no comulga en absoluto con el sistema, aunque se sabe mover dentro de él. Como su colega Gunther (aunque viven en universos paralelos), tiene ciertos problemas con el principio de autoridad, está dispuesto a pagar una pesada factura por no pertenecer al partido, sobrevive como puede y se dedica solo a investigaciones puramente policiales.

Una vez, en su casa, descubrió una foto de una familia escondida detrás del papel de la pared. Preguntó a los vecinos: nadie sabía nada, la familia –de apellido Weiss– no constaba en ningún registro, no había existido nunca. Hasta el indisciplinado March se paró antes de seguir preguntando: la teoría oficial mantiene que los judíos habían sido realojados en el este y nadie quiere saber nada más.

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Robert Harris, autor inglés de Patria./Bernardo Pérez./elpais.com


































Sin embargo, lo que en principio parecía un caso sencillo –un hombre ahogado en un lago cercano a las residencias de los ricos y gerifaltes del régimen– se empieza a complicar mucho cuando se descubre que el fallecidofueun personaje muy importante en Polonia durante la guerra –que acabó en 1946– y que la Gestapo se hace cargo de la investigación, apartando por la fuerza a la policía criminal. Algo está ocurriendo con antiguos dirigentes del régimen que estuvieron en los territorios ocupados del este durante la guerra.

Patria representó el bautizo de fuego como narrador del hasta entonces periodista político Robert Harris (Nottingham, 1957), que se ha convertido en uno de los maestros de la mejor literatura popular, con una magnífica serie de novelas ambientadas en la Roma clásica, Pompeya, Imperium y Lustrum. Harris es sobre todo conocido por el thriller La sombra del poder, sobre las mentiras de la guerra de Irak y la era de Tony Blair, que llevó Roman Polanski al cine bajo el título de El escritor. Este año ha publicado An officer and a spy, una novela sobre el caso Dreyfus –el oficial judío que fue acusado y condenado injustamente de espionaje y que provocó el famoso alegato de Zola Yo acuso–, que desgraciadamente todavía no tiene editor en castellano.

Harris es, ante todo, un gran narrador político, un escritor que siempre ha sabido tratar a través de la historia, ya sea la Roma de Cicerón o el antisemitismo francés, nuestros problemas. Patria merece una relectura y, pese a protagonizar solo una novela, Xavier March se ha ganado un puesto entre los mejores detectives del siglo aunque el suyo, afortunadamente, nunca existió.

Tres entrevistas con Robert Harris, dos de Jacinto Antón realizadas en 2012 y 2004 (aquí puede leerse la primera y aquí la segunda) y otra del autor de esta líneas, de 2008 (aquí).

Patria fue publicada originalmente por Ediciones B, en una edición ampliamente disponible en librerías de segunda mano. Según el ISBN, existe una edición de 2004 en De Bolsillo y también se puede conseguir en Amazon en formato electrónico. El resto de las novelas de Harris se pueden encontrar en Plaza y Janés, salvo la última. Existe una edición en inglés del año 2012 de Patria (Fatherland), con motivo del 20 aniversario del libro, que cuenta con un prólogo actualizado del autor. Christopher Menaul dirigió en 1994 una correcta versión para televisión de Patria, con Rutger Hauer como Xabier March, a la que corresponde la imagen que ilustra este texto.

11.8.14

Patricia Highsmith, sacerdotisa del mal

Entre sus pensamientos siempre estuvo el asesinato. Fue su obsesión. "Las obsesiones son lo único que importa -escribió-. Lo que más me interesa es la perversión, que es el mal que me guía"

Patricia Highsmith, autora estadounidense del personaje amoral de Tom Ripley./elcultural.es
Anagrama emprende la publicación de las obras completas de la misteriosa creadora de Tom Ripley, que dejó, a su muerte, 38 volúmenes entre novelas, cuentos y ensayos y más de 18.000 páginas de diarios y cuadernos
Patricia Highsmith (1921-1995) escribía seis, ocho páginas diarias y era capaz de estar en varias cosas a la vez: una novela, un cuento, un ensayo. Si le preguntaban por qué escribía, contestaba siempre lo mismo: “Como todos los artistas: por salud”. Malhablada, narcisista, alcohólica, misántropa, latía en el interior de la autora de El talento de Mr. Ripley una especie de temor hacia ella misma, y habría acabado mal de no ser por la escritura. “Sentía lástima por Pat -contó una de sus amantes-. Estaba apartada del amor en su forma más sencilla: el amor a sus padres”.

Hay quien ha situado ahí, en ese extravagante contexto familiar, el origen de su desequilibrio con el mundo. A nivel afectivo fue un ser defectuoso. Nació en Fort Worth, Tejas, en 1921. Su padre murió y con su madre tuvo siempre una relación, por decirlo de algún modo, compleja. Un amour fusionnel, que dirían los franceses: ninguna de las dos distinguía muy bien entre ella misma y la otra. Mary, la madre, sureña tempestuosa, disfrutaba diciéndole a Patricia que ya en vida era una escritora olvidada en América. Pat le respondía en estos términos: “vegetal inerte”, “tubo inservible”, “cloaca que devora dinero y expulsa mierda”. La tensión era tal que ambas solían recurrir a sedantes para poder permanecer juntas, y en paz, en la misma habitación. De otro modo acababan a gritos, se amenazaban con todo tipo de objetos domésticos, y eso cuando no terminaban directamente a golpes. “Fue la experiencia más profunda de amor que tuvieron ambas”, escribe Joan Schenkar en su inquietante libro -editado en España por Circe- sobre la autora de Las dos caras de enero. Esa biografía, por cierto, dio un resultado sorprendente: no cambió en nada los apriorismos de la biógrafa. Schenkar buscó a la mujer que parecía albergar todos los males de la sociedad americana del siglo XX, y eso fue exactamente lo que encontró.

Nunca la literatura de Highsmith escapó de su realidad. En cada obra, un ejemplo. Mary, la madre, es su auténtica pesadilla y encarna a la mujer fatal de cada una de sus novelas. Los asesinos de sus ficciones se alojan donde ella ha vivido, sola o con sus amantes. Todos los personajes se mueven por calles que ella conoce bien, compran en tiendas de su barrio, o del barrio de su residencia de vacaciones, y van a sus locales de confianza. Todo era utilizado por la novelista Highsmith, que trabajaba -como ella dijo alguna vez- “a una idea por minuto”. “Tengo ideas con tanta frecuencia como las ratas tienen orgasmos”, le dijo, en una ocasión, a una de sus editoras. También sus lecturas se colaban entre su material narrativo. Proust -lo entendía lo justo para poder citarlo bien, dice su biógrafa-; Dostoievski -le fascinaba su pelea con el cristianismo-; Kafka; Henry James; Auden; Keats; Gide; Wilde. Por la noche, a menudo, se entretenía repasando el diccionario.

Maestra del engaño

La escritora, de joven

Highsmith era una maestra de la ambigüedad. Entre sus aficiones predilectas, estaba la de vestirse a la moda Highsmith, que era un cierto travestismo soft. Le gustaba el estilo garçone: mocasines, vaqueros, de repente unas hombreras, pero hasta ahí; el resto: pelo enmarañado, uñas y manos descuidadas y boca de camionero alcohólico. Cuando bebía -recuerdan quienes la conocieron- su histérica risa era capaz de hacer llorar a los niños. A Pat le gustaba decir las peores cosas con una sonrisa y bromear muy seriamente.

El libro de Schenkar se mete en la cama con la escritora. Nos cuenta que prefería las mujeres a los hombres y los gatos a las mujeres. Que si se acostaba a veces con hombres, era por un interés casi forense en su anatomía, además de un deseo indisimulado de experimentar “el placer de la dominación”. Creía Highsmith en la superioridad de su complejo mundo interior. Su existencia estuvo jalonada de amantes con las que siempre acababa mal. Odiaba a los niños y, al final, rehusaba estrechar manos incluso en los actos formales. Por si fuera poco, atesoró toda su vida, como un sórdido tesoro de su juventud, una especie de anorexia paranoica, enfermiza, antiestética. Pasaba las noches sin dormir y se alimentaba de líquidos. Solo el hilo de la grafomanía unió a todas las Pats. Como escribe con crueldad en sus diarios, vivió dividida entre la búsqueda de paz y una inclinación natural por la “inestabilidad y la locura”.

Esos cuadernos los escribía en cinco idiomas, pese a que sólo dominaba el inglés. Su francés era torpe, como su italiano o su español; pero disfrutaba dándose a sí misma esa imagen cosmopolita. Le gustaba leerse en el espejo deformante de sus anotaciones. No hay detalle que no consignara por escrito, ni fantasía que no registrara como real. El caso es escribir, aunque sean falsedades. Ni en su diario fue sincera. Escribe que está en Nueva York cuando en realidad está en Berlín, o que está en España desde su escritorio de Moncourt. Elabora tablas y esquemas, cuentas, listas -algunas escalofriantes, como esa de 1945 en que compara a sus parejas en la cama-, croquis, árboles interminables de nombres. Hizo una vez una lista de consejos para aquellos niños que quisieran asesinar a sus padres. Se trata de pulsiones que gobiernan fatalmente sus noches. Así que, cuando se levanta, vuelca todo esa inquietud en personajes odiosos que matan, a veces casi por accidente. Es inútil decir que el asesinato, en sus novelas, casi nunca es -pese a que lo parezca- solamente un accidente. Nunca ocurre porque sí.

Patricia Highsmith murió en Suiza, en 1995. La última persona que la visitó fue la agente americana Marylin Snowden. Pat debía firmar unos papeles. “Tienes que irte, tienes que irte, no te quedes, no te quedes”, le dijo a Snowden, en un momento del encuentro. La agente, entonces, se fue sin saber, o sin creerse que la escritora se moría. Quiso desaparecer Pat, al final, como esos gatos que van internándose en el bosque para morir a solas. Dejó escrito que allí, en Suiza, en esa casa a la que en invierno daba el sol tan solo dos horas al día, fue profundamente desdichada. “Durante quince minutos cada vez -escribió en su diario-, sentía que me había metido en una trampa, una trampa de desdicha”.

A lo último, estuvo tan enferma que los médicos le permitieron volver a beber. Apenas le quedaba un leve brillo de belleza juvenil. El pelo le caía, fosco, sobre una incipiente joroba de viuda y estaba muy arrugada, decrépita. Las manos gruesas como manoplas y los dedos tiesos, gordos, torpes. Concedía ya pocas entrevistas y los periodistas a duras penas podían sacarle declaraciones coherentes. David Streitfeld, del Washington Post, dijo que la última vez que la vio de su boca salían gruñidos en lugar de palabras. En su habitación, a su muerte, quedaron miles de folios apilados, algunos de los cuales correspondían a los más de doscientos cincuenta manuscritos que dejó cuando se fue y que, ahora, al fin, serán pasados a limpio para el público.

La historia de una de las pocas librerías de novela negra en el mundo

 Negra y Criminal ofrece una decoración muy singular, con la silueta de un cadáver en el sótano y otros aspectos que la hacen única

 
Paco Camarasa, librero español./elespectador.com
Justo en el corazón de La Barceloneta, a pocos metros de la playa, está la Librería Negra y Criminal fundada y comandada por Paco Camarasa. Un lugar mágico situado en el número 3 del Carrer de la Sal, donde los sábados a mediodía se puede tomar vino tinto de la casa acompañado de mejillones, y encontrarse con personajes de la talla de Andrea Camillieri o Leonardo Padura. Paco Camarasa es el comisario de la Semana Negra de Barcelona, donde cada febrero se dan cita los mejores escritores de novela negra, tanto del mundo anglosajón como del mundo hispano, un festival literario que además concede anualmente el premio Pepe Carvalho a los grandes del género y que sirve de homenaje al famoso detective privado creado por Manuel Vázquez Montalbán durante la década de los setentas, y que representa un clásico dentro de los amantes de la novela negra y policial.
Pero lo más fascinante de todo es entrar a la librería. Y no por las joyas literarias que se pueden encontrar en primeras ediciones o por las camisetas negras que se venden con la frase: “Negra y Criminal”. Lo realmente especial es la decoración del lugar con la silueta de un cadáver en el sótano y el desorden típico de la habitación del crimen con ropa femenina colgando de los estantes y revólveres en el piso.
¿Cómo nace la Librería?
Después de trabajar casi 50 años en el mundo del libro un día me quedé sin trabajo. Entonces apareció un amigo alemán al que le propusimos la idea de una librería especializada, y en vista de que yo no conseguía trabajo a pesar de que me quisieron contratar para vender libros como chorizos, abrimos la librería el 4 de diciembre de 2002.
¿Por qué en La Barceloneta?
Teníamos tres opciones: Ciutat Vella con el antiguo Barrio Chino; Gràcia a donde han ido a parar muchas librerías hoy en día; y La Barcelona por aquello de tener el mar tan cerca, así no vayamos a verlo seguido. Sabíamos que Barcelona se estaba convirtiendo en un lugar para ser consumido por turistas y no vivida por ciudadanos y ese ritmo no nos gustaba. Por eso nos vinimos a un antiguo barrio de pescadores. Nos gustaron las puertas de madera y nos encantó que no tuviera escaparates y debas entrar a ver lo que hay dentro, pero lo más maravilloso es que el local tenía un sótano con historia, ya que después de la guerra acá se guardaba el contrabando de nylon, transistores y tabaco que llegaba a la ciudad.
¿Por qué negra y criminal?
Desde siempre me ha gustado la novela negra. Y hoy en día no tiene sentido una librería general a menos que seas una cadena. Además vimos que podíamos especializarnos aprovechando Internet sabiendo que había un gran vacío de novela negra. Yo tenía muy buena relación con Paco Ignacio Taibo II y asistía a la Semana Negra de Gijón desde finales de los ochenta, cuando empezaron a desaparecer las colecciones. La gente leía novela negra pero estaba la cosa de que la novela negra era un subgénero, y estaba desprestigiada. Y nos propusimos crear un punto de encuentro para difundirla. En ese entonces se decía que Agatha Christie escribía novela negra y no es así, ella hace novela policíaca. Es decir, todo es novela pero hay matices: una cosa es la novela enigma policíaca y otra, la negra a lo James Ellroy, con su bisturí a la sociedad norteamericana. Por eso había que orientar dentro de lo que había ya que los únicos referentes eran Donna Leon y Mankell. Había autores que estaban desaparecidos, y nos dimos a la tarea de buscar ediciones antiguas y ofrecimos libros de primera y segunda mano: libro nuevo y libro descatalogado.
¿Y el auge de los festivales literarios va de la mano?
Cuando empezamos solo estaba la semana negra de Gijón. Nosotros organizamos desde la librería la Barcelona Negra y hoy en día hay casi 10 festivales, muy lejos de los 80 que hay en Francia. La gente lee novela negra pero no habla novela negra en público. Acá se hacen públicas las lecturas de verano de muchos políticos donde muestran cosas que no van a leer solo para quedar bien. Yo sé de políticos que son grandes lectores de novela policíaca pero no lo dirán en público porque es como si la novela negra, al igual que pasa con la novela de género, fuera una novela poco valorada y solo de entrenamiento. Entonces es necesario hacer una reflexión, porque por ejemplo, el Halcón Maltés se sigue leyendo hoy en día. Es una gran novela porque habla de los grandes temas de la literatura: ambición, deseo...etc. Fue escrita en el 30 y se sigue leyendo. ¿Pero quién lee al premio nobel del año 30?
¿Qué tiene de especial la novela negra mediterránea frente a la escandinava?
En Sicilia o en Barcelona se vive y se mata de forma diferente a Oslo o Estocolomo. Por ejemplo: en la religión católica nos quitamos de encima la culpa en un confesionario y no con un psiquiatra como los norteamericanos. Y nosotros matamos en el bar al primer ministro o al entrenador de fútbol tomando dos cervezas y unos vinos con su tapa correspondiente. Los escandinavos matan con unos estallidos de violencia muy fuertes porque acumulan muchas cosas que nosotros en el mediterráneo podemos liberar en el bar. Allá arriba no existe el escape de la violencia verbal. La novela mediterránea también pasa por la comida. En Chile hay una expresión: conversarse una botella de vino. Los nórdicos no beben sino que se emborrachan directamente consumiendo alcohol en el ferry que va desde Estocolmo a Helsinki porque ese es su objetivo. En el Mediterráneo se emborracha el que no sabe beber porque lo importante es beber y conversar. Nadie bebe solo porque eso es ser alcohólico. Por eso el dicho: no me digas cuántas copas te tomaste anoche, dime con quién te las tomaste. Porque lo que sienta mal no es la copa sino la conversación. Y por eso un nórdico no entiende que un siciliano se mate por honor o por cuernos. Un nórdico se divorcia ya.

8.8.14

Festival BAN!: Sucumbirás a la pasión por el delito

Hasta el próximo sábado, la cuarta edición porteña de este encuentro internacional de novela negra reunirá a autores con policías, narcos, maleantes y otros especímenes del género. Entrevistamos a tres de los principales invitados extranjeros

BAN! Esta cuarta edición reúne a autores con policías, narcos, maleantes y otros especímenes del género./revista Ñ

Cuatro años antes de que Dashiell Hammett consiguiera notoriedad global con su detective Sam Spade, el filósofo alemán Sigfried Kracauer terminaba de publicar una serie de ensayos filosóficos (que comenzó en 1922 y concluyó en 1925) en torno a un género (la novela policial) considerado por la mayoría de los intelectuales de la época como un pastiche extraliterario destinado a sobrevivir en los anaqueles marginales de la biblioteca universal, pero que, de a poco y con persistencia, ha conseguido conquistar una importancia innegable. Kracauer escribe después de Poe y de Arthur Conan Doyle, incluso en los comienzos de Agatha Christie, pero antes de Raymond Chandler, Patricia Highsmith, Georges Simenon y, por supuesto, de autores como Stieg Larsson y la nueva ola del policial contemporáneo. Kracauer, a partir de palabras claves como detective, criminales o proceso, plasma en estos textos una maquinaria capaz de pensar el género de manera irónica pero también como producto de una sociedad y de un mundo particular.
Algo tienen en común los escritores y los psicópatas. Exteriormente parecen personas comunes y corrientes, pero si uno escarba debajo de la superficie, en los huecos que hay debajo de sus casas, digamos, nunca sabemos lo que podremos encontrar. “No existe una incongruencia esencial entre el crimen y la cultura”, escribió Oscar Wilde. “No podemos reescribir la totalidad de la historia con el propósito de gratificar nuestro sentido moral sobre lo que debería ser.” Lo dijo en una semblanza de 1889 dedicada a Thomas Griffiths Wainewright, que no sólo fue poeta, pintor y crítico de arte inglés sino también falsificador y envenenador serial. Admirador de Wordsworth y de Blake, Wainewright fue admirado, a su vez, por De Quincey y Dickens, quien lo convirtió en personaje de su novela Atrapado. Todo escritor de policiales alguna vez se metió en la cabeza de un criminal. El argentino Ernesto Mallo, autor y entusiasta activista del género, lo sabe y por eso, desde hace tres años organiza Buenos Aires Negra, el festival dedicado al género policial y a la literatura negra, que cruza ficción y realidad como marca distintiva.  Esa marca (la del crimen) circula por diversas vertientes. Mallo explica que por una parte sirve para que los autores tomen contacto con los profesionales que trabajan sobre el crimen (o fueron criminales), y con los saberes y prácticas que ellos transmiten. “La verosimilitud es una de las claves de la novela policial y estos datos son un auxilio concreto para todo aquel que quiera incursionar en el género”, dice. Por otra parte, al público en general también le sirve: para mejorar su capacidad como lector de esta clase de novelas o para enterarse de qué es lo que está pasando en el mundo del delito.
Hay una frase de Borges que a Mallo le gusta: la literatura policial se nutre de la delicada transgresión de sus propios límites. Esto explicaría la supervivencia del género. Sabemos que todo género extremadamente legislado tiende a desaparecer. Son, de hecho, estas transgresiones las que lo dinamizan y producen un estado de renovación permanente y, en consecuencia, de discusión. Uno de los grandes ejes del festival, sin duda, es la narcoliteratura, quizás el subgénero convertido en fenómeno por su riqueza conceptual, porque hay más actores implicados, más intereses en juego y mayor complejidad en los crímenes relacionados. El mexicano Paco Haghenbeck, un autor indispensable para pensar el tema del narcotráfico, señala que el género resulta complejo de narrar porque “es difícil de entender pues está lleno de sombras y dobles caras, y los buenos o malos se mezclan”. Para abordar esa complejidad, el festival incluyó además en su programación a un ex traficante de drogas (Brian O’Dea), periodistas que investigaron el tema del narcotráfico colombiano en la Argentina (Virginia Messi y Juan Manuel Bordón), otros que analizaron la influencia del narco mexicano en nuestra región (Cecilia González) y un ex policía estadounidense (Neill Franklin), que dedicó 33 años de su vida a la lucha antidroga. No serán los únicos. También participarán el escritor francés de origen musulmán Karim Miské para hablar de su novela Arab Jazz , el holandés Gauke Andriesse, que aborda en sus novelas el robo de pinturas durante el nazismo, y Emmanuel Dongala, que aunque no sea un autor de género, fue invitado para hablar sobre asesinato de niños soldados en las guerras de Africa.
Mallo piensa que en el policial moderno, el misterio crucial no es saber quién lo hizo sino por qué lo hizo y la duda radica en saber si podrá salirse con la suya. “Las novelas de detectives explotan el deseo del lector de que se haga justicia, de que la verdad triunfe, pero en la novela negra juega un anhelo más profundo: que la justicia pueda ser evadida y pospuesta”, dice el autor de Delincuente argentino. Considera que si en las novelas de detectives se involucra al “superyo” –ese adulto erguido que valora la ley y el orden–, la novela negra le habla al “ello”, al delincuente interior que no valora otra cosa que sus propios apetitos oscuros. Lo que los escritores del crimen saben, y lo que les da poder a su escritura, es que no importa cuán monstruoso sea el criminal o lo repugnante de su crimen, una parte del lector esperará que él se salga con la suya.
Se sabe: el crimen perfecto, entendido como aquel en el que la justicia no pudo encontrar al culpable o, habiéndolo encontrado, no lo pudo condenar, lamentablemente sucede todo el tiempo. “Los hombres descendemos del mono”, reflexiona Mallo, “pero no de cualquier mono, sino del que mata, y especialmente, del mono que mata a sus congéneres. El asesinato está inscripto en nuestra genética. Por eso existen las masacres y las guerras, o la pena de muerte que son formas legales de asesinato. Los humanos llevamos el crimen en la sangre y quienes lo saben son menos propensos a cometerlos”. Paco Haghnbeck no necesita imaginar cómo sería un crimen perfecto. Tiene sus razones: “Sucede cada día en un país como México.”

La casa de los espías

Un libro revela la historia del londinense edificio Isokon , nido de agentes desde los años treinta 


El londinense edificio Isokon, una vez restaurado. / Nicholas./elpais.com

Si visitan el barrio londinense de Hampstead, no dejen de internarse por Lawn Road. En esa frondosa calle residencial, aparece repentinamente una especie de… ¿trasatlántico varado? Un bloque de cuatro plantas que rompe con todo lo que le rodea, una audaz avanzadilla modernista: formas redondeadas, suave color rosa y pasillos al aire libre, ahora objeto de la investigación de David Burke, que en The Law Road Flats (Boydell and Brewer) husmea entre los moradores del edificio para encontrar un enjambre de espías en activo en los años 30 y durante la Guerra Fría. Restaurado en la pasada década, hoy el edificio luce tan provocador como pudo serlo en 1934, cuando entraron sus primeros inquilinos.
El edificio Isokon fue el producto de la feliz intersección entre una pareja de idealistas, Jack y Molly Pritchard, y un diseñador visionario, el canadiense Wells Coates. Gente muy al tanto de los debates entre los arquitectos europeos sobre la arquitectura funcional, la vida en común, el ideal igualitario.
Exiliados de la Bauhaus se refugiaron allí tras el ascenso de Hitler
Les atraía el concepto del “piso mínimo”, que ellos consideraban indispensable para trabajadores intelectuales en un entorno urbano. Y decidieron ponerlo en práctica en la parcela que tenían en Lawn Road, cerca de la estación de Metro de Belsize Park.
A pesar de utilizar técnicas entonces novedosas, como el hormigón armado, el edificio se construyó dentro de los plazos, reafirmando la creencia de sus creadores: aparte de progresista, era económicamente factible. Incluía 22 minimun flats más tres estudios, cuatro apartamentos dobles y el ático para el matrimonio Pritchard, aparte de los espacios comunes —cocina, lavandería, bar-restaurante— y las habitaciones para empleados (bastante miserables).
El inquilino ideal debería ser soltero y llevar poco equipaje: el servicio se ocuparía de todo lo demás. El espacio era escaso pero aprovechado al máximo con los muebles de Coates. Se buscaba el ideal de Le Corbusier, “la máquina habitacional”, enriquecida por el pragmatismo británico: el equipamiento incluía un hornillo eléctrico, para que no faltara el té.
Fue un éxito desde el principio, aunque el perfil de sus habitantes cambió por las urgencias políticas. Con la ascensión de Hitler al poder, el Isokon acogió a luminarias de la Bauhaus como Walter Gropius, László Maholy-Nagy o Marcel Breuer. Pritchard estuvo a la altura de las circunstancias: no cobró alquiler a los exiliados y testificó que eran antifascistas, para evitar que fueran internados tras el inicio de la guerra. Pero no podía estar seguro de las verdaderas lealtades de muchos refugiados.
Burke investiga entre la extraordinaria fauna que ocupó los pisos, desde el escultor Henry Moore a Eva Collett, la propietaria de influyentes librerías y tiendas de discos. Pero sus cuentas son nebulosas: para llegar al número de 32 espías soviéticos conectados con el Isokon, suma supuestos visitantes, residentes en los alrededores y parientes sospechosos.
La 'long chair' fue diseñada por Marcel Breuer para la empresa Isokon.
Todavía hoy, con la inaccesibilidad de muchos archivos de la era soviética, hay demasiados casos abiertos: imposible saber quiénes eran agentes y quiénes no pasaron de compañeros de viaje. Respondían, además, a diferentes amos: el NKVD, el GRU (inteligencia militar) o la Komintern. Semejante concentración de espías puede sonar a disparate pero está el famoso principio de esconder algo dejándolo a la vista.
Los pisos de Lawn Road eran un centro visible de actividad izquierdista: se celebraron veladas de solidaridad con España o China, con menús típicos de los países en guerra. Pero tales eventos eran de rigor en la sociedad intelectual de Londres. Se entiende que hasta una dama conservadora como Agatha Christie se mudara allí en 1941: se trataba de un edificio que ofrecía más protección ante los bombardeos alemanes que su domicilio habitual. Curiosamente, su estancia coincidió con la publicación de El misterio de Sans Souci, una de sus raras novelas con temática de espionaje: algunos de los detalles incomodaron a las autoridades.
¿Controlaban el Isokon los servicios británicos de contrainteligencia? Liquidada la Guerra Fría, aseguraban informalmente que estaban al tanto pero que la invasión de la URSS por los nazis les impidió recurrir a arrestos o expulsiones; los antiguos enemigos habían ascendido a aliados. Asuman con escepticismo tanta sabiduría retrospectiva: en el Isokon se instaló tranquilamente el austriaco Arnold Deutsch, responsable de reclutar a Kim Philby y demás miembros del Círculo de Cambridge, los topos más eficaces de los años treinta y cuarenta.
En realidad, el MI5 ignoró los peligros de la situación. Un ejemplo: en el Isokon residió Charles Brasch, un poeta neozelandés que trabajaba en las ultrasecretas instalaciones de Bletchley Park, descifrando los mensajes alemanes (y que seguramente sabía que, entre 1943 y 1944, se comenzó a hacer seguimiento de las comunicaciones soviéticas). Más adelante, incluso vivió allí un despistado agente de la CIA, desconocedor de la reputación del lugar.
David Burke llega a contar hasta 32 infiltrados soviéticos ligados al edificio
Aún fue más milagroso que el Isokon sobreviviera a la piqueta. Pritchard no buscó la rentabilidad y, en los años sesenta, se lo traspasó a la revista socialista New Statesman. Poco tiempo después, fue adquirido por el distrito londinense de Camden, que tuvo una iniciativa feliz —lograr que, como edificio protegido, tuviera la máxima calificación— pero que apenas invirtió en combatir su deterioro.
A final de siglo, el Isokon estaba abandonado. En 2003, se inició una rehabilitación a fondo, gracias al acuerdo entre una asociación sin ánimo de lucro, la Notting Hill Home Ownership, y Avanti Architects, un estudio versado en la regeneración de edificios. La obra fue financiada por la venta de los mayores apartamentos; el resto, pertenece a una cooperativa de trabajadores municipales de Camden. Se ha añadido una Isokon Gallery, que cuenta la asombrosa historia del lugar.
La Isokon Gallery se puede visitar exlusivamente los sábados y domingos, entre marzo y octubre. Más detalles en info@isokongallery.co.uk.

6.8.14

Festival BAN!: Jack el Destripador pudo haber muerto en Buenos Aires

Sorprendentes hipótesis en el encuentro de Novela Negra del Cultural San Martín. Además, uno de los expositores aseguró que existen los  sicarios militantes

Un policía de Baltimore. Neill Franklin, convencido de que la guerra contra el narcotráfico no es útil./revista Ñ

Un policía de Baltimore llega al Cultural San Martín y cuenta que entre el público hay un exnarcotraficante, también estadounidense: hace veinte años, Neill Franklin –el policía– perseguía a delincuentes como Brian O’Dea –el ex narcotraficante–. Hoy son amigos. Y participantes de Buenos Aires Negra!, un festival donde todo vínculo con el crimen –ficticio o no– vale.
Franklin contó conmovido: “Un gran amigo, infiltrado entre narcos, fue asesinado mientras compraba cocaína; entonces me pregunté si la guerra contra el narcotráfico no implicaba más muertes que el consumo de drogas”. Ese cambio de enfoque llevó al policía a trabajar en LEAP, una organización que aboga por la regulación estatal del mercado de drogas: “Hay cada vez más muertes por sobredosis, la droga está más disponible que nunca, en Sudamérica y Centroamérica hay crímenes violentos, la corrupción es cada vez mayor; es una industria que existe hoy y existirá mañana, ¿quién prefieren que la maneje? No creo que dejar esto en manos de los carteles sea lo mejor”, reflexionó Franklin. Desde su silla, O’Dea aplaudía fuerte.
Un rato antes, los escritores Alvaros Abós y Juan José Delaney habían dialogado sobre “Crímenes pretéritos”. Delaney reconstruyó la teoría que asegura que Jack El Destripador murió en Buenos Aires: “Un sacerdote irlandés me contó que un inglés moribundo pidió confesarse en el Hospital Británico y que habría admitido los crímenes del famoso asesino londinense”, contó, y agregó que los archivos de ese hospital abonan la idea. Abós recordó cómo un libro de la historiadora María Sáenz Quesada le hizo descubrir a Clorinda Sarracán: “Era la esposa del pintor Jacobo Fiorini, que apareció muerto. Se supo que era adúltera y que con su amante habían asesinado a Fiorini, así que la condenaron a muerte. Pero con la horca lista, el abogado aseguró que estaba embarazada y se salvó”.
Y también hubo tiempo para los conocimientos técnicos sobre el crimen: el psiquiatra forense Raúl Torre y el médico forense Daniel Silva hablaron sobre los sicarios (de ayer y de hoy). Silva recordó que, desde el origen de la práctica hasta hoy, la motivación es la misma: “Una promesa remuneratoria”, y contó que la palabra “sicari” en el mundo romano definía a “el que usaba el puñal para matar”. A quienes matan una vez por encargo o se dedican a matar para ganar algo así como un sueldo fijo –en México, en Colombia o en la mafia italiana–, Torre agregó lo que considera un tercer tipo de sicario: “Es aquel que mata por ideología, por ejemplo en un acto terrorista”.

Arte Salvaje: una biografía de Jim Thompson

Ofrecemos un extracto de la biografía de Robert Polito sobre el mítico escritor de novela negra, que publica EsPop Ediciones

Jim Thompson, autor estadounidense de 1280 almas./elcultural.es
Portada Arte salvaje de Roberto Polito, biografía.

Diecinueve meses, tan solo: ese fue el tiempo que empleó Jim Thompson en levantar una obra acorde a su leyenda. Diecinueve meses que van desde septiembre de 1952 a marzo de 1954 y que le sirvieron al escritor americano para concluir todas y cada una de las novelas que le dan la fama hoy. Antes había escrito más, y luego siguió haciéndolo, pero, como sostiene Robert Polito en Arte Salvaje. Una biografía de Jim Thompson (EsPop ediciones), "si hubiera fallecido antes del otoño de 1952 (...), actualmente sólo se le recordaría en un puñado de incitantes notas a pie de página". A cambio hoy el de Oklahoma figura en el panteón ilustre del género como escritor de culto y maestro de la novela negra sangrienta, dura y directa.

Ofrecemos a continuación un extracto de la biografía de Polito, que enmarca al autor de obras como El asesino dentro de mí, Noche salvaje, El criminal o Una mujer endemoniada entre "otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley".


Empecé a sentir aquellas punzadas de náusea mental que siempre anuncian la llegada de mi musa.
Clinton Brown, Asesino burlón

Si Jim Thompson hubiera fallecido antes del otoño de 1952 (macerado en Jack Daniels, ahumado en Pall Malls y quemado a los cuarenta y seis), actualmente sólo se le recordaría en un puñado de incitantes notas a pie de página. Su temporada al frente del Proyecto Federal de Escritores de Oklahoma habría sido citada de pasada en libros sobre el New Deal y la WPA. Puede que Aquí y ahora y El trueno se hubieran colado en algún que otro inventario académico de la novela proletaria y agraria. Sólo un asesinato podría haberse hecho un hueco en los caros catálogos dedicados a ediciones originales de la era clásica del género negro, puede que incluso llegando a conquistar a un reducido grupo de fans que se habrían lamentado pensando en lo que pudo ser y no fue.

Thompson grabó a fuego su reputación bien entrado en la madurez. Descargando en diecinueve decisivos meses todo el trabajo y el arte de una vida malgastada, escribió, entre septiembre de 1952 y marzo de 1954, doce nuevas novelas, casi todas para Lion Books. Su pasmosa producción de primeros de los cincuenta distorsiona los marcados contornos de su cronología como un enorme animal atravesado en el vientre de una pitón, y comprende sus obras más ambiciosas y demoledoras: El asesino dentro de mí; Noche salvaje; El criminal; Una mujer endemoniada; Asesino burlón; Un cuchillo en la mirada; El exterminio. Sus editores no se pondrían al día con su producción hasta 1957. Aunque Thompson escribió posteriormente otros libros audaces y acerbos, si hubiera fallecido en la primavera de 1954 su legado literario habría seguido siendo esencialmente el mismo que es hoy.

Las novelas de Thompson vuelven la mirada hacia el hombre marginado de los años treinta, pero encajan de lleno en los cincuenta. "Estos han sido los años de conformidad y depresión", atronaba Norman Mailer en El negro blanco, el ensayo que popularizó al hipster como psicópata. "La Segunda Guerra Mundial puso frente a la condición humana un espejo que cegó a todos aquellos que se miraron en él. […] Si la sociedad era así de sanguinaria, entonces ¿quién podría ignorar la más espantosa de las preguntas acerca de su propia naturaleza?". Frente a la mueca de Eisenhower y las sonrisas satisfechas de la publicidad, Thompson enunciaba una negación, una repulsa, escogiendo y desgranando una cultura de la pérdida, la alienación, la desesperanza y el fracaso. Frente a la utopía suburbana de Father Knows Best -la longeva serie de televisión cuyo estreno coincidió con la publicación de Asesino burlón-, Thompson abría un forúnculo en el Sueño Americano, mostrando una pesadillesca familia de padres débiles y despectivos, madres sofocantes, esposas mandonas, maridos impotentes y parientes incestuosos. Los cincuenta forjaron una década compleja y polifacética, refractaria a resúmenes facilones. Poco después de haber superado la mitad del siglo, los asesinos en serie "psicópatas" (ya fuese el vecinito de al lado que se lía a tiros como Charley Starkweather o un caníbal chistoso como Ed Gein) comenzaron a generar noticias y una mitología propia, alentando con sus crímenes un nuevo folklore mediático de películas, libros y canciones. Las novelas de Thompson se suman e incluso se adelantan a otras paradigmáticas violaciones del decoro propio de la "Generación Silenciosa", como Yonqui, de William Burroughs; Aullido, de Allen Ginsberg; Advertisements for Myself, de Norman Mailer; Los americanos, de Robert Frank; Salvaje, de Laslo Benedek; Rebelde sin causa, de Nicholas Ray; y el rock'n'roll de Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley.

Una idea equivocada, popularizada tras el revival de Thompson, es la de que publicó igual que falleció: como un escritor perdido e ignorado. Sus novelas de los cincuenta agotaban sus tiradas de entre 200.000 y 250.000 ejemplares. Durante una era en la que la etiqueta "un hombre de 10.000 dólares" se usaba como designación de un sueldo anual respetable, Thompson se embolsaba adelantos de 2.500 por cada uno de los libros que salían de su aporreada máquina de escribir en espasmos bimensuales. A pesar de que en ocasiones intentasen amansar su visión, sus editores respetaban su talento y su talla única entre la "brigada de los 25¢". En 1952, Lion Books intentó presentar El asesino dentro de mí al National Book Award como "la novela más genuinamente original del año". Un memorando editorial de New American Library alardeaba de que "Jim Thompson es un escritor especial y, sin embargo, aunque parezca paradójico, un escritor para cientos de miles de lectores. Su prosa concisa sirve para iluminar hechos en los que las pasiones de hombres y mujeres quedan reveladas en toda su furia desnuda y primitiva". Los libros de Thompson hallaron honores en círculos inesperadamente elevados. Anthony Boucher, decano de la ficción fantástica y criminal norteamericana, ensalzó prácticamente todos sus libros en las ediciones originales de quiosco en The New York Times Book Review, y en términos que anticipan la actual corriente de reivindicación de su obra. En su reseña de Noche salvaje, Boucher se maravillaba: "Aunque escrita con vigor y mordacidad, se desprende del realismo para desembocar en un peculiar desenlace surrealista de puro horror granguiñolesco. No deja de ser curioso que un libro de bolsillo destinado al consumo masivo contenga la prosa más experimental que he visto en los últimos tiempos en una novela de suspense".

De este modo, a primeros de los cincuenta, los libros más negros de Thompson dieron pie a su edad de oro, el único periodo de su vida que recordaría con una nostalgia evidente. El novelista Harlan Ellison conoció a Thompson en Lion Books en 1956, cuando el veterano autor le preguntó si no tendría otra barra de chicle Dentyne; más de una década después, retomaron su amistad en Hollywood. "Iba a visitarle y nos poníamos a rememorar como dos tipos que hubieran mantenido una relación mucho más íntima de lo que en realidad lo había sido la nuestra", recuerda Ellison sobre las largas tardes compartidas con Thompson en All-American Burger o en Musso & Frank Grill a finales de los años sesenta. "Llegado aquel momento, Jim estaba más bien acabado y nadie le prestaba demasiada atención. Nos sentábamos y charlábamos durante horas y más horas, sobre escribir, sobre aprender a escribir, pero sobre todo sobre cómo era Nueva York en los cincuenta. Jim parecía lamentar el paso del tiempo".

Andrea Camilleri, la creatividad de un escritor torrencial

El creador del Comisario Montalbano presenta para el público español al policía Cecè Collura, embarcado en un crucero en el que se suceden los crímenes

 
 El escritor Andrea Camilleri, autor italiano, creador del comisario Montalbano./ Antonio Moreno ./elmundo.es
Idolatro a Camilleri. Es una declaración de principios. Y la primera vez que le tuve a mi lado, muchos años más tarde de lo que hubiera deseado, quise tocarle el brazo como tocaba el brazo a mi abuelo Joan, miembro de ERC en 1931 y fundador del PSUC en La Garriga en 1936. Pero Camilleri tiene tres hijas, y muchos nietos, y tiene un hijo de ficción llamado Salvo Montalbano, y otro hijo que responde al nombre de Cecè Collura, cuya existencia era poco pública en España. Yo soy, simplemente, un lector tímido de Andrea Camilleri, que quiso tocarle el brazo y se conformó con escucharle.
Andrea Camilleri llegó a Barcelona el mes de abril y cruzó el Saló de Cent para recibir el Premio Carvalho como lo haría un Conde de Barcelona. Aquí no hay reyes. Y durante sus días barceloneses quedó de manifiesto lo que significa ser un autor que despierta pasiones entre la gente que ha hecho de Vigata una segunda patria. La retina de sus lectores brilla como la de los niños jubilosos. "¡Ay, los lectores!", suele exclamar Camilleri cuando lee las cartas que le mandan los descifradores de sus novelas que no le perdonan el maltrato a los personajes que veneran. "Me gustan mucho las novelas de Montalbano, pero lo que no me gustan son las ideas de tu abuelo", le dijo a su nieta una maestra que había votado a la formación Forza Italia liderada por don Silvio.
Camilleri está mayor, pero sus pasos lentos amagan una vitalidad interior que le impide dejar de fabular. "Me siento feliz escribiendo", confiesa a quien quiera escucharle. Esa es su felicidad, la de saber contar todo aquello que le altera desde que tiene memoria. Empezó enseñando en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma y, después de trabajar como guionista y director de teatro y televisión a lo largo de 40 años, se dedicó de manera desenfrenada a la narrativa. Cincuenta novelas con su Sicilia como protagonista, y 30 novelas protagonizadas por Salvo Montalbano demuestran la creatividad torrencial del hijo de los Camilleri, natural de Agrigento.
"Maestro, maestro, vorrete una pasta ncasciata", una de las recetas que sirven para recuperar las energías del comisario Montalbano. Se cuecen los macarrones, se fríe la carne picada con un sofrito de ajo, cebolla, sal, orégano y pimienta, se mezcla con una cucharada de tomate casero y un chorro de vino tinto, y cuando todo está en su punto, se espacia una base de macarrones con tomate en una fuente que se cubre con una capa de carne picada, mozzarela y trozos de mortadela, seguida de otra capa de huevos duros, albahaca y berenjenas fritas. Una vez cubierta la superficie de pecorino, se mete en el horno.
Pero Camilleri prefirió alejarse de las recetas sicilianas y en el Set Portes pidió una paella de lenta digestión nocturna. De vez en cuando, il maestro sentía la necesidad de nicotinar los silencios y salía por la puerta anexa a la mesa en la que cenábamos a fumar uno de sus rubios cigarrillos.
En un encuentro en París, Jean-Claude Izzo, Vázquez Montalbán y él hablaron de las ganas que tenían de matar a sus personajes, hartos de estar esclavizados a la voluntad de su prole. Izzo sugirió la idea de meter a Fabio Montale en una barca y dejarle partir a la deriva. Montalbán pensó en mandar a Pepe Carvalho a dar una vuelta al mundo sin billete de regreso. Cuando le tocaba el turno a Camilleri, la recepcionista llegó de improviso. Le llamaban por teléfono. Cuando volvió con la voluntad de unirse a sus colegas, estos hablaban de la vida y no de la muerte y Montalbano postergó su aciago destino para un próximo encuentro. "No soy muy supersticioso, pero me salvé de contar cómo iba a matar a mi detective, y de los tres, soy el único que sigue aquí", dijo con el ojo de una cámara atento a sus vivencias.
A su Salvo, a sus Livia, Ingrid, Fazio, Catarella, Mimi o Adelina, se les ha unido ahora el comisario de a bordo Cecè Collura con el subcomisario triestino Scipio Premuda como pasajeros de un barco de recreo. Collura no es un policía, es un navegante que investiga emulando a un Monsieur Poirot en bermudas, con la diferencia de la gomina que petrifica las formas del belga. Collura, que nació como un encargo de verano, tendría el alma de Montalbano si a éste no le amargara gastar la vida subido a un crucero alejado de los aromas de su Vigata natal.
"Es cierto que el amor es ciego, como suele decirse, pero también lo es que siempre encuentras a alguien dispuesto a hacer que recuperes la vista", escribe Camilleri en el cuento 'Una baraja de mujeres para el petrolero Bill', protagonizado por Cecè Collura. Leer los nuevos relatos de Camilleri pasará a formar parte de los placeres de agosto.

1.8.14

Genial, extraño, terco y fofo: homenaje al agente de la Continental

"Dios mío, para ser un tipo entrado en años, amargado, terco y cebón tienes la manera de hacer las cosas más confusa que he visto en mi vida" espeta Dinah Brand, mujer fatal de Cosecha Roja, al agente de la Continental

 
Detalle de la portada de la edición de RBA./elpais.com
Ese hombre sin nombre, ese profesional, ese detective fundacional que Dashiell Hammett (1894-1961) nos regaló en dos novelas, siete relatos de tamaño medio y un puñado de cuentos. Un personaje impagable y extraño, que se ve arrastrado por pasiones que trata de evitar, que evoluciona de manera casi imperceptible hacia un visión oscura y violenta de la vida. Su extraña relación con las mujeres o el dinero, su físico poco agraciado y su amor por su trabajo y el método hacen de él un detective adorable.
Con el agente de la Continental (cuya obra se puede encontrar completa en un excelente volumen de RBA muy bien traducido por Eduardo Iriarte) recuperamos la serie Los detectives de nuestra vida, que tanto disfrutamos el verano pasado.
Durante el mes de agosto publicaremos varios perfiles de personajes que nos fascinan, clásicos y contemporáneos, famosos y casi desconocidos. Aquí tienen todos los anteriores. Lean y disfruten.