John Banville repasa en Oviedo ante alumnos de Humanidades su dualidad creativa
John Banville, Premio Príncipe de Asturias de las Letras. / Julián Rojas./elpais.com |
Sentado junto a la estatua de Úrculo en Oviedo, en esa cabeza de
libros apilados coronada por un sombrero Borsalino, como el que lleva el
premio Príncipe de Asturias de las letras de este año, uno no llega a
saber bien si la obra firmada por el artista asturiano se trataba de un
profético homenaje a John Banville o a Benjamin Black.
Quizás,
la prenda acompañe más al autor de género negro, urdidor de una intensa
e inteligente trama continua de elegante suspense que al narrador
poético de El mar. Si quien lleva su verdadero nombre,
Banville, es un autor apresado por los enigmas líricos, el del
pseudónimo Black despliega una inteligencia de pistas que dan la vuelta
al género con suspense.
En esa placentera esquizofrenia devota de Robert L. Stevenson se
mueve el irlandés. En esa relajada dualidad, juguetona y cómplice,
esquiva y sana con los géneros. Porque Banville (Wexford, 1945) posee
tanto talento que puede ser a la vez dos cosas tan radicalmente opuestas
como escritor de culto y autor de éxito para públicos más amplios.
Y esto último sin que su inquebrantable compromiso con la literatura
le lleve al terreno del best-seller. Aunque para él es más sencillo de
explicar: “Para mí existen dos maneras de escribir, la del artista y la
del artesano. Banville es el primero, Black, el segundo”, confiesa por
la tarde, degustando un vino blanco, en el hotel Reconquista.
Por la mañana, afable, encantado, accesible, Banville conquistó a un
auditorio masivamente joven de estudiantes en la universidad de Oviedo.
Muchos de ellos con ejemplares de sus libros. “Black funciona basándose
en el cliché, Banville está en su mundo imaginario. El otro en el mundo
real. Yo necesito la fantasía, la realidad me mata”.
Sobre todo abordando asuntos como la pederastia y los abusos. “Quizás
no hayamos dado con la palabra exacta, la que dé significado preciso a
esa atrocidad, quizás sea una cuestión de lenguaje”, comentaba en
privado.
“Todo el mundo sabía en Irlanda y sabe, que se cometen abusos”,
declaró ante los estudiantes. “Sabíamos y no sabíamos a la vez”,
comentó. Como en todos esos países en los que durante décadas ese drama
se ha tratado con silencios y sobreentendidos, caso de España.
Son esos asuntos en los que ambos escritores coinciden a veces.
Temáticas recurrentes de uno de los autores más sutiles, misteriosos y
sugerentes de la literatura mundial. Cuestión de puntos de vista
también, como abordaba el autor bajo un lema que presidía la sala por la
mañana y rezaba: “El extraño caso del Dr Banville y Mr Black”.
En él conviven y se cruzan de la manera más natural, los dos
creadores: “No hago más que reflejar esa multiplicidad de puntos de
vista que hace el mundo tan maravilloso. Inventamos y nos reinventamos
constantemente, somos individuos que arrojamos con diferente intensidad
luz en el mundo”.
Quizás él lo haga un tanto apartado: “Soy un individuo bastante
desconectado de lo que ocurre y encerrado en una habitación desde la que
hago uso de mi imaginación, más que otras cosas”, afirma. “Nadando en
la ambigüedad, también, es lo que hace que la vida sea interesante, de
otra forma, la realidad acabaría con nosotros, a mi me interesa tratar
de aproximarme a los secretos, a las penumbras”. Y a fe que lo ha hecho,
como ahora, con trabajo y una novela firmada por Banville en la que
lleva metido tres años: “Tuve que reescribirla, me equivoqué en el tono,
en la forma, es como cuando escuchas la radio y no atinas a encontrar
la frecuencia nítida”.
Pasará al catálogo de una imaginación y una dedicación fecunda de la
que han salido obras frecuentemente sublimes como la citada El mar, pero también ese regalo de los dioses mirándonos con terror que es Los infinitos o la arrebatadora Antigua luz –por parte de Banville- así como El otro nombre de Laura, En busca de abril o Muerte en verano, firmados por Benjamin Black.
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