8.11.11

Un policial negro con humo de marihuana

En ese estado protagoniza Vicio propio , la última novela de Thomas Pynchon



Thomas Pynchon. Escritor estadounidense. Vicio propio su última novela. foto:internet. ilustración:elcultural.es.fuente: Revista Ñ

Zumban las balas, dice el poema de Borges, y es dudoso que Doc Sportello, de profesión detective, asienta ante la frase. Casi seguro se tomará un tiempo para pensarla, y en el medio se olvidará por completo de pensar y de todo. Luego abrirá la heladera, y encontrará el teléfono o un mapa catastral de Los Angeles. Al final, sin haber decidido si zumban o que, encenderá un cigarrillo de marihuana y meditará el asunto sin mayor énfasis.

En ese estado protagoniza Vicio propio , la última novela de Thomas Pynchon. Que comienza a la manera casi clásica del policial: el investigador es convocado por una rubia para un asunto que se presenta sencillo y se adivina tremendo. Para subrayar el estereotipo: la rubia es una ex novia, y Sportello es un corazón tierno, no un cínico de Nueva York. Además cuenta con el encono manifiesto de la policía hacia su persona y mantiene un romance indestructible con las sustancias ilegales. No es casual que su agencia se llame LSD; obviamente el acrónimo de "Localización, Seguimiento, Detección". Tampoco es raro que el caso que le toca en suerte involucre a: un magnate de la especulación inmobiliaria que parece a punto de abandonar las huestes del capitalismo y donar su fortuna; agentes del FBI que urden falsas manifestaciones anti sistema y otras cosas peores; traficantes de heroína; bandas de motoqueros neonazis, rockers en decadencia; varias organizaciones de fines misteriosos. Todo en una trama que los reúne y luego los separa, en Los Angeles a fines de los sesenta. Con los crímenes del Charles Manson envenenando el ambiente, con Nixon y Vietnam señalizando la pesadumbre.

Sportello conecta y desconecta de esa realidad ambiente, y la novela en su conjunto tiene ese ritmo. Los personajes se internan en un laberinto cuyos senderos de golpe se esfuman y vuelven a armarse de otra manera. Que augura un escenario peor. Nadie se altera: ajustan un poco la brújula y hacia allí van. Porque en Gordita Beach, donde la historia transcurre, queda algún aire libre que respirar. El fantasma de la Guerra Fría se desvanece bajo las olas. Un caos bienhechor es la regla. Sobreviven gráciles brotes de anarquía, y la paranoia es un lujo que uno puede darse y no una necesidad para sobrevivir. El espejo de Alicia se cruza a menudo, y no hay tanta diferencia de un lado al otro.

Y si la hay, es difícil percibirla. La hierba colombiana, o de donde sea, ayuda fervorosamente en esa tarea. Y también promueve una nebulosa solvente que desvía con éxito la evidencia de la verdad y enrarece una noción capital en toda la obra de Pynchon: la conspiración, sobre todo las generadas por el gobierno. Las hay, varias y superpuestas, pero la mente psicodélica de Sportello, quien debería ser capaz de identificarlas, es impropia para esa tarea. Un poco le cansa andar descifrando esos signos que exigen una lucidez a la que no le encuentra la gracia.

Lo cual constituye la gran sorpresa de Vicio propio como parte del corpus de Pynchon. Es una eximia y desopilante parodia del policial clásico, y a la vez parece ser una parodia del propio Pynchon. Como si hubiera decidido descansar un poco de él mismo, abandonando el género popular que más aprovechara, el espionaje, tirando del policial para hacer el canto de cisne de un tiempo y una geografía donde se detectan las huestes de la felicidad. O sus cenizas cálidas.

Con todo, la novela no es un cometa que orbita solitario en la obra del autor. Está emparentada, en más de un punto, con Vineland , estelarizada por un grupo de hippies y surfers despistados de los sesenta que se refugian en los bosques de California. Entre ellos, varios habitantes de Gordita Beach. De algún modo, Vicio propio es la prehistoria de Vineland , y en ambas novelas gobiernan presidentes republicanos; Nixon y Reagan, dos de los peores. En Vineland la figura de Reagan tutela la trama; en Vicio propio Nixon es un mal obvio, aunque difuso. Los personajes están al margen de la política y no llegan a captar claramente sus figuras amenazantes. Son usuarios del placer menguante, si bien intuyen el inexorable avance del gobierno federal, ese tópico americano que desquicia por igual (y por distintas razones) a los anarquistas y a la derecha extrema. Esa es la ola que viene, el imperio de la represión bajo la máscara de la ley, que será un hecho furioso en Vineland .

Sportello, como casi todos los detectives de ficción, añora los años idos. Las películas de John Garfield, su modelo, los días de Philip Marlowe y Sam Spade. Está seguro de que Sherlock Holmes era un investigador real que vivía en Baker Street y no un personaje. Esa candidez, hecha de distracción, ansia de libertad y romanticismo inconsciente, baña toda la novela, por lejos la más divertida y optimista que Pynchon haya escrito. ¿También la mejor? No, aunque tampoco importa tanto. Unos escalones más arriba están La subasta del lote 49 , V , El arco iris de gravedad . Seguramente para siempre. Con ese trabajo hecho, un trabajo que lo sitúa a gran distancia de la mayoría de los escritores vivos, Pynchon puede explorar otros estilos narrativos, cumplir sus vicios. Su destreza verbal sigue intacta, lo mismo que su imaginación para incendiar cada escena. Sportello, de a ratos, recuerda a Lebowsky, el personaje de los Hermanos Cohen, y el ritmo vertiginoso de muchas páginas a varias novelas de Chester Himes. Es un Pynchon más ligero, cierto, y acaso más feliz.

Vicio propio parece ser un homenaje, a su memoria y su juventud. Se lee con la dicha y la ternura que generan los homenajes inteligentes, los que no tienen rastros de nostalgia.

Pynchon básico

Nueva York, 1937

Siempre se especuló que Salinger era Thomas Pynchon. Así pasó también con William Gaddis, hasta que éste tuvo que negarlo públicamente. Lo cierto es que no se sabe mucho de Pynchon, sólo que estudió ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell, donde, al parecer, fue alumno de Nabokov. Lo demás es parte de su leyenda: que redactó folletos técnicos para la compañía Boeing y que envió a un cómico a recibir el National Book Award. Que no sea un personaje público lleva a que sus críticos sólo puedan hablar de su obra: "Vineland", "La subasta del lote 49", "El arco iris de gravedad", "V", "Mason & Dixon", "Contraluz", el libro de relatos, "Un lento aprendizaje" y su última novela "Vicio propio".

Vicio propio
Thomas Pynchon
Tusquets
424 páginas
$ 84

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