La lucha del Estado mexicano contra el narcotráfico arroja un saldo de 60.000 muertos en los últimos seis años en México. La violencia ha salpicado cientos de obras de ficción y no ficción . Muchos periodistas han pagado con su vida por escribirlas. Élmer Mendoza, Ricardo Ravelo, Yuri Herrera, Lolita Bosch, Ioan Grillo y Juan Pablo Villalobos son algunos de los narradores de esa realidad siniestra
Felipe Calderón lanzó al ejército como ariete para combatir al narco en México. Fue remover un avispero. Foto: Félix Márquez./elcultural.es |
En los
últimos seis años buena parte del territorio mexicano ha sido un
auténtico avispero. La lucha contra el narco emprendida por Felipe
Calderón, presidente del país durante ese periodo, ha dejado unas cifras
de víctimas propias de una guerra. Los enfrentamientos entre sí de los
cárteles y los de estos contra las fuerzas de seguridad del Estado
arrojan un saldo de varias decenas de miles de muertos. En función de a
quién preguntemos nos dirá una cantidad. 60.000 es quizá la más
consensuada. Pero hay quien habla de 70.000 e incluso de 84.000 muertos.
Sin contar los asesinatos de inmigrantes, en su mayoría de
Centroamérica, que a su paso por México camino de los Estados Unidos son
capturados por las redes criminales y asesinados si sus familias no
pagan los rescates exigidos. También se cuentan por decenas de miles. La
escritora y periodista Lolita Bosch
(Barcelona, 1970), barcelonesa de corazón mexicano, desde hace varios
años empecinada en investigar estas masacres, habla de 120.000 personas ejecutadas.
De esta sangría, en muchos (demasiados) casos impune, la literatura, en
sus vertientes de ficción y no ficción, está empapándose, manchándose,
página a página. Así tiene que ser. Lo contrario sería muy sospechoso.
Incluso se ha acuñado un término específico para denominar lo que poco a poco ha ido tomando cuerpo de género (o subgénero). Es narcoliteratura. Cuando se habla de su paternidad (en el marco de la fabulación), el autor más señalado es Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), creador de la serie del detective Edgar el Zurdo Mendieta (La prueba del ácido, Nombre de perro...), por lo general embrollado en la resolución de entuertos sumergidos en las cloacas del narco. "Mi primera novela sobre este tema, El asesino solitario, la escribí en 1999, mucho antes de que comenzara la guerra". Élmer Mendoza intenta sacudirse desde hace tiempo el sambenito de oportunista, que le adjudican los que ven en su obra una especie de aprovechamiento interesado de la violencia, sobre todo ahora que está en el candelero mediático. Con este dato, que ofrece a El Cultural, intenta defenderse de tales acusaciones. La etiqueta narcoliteratura, dice, es "un invento de la prensa y de los editores que ha funcionado muy bien. Es cierto que muchos críticos y académicos muy respetados me citan como su padre. Pues perfecto: si mi literatura no gana con el tiempo otro nombre, éste me vale".
La narcoliteratura tiene también representantes foráneos de peso. Arturo Pérez-Reverte publicó en 2002 La reina del sur (Alfaguara). Y Teresa Mendoza, nacida en la cabeza del autor español, ha cobrado vida en algunos rincones de su Guasave natal y en Culiacán (ciudades ambas de Sinaloa, estado en el que opera el cártel más potente de México). Hay restaurantes que afirman que allí iba a cenar y lugareños que aseguran que la trataron en persona. Es el verdadero de milagro de la literatura: personajes que devienen personas, con su biografía desperdigada en los más dispares rincones de la realidad. Don Wislow fue otro autor de fuera que dejó su impronta bien marcada en este género (o subgénero, para los académicos queda la obligación de clasificar) con El poder del perro (Mondadori), novela en la que el secuestro, tortura y asesinato de Ernie Hidalgo es casi una réplica del de Enrique Kiki Camarena, agente de la DEA infiltrado en los cárteles mexicanos, y que desató un despliegue sin precedentes de los Estados Unidos en suelo mexicano. Aquel incidente marcó un antes y un después en la implicación de este país en la resolución del problema del tráfico de drogas al sur de su frontera. Pero la narcoliteratura es un fenómeno esencialmente mexicano, y la mayor parte de sus autores, por tanto, son de México. Hay muchas voces encuadrables en este ámbito narrativo. Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) se ha hecho su propio hueco en medio de esa polifonía. Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010), su ópera prima, tuvo el mérito de colocar la narcoliteratura en el mapa anglosajón. Publicaciones como The Daily Telegraph, Sunday Times, The Guardian procuraron numerosos elogios a su fábula sobre el turbio universo del crimen organizado, visto en la novela con los ojos inocentes de un niño. En opinión de Villalobos, sí hay un trasfondo mercantilista en la acuñación de este presunto género: "Me parece una perspectiva oportunista, una etiqueta para intentar vender libros. En el fondo estos sólo pueden dividirse en dos grupos: buenos y malos. Se han escrito magníficos libros sobre la violencia del narco en los últimos años en México, es un hecho. Y también se ha publicado un montón de basura".
Yuri Herrera (Actopan, 1970), flamante chico Granta, se ha ganado también un puesto privilegiado dentro de este grupo de narradores. Con su debut literario, Los trabajos del reino (Periférica), daba cuenta de la vanidad de los principales capos mafiosos, que contratan vocalistas de corridos para que canten a los cuatro vientos sus hazañas. La tensión entre arte y poder sostiene toda la trama, contada con el léxico y el ritmo del lenguaje de la frontera. Herrera mira con reticencia la etiqueta en cuestión: "Me he resistido mucho a tenerla en cuenta, porque creo que simplifica algo mucho más complejo: la cantidad de libros que se engloban en ella tratan de muchas cosas". Aunque entiende su carácter práctico: "Supongo que es muy útil en ciertos entornos, el académico por ejemplo, y que por otro lado sí hay una cantidad de libros que específicamente, sobre todo desde el periodismo, tomar el narcotráfico como núcleo de su trabajo".
Incluso se ha acuñado un término específico para denominar lo que poco a poco ha ido tomando cuerpo de género (o subgénero). Es narcoliteratura. Cuando se habla de su paternidad (en el marco de la fabulación), el autor más señalado es Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), creador de la serie del detective Edgar el Zurdo Mendieta (La prueba del ácido, Nombre de perro...), por lo general embrollado en la resolución de entuertos sumergidos en las cloacas del narco. "Mi primera novela sobre este tema, El asesino solitario, la escribí en 1999, mucho antes de que comenzara la guerra". Élmer Mendoza intenta sacudirse desde hace tiempo el sambenito de oportunista, que le adjudican los que ven en su obra una especie de aprovechamiento interesado de la violencia, sobre todo ahora que está en el candelero mediático. Con este dato, que ofrece a El Cultural, intenta defenderse de tales acusaciones. La etiqueta narcoliteratura, dice, es "un invento de la prensa y de los editores que ha funcionado muy bien. Es cierto que muchos críticos y académicos muy respetados me citan como su padre. Pues perfecto: si mi literatura no gana con el tiempo otro nombre, éste me vale".
La narcoliteratura tiene también representantes foráneos de peso. Arturo Pérez-Reverte publicó en 2002 La reina del sur (Alfaguara). Y Teresa Mendoza, nacida en la cabeza del autor español, ha cobrado vida en algunos rincones de su Guasave natal y en Culiacán (ciudades ambas de Sinaloa, estado en el que opera el cártel más potente de México). Hay restaurantes que afirman que allí iba a cenar y lugareños que aseguran que la trataron en persona. Es el verdadero de milagro de la literatura: personajes que devienen personas, con su biografía desperdigada en los más dispares rincones de la realidad. Don Wislow fue otro autor de fuera que dejó su impronta bien marcada en este género (o subgénero, para los académicos queda la obligación de clasificar) con El poder del perro (Mondadori), novela en la que el secuestro, tortura y asesinato de Ernie Hidalgo es casi una réplica del de Enrique Kiki Camarena, agente de la DEA infiltrado en los cárteles mexicanos, y que desató un despliegue sin precedentes de los Estados Unidos en suelo mexicano. Aquel incidente marcó un antes y un después en la implicación de este país en la resolución del problema del tráfico de drogas al sur de su frontera. Pero la narcoliteratura es un fenómeno esencialmente mexicano, y la mayor parte de sus autores, por tanto, son de México. Hay muchas voces encuadrables en este ámbito narrativo. Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) se ha hecho su propio hueco en medio de esa polifonía. Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010), su ópera prima, tuvo el mérito de colocar la narcoliteratura en el mapa anglosajón. Publicaciones como The Daily Telegraph, Sunday Times, The Guardian procuraron numerosos elogios a su fábula sobre el turbio universo del crimen organizado, visto en la novela con los ojos inocentes de un niño. En opinión de Villalobos, sí hay un trasfondo mercantilista en la acuñación de este presunto género: "Me parece una perspectiva oportunista, una etiqueta para intentar vender libros. En el fondo estos sólo pueden dividirse en dos grupos: buenos y malos. Se han escrito magníficos libros sobre la violencia del narco en los últimos años en México, es un hecho. Y también se ha publicado un montón de basura".
Yuri Herrera (Actopan, 1970), flamante chico Granta, se ha ganado también un puesto privilegiado dentro de este grupo de narradores. Con su debut literario, Los trabajos del reino (Periférica), daba cuenta de la vanidad de los principales capos mafiosos, que contratan vocalistas de corridos para que canten a los cuatro vientos sus hazañas. La tensión entre arte y poder sostiene toda la trama, contada con el léxico y el ritmo del lenguaje de la frontera. Herrera mira con reticencia la etiqueta en cuestión: "Me he resistido mucho a tenerla en cuenta, porque creo que simplifica algo mucho más complejo: la cantidad de libros que se engloban en ella tratan de muchas cosas". Aunque entiende su carácter práctico: "Supongo que es muy útil en ciertos entornos, el académico por ejemplo, y que por otro lado sí hay una cantidad de libros que específicamente, sobre todo desde el periodismo, tomar el narcotráfico como núcleo de su trabajo".
La detención de algunos de los grandes capos no ha desactivado las redes criminales.
Cierto. El periodismo de investigación y el ensayo divulgativo han
colocado una montaña de volúmenes sobre este espinoso capítulo de la
historia mexicana. No les ha salido gratis. Los costes han sido elevados
para este gremio. Lolita Bosch advierte a El Cultural que desde julio
de 2000 a julio de 2012 -"los años de la democracia", especifica-
"nosotros hemos contado 127 periodistas y trabajadores de la información
asesinados y desaparecidos". Ese nosotros se refiere a Nuestra
Aparente Rendición, colectivo que agrupa, precisamente, a miembros de
la profesión periodística, pero también a artistas, académicos,
científicos... Con un objetivo común: "El conocimiento, la comprensión,
el respeto y la paz en México". En la última Feria del Libro de
Guadalajara presentaron el libro Tú y yo coincidimos en la noche terrible, en la que diversos reporteros rememoran las vidas de los compañeros caídos por ejercer su profesión en estos último años. La verdad de la tragedia, dice, hay que ir a buscarla en los textos de no ficción: "La literatura va un poco a la zaga. Salvo
casos como el de Yuri Herrera, la gran mayoría de la ficción que se
escribe sobre el narco es prejuiciosa y está poco informada". Ella
publica este año Campos de amapolas antes de esto (El Aleph),
que, paradójicamente, es una novela. Eso sí, con mimbres bien reales. La
ficción sirve en este caso para reflejar la transformación de México a
lo largo de los últimos años, en los que el narco ha ido ganando
posiciones en el engranje social del país.
Para Lolita Bosch, "lo deslumbrante" está en los estudios que documentan
una realidad que, por lo general en México, supera a la ficción. Así lo
cree por ejemplo el periodista Ricardo Ravelo (Veracruz, 1966), que ha
trabajado durante 21 años para la revista Proceso. En esta publicación ha reporteado las connivencias entre la clase política y empresarial con los narcotraficantes. "Te
vas a morir junto con tu esposa si no le bajas a tus reportajes", le
advirtieron por teléfono cuando descansaba en su casa tras el almuerzo. Estas
amenazas a periodistas en México conviene tenerlas en cuenta, sobre
todo si se llevan tantos años hurgando en la misma herida. Ahora dirige
la revista Variopinto y acaba de lanzar en España Narcomex
(Debate), su último y desolado testimonio sobre la expansión del
poderío económico y social de las redes criminales. En este libro los
datos presentados por Ravelo producen escalofríos: el narco controla el
80% de los poco más de 2.000 municipios de México. "El poder del
narcotráfico es de tal magnitud que ya se le considera un Estado dentro
de otro Estado". Ravelo lamenta que la movilización del ejército por
parte del Calderón ha sido absolutamente estéril. Es cierto que muchos
de sus cabecillas han acabado entre rejas o acribillados pero las
organizaciones que dirigían, en concreto los 14 cárteles que se reparten
el territorio mexicano, siguen operando "como si no hubiera pasado
nada".
Lo mismo piensa el periodista e historiador británico Ioan Grillo,
asentado en México D.F. desde 2001, donde ha trabajado como corresponsal
para Time Magazine, CNN, Associated Press y Sunday Telegraph.
A la capital azteca le condujo la curiosidad. Se crió en Brighton, como
él mismo cuenta a este suplemento "una de las ciudades británicas con
más alto índice de consumo de drogas". Vio despeñarse por el abismo de
las adicciones a la heroína, la cocaína y otras drogas de diseño a
algunos conocidos. "Luego también pasé un verano trabajando en
una discoteca de Ibiza. Allí el consumo está disparado. Es increíble".
En México empezó a tirar del hilo para comprobar de dónde y cómo llegaba
todas esas sustancias a nuestro continente. Sus pesquisas han cristalizado en Narco
(Tendencias), volumen de reciente aparición en España en el que, a lo
largo de casi 500 páginas, repasa la historia del narcotráfico,
radiografía su anatomía y vislumbra su futuro.
Ese futuro se perfila a lo lejos como un signo de interrogación. En el
fin de un conflicto de tan devastadora magnitud no parece que los libros
tengan opción de jugar un papel demasiado eficaz. Pero sí es cierto que
pueden ser un primer paso hacia algo. Algo que se acerque a la paz y la
tranquilidad de las madres mexicanas, hoy angustiadas porque el curso
de los proyectiles en las balaceras es incierto. Incluso bebés, en sus
carritos, han recibido los impactos (la fotografía puede verse en Narcomex).
Ravelo lo tiene claro: "Sin información no hay cambio social y
político". Y eso es lo que quieren los mexicanos. Porque como dice el
poeta Javier Sicilia, cuyo hijo fue asesinado por el narco en 2011, y
ahora abandera a un movimiento social en contra de la violencia, "¡ya
estamos hasta la madre!".
¿Y con la vuelta del PRI al poder, qué?
La llegada al poder del PRI, con Peña Nieto a la cabeza, pone una cuestión sobre la agenda política mexicana: ¿Cómo va a afrontar el nuevo gobierno el desafío del narcotráfico? En los años de la 'dictadura perfecta' (así denominó Vargas Llosa los 70 años del gobierno del PRI en México) fueron comunes los pactos subterráneos con los líderes mafiosos. La duda es si se va a volver a esa connivencia interesada para rebajar la tensión.ÉLMER MENDOZA: "No hay democracia pura. Siempre hay matices. El ejercicio del poder es conseguir convenios para que la gente viva lo mejor posible. Si hubo un gobierno que declaró una guerra y ahora hay otro que no quiere esa guerra, ¿con quién va a pactar? Los narcos no son fantasmas. Yo he votado al PRI con la esperanza de que rebaje la tensión y de que los mexicanos puedan salir a la calle tranquilos. |
RICARDO RAVELO: "Con el PRI en el poder no se puede esperar otra cosa más que pactos con la mafia. De hecho, muchas zonas del país empiezan a tranquilizarse tras el arribo del PRI al poder. Eso, aclaro, no quiere decir que la estrategia de combate esté funcionando, simplemente indica que en esas zonas un grupo criminal se ha consolidado". |
YURI HERRERA: "No creo que los pactos del crimen organizado con políticos y empresarios se hayan suspendido durante los años del panismo (en el caso de los vínculos con las grandes corporaciones hay casos escandalosos, de miles de millones de dólares lavados al narco, por los cuales no hay nadie en prisión), si acaso, dejaron de responder a una sola agenda. Yo no creo que se deba dejar de perseguir a los criminales, pero creo que la mera persecución de los criminales no va a solucionar nuestros problemas. Éste es un problema de salud pública, y es en última instancia un tema que merece una discusión más profunda sobre el papel de las drogas -legales e ilegales- dentro de nuestra cultura. La legalización paulatina de algunas drogas es un paso necesario, pero no suficiente". |
JUAN PABLO VILLALOBOS: "Resulta complicado hacer pronósticos en este momento. Lo único que sé es que del PRI sólo podemos esperar lo peor, así ha sido siempre, no hay razones para imaginar que ahora será diferente". |
LOLITA BOSCH: "Ahora no hay un capo con poder para gestionar la mayor parte del territorio nacional como lo hubo en los 80 y 90 (Miguel Ángel Félix Gallardo) y, además, hoy los cárteles se han sublevado. Esto es un descubrimiento, para ellos. Y han surgido conglomerados criminales como los Zetas que no necesitan para nada ningún tipo de pacto. Ellos arrebatan, compran y ponen el precio. Obvio que pactan con las autoridades, de eso nadie mínimamente informado puede tener ninguna duda. Pero pensar que hoy el PRI regresa para pactar es suponer que el genocida de Felipe Calderón no lo hizo. Por supuesto que lo hizo. ¡Hoy no pueden gobernar sin ellos! Es impensable. Ni siquiera en los estados supuestamente gobernados por la izquierda". |
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