22.9.12

Hacérselo encima

¿Sabían que Jim Thompson escribía para asimilar el susto que le dio un policía?

El escritor estadounidense Jim Thompson. foto.fuente:elmundo.es


¡Milagro veraniego! Me topo en una de esas librerías modelo Ikea que ilustran las aldeas estivales de nuestras costas (sí, me refiero a esos templetes del microsaber; sobradamente surtidos de manuales de autoayuda y saldos de dudosa condición), con esta joyita digna de presidir la biblioteca de todo fan del orbe 'negrocriminal'. 'Vidas difíciles', de James Sallis. ¿Os suena el hombrecito?, ¿James Sallis? ¡Bingo! Pertenece al autor de 'Drive', quien se destapa en este corto pero nada ligero ensayo como un experto en 'pulp' puro y duro. El libro, de 141 apretadas páginas, recorre la peripecia 'literarioexistencial' de tres primeros espadas de la cosa negruna: Chester Himes, David Goodis y Jim Thompson. Lo publicó hace algún tiempo Poliedro y os puedo asegurar que los cuatro euros invertidos en este 'Vidas difíciles' se han revalorizado de principio a fin. Y tanto que sí.
Aunque lo que hizo alucinar bajo la sombrilla de mi hamaca fue 'Dostoievski en todo a cien', capítulo que el bueno de Sallis dedica a Jim Thompson, y en el que nos recuerda este esclarecedor párrafo extraído de 'Bad boy', autobiografía que el mítico escritor escribió en 1953. En él, Thompson describe a un lacónico ayudante de 'sheriff' que fue a cobrar una multa cuando autor de '1.280 almas' trabajaba en los pozos de petróleo de las afueras de Big Spring, Texas. Leedlo con atención, por favor.
Siguió sonriendo. De hecho, su sonrisa se ensanchó un poco más. Sin embargo, su mirada permanecía fija, carecía de humor, y sus ojos daban la impresión de estar cubiertos por un velo.
-¿Qué te hace estar tan seguro -dijo, con calma- de que vas a ir a alguna parte?
-Bueno, yo... -tragué saliva-, yo..., yo...
-Uno debe de sentirse muy solo aquí, ¿no? No hay un alma en kilómetros a la redonda, salvo tú y yo.
-M... mira -dije-. No... No quería hacer...
-He vivido aquí toda mi vida -continuó con la misma parsimonia-. Todo el mundo me conoce. A ti no te conoce nadie. Y estamos solos. ¿Qué piensa de eso un tío tan listo como tú? Has vivido mucho. Has bebido mucho y te sientes muy valiente. ¿Qué crees que un estúpido paleto como yo haría en un caso así?
Me miró fijamente a la cara, descubriendo los dientes al sonreír. Me quedé paralizado, sin habla, mientras se me iba formando un nudo enorme y frío en el estómago. El viento gemía y aullaba al chocar contra la estructura de la torre. Volvió a hablar, como si respondiera a algo que hubiera dicho yo.
-No hace falta -dijo-. No hay nada que puedas hacer con un arma de fuego que no se pueda hacer mejor de otra manera. Por aquí no veo nada que me haga echar en falta un arma.
Cambió ligeramente la posición de su pierna. Los músculos de sus hombros se contrajeron. Sacó un par de guantes de piel del bolsillo y se los fue calzando con enorme lentitud. Golpeó con un puño la palma de la otra mano.
-Te voy a decir una cosa -dijo-. Te voy a decir un par de cosas. No hay modo de saber cómo es un hombre con sólo mirarle. No hay modo de saber qué diablos hará si le das la ocasión. ¿Crees que lo recordarás?
No podía hablar. Pero me las arreglé para asentir con la cabeza. Su sonrisa y sus ojos volvieron a la normalidad.
-Pareces un poco cansado -me dijo- ¿Por qué no comes algo y bebes un trago antes de que nos pongamos en marcha?
Ahí está. Vivito y coleando. De ese 'madero' de carne y hueso saldrán las astillas del estilo Thompson. Una y otra vez, el escritor tratará de convertir en protagonista de sus novelas a aquel ayudante de 'sheriff' real, con esa mezcla de amenaza e indiferencia. Ese 'pasma' hizo a Jim Thompson el escritor que fue. Y para hacerlo real, se vio obligado a salir de su propia cabeza y entrar en él.
Finalmente, cuando maduré, conseguí hacerlo revivir sobre el papel: el sardónico, encantador criminal de 'El asesino dentro de mí'. Pero tardé mucho en hacerlo: casi 30 años.
Y todavía no he logrado quitármelo de la cabeza.
¿Queda claro? Jim Thompson se hizo escritor el mismo día en que se cruzó con un 'madero' lacónico y psicópata. Dicen, por otro lado, que Albert Camus nunca pudo olvidar la bofetada totalmente inmerecida que le dio un cura (la cosa iba de 'hostias') cuando era niño y que continuó reaccionando toda su vida contra esa agresión, y probablemente en toda su obra. Son curiosos los resortes que, en ocasiones, mueven a alguien a volcar sus frustraciones sobre el papel.

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