El autor de una Guía de la novela negra que elude los tópicos, oculto tras un seudónimo, dice que en España hay sucesores de Vázquez Montalbán del tamaño del Coloso de Rodas
Es ecléctica, refractaria a los lugares comunes y original, sugerente en sus apreciaciones. Y segundo, porque a la vez que guía es también, a su manera, un libro de misterio. O, al menos, que esconde un misterio. El de su autor, "un hombre conocido y respetado, deseado a partes iguales por los departamentos universitarios y por los organizadores de congresos internacionales en el ámbito de la literatura", según se dice de él en la solapa de la cubierta. Aunque es un apasionado de la novela negra, "su renombre proviene de sus investigaciones y ensayos en otro terreno: aquél que sus colegas de la academia llamarían "la Gran Literatura" (piensen en Proust, Kafka, Nabokov, Beckett, Bernhard, Borges, Pessoa…)". Por eso, se añade, firma con el seudónimo de Héctor Malverde. Y por eso esta entrevista no es tal, sino un cuestionario que ha sido remitido al autor, y devuelto una vez respondido por éste, utilizando la editorial como correa de transmisión para preservar el secreto.
-Dice que no ha querido ser exhaustivo, pero no sé si creerle, por la cantidad de obras y autores reseñados.
-Claro que sabe si creerme o no, y hace Usted muy bien… En todo caso, la cantidad de obras y autores no debería nunca determinar el rigor de una investigación, un trayecto o una aventura. Una cantidad no es más que un puñado. La escritura es una cuestión de estilo, como la acción, el gesto, la vida o la apuesta.
-Al hablar de novela negra, ¿no metemos a menudo demasiadas cosas en el mismo saco?
-No sólo al hablar de novela negra: al hablar, en general, al pensar, al clasificar. Volvamos al puñado y al estilo: la vida, como la literatura o el pensamiento, trabaja con puñados informes: el resto no es silencio, sino decisión, trazo y gesto que discrimina. Abrir espacios de sentido e insinuar mapas o conjuntos implica, en efecto, el riesgo de asumir demasiados componentes, el riesgo de los intrusos y los indeseables. Es un riesgo lingüístico, ético y político que demanda honestidad y precisión con el arco: Borges asume ese riesgo y lo lleva hasta sus últimas consecuencias en El idioma analítico de John Wilkins; Foucault fusila ese texto y comienza así Las palabras y las cosas; Nietzsche insinúa que no dejaremos de creer en Dios hasta que no dejemos de creer en la gramática. Clasificar para mostrar el colapso potencial de toda clasificación y, simultáneamente, su belleza, su precisión, su (im)pertinencia.
-Usted categoriza con un criterio bastante clásico, pero después se permite algunas excentricidades, como incluir From Hell, el cómic de Alan Moore y Eddie Campbell.
¿Excentricidades? ¿Quién está siendo "bastante clásico" ahora? Parto de una idea muy simple: la desorientación, la ausencia de claves, la desactivación del centro como categoría inmutable. Toda propuesta de orden y, por tanto, todo canal expresivo es un mecanismo narrativo de donación de sentido. Los formatos se metamorfosean con el tiempo. La ficción crece y evoluciona a través de los formatos. Sin duda, la jurisdicción del saber cretácico seguirá tratando de convencernos de que el formato no es más que cáscara y que no todas las cáscaras están a la altura de la pureza del contenido, que la calidad brilla en el interior, que si el arte y la esencia y la pamplina hegeliana… Walter Benjamin lo ha dicho despacio y sin contemplaciones en La obra de arte en la era de su reproducción tecnológica. From Hell es una pieza magistral, entre otras cosas, por la apuesta del formato. Sería curioso que la novela negra, históricamente asediada por la etiqueta del género menor, comenzara a lucir su aura, a mostrar remilgos y a designar excentricidades.
-A un lego en el género, ¿por donde le recomendaría empezar?
Por Homero.
-¿Los mejores autores son los americanos?
Pregunta-trampa-de-oso: si respondiera afirmativa o negativamente a esa pregunta, me quedaría tirado y dolorido en mitad del bosque hasta que viniera un cazador furtivo y me pegara un tiro en el lomo. Hay autores. Hay autores americanos. Hay buenos autores americanos de novela negra. Algunos de ellos son mejores que otros. Algunos, incluso, son mejores que ciertos autores europeos. Me encantan los autores americanos. No sé quienes son los mejores. El día que lo sepa espero dejar de escribir y, si sigo escribiendo, espero que nadie me haga el más mínimo caso.
-Ellroy es el único que aparece dos veces. ¿Su favorito?
-No, no es mi favorito, pero casi.
-¿Quién lo es y por qué?
-Es una pregunta difícil, pero se puede responder plagiando un plagio de Roberto Bolaño: mi autor favorito en realidad son dos y sus nombres son: David Goodis, Walter Mosley y Sjöwall-Wahlöö. Las razones son las de siempre: el azar y el desánimo. En mi caso, las predilecciones literarias se miden por coyunturas vitales bien definidas. Un libro es un eje biográfico. La intensidad con la que me acompañan estos nombres va más allá de los criterios estéticos.
-De los clásicos, ¿con cual se queda?
-Con Chandler.
-¿Y de la última hornada?
-Con Silva.
-¿A qué atribuye el actual boom de la novela negra?
Al empeño mediático y propagandístico de reciclar la maquinaria consumista y generar una y otra vez la peligrosa ilusión de que todo es importante.
-Y con el auge de la literatura policial en general y de la escandinava en particular, ¿no nos cuelan mucha morralla?
Veo que le preocupan la morralla y los sacos espaciosos…
-Mójese. Stieg Larsson, por ejemplo, no es santo de su devoción.
La morralla apesta y se infiltra, de eso no hay duda. Pero la morralla no es una categoría exclusivamente literaria. Larsson, por ejemplo. No, no es santo de mi devoción. Ni siquiera me parece un autor imprescindible. Casi nada es imprescindible. Lo que convierte a un autor mediano en morralla también es la tentación mediática, el sometimiento a los canales comerciales, la obsesión por la espectacularidad. La calidad de un autor y su apuesta literaria también residen en su modo de manejar esa tentación, en lo que uno esté dispuesto a hacer y a dejarse hacer. Quienes en la actualidad opten por una ficción detectivesca ágil y sin piedad, por una reflexión narrativa y por una ética del francotirador, seguirán produciendo calidad además de cantidad. Quienes, por el contrario, sucumban a las imposiciones comerciales y a los índices de audiencia, pasarán de largo, es decir, creerán que triunfan. La fuerza y el valor del género deben seguir midiéndose por su relación con los dictados del contexto: someterse o morir matando, es decir, pensando. La literatura es una forma de pensamiento crítico. La morralla no.
-Fred Vargas tampoco le gusta, pero también la salva. De algún modo salva a todos los que cita. ¿Peca de benévolo?
-Peco de envidioso, de impaciente, de lujurioso y de vanidoso, pero no de benévolo. Tendemos a identificar las propuestas de orientación con tribunales inquisitoriales o instancias de legitimación absoluta. No he querido salvar ni condenar a nadie. Esa es tarea de dioses y Revertes. Lo dije en su momento: ésta es mi apuesta personal en mitad de la jungla. Hay una diferencia entre la geografía política y la geografía lúdica, es decir, entre la palabra sagrada y el relato mundano, pero excelente.
-¿En España hay dignos sucesores de Vázquez Montalbán?
En España hay escritores del tamaño del Coloso de Rodas. El coloso de Carabanchel, por ejemplo, el señor Lorenzo Silva. O Domingo Villar, que es un regalo del océano. Tal vez Borges tenga razón y sean Silva y Villar los que han creado a sus precursores.
-Hay alguna ausencia significativa. La de Westlake, por ejemplo. ¿Es un lapsus o es a conciencia?
-Dicen los romanos que tener alma es tener un secreto. Yo tengo tres almas: la mayor se llama McBain; la mediana se llama Donald Westlake; la pequeña se llama Woodsworth.
-Tampoco sale Don Winslow. Todo el mundo habla de su El poder del perro, y casi todo el mundo habla bien.
No sé quién es todo el mundo y mucho menos casi todo el mundo, pero seguro que tienen razón.
-Tras escribir la guía, ¿ha descubierto algo más que ahora añadiría?
-No. He descubierto cosas que leería, pero el camino ya está recorrido. Como decía, no he pretendido elaborar una propuesta de cierre, no siento el aguijón de lo que ha quedado fuera ni el peso de lo que habita en el interior.
-Usted justifica su anonimato en un supuesto miedo a ser arrinconado en los cenáculos literarios por su afición a un género considerado menor al lado de lo que se da en llamar "la Gran Literatura". El libro está trufado de vinculaciones y referencias que dejan claro que usted no cree en esa división. No me diga que a estas alturas no se puede decir a cara descubierta que la gran novela negra es gran literatura.
¿Qué es una cara descubierta? ¿Las caras descubiertas no llevan máscara? Dice un hombre sabio que no hay que fiarse de nadie que no tenga un personaje. O al menos una máscara. Al comienzo de La linterna mágica, Ingmar Bergman habla de sus hermanos, de la escuela, la infancia, la educación y el circo. Cuenta que era travieso y que se enamoró de una artista, que su padre les castigaba con frecuencia. Cuenta que los castigos eran tan severos y físicamente dolorosos que él y su hermano mayor tuvieron que aprender a mentir rápidamente y con habilidad. Ingmar se convirtió en un mentiroso excepcional y, años después, en un genio de la ficción. Bergman escribe una frase que leí hace años en el norte de Europa y que no olvidaré jamás: en el fondo, los que nos hemos pasado la vida mintiendo sentimos un gran amor por la verdad. Malverde es un pseudónimo porque esconde un profundo amor a la verdad y a la convicción de que el género negro es un género mayor, literatura de alto rango en muchas de sus vertientes. El seudónimo es un juego y una máscara y, tal vez, lejos de esconder una vergüenza, esconda devoción, respeto y exhuberancia.
-Bioy Casares, Borges, Boris Vian o John Banville –entre muchos otros-, han escrito novela negra con seudónimo. ¿Lo siguiente suyo no será una novela negra firmada como Héctor Malverde?
-Malverde es un francotirador, no duraría ni un asalto en una pelea con cuchillos.
-Ha sembrado el libro de pistas, y debe de haber tantos detectives intentando desenmascararle como lectores tiene la guía. ¿Está deseando que le descubran?
Desde niño.
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