29.5.12

Baile con serpientes

Horacio Castellanos Moya merece el título de Jim Thompson hispano

Horacio Castellanos Moya, en Barcelona, en 2011. foto: Antonio Moreno. fuente:elmundo.es
Cosas de la edición de nuestros días. Tan confusa como contemporánea. Y controvertida. Tan lejos y tan cerca, pero alejados en realidad. Aparece ahora en España esta novela, 'Baile con serpientes', de Horacio Castellanos Moya, y lo hace en Tusquets, aunque la novela vio la luz en 1996. Más vale tarde que nunca. Sobre todo porque, tras su acelerada e irrefrenable lectura, una no puede más que ratificar violentamente las palabras de un grande, 'San Eduardo Mendoza', sobre este hondureño criado en El Salvador aunque ciudadano de Ciudad de México: "Uno de los escritores más interesantes del panorama literario en español". Pues eso. Violentamente. No hay otra forma de hacerlo.
No en vano el gran Horacio Castellanos Moya apunta (y lo hace literalmente, ¡cuidado!) maneras para merecer el honroso título de Jim Thompson de lo 'negroide' hispano. Míster Jaimito Thompson, nuestro güey. Anfetamínico y hasta las trancas de guifiti 'garrafonero'. Un tipo que, por sí solo, contiene todo un 'boom' de lo negrocriminal. El 'boom' emergido de una bomba de neutrones que deja a su paso un sangriento reguero de lectores degollados, pero más que satisfechos y encantados con la milagrosa posibilidad de que la estricnina, por fin, se dosifique en poco más de 170 páginas.
Lleva Castellanos Moya la violencia de todo un continente, la cual no es poca, pegada a los dedos entintados con que escribe sus feroces historiadas. Siete de sus 10 novelas han aparecido en Tusquets en lo que va de milenio. Sin embargo, el desconocimiento casi generalizado de su obra habla (a gritos) del estado de la cuestión de este país 'desenbankiado'. Somos tontos. Seguimos siendo tontos y así continuaremos, felices en mitad de la estulticia, mientras no nos entre en la cabeza que los grandes narradores de hoy en día son lobos esteparios, periféricos y ajenos al 'marketing' que impone la infeliz mercadería. Basta con asomarse, durante unas líneas, no más, a su prosa implacable para saber que aquí desenfunda, desde lo más profundo de las pesadillas centroamericanas, un escritor de raza. ¡Líricos, sentimentaloides y metafísicos, abstenerse!
Necesitaba un trago, con urgencia, aunque fuera un six de cervezas. Salí del auto. Dentro de poco, el atardecer comenzaría a insinuarse con sus anaranjados tenues. Caminé hacia el terreno baldío para salir a la calle. Pero me entraron unas súbitas ganas de cagar. Decidí mejor enfilar hacia la barda de atrás de la huevera, de la que estábamos más cerca y colindaba con la barranca. Estaba acurrucado, distraído, disfrutando de la defecación, cuando percibí una presencia a mis espaldas. Me volví. Era Loli, quien serpenteaba tranquilamente hacia mí. Sentí vergüenza de que me viera en esas condiciones.

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