28.6.14

La mascota de la Semana Negra se viste de verde en homenaje a Julio Cortázar

La mascota de papel maché que se ha convertido en un icono del festival literario y cultural Semana Negra de Gijón, el detective Rufo, se ha vestido este año de color verde para rendir homenaje al escritor Julio Cortázar en el centenario de su nacimiento

Los organizadores en la presenntación de la Semana Negra de Gijón junto a Rufonopio./lainformacion.com
La organización del certamen ha centrado la programación de la XXVII edición, que se celebrará entre el 4 y el 13 de julio, en la figura del narrador argentino, cuya obra ha roto los límites de la linealidad temporal y se ha situado a mitad de camino entre el realismo mágico y el surrealismo.
En su relato de Historia de cronopios y  de famas, Cortázar definió a un cronopio como un ser sin una forma determinada pero probablemente de color verde y por ello la mascota de la Semana Negra, que evoca a un detective, ha abandonado en esta ocasión el tradicional negro de su traje.
El Rufo vestido de verde ha sido presentado hoy junto a la programación oficial en un acto celebrado en el recinto del antiguo astillero gijonés en la bahía de Poniente junto al Mar Cantábrico, al que han asistido autoridades municipales y del Principado de Asturias.
La Semana Negra regalará una edición especial del libro Todos los cuentos al púbico que asista a la mesa redonda que se celebrará con quienes fueron amigos y antiguos colaboradores de Cortázar y especialistas en su obra, el próximo 12 de julio.
Este año se conmemora el centenario de dos acontecimientos: la "catástrofe" de la primera guerra mundial y el nacimiento de Cortázar, y la Semana Negra, "como no podía ser de otra manera, eligió el segundo por razones obvias", ha dicho el director del festival, José Luis Paraja.
La consejera de Educación y Cultura del Principado de Asturias, Ana González, ha reivindicado una literatura comprometida y ha valorado el papel del festival negro de Gijón como un foro de debate sobre la realidad de su tiempo.
La carpa de encuentros, donde se celebran habitualmente los principales actos culturales, ha sido ornamentada con una reproducción a gran tamaño del cuadro "Escena de guerra en la edad media", del artista parisino Edgar Degas.
La obra, que muestra a unos arqueros a caballo lanzando flechas contra mujeres desnudas e indefensas, ha sido escogida por su valor como alegato contra la violencia en general y de genero en particular, según ha explicado el director de contenidos, Ángel de la Calle.
Un total de 144 escritores de distintos géneros y nacionalidades participarán en las actividades que se desarrollarán durante los diez días del festival literario.
La Semana Negra de Gijón es el mayor festival cultural de Europa que se celebra al aire libre y los debates sobre literatura y otras expresiones como el cómic y el fotoperiodismo comparten espacio con una feria de atracciones, con noria incluida.
El dibujante argentino residente en Mirlán (Italia) ha sido el autor del cartel anunciador, una tinta en blanco y negro que muestra a un detective en el paseo marítimo de Gijón.
Los organizadores han incorporado un nuevo espacio denominado "Carpa de las bibliotecas" para diversos actos dirigidos a públicos "menos integrados como niños y jóvenes".
Durante el festival de Gijón se fallará el premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra escrita en español y publicada durante el último año, que entrega la Sociedad Internacional de Escritores Policiacos.
La propia organización de la Semana Negra concede además el premio Rodolfo Walsh a obras de ficción basadas en hechos reales y otros galardones a obras históricas y de ciencia ficción.

27.6.14

Las seis novelas negras que tienes que leer este verano

Según los criminólogos en verano aumentan los crímenes violentos, quizás provocados por calor, el mayor consumo de alcohol o el aumento del contacto social

Títulos de autoras de novela negra./Gabriela Ferreira./escritoras.com
 
La conclusión es que salir por las noches en verano nos hace más susceptibles a ser víctimas de un crimen; y puestos a elegir, mejor ser testigo que víctima. Así que este verano, quédate en casa, prepara un té frío (nada de alcohol, recuerda) y disfruta de los mejores crímenes que hemos encontrado últimamente. [Los mejores crímenes de ficción, no te asustes].
  1.  Portada de Verano en rojo
    Verano en rojo Berna González Harbour
    Cómo no empezar una lectura de verano con un título así. La primera novela de la comisaria María Ruiz se sitúa en un verano y durante un Mundial de fútbol (¿no es perfecto para leer ahora?). «Verano en rojo» supuso el debut, en el 2012, en la novela negra de su autora Berna Gónzalez Harbour, y lo hizo tan bien que este año ha publicado nuestra segunda recomendación.
  2.  Portada de Margen de error
    Margen de error Berna González Harbour
    Después de leer «Verano en rojo» te vas a quedar con ganas de saber qué pasa con la comisaria Ruiz (María para los amigos), y tienes suerte porque en esta novela un nuevo crimen la hará volver a trabajar con sus compañeros. En esta novela, una investigación a varias bandas intentará destapar las razones por las que tantos empleados de la misma empresa se están suicidando en tan poco tiempo.
  3.  Portada de Cómo matar a una ninfa
    Cómo matar a una ninfa Clara Peñalver
    Ada Levy no quiere ser detective pero va a comenzar a investigar el misterioso secuestro de una modelo… y algo más. ¿Se convertirá Ada en una detective a la usanza? Una pista: en septiembre se publica El juego de los cementerios, una nueva novela con Ada como protagonista, así que lee este libro a finales de agosto, para no tener que esperar mucho para seguir esta saga de novelas al más puro estilo negro.
  4. ¿No has leído aún la novela negra de más éxito de los últimos años? Pues es esta. Y ya estás corriendo a hacerte con un ejemplar. Dolores Redondo irrumpió en el mundo literario con este caso de la inspectora Amaia Salazar comenzando así la trilogía del Baztán. Un éxito internacional de ventas te debería convencer para leer este primer volumen, pero si no es así, haznos caso. Léelo y cuando acabes pásate a la segunda parte de la trilogía Legado en los huesos, publicada el año pasado. Piensa que pronto llegará el fin con Ofrenda a la tormenta

  5.  Portada de El gran frío
    El gran frío Rosa Ribas
    Sabine Hoffmann
    ¿Hacen falta cuatro manos para escribir una sola novela? Pues si el resultado es así de bueno la respuesta es: sí. Claro que si dos de esas manos pertenecen a Rosa Ribas, una de las grandes de la novela negra española, mucho camino hay rodado. Esta es la segunda novela (la primera fue Don de lenguas) que escribe junto a Sabine Hoffmann, y una vez más está protagonizada por la joven periodista Ana Martí, y ambientada en la España de los 50. No te la pierdas.
  6. Si ya hemos visto a detectives, policías y periodistas investigar crímenes, la nueva obra de una de las escritoras más importantes de la novela negra, Empar Fernández, es una historia de suspense que no sigue tan estrictamente las normas no escritas del género negro; pero como característica añadida podrás resolver misterios de gente común a manos de personas comunes. Como siempre una atención al aspecto humano de los protagonistas muy propia de la autora de Sin causa aparente
¿Tienes alguna otra recomendación? ¿Piensas leer alguna de estas novelas este verano? Dínoslo en los comentarios.

20.6.14

Cinco razones y una serie para amar al sheriff Longmire

Los amantes de ese hombre rudo, tierno, lleno de dilemas, sencillo y honesto llamado Walter Longmire estamos de enhorabuena

Robert Taylor como el  Sheriff Walt Longmire./elpais.com
La publicación de Castigo para los buenos (Siruela, traducción de María Porras) en la que la acción se aleja de Wyoming para trasladarse a las calles de Filadelfia, es una excelente oportunidad para recordar a un personaje único en la novela negra contemporánea, un soldado de la verdad que tiene lo mejor de algunos grandes del western y rasgos esenciales del mejor hard boiled.
1.- No ama la violencia, pero la usa sin piedad si lo necesita. Como ya contamos aquí, Longmire es un tipo que odia los golpes, la brutalidad, la muerte. Veterano de Vietnam, prefiere cualquier otro recurso, pero no duda en utilizar la violencia siempre que sea necesario. Armado con un arcaico Colt 45, en esta entrega Walt es atropellado, apaleado, tiroteado.. y responde en consecuencia. Memorable escena en los baños del estadio de los Phillies con alguien (no desvelo nada más) que tuvo la osadía de hacer daño a su hija Cady.
2.- Gran padre, gran esposo. Walt es viudo y le ha costado rehacerse y seguir su vida, pero el recuerdo de su esposa le alimenta y las referencias a ella están llenas de cariño y humanismo. Además, es un padre entregado, que sufre a lo bestia cuando su hija sufre, que trata de superar todas las diferencias que los separan, que es capaz de matar, literalmente, por ella.
3.- Henry Oso Pequeño. Su amigo del alma, el gran secundario que necesita una buena novela negra. Henry puede llegar a ser desesperante, pero es un contrapunto perfecto a Walt y le enriquece. La actitud del sheriff hacia la comunidad india, hacia sus problemas, excesos y errores, está llena de sentido común y alejada de cualquier tono condescendiente. Leer las aventuras de Longmire nos hace a todos un poco mejores.
4.- Un gentleman del Oeste. Ya no se conserva como cuando jugaba en la Universidad South California en la línea ofensiva del equipo de fútbol americano, pero este grandullón deja huella cuando pasea por Filadelfia con sus botas y su inseparable sombrero, cuando liga sin querer con mujeres de dos generaciones, cuando hace gestos de caballerosidad propios de otro tiempo o lugar. En Castigo para los buenos hay sorpresa. No diré más.
5.- Habla poco, pero cuando habla… Como otros grandes personajes del género, este hombre no es muy locuaz, pero sus diálogos tienen grandes momentos. Al estar narrado en primera persona, los comentarios se complementan con jugosos pensamientos del personaje. Fíjense si no en este con un prepotente ayudante del fiscal en una instalación de práctica de tiro.
- Hice un gesto en dirección a su Glock.34. Eres bastante bueno con ese trasto.
- Es algo que va con la profesión.
Me pregunté cómo sería el ejercicio de la jurisprudencia en Filadelfia y recogí mi Colt.
- ¿Vas a disparar otra vez?
- Oh, sí. ¿y tú qué?
Dejé que mirara mientras recargaba el 45 y luego lo guardaba en la pistolera de la espalda.
- No gracias.
El sonrió y movió la cabeza de un lado a otro.
- Supongo que tú también serás bastante bueno ¿no?
Lo bastante bueno como para tener el arma amartillada y asegurada con un cargador repleto y con una bala en la recámara. Lo bastante como para saber que a él no le quedaba ninguna.
6.- La serie, esa gran serie. Creada por John Coveny y Hunt Baldwin y protagonizada por Robert Taylor (excelente en su papel) Katee Sackhoff y Lou Diamond Phillips es un producto que consigue algo mágico: cuando leo las novelas pienso en los personajes de la serie. Y vale que Vic es rubia en vez de morena y no tan atractiva, por ejemplo, pero esos detalles quedan en nada cuando ves que son capaces de adaptar los silencios, de llegar al alma del personaje.
Lean, vean y disfruten.
 

19.6.14

Mutaciones del policial negro

La serie negra. El nuevo estatuto que adquiere lo real, mediatizado por las pantallas, incide sobre las maneras de narrar el crimen

Títulos y rostro. La película Body heat, de Lawrence Kasdan./revista Ñ

Esto es la historia de un crimen, del asesinato de la realidad. Y del exterminio de una ilusión, la ilusión vital, la ilusión radical del mundo (…) Es como si las cosas hubieran engullido su espejo y se hubieran convertido en transparentes para sí mismas, enteramente presentes para sí mismas, a plena luz, en tiempo real, en una transcripción despiadada. En lugar de estar ausentes de sí mismas en la ilusión, se ven obligadas a inscribirse en los millares de pantallas de cuyo horizonte no sólo ha desaparecido lo real, sino también la imagen. La realidad ha sido expulsada de la realidad”.
Jean Baudrillard No deja de ser curioso que en los albores del terror milenarista que profetizaba el fallo integral de todo aquello falible (esto es, la tecnología de ese mundo simulado encofrado en los sistemas informáticos y las incipientes redes de comunicaciones telemáticas), Baudrillard pronosticara que aquello que iba a sucumbir era precisamente aquello por cuya integridad uno jamás hubiera temido: la realidad misma. Y pasamos el umbral del milenio y nos dimos cuenta de que ese mundo simulado seguía ahí, que sus contadores internos no habían fallado y que su matriz continuaba arrojando y procesando datos con la misma celeridad y solvencia. En cambio, a raíz de la eclosión de ciertas formas inéditas de terror (sí, a partir de la cacareada  mise-en-scéne  del 11-S) lo que empezó a desdibujarse ante nuestros ojos y a escurrírsenos de los dedos sin remedio aparente fue la realidad misma. Presionada por la pujanza de ciertos enunciados labrados en el consenso del miedo global, de una reterritorialización de la inseguridad y de la interpuesta necesidad de un control renovado sobre las mentes y los cuerpos ante la posibilidad de una procesión infinita de nuevas amenazas, la realidad nos fue expropiada. Quizá no asesinada, pero sí indefectiblemente secuestrada en favor de un tapiz de narraciones y mitologías encaminadas a encriptar la formulación de un estado de excepción planetario que se iba extendiendo de manera impune y con la transparencia de aquello que pasa sin ser visto. El crimen no dejó huellas porque las mismas huellas formaban parte de la estrategia criminal: pistas falsas, evidencias trucadas.
En este contexto de hiperrealidades que suplantan la realidad nos preguntamos (o deberíamos preguntarnos) a qué podemos recurrir para resolver el misterio de este crimen. Cuanto menos y en el peor de los casos para certificar, como en un informe forense, las metodologías empleadas en ese acto criminal y tal vez algunos rasgos característicos que pudieran extraerse en relación a la identidad del/los criminales.
En semejantes circunstancias irrumpe la cosa literaria. En una de sus manifestaciones, digámoslo sin rubor, más exitosas y populares: el género negro. Quizás tenga que ver con la vivificación de ciertos sentimientos materialistas (en el sentido marxista del término) y con la cada vez más constreñida capacidad operativa de ciertos trucos que han dominado sin oposición el mundo y la imagen del mismo todos estos años, pero lo cierto es que el género negro parece ser ahora mismo el campo en el que se libran las batallas más cabales en esto que podríamos llamar la operación rescate de la realidad. Y me resisto a emplear el término novela porque parece evidente que esa negrura ha desbordado de un tiempo a esta parte la acotación de simple artefacto novelesco para convertirse en algo que podríamos denominar un posicionamiento frente a las cosas. Un escozor estético y moral que impregna la sintaxis y la gramática y que trasciende incluso la propia delimitación del género propagándose en múltiples avatares, contaminando otros géneros, infiltrándose en otros regímenes de discurso.
No es algo para nada nuevo: podríamos encontrar ejemplos de algo llamado novela negra híbrida décadas atrás, de la mano de autores cuanto menos poco prototípicos del género: Stanislaw Lem ( La Investigación ), Georges Perec ( El gabinete de un aficionado ), Witold Gombrowicz ( Cosmos ). Obras que llevan a cabo una prospección radical del asunto criminal hasta proponerse a sí mismas como piezas de una exploración que atañe ya no solamente al hecho puntual establecido en sus tramas sino a la forma genérica que tiene el ser humano de enfrentarse al desorden, a la rotura de esquemas y a la búsqueda incesante de sentido. Tenemos pues una jugosa herencia que manejar sabiamente en este aspecto.
Recuperar estos posicionamientos hoy en día (así como otros que podríamos encuadrar en ese frenesí genético que supuso la propia irrupción del género allí por su infancia pulp, esos ramilletes de autores que contribuyeron a toda una mitología fundacional: Hammet, Chandler, Cain y posteriores descendientes como McCoy o McDonald; y cuyas preguntas e inquietudes nos siguen acompañando) resulta si cabe todavía más pertinente por cuanto el proceso de usurpación de la realidad ha llegado hasta extremos paroxísticos. Tanto que incluso a veces uno tiene la sensación de que realmente puede darse cuenta de todo ello. De que el teatro de las simulaciones y los reemplazos se descuida, baja la guardia dejando al descubierto las vísceras –o los circuitos– del ensamblaje que ha sustituido progresivamente todo cuanto dábamos por conquistado en esa larga y cruenta historia de lucha contra la mistificación y la alienación, individual y colectiva. La violencia institucionalizada se ha desatado con tanta furia y con tanta vileza que en ocasiones parece relajarse lo suficiente como para que lleguemos a detectar sus métodos y objetivos. Nos arrastra la ignífuga convicción de que todo es mentira y de que en medio de esta gran mentira tenemos la responsabilidad de empezar a buscar pistas verdaderas y verdaderos criminales.
Es por eso que el auge del género negro conecta con una inquietud que va mucho más allá de lo estrictamente literario –eso es meridianamente claro: nadie en su sano juicio debería atreverse a plantear que la negritud se disfruta pasivamente, con desinterés kantiano– pero también, en última instancia, de determinada cartografía social específica. Evidentemente nos interesa interrogar casos concretos, resolver crímenes singulares que actúan como caja de resonancia de una criminalidad generalizada en todos los frentes. Pero a pesar de la indudable importancia de todo ello podríamos aventurarnos a considerar que cada una de estas novelas, obras, tentativas literarias no son sino partes de un todo inquisitorial que conecta dichas obras en el contexto holístico de una sola y fundamental pregunta: “¿Qué han hecho con la realidad?”.
En este nivel de interrogación el género negro puede y debe cuestionar no sólo el andamiaje de los poderes públicos y privados que han extendido su dominio sobre esos espacios vacíos dejados por una realidad dada a la fuga o secuestrada, sino también la misma estructura de pensamiento, de interpelación del mundo que ha permitido que dichos poderes establecieran con semejante facilidad su ecosistema. La manera en cómo se mira, se percibe y se cuestiona aquello percibido. El género negro debe, en definitiva, asumir una carga no tan sólo literaria y social, sino también ontológica. Es por ello que funciona estupendamente cuando transgrede las propias fronteras que la mirada clasificatoria le ha ido marcando a lo largo de la historia: cuando se sumerge en territorios cercanos si bien dotados de un clima y una biología propias (caso del otro gran género popular-inquisitivo, la ciencia-ficción) o cuando penetra sutilmente en los engranajes de otros registros que muestran cierto recelo por abrazar la ficción en tanto que dispositivo de captación de lo real. ¿Por qué no convertir el género negro en el gran desafío ensayístico de nuestros tiempos si de hecho el problema fundamental que arrastramos es el de no tener a mano la experiencia de lo real y sí en cambio el flagelo del simulacro en su versión más sádica?
Si asumimos ese nivel de riesgo, quizás, deberíamos también exigir que el género negro abandonara cierta obsesión gremial y gregaria, se despojara de algunos oropeles personalistas y teatralizados y se decidiera de una vez por todas a no establecer sus propias parcelas de visibilidad como si todavía se tratara de una especialización que opera y trabaja por cauces distintos a los de nuestras investigaciones rutinarias y diarias.
Si la realidad ha sucumbido a una mascarada, levantar estas máscaras (y no proponer otras máscaras alternativas, no refugiarse en la seguridad del carácter o del carisma) es algo que el género negro debe asumir como obligación consustancial y permanente. Aunque ello suponga en ocasiones formularse preguntas o apuntar en direcciones que no resulten en apariencia rentables para aquella maquinaria que sigue obcecada con pretender que el género negro sea, simplemente eso, un género literario.

El mapa del crimen

Alguna vez, en esta revista, Pablo De Santis dijo que la literatura policial “es un artificio para representar el modo como nos relacionamos con la búsqueda de la verdad”. En el mapa del género, los autores se embarcan en esa búsqueda de diversas maneras. Qiu Xiaolong es uno de los más célebres autores de China y en sus novelas combina la inpartir de la caída del Muro de Berlín, el crimen se ha globalizado y la economía del delito se ha expandido de tal forma que no puede distinguirse de la economía de origen legal. Su visión de ese mundo está expuesta en la serie de novelas del comisario Kostas Jaritos. Otro es el mundo violento narrado por Elmer
Mendoza señalado como el padre de la vestigación de un crimen con una visión personal y (por lo general) crítica de la realidad. Así ocurre en El enigma de China,
donde el inspector Chen Cao explora el estado actual del “socialismo con características chinas” y, en particular, sus controvertidas relaciones con Internet. La crítica social, como marca indeleble del género, también atraviesa la obra del francés Pascal Dessaint, el autor más temido por las industrias contaminantes, pero fundamentalmente la del griego Petros Márkaris, quien piensa el relato policial como “novela social” enfocada en la actualidad. Márkaris, que pronto visitará la Argentina, suele decir que a narcoliteratura. Desde Un detective solitario (1999), su primera novela, hasta la saga del Zurdo Mendieta (que incluye Balas de plata, Premio Tusquets 2007), sus ficciones han vuelto una y otra vez a este universo ambiguo siempre impregnado de violencia y amor, corrupción y lealtad. Para hablar del presente, Maurizio de Giovanni se traslada al pasado con sus policiales en la Italia fascista y con un detective inusual, Luigi Alfredo Riccardi, que tiene el don de ver a los muertos y escuchar sus últimas palabras. Publicadas por Lumen, sus novelas son la revelación del “giallo” italiano, esa mezcla que combina el thriller y el terror.

11.6.14

Más de cien escritores, a la sombra de Julio Cortázar en la Semana Negra de Gijón

La sombra de Julio Cortázar cobijará a más de un centenar de escritores que participarán en el festival multicultural Semana Negra de Gijón, que este año le rinde homenaje al desaparecido narrador argentino

Más de cien escritores, a la sombra de Julio Cortázar en la Semana Negra de Gijón./lainformacion.com
Casi 150 autores de distintos géneros y nacionalidades de América, Europa y Asia han confirmado su asistencia a la vigésimo séptima edición, que se celebrará entre el 4 y el 13 de julio en un antiguo astillero en la costa gijonesa.
La Semana Negra de Gijón, que en sus casi tres décadas de existencia ha desacralizado los festivales culturales tradicionales, es el mayor evento literario que se realiza al aire libre en Europa.
La organización ha conseguido este año batir un nuevo récord de participación de autores y ha programado actividades durante cinco horas seguidas en cada uno de los diez días que dura esta semana.
Fiel a un estilo informal desde sus orígenes, los debates sobre literatura y otras expresiones como el cómic, y los encuentros entre autores y lectores se desarrollarán en el marco de una feria de atracciones, con noria incluida.
La figura de Cortázar, su vida y su obra, será el eje temático principal, aunque una gran parte de las actividades culturales abarcará otros temas y aspectos, siempre "comprometidos con la realidad", según ha informado hoy el director de contenidos, Ángel de la Calle.
"El Rufo", un detective de papel maché que se ha convertido en la mascota del festival, tendrá este año una forma y color distinto al evocar a un "cronopio", el personaje creado por Cortázar.
El cartel anunciador de esta edición, una tinta en blanco y negro rabioso, ha sido diseñado por el dibujante argentino residente en Milán (Italia) José Muñoz, quien ha ilustrado las obras de Cortázar.
La imagen creada por Muñoz muestra a un detective en el paseo marítimo de Gijón, en alto contraste con preponderancia del negro.
El cartel capta la esencia del género policial pero "sobre todo es negro como los tiempos que corren", ha dicho el director del comité organizador de la Semana Negra, José Luis Paraja.
Los organizadores han decidido incorporar un nuevo espacio denominado "Carpa de las bibliotecas", donde se realizarán diversos actos dirigidos a públicos "menos integrados" como niños y jóvenes.
El humor también tendrá un lugar destacado con la participación de guionistas, periodistas e ilustradores de las revistas "El Jueves" y "Mongolia" y del programa televisivo "El intermedio".
Ángel de la Calle ha destacado el papel que está jugando el humor político en el momento de crisis, como un elemento que conecta a la gente con la realidad desde otra perspectiva.
Durante el festival de Gijón se fallará el premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra escrita en español y publicada durante el ultimo año, que entrega la Sociedad Internacional de Escritores Policiacos.
La organización de la Semana Negra concederá además el premio Rodolfo Walsh a obras de ficción basadas en hechos reales y galardones a obras históricas y de ciencia ficción, entre otras.

10.6.14

Pasión por el crimen, la novela negra exhibe músculo en la Feria del Libro de Madrid

"Se publica mucho y hay mucha demanda", dice Juan Salvador, de la librería especializada Estudio en Escarlata, quien discrepa de que sea algo coyuntural, porque la novela negra "nunca ha dejado de estar de moda"

Pasión por el crimen, la novela negra exhibe músculo en la Feria del Librde Madrid./lainformacion.com
Los rincones más oscuros y sangrientos de la literatura siguen cautivando a los lectores. Impulsada por nuevos bestsellers, la novela negra muestra su excelente salud en la Feria del Libro de Madrid, donde editoriales y aficionados coinciden en que el género vive un buen momento creativo y comercial.
"Se publica mucho y hay mucha demanda", dice Juan Salvador, de la librería especializada Estudio en Escarlata, quien discrepa de que sea algo coyuntural, porque la novela negra "nunca ha dejado de estar de moda".
Salvador afirma que las ventas en la Feria están siendo buenas, como el año anterior, "sobre todo de novedades", y opina que el secreto de su tirón entre el público es la "fidelidad" del aficionado a un personaje o una historia que le enganche. "Si te gusta, siempre sigues", asegura.
Carlos es uno de esos detectives que caminan por El Retiro a la caza de joyas negras con forma de novela. De momento, ya lleva cinco libros en su bolsa, de autores como Craig Russell y Peter James, aunque todavía quedan bastantes títulos por tachar en su lista de compras.
"Vengo una vez al año y me llevo diez libros", explica este lector, quien confiesa que sus preferidos son Michael Connelly y James Ellroy y opina que el éxito de la novela negra se basa en que habla del "amor, la envidia, el odio" y, en definitiva, "de todos los deseos del hombre".
En un breve paseo por la Feria, se pueden escuchar numerosos y muy dispares argumentos acerca de la pasión del público por la novela negra.
Para Eva Roldán, responsable de Roca Editorial, uno de sus atractivos es que "narra la muerte de una forma segura". Afirma que el aficionado no sólo lee este tipo de literatura, pero que, cuando se acerca a comprar, "siempre se lleva un capricho" a casa.
"Es una de las cosas que más se venden en la Feria dentro de RBA", dice por su parte Miguel Casasola, responsable de esta editorial, quien añade que la novela negra "proporciona una evasión fácil y entretenida" y que uno de los más vendidos estos días en su puesto es el británico Philip Kerr.
"Ay, este que es sueco...", dice María José, mientras trata de recordar el nombre de un autor y ríe. Ella no responde al estereotipo de lector que vive por y para la novela negra, pero sí afirma que es aficionada y que disfruta leyendo este tipo de libros de vez en cuando, porque le "sorprenden".
Cita al español Lorenzo Silva como uno de sus favoritos, protagonista destacado en la Feria por su recién estrenada novela "Los cuerpos extraños". Sólo al rato, María José consigue recordar el nombre del misterioso sueco. "Henning Mankell, ¡ése es!", dice satisfecha y añade que su preferida es "El cortafuegos".
Y es que el "boom" de la novela nórdica negra sigue arrastrando multitudes. Desde Mankell y con el fenómeno mundial de Stieg Larsson como gran trampolín, los expositores se llenan de novedades de novela negra llegadas desde el frío y misterioso norte de Europa.
"Es la reina de la novela negra", afirma orgulloso Joaquín Hernández, de la editorial especializada Maeva, mientras muestra los libros de la superventas sueca Camilla Läckberg, una de las estrellas indiscutibles de la Feria.
Sobre el avance imparable de la ola nórdica, Hernández cree que "parecen países muy civilizados, donde no pasa nada, y de repente descubrimos que son sociedades brutales", y se atreve incluso a recomendar un autor "aún no muy conocido": el danés Jussi Adler-Olsen y su novela "Departamento Q. La mujer que arañaba las paredes".
Y la fiebre negra parece no tener fin. Mientras un señor pide un libro del griego Petros Márkaris, dos niños buscan en la parte infantil de Estudio en Escarlata hasta que el mayor encuentra uno que le gustó mucho: "Agatha Mistery, investigación en Granada". "Es muy misterioso, y ella (la protagonista) es superlista", dice a su compañero. Hay futuro.

3.6.14

La serie negra

Desde los años 40 en adelante, Argentina fue territorio propicio para el desarrollo del género detectivesco, sobre todo en su variante novela negra

Jorge Lafforgue, crítico argentino./Xavier Martín./pagina12.com.ar
Con el paso de los años, y una vez superada la discusión acerca de si constituían un género “menor”, los libros, y también muchos films, moldearon todo un imaginario nacional y una forma de narrar el terror y el autoritarismo de las dictaduras. En este texto (conferencia inaugural de las Primeras Jornadas de Literatura y Cine Policiales que se desarrollaron días atrás en el Museo del Libro y de la Lengua), Jorge Lafforgue repasa las variantes y avatares del género, de los tiempos clásicos hasta los neopoliciales del nuevo siglo
Voy a hilvanar una serie de obviedades, a las que, por ser tales, no siempre suele prestárseles atención. Con respecto al tema de estas Jornadas bien podemos decir de entrada que ellas son un claro y contundente mentís a las agoreras predicciones sobre la muerte del policial que, pocos años atrás, circulaban con crédito favorable. Y en las que algunos de nosotros incurrimos tonta o desesperanzadamente. En lo que hacía a nuestro país, pero con una mirada no sólo circunscripta a él, advertíamos entonces: a) que habían desaparecido aquellos maestros imbatibles del género, se llamaran Borges o Pérez Zelaschi, Castellani o Walsh; b) que no había colecciones de relatos encuadradas en el género, como las legendarias Rastros o El Séptimo Círculo, la Serie Naranja, donde leímos a William Irish traducido por Walsh, o la Negra, timoneada por Ricardo Piglia; c) que no figuraban ya en el mapa de nuestras letras los concursos de cuentos policiales, como los promovidos por la revista Vea y Lea, con excelente rating; d) que la serie de antologías del género, iniciada memorablemente por Walsh en 1953 con Diez cuentos policiales argentinos había tenido una buena secuela, con Yates, Bajarlía, Fèvre, Ferro y otros, pero parecía haberse truncado; y e) sin duda lo más grave: que de los textos clásicos, las famosas novela-problemas, de filiación inglesa, no se veían ni las sombras, y de aquellos que le siguieron, los negros o duros, apenas vislumbrábamos escasos resplandores. Soriano, Piglia, Martini, Sinay, Tizziani, Martelli y Urbanyi, entre otros, al parecer habían dado un paso al costado o, para decirlo mejor y con puntualidad histórica, habían tenido que exiliarse o hacer un prudente mutis, dadas las circunstancias nacionales nada favorables a desa-rrollos e innovaciones, por cierto no sólo en el terreno de las letras.

FIN DE SIGLO

Es bien sabido que las dos modalidades predominantes del policial tuvieron su momento de mayor esplendor en la década de 1940, la inglesa o clásica; y en el primer lustro de los ’70, la yanqui o negra. Después, con un cielo permanentemente encapotado, se produjo un profundo bajón y cualquier conjetura se hizo posible (o imposible). Sin embargo el empuje desatado por Chandler, Cain y compañía había prendido fuerte en las nuevas camadas de escritores, y por tal efecto aparecieron algunas buenas novelas en el exterior de argentinos exiliados. Recuerdo, por ejemplo, Siroco, de Vicente Battista, publicada en España en 1984, y Luna caliente de Mempo Giardinelli en 1983 (Mempo batalló también en México en publicaciones varias a favor del género negro, y en el ’84 reunió esos artículos en un libro de igual título: El género negro). Pero en nuestro país no todo era silencio y muerte. Al menos un gran escritor surge por entonces con dos notables novelas: José Pablo Feinmann con Ultimos días de la víctima (1979) y Ni el tiro del final (1982). Destaco sobre todo la primera, que dio lugar a una de las mejores películas de Adolfo Aristarain y que, muy significativamente, lleva un epígrafe de Hammett y otro de Borges.
Es que al promediar la dictadura, algo comenzó a moverse en nuestra literatura, y el movimiento no sólo se circunscribió a Piglia y Asís. Con sus policiales, Feinmann estaba en la línea de fuego. Pero, al caer el gobierno militar y abrirse algunas compuertas saludables, como el regreso de los exiliados, no todo o muy poco volvió a sus cauces anteriores. Aunque no faltaron intentos: en el rubro del policial predominaron algunas apuestas para remover las cenizas del negro y encender las brasas, pero nada muy trascendente ocurrió. Y así transcurrieron los ’80, con idas y vueltas, sin una marcha firme hacia adelante, hacia una instancia diversa; diría Ezequiel De Rosso, hacia un tercer umbral. Si por esos años fuese necesario recordar una oración fúnebre, no dudaría en mencionar la lapidaria nota de Elvio Gandolfo en la revista Fierro, julio de 1986: “Perdónalos, Marlowe, porque no saben lo que hacen”, presentada como una simple “serie de apuntes de lector”.
Y así entramos en los años ’90, fin de siglo y festejos posmodernos; con igual paso incierto, aunque sin bajar la guardia. Y lo digo sin vueltas porque ahora incurriré, y pido disculpas, en la pura pedantería y autorreferencialidad. A fines de 1991, Juan Martini, escritor y editor de muchos quilates, entonces directivo del Grupo Santillana, me invita a que pensemos una colección de policiales, emprendimiento que contaría con el aval del Grupo Clarín. Y así fue que al año siguiente comienzan a publicarse los primeros títulos de La Muerte y la Brújula, colección a mi cargo respaldada por la UTE. Pero, pese a sus tiradas no menores de 3000 ejemplares y buena venta (incluso hubo que reeditar uno de ellos), a los siete títulos y menos de dos años de duración la colección se cerró, por razones nunca claramente explicitadas. No obstante y sin desanimarse, Martini me encarga una antología para Alfaguara de Cuentos policiales argentinos, que se publica en junio de 1997 y en la cual reuní 25 textos de otros tantos autores, de Groussac a Sasturain; pero, además, un año antes Colihue publica una nueva edición, modificada y muy aumentada del trabajo realizado con Jorge B. Rivera: Asesinos de papel. Ensayos sobre narrativa policial. Con esos dos libros, a mediados del año 1997 concluía por mi parte el relevamiento del género policial, tarea emprendida un tanto por mero azar y bastante más por empeño y pasión. Pero, además, esta tarea mía no se había realizado en forma aislada, en solitario, sino por el contrario en un contexto donde mis amigos Jorge Rivera, Aníbal Ford, Eduardo Romano, Beatriz Sarlo y otros estudiosos bregaron por la reivindicación de los mal llamados géneros menores, logrando con prepotencia de trabajo imponerlos a la consideración de la Academia y de la crítica, a la vez que ratificando su vigencia ante un amplio público lector. Sin embargo, mi ánimo no estaba tranquilo, las dudas me corroían. ¿En qué sentido? A poco de poner punto final a mi investigación sobre pasado y presente del policial en la Argentina, una historia de más de un siglo, me preguntaba por la continuidad de esa misma historia. En ella había marcado –y no constituía ninguna originalidad– cuatro períodos: I) formativo, II) clásica, III) de transición, y IV) negro. ¿Cabría aventurar un quinto periodo? O, simplemente, agregar un segundo período de transición o, como le gustaría preguntarse a Ezequiel De Rosso, ¿estábamos frente a la apertura de un tercer umbral? ¿Se vislumbraba entonces un nuevo período del género? ¿O acaso veíamos la caducidad misma de la noción de género? ¿O tal vez de ese género en particular? Además, ¿no pensábamos que nuestra mirada debía extenderse al entero continente de nuestra lengua?
Estas y muchas otras preguntas similares se agolpaban en mi perturbado corazón. ¿Sólo en él? Pues ciertamente no. ¿Acaso no acabo de formular esas preguntas en plural? Y la razón es muy simple: pronto tomé conciencia o verifiqué no sin cierto asombro que tales interrogantes no eran un asunto personal, no eran problemas de mi exclusiva competencia, perplejidades de mis noches de insomnio, sino que perturbaban e inquietaban a muchos de quienes trabajaban en este cuestionado terreno de las letras: tanto como meros dilemas académicos o desafíos a la práctica ficcional.

SIN RESPUESTAS

Pero antes de entrar a considerar la escena nacional en el ocaso del siglo XX, echemos una rápida mirada allende nuestras fronteras. Primero en el orbe de nuestra lengua, donde cabe destacar dos hechos: ante todo la expansión del policial en tierra española, que corresponde al posfranquismo y bien de cerca a la etapa en que gobierna el PSOE (1982-1996) y en la cual la figura estelar fue Manuel Vázquez Montalbán, con La soledad del manager, Asesinato en el Comité Central y otros relatos de la serie protagonizada por Pepe Carvalho; también sobresalieron en esa expansión Andreu Martin, Juan Madrid y sobre todo Eduardo Mendoza.
El segundo hecho, que nos atañe más de cerca, es la irrupción del policial latinoamericano, cuyo gran impulsor ha sido y es el asturiano radicado en México Paco Ignacio Taibo II, que sumó a algunos cubanos, como el hoy encumbrado Leonardo Padura; también al chileno Luis Sepúlveda y, según las nóminas expansivas, a muchos otros exponentes del género, inclusive a escritores como Ricardo Piglia, que sin duda manifestaría cierta incomodidad ante esta adscripción. Pese a la heterogeneidad de los autores que lo integran, a veces sin autorización expresa, y al desmedido autobombo que practica, hay que reconocerle al neopolicial su capacidad de intercomunicación, la de apuntalar un movimiento que se proclama abarcativo del entero continente: el neopolicial se dice latinoamericano o, sin cortes, hispanoamericano.
Mientras esto ocurría en otros ámbitos de nuestra lengua, en la Argentina el reacomodamiento posdictatorial no había logrado superar las apuestas de la variante negra. O sea, apenas habían surgido indicios de revertir aquellos logros de los setenta. Con los equívocos que supone fijar fechas en un proceso histórico, me atrevo a estampar 1997: en junio de ese año aparecía mi antología de cuentos policiales antes mencionada, donde confesaba que no veía elementos seguros para superar la barrera del “período negro”. Casi como una corroboración o tal vez encubierta desmentida, en noviembre de ese mismo año se publicaba el Premio Planeta 1997: Plata quemada, de Ricardo Piglia, su novela que mejor responde al amplio género “novela”, pero en particular daba un puntapié terminal en el país a la muy controvertida variante del policial negro, con personajes memorables como el Malito, el Nene Brignone y el Gaucho Dorda. Piglia, que había iniciado en 1969 la Serie Negra con una excelente antología de cuentos que abría “Un hombre llamado Spade”, de Dashiell Hammett, parecía estar ahora despidiéndose del género. Por su parte, Juan Martini, otro gran referente, que en los años ’80 había regresado de Barcelona, donde supo motorizar una muy buena colección de policiales para Bruguera, clausuró en Buenos Aires esa vertiente con un volumen que reunía sus Tres novelas policiales. Y para remate y desgracia fallecía ese mismo 1997 Osvaldo Soriano, autor de la multiparódica novela fuera de serie Triste, solitario y final (1973).
Comienzos del presente siglo: el neopolicial lograba entonces buenos réditos, no sólo en países latinoamericanos sino que muchos de sus exponentes eran traducidos y aplaudidos en Europa, donde bien podía advertirse al mismo tiempo una aceptación continuada y creciente de la narrativa policial escrita en sus diversos países y no sólo en ellos; así, por ejemplo, circulaban el griego Petros Márkaris, el sueco Henning Mankell, el irlandés Benjamín Black, el chino Qiu Xiaolong, y la lista podría prolongarse en forma considerable.
Es entonces cuando, paradójicamente o no tanto, aparecen las voces agoreras aludidas al comienzo. Ellas no hablaban de una debacle universal, pero sí, con mayor o menor énfasis, del deterioro y estancamiento de la narrativa policial en nuestro país. Hasta se llegó a decir en un comentario periodístico que “el policial nacional, de larga trayectoria en nuestra literatura, ha cumplido su ciclo”.
Además de esos juicios condenatorios, cuando no apocalípticos, hubo otros menos taxativos, pero igualmente poco amables. Pongo un solo ejemplo: en “Para una reformulación del género policial” se advierte de entrada que “la literatura policial tiene dos vertientes”, recordándose las dos ya apuntaladas. Se reconoce luego que “el modelo chandleriano de novela negra pudo, quizá, resultar válido en la Argentina de los ’70”; pero, “a partir de los ’80 se ha vuelto increíble y obsoleto”, mientras que “a partir de los ’90, la policial clásica ha experimentado en nuestras letras un notable resurgimiento”. A renglón seguido, con buenos argumentos se reivindica “el espíritu de la gauchesca” como “muy cercano a nuestra realidad, en tanto enfrentado a la ley, al orden legal”; y de allí saltando al presente, puede comprobarse entonces que “la institución policial es corrupta en su organización básica”, por lo cual bien cabe concluir “que mejor que reformular el género policial sería reformar la policía”... Es posible estar de acuerdo con Carlos Gamerro, autor del artículo glosado, sobre la mirada hacia la policía; pero me resulta escasa o nulamente convincente deducir de allí la imposibilidad de escribir buenos relatos policiales en la Argentina, como bien lo ha probado la historia y lo sigue haciendo.

LA NUEVA SITUACION

Que dos de nuestros mejores narradores a la vez que agudos lectores –Gandolfo y Gamerro– se hayan mostrado extremadamente críticos frente a ese tan vapuleado como alabado género, que recorre la historia íntegra de nuestra literatura manifiesta o sesgadamente, no debe sumirnos en la indiferencia, pero tampoco en la adhesión a sus dichos. Puede que sea cierto el poco espesor literario de la mayoría de nuestros opus chandlerianos, como dispara Gandolfo, o que, como postula Gamerro, los herederos de Conan Doyle y Chesterton hayan retomado la delantera, aunque sin advertir la irremediable trampa que les tiende nuestra realidad o, más concretamente, la realidad policial argentina.
Hoy creo que tales críticos y el coro que los acompaña se equivocan al hablar sólo de textos clásicos y de textos negros como únicas categorías, sin ningún agregado, variante o matiz. (De ser así nos costaría mucho determinar en qué casillero incluir a un William Irish o a un Simenon, por ejemplo). Por otro lado, si bien es cierto que nuestro país fue pionero y largamente encabezó la producción de ficciones policiales en español, no debe amilanarnos ni deprimirnos que en distintos momentos de la historia otras naciones muestren una mejor performance. En cuanto a la corrupción de la policía, que mucho desasosiega a Gamerro, para quien es una marca estrictamente nacional, mucho me temo que también caracterice a otras varias instituciones policiales del mundo.
Tiré antes el ancla en 1997 mirando hacia atrás, haciéndolo ahora hacia adelante me detendré apenas un año después. En 1998 se publican dos libros que establecen nuevos códigos de lectura para el género: Las islas, de Gamerro, y La traducción, de Pablo De Santis. Sobre la primera volveré luego. La traducción, finalista del Premio Planeta, tuvo de entrada una muy buena recepción crítica y de público, tanto que dos años después Planeta saca una cuidada edición con una guía de lectura “especial para el trabajo en el aula”, o sea que ese texto se ha de difundir a nivel escolar. Simultáneamente aparecía en España Filosofía y Letras, también de De Santis. En ambas novelas los recursos del policial están presentes en escenarios opresivos y fantasmagóricos, con un claro desplazamiento de la figura del detective tradicional. En el enigma de La traducción “no intervienen pasiones por seres reales, las venganzas o ajustes de cuentas frecuentes en los policiales clásicos. El plano policial de la historia narrada se alimenta de otro plano al que denominamos cognoscitivo. La naturaleza del conflicto no se escapa de la categoría de lo extraño, que no encuentra explicación entre policías o detectives sino entre intelectuales especializados en el tema que los ha reunido: la palabra y la traducción” (Adriana E. Narváez). Por cierto no son esos dos los únicos textos vinculados con el policial de De Santis, quien ha incursionado también en la literatura para adolescentes, la historieta, los guiones de TV y el ensayo.
Vayamos entonces a otros personajes significativos de esta historia. Guillermo Martínez, joven matemático bahiense que en 1989 debuta con un excelente libro de cuentos, Infierno grande, y publica luego regularmente, alcanzando su mayor éxito en 2003 con una novela policial clásica, Crímenes imperceptibles, que en 2008 lleva al cine Alex de la Iglesia como Los crímenes de Oxford. Otra figura que ha alcanzado una gran proyección mediática, es Claudia Piñeiro, en particular desde que ganó el premio Clarín/Alfaguara en 2005, con Las viudas de los jueves, llevada al cine por Marcelo Piñeyro. Otras novelas de esta escritora, que bien pueden encuadrarse en el policial, son su temprana Tuya y su última producción, Betibú, filmada por Miguel Cohan. Con una fluida escritura, personajes bien definidos e incorporación de novedosos escenarios, esta autora ha sabido conquistar un vasto público (recordemos que muy pocas mujeres, Syria Poletti, María Angélica Bosco y no muchas más, habían incursionado en el policial entre nosotros; y ninguna de ellas alcanzó la popularidad de Claudia Piñeiro).
Vuelvo a Carlos Gamerro, que como los tres escritores precedentes nació poco después de iniciada la década del ‘60 (1962), también como ellos su actividad no se ciñe a la ficción, sino que docencia y ensayo crítico tienen lugar destacado en su haber. “Planteada como un thriller, Las islas se desarrolla como novela política, sin perder de vista el clima de suspenso que todo policial reclama hasta sus últimas páginas”, escribe Sergio Olguín en el diario La Nación. Este y otros comentarios críticos sobre Las islas se consignan y analizan debidamente en “La forma de la verdad”, tercer capítulo de Nuevos secretos (2012) de Ezequiel De Rosso, un muy sólido y agudo libro de teoría y crítica sobre el tema que refiere su subtítulo (Transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000), proponiendo una lectura de ciertos textos clave de la reciente literatura continental como “relatos que evocan el género, pero que recurrentemente frustran sus expectativas”.
En las líneas precedentes he convocado a cuatro escritores que comenzaron a tejer sus obras en la bisagra entre ambos siglos y luego se han consolidado como figuras ineludibles en el panorama de la actual literatura. En este panorama hay algunos escritores de la vieja guardia que siguen activos (Piglia, Battista, Abós, Fernando López) o muy activos (Sasturain). Pero también hay y escriben muchos de la misma promoción o apenas posteriores, como el ubicuo e incansable Osvaldo Aguirre o Sergio Olguín, que acaba de publicar Las extranjeras, donde reaparece la periodista Verónica Rosenthal, que ya se insinúa como protagonista de toda una saga; y además Leonardo Oyola (Siete y el tigre harapiento, Santería), Ricardo Romero (El síndrome de Rasputín), Ernesto Mallo (Me verás caer), Diego Grillo Trubba (Crímenes coloniales I y II), Mariano Quirós (premio “Laura Palmer no ha muerto”, con Río Negro) y la lista no concluye aquí. Pero quiero, antes de terminar, dejar constancia de una serie de notables cronistas, que, en la estela walshiana, han escrito textos en los bordes del policial, investigaciones periodísticas que entran y salen de él. Para hacerlo sólo daré cuenta de la punta del iceberg: Osvaldo Aguirre (Historias de la mafia en la Argentina, entre muchos otros títulos), Javier Sinay (Los crímenes de Moisés Ville), Selva Almada (Chicas muertas) y la encumbrada, con pleno derecho, Leila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo).
Y ahora sí se me acabó el tiempo. Para cerrar vuelvo a la apertura, a esa puntualización según la cual se certificaba la muerte del policial en el país. Pocos años han transcurrido desde aquellas voces agoreras. Hoy, sin sobrestimar los logros, nada nos impide desmontar su inconsistencia: tenemos congresos y jornadas como la presente, y no sólo en Buenos Aires; tenemos colecciones que van desde las series de Tusquets, con buena aceptación entre nosotros, hasta Extremo negro, con sus concursos y sus autores nacionales; tenemos difusión mediática en la que sobresalen los programas televisivos de Juan Sasturain; tenemos valiosos rastreadores de los tramos iniciales del policial en el país, como Román Setton, organizador de estas jornadas, y también grandes lectores que han reflexionado con suma agudeza sobre los avatares del género como Ezequiel De Rosso; finalmente tenemos escritores que se reconocen en filiaciones pero a la vez abren nuevas sendas: Borges/ Piglia/ De Santis, por ejemplo. Y si no todo brilla como el sol, hay que recordar que tampoco ocurrió eso en aquellos momentos de gran esplendor.
Durante varios años solía reunirme hasta altas horas de la noche con Jorge B. Rivera en su casa de Villa del Parque, para intercambiar lecturas, pensar proyectos y tomar buen vino. De esas charlas surgió Asesinos de papel. Seguramente él, como yo ahora, se sentiría gratificado al ver que integrantes de una o dos generaciones posteriores avanzan sin tregua y con paso firme en la misma senda.
Las Primeras Jornadas de Literatura y Cine Policiales en Argentina organizadas por el Proyecto de Investigación UBACyT “Teorías del policial” y PIPA (Proyecto de investigación de policiales en Argentina), tuvieron lugar los días 29 y 30 de mayo en el Museo del Libro y de la Lengua. Participaron, entre otros escritores y críticos, Juan Sasturain, Luis Chitarroni, Román Setton, Guillermo Martínez, Sylvia Saitta, Osvaldo Aguirre, Hugo Salas, Carlos Gamerro y Pablo De Santis.

Camilla Läckberg, una limpieza a fondo en casa antes de empezar cada novela

Camilla Läckberg, autora sueca de la exitosa saga de novela negra  Los crímenes de Fjällbacka en cuya novena entrega está trabajando, confiesa que cada vez que empieza un libro tiene que hacer una limpieza a fondo de su casa

Camilla Läckberg, autora sueca de las saga Los crímenes de Fjällbacka./lainformacion.com
Camilla Läckberg se siente así renovada y puede centrarse en escribir novelas, un oficio que compagina con los de guionista o diseñadora, lo que le obliga a planificar y estructurar su trabajo, organización que para ella es crucial, asegura en una entrevista con Efe.
Nacida en 1974 en Fjällbacka, la autora publicó en 2003 su primera novela, "La princesa de hielo", ambientada en esta región costera de Suecia en la que nació y creció.
Un exitoso debut al que han seguido ocho libros protagonizados por la escritora Erica Falck y su marido, el comisario Patrik Hedström, una pareja que se ha enfrentado ya a numerosos enigmas policíacos desde ese pequeño pueblo de pescadores.
Y así lo vuelven a hacer en su última novela publicada en España, "La mirada de los ángeles" (Maeva), una historia que transcurre en tres planos temporales: a principios de 1900, 1970 y en la actualidad.
Con más de doce millones de ejemplares vendidos de esta serie policíaca en más de cincuenta países, los seguidores de Erica y Patrick son muchos y, por eso, la escritora tranquiliza a sus lectores respecto a la continuidad de la pareja y asegura que no ha pensado en poner fin a esta saga.
"Continuaré escribiendo sobre Fjällbacka y estos personajes mientras tenga historias que contar y mientras me siga gustando hacerlo", asegura la autora, que dice sentirse encantada de cómo sus lectores están implicados con esta pareja y le trasladan su inquietud por la posibilidad de que deje de escribir sobre ellos: "es maravilloso experimentar como autor este vínculo".
La autora se encuentra escribiendo en la actualidad la novela novena de la serie, que llevará por título "The lion tamer" ("El domador de leones") y adelanta que habrá mucho más drama doméstico en la vida de Erica y Patrick, aunque asegura que no puede decir más de su argumento.
Además de la trama de investigación, Läckberg considera que la parte de la vida doméstica de sus personajes da un toque interesante a sus novelas y les dota de una mayor profundidad: "explorar las relaciones de los personajes, sus creencias y sentimientos más destacados hace que los lectores tengan un vínculo con ellos", dice.
La receta del éxito de sus novelas es para esta autora la combinación de "una gran trama, personajes interesantes y un giros inesperados".
Su relación con Erica, la protagonista de sus novelas es, después de tantos libros "muy especial": "Ella tiene el 50 por ciento de mí y el otro 50 por ciento de ella misma", asegura Läckberg, que explica que escribir sobre este personaje ha supuesto para ella una forma de explorarse a sí misma y de encontrar nuevas perspectivas.
En "La mirada de los ángeles" rescata varios episodios de la Segunda Guerra Mundial, algunos protagonizados por Hermann Göring, un destacado político y militar alemán que fue una figura prominente del Partido Nazi, y en la trama de la actualidad aparecen algunos personajes vinculados al partido nacionalista en Suecia.
Se trata de un asunto muy importante para Läckberg, que considera que la Segunda Guerra Mundial "está todavía presente en la memoria de mucha gente".
Como en anteriores novelas, la autora sueca aborda también la vulnerabilidad de la infancia y reflexiona sobre la violencia y sus efectos en las personas: "como madre es un tema muy importante para mí y mi mayor temor es que algo pudiera pasarle a mis hijos", asegura.
Camilla Läckberg escucha mucho las opiniones de los lectores porque es consciente de que hay que ser receptiva, pero aunque aprecia estas aportaciones y que su público se vea involucrado en sus novelas, dice que es fiel a su propio estilo e ideas.