29.12.10

España logra los derechos del libro sobre Larsson

La autobiografía de Eva Gabrielsson, la mujer que compartió durante 32 años la vida con el escritor, verá la luz el próximo 5 de abril

Eva Gabrielsson, viuda de Larsson.foto:archivo.fuente:lavanguardia.es

La autobiografía de Eva Gabrielsson, la mujer que compartió durante 32 años la vida del escritor de "Millenium", Stieg Larsson, verá la luz en España el próximo 5 de abril, editada por Destino, el mismo sello que ha publicado la trilogía que ya ha vendido 30 millones de copias en el mundo.

La autobiografía, "Millenium, Stieg et moi ("Millenium, Stieg y yo"), la publicará el 5 de enero en Francia Actes Sud y no estaba previsto que se editara en ningún otro idioma hasta que Destino ha logrado los derechos para España, según han explicado a Efe fuentes de la editorial.

En su libro, de apenas 150 páginas, Gabrielsson da detalles acerca de sus discrepancias con el hermano (Joakim) y padre (Erland) de Larsson, con quienes el autor no se hablaba pero que han acabado heredando las decenas de millones de euros que han generado los exitosos libros, porque la ley sueca no reconoce derechos a los supervivientes de las parejas que no se hayan casado.

En la autobiografía, según explicó recientemente a Efe Kurdo Baksi, amigo de Larsson, la viuda insiste en el enfrentamiento con el hermano y el padre de Larsson por los derechos generados por "Los hombres que no amaban a las mujeres", "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina" y "La reina en el palacio de las corrientes de aire".

La familia de Larsson, fallecido de un infarto en 2004, recién cumplidos los 50, advirtió que si se publicaba este libro jamás daría su autorización para que el manuscrito con el "IV Millenium", del que el autor dejó escritas 320 páginas, vea la luz.

Baksi explicaba que es muy difícil que el volumen que cerraría la saga se publique antes de 2015 y eso en el caso de que Gabrielsson no editara la autobiografía y aceptara firmar el "IV Millenium", precisando que se inspira en una obra del fallecido y repartiera los beneficios con la revista "Expo".

Sin embargo, Gabrielsson quiere publicarlo sólo con el nombre del que fue su pareja, a pesar de que sería ella la que concluiría el tercio, aproximadamente, de novela que falta, y ser la única titular de los derechos que genere.

Gabrielsson ha señalado siempre que su compañero consideraba los manuscritos de sus libros como el plan de pensiones de ambos.

Lo cierto es que la arquitecta ha decidido seguir adelante con su proyecto y ha elegido Francia para editar las memorias, en las que relata también el trabajo como periodista de Larsson contra el fascismo desde "Expo", la revista que él fundó y a la que quería donar todos los beneficios del "IV Millenium".

No está previsto, por el momento, que "Millenium, Stieg y yo" aparezca en ningún otro idioma, excepto en francés y en español, aunque es posible que, "quizá", se edite en noruego, aunque no en inglés ni en sueco.

Hace cerca de un año, Gabrielsson rechazó una oferta de Erland y Joakim Larsson para zanjar la polémica por 20 millones de coronas suecas (algo menos de 2 millones de euros y cerca de 2,7 millones de dólares).

13.12.10

Territorio Highsmith

Patricia Highsmith adoraba manejar y elaborar mapas, tablas, planos, listas y esquemas

Pat en el Circle Line en los años 40.foto:Swiss Literary Archives.fuente:papelesperdidos.com

Nadie dijo que fuera una mujer fácil. No era simpática, rara vez era educada y adoraba los caracoles. Patricia Highsmith (1921 Texas-1995 Lucarno) poseía un talento excepcional pero solía decir lo que pensaba abiertamente, lo que no resultaba fácil de digerir. "Creo que mis libros no deberían estar en las bibliotecas de las cárceles", escribió con prudencia en 1956 la creadora de Mr. Ripley, su personaje más emblemático. La autora de Extraños en un tren llenó casi 8000 páginas, escritas en cuadernos y diarios, redactados en cinco idiomas, en las que describió con pelos y señales a sus amantes comparándolas entre sí, apuntó sus opiniones siempre polémicas, los martinis que bebía y hasta las cuentas mínimas del supermercado. Highsmith adoraba manejar y elaborar mapas, tablas, planos, listas y esquemas. Con todo ese material, Joan Schenkar (Seatle, 1952) ha construido Patricia Hignsmith (Circe), una biografía atípica juntando lo que escribía con lo que vivía. Siguiendo los pasos de Virginia Woolf, que definió la biografía como un arte impuro que habría que escribir separando las dos clases de verdades: la cáscara (los hecho) y el átomo (la vida interior), ha unido en casi 800 páginas los detalles concretos de la vida de la escritora con una cronología comentada de su vida y obra. En los anexos se encuentra también el Nueva York de la escritora con las direcciones de su vida y los domicilios donde alojaba a sus asesinos que no eran otros que los que usaba ella o sus amantes.

Highsmith fue una creadora increiblemente prolífica. "Tengo ideas con tanta frecuencia como las ratas tienen orgasmos", contó, Las ideas llegaban en forma diversas; además de las obras publicadas, dejó más de doscientos manuscritos, 38 cuadernos de apuntes, y al menos 18 diarios. Fabricaba muebles, esculpía figuras, confeccionaba sus propias tarjetas de Navidad.... "Discutir con Pat", cuenta una de sus amantes, "era como discutir con un perro rabioso. Podía morderte. Pero no era el miedo a que te mordiera, era el miedo a darte cuenta de que habría sido mejor no hacerlo. (...) Cuando llegué a entenderla sentí lástima por ella. Me pareció que estaba apartada del amor en su forma más sencilla: el amor a los padres". Odiaba a su padrastro y las relaciones con su madre no podían ser peores. "Quiere recibir atención como una actriz", escribió Pat cuando su madre, languideciendo en una residencia de ancianos de Texas, le suponía un gasto extra en pañales para adultos. Unos años antes, Mary Highsmith le había escrito a su hija: "Estoy segura de que, si pudieras, con mucho gusto me meterías en Dachau sin pensártelo ni un minuto". Sin duda el territorio Highsmith es otro mundo.

10.12.10

Hijo de tigre

Paco Ignacio Taibo II, el escritor español-mexicano que revitalizó el policial en castellano y creó la Semana Negra de Gijón, se atreve a algo que muchos podrían considerar un sacrilegio: escribir una continuación de la saga de Sandokán de Emilio Salgari

Taibo II, revitaliza el género de aventuras.foto.fuente:pagina12.com.ar

Y con El retorno de los tigres de la Malasia no sólo sale bien parado, burlándose de los límites genéricos, sino que se atreve a introducir el sexo y la política, temas que, para quien supiera leer, ya latían en el anticolonial y sensual original.

Uno de los argumentos más inesperados para desarmar la rígida separación entre literatura para jóvenes y literatura para adultos es reconocer la influencia que pueden tener en una persona los primeros libros que lee en su vida. "Me daba tentación traer estos personajes a un público de jóvenes y lectores adultos, porque en las novelas que leía a los seis o siete años, había valores como la honra, el valor y el aprecio de la palabra dada", aseguró Paco Ignacio Taibo II, escritor español con gracia de nobleza pero mucha vocación de trabajo que creó el festival multicultural Semana Negra de Gijón por el que han pasado miles de escritores de novelas policiales. Y con esas palabras Taibo II se refiere a los motivos por los que se largó a escribir algo que muchos podrían tomar como una herejía, una continuación de Los tigres de la Malasia, el más extenso y exitoso ciclo de novelas del prolífico Emilio Salgari que va desde Los misterios de la jungla negra (1895) hasta El desquite de Yáñez (1913). Siguiendo esa rara tradición de continuadores de clásicos, como es el caso de Maxime Benoît-Jeannin con Mademoiselle Bovary o Jean Rhys con El ancho mar de los sargazos, notable saga de Jane Eyre, Paco Ignacio Taibo II tomó el toro por las astas y decidió que, así como no pueden elegirse los libros que se leen en la infancia, al menos sí es factible continuar o reescribir los que más gustaron, y de paso encontrar nuevas razones para legitimar esa preferencia. Aquellos que empezaron leyendo a Salgari, por ejemplo, pueden vanagloriarse de que, justo en la época en que la narrativa británica glorificaba sin pruritos su política colonialista, él elegía como protagonista de sus novelas a Sandokán, un resistente anticolonialista extremo. De hecho, los británicos eran los principales enemigos del héroe, quien para combatirlos contaba con el apoyo de su gran amigo el portugués Yáñez.

El retorno de los tigres de la Malasia. Paco Ignacio Taibo II Planeta 330 páginas

Si El retorno de los tigres de la Malasia vale la pena es porque, lejos de tratarse de un capricho, no se limita a ser una mera continuación de la saga de Salgari. Este libro parece, por el contrario, resignificar la carrera literaria del multifacético Taibo II: así como aportó su personaje Héctor Belascoarán Shayne para insuflar con nuevo aire la novela negra en español –entre sus premios se cuentan tres Dashiell Hammett–, con esta obra también propone una vuelta de tuerca al género de aventuras, a la vez que se ríe de las clasificaciones entre literatura juvenil y literatura adulta. La historia se sitúa en 1876 cuando el lugar donde permanecen en exilio los ya avejentados Yáñez y el príncipe malayo Sandokán es atacado por una extraña fuerza maligna rodeada de niebla verde, por lo que se ven obligados a abandonar el retiro y convocar nuevamente a los Tigres de la Malasia para iniciar un descenso a los infiernos; esos raros atentados nuevos que arrojan varios muertos tienen así alguna similitud con el nunca bien explicado humo de Lost.

Por su parte, al público adulto este libro lo seduce con una proliferación impresionante de citas literarias que van desde la poesía española (se filtran en los diálogos rimas de Francisco de Quevedo y Angel González) hasta William Blake, pasando por Ray Bradbury, Verne, Arthur Conan Doyle y Kipling; una especie de exhibición de su propia educación sentimental que se enlaza con otro terreno fundamental de la carrera de Taibo II, el de biógrafo del Che y autor del prólogo al fascinante Cuaderno verde que también mostraba los gustos literarios de Guevara: Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y César Vallejo. También hay lugar en sus páginas para escenas de sexo y distintas referencias a la política, entre las cuales se destaca una carta que les escribe Engels a los protagonistas al momento de escribir El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876). Si bien da la sensación de que tarda demasiadas páginas en despegar, El retorno de los tigres de la Malasia tiene la virtud de esconder, bajo el gesto trillado y algo ingenuo de continuar un clásico, un experimento literario valioso: hacer un libro que sea para jóvenes y adultos al mismo tiempo, un libro capaz de mostrar explícitamente que, en los libros leídos en la infancia, el mundo de los adultos –el sexo y la política, sobre todo– brilla y late en su engañosa ausencia.

6.12.10

Elizabeth Subercaseaux habla de su primera novela negra e internacional

No había escrito antes un thriller y, pese a llevar dos décadas viviendo en EE.UU., nunca había acudido a personajes de otras nacionalidades. A ambas cosas la escritora accede en su nuevo libro, Las confidentes

Elizabeth Subercaseaux, escritora chilena que debuta en la novela negra.foto.fuente:emol.com

Todo se inicia en Pennsylvania, en 2008, y continúa en Santiago, en 1999. Dos historias de amores y frustraciones, cerradas como un cuento, pero que no son más que el punto de partida para una novela que no es romántica, sino negra.
Así comienza "Las confidentes" (Suma de Letras), la última entrega de la escritora chilena Elizabeth Subercaseaux, quien enfrenta de manera polifónica los asesinatos de dos mujeres ocurridos el mismo día, a la misma hora y del mismo modo, pero a un hemisferio de distancia: Uno fue en Connecticut, el otro en Quillota.

Claro que ésos no son los únicos escenarios: Francia y la India también son algunos de los entornos en que se mueven las historias, que saltan en el mapa, pero también en el tiempo. "Como se trata de una novela polifónica donde se entrecruzan dos historias paralelas, pero muy similares, y estas historias son contadas diez años después de que ocurren, fue necesario dar esos saltos", explica la autora.

Este factor además determina un tono "multicultural" que marca a la obra, y que no sólo tiene que ver con el relato, sino también con la propia biografía de la escritora. "Vivo en dos culturas muy distintas, la chilena y la estadounidense, y como vivo en ambos países y además paso mucho tiempo en Francia, no fue difícil hilar esas historias. Conozco muy bien las tres culturas, sobre todo la norteamericana, porque vivo hace más de veinte años allí. Es la primera vez que me atrevo a trabajar con personajes de otras nacionalidades", recalca.

Entre las protagonistas femeninas de "Las confidentes" resalta sobre todo Prudencia, una mujer altamente conservadora, que actúa como policía de los estándares morales y religiosos que cree adecuados. "Ella representa un sector muy conservador de la sociedad chilena, generalmente ligado al latifundio", aclara Subercaseux.

De este modo, el personaje establece el puente más claro entre la novela y una realidad particular que se grafica, preocupación que la escritora define como permanente en su obra. "Yo nunca he escrito nada que no tenga que ver con las sociedades donde vivo", dice, aludiendo a una obra marcada por la la exposición de temas sociales y de género, en los que se filtra una mirada que define de una sola forma: "Bastante crítica".

3.12.10

Ha nacido otra estrella 'negra' escandinava

Es el abismo entre el paradisíaco paisaje y la turbia realidad. A todas luces, una Suecia extraña y oscura, y repleta de McDonald's

Ann Rosman, autora de novela negra escandinava para seguirle la pista.foto.fuente:elmundo.es

Todo lo que hay en la nevera de Karin Adler es un trozo de queso y un tubo aplastado de caviar. Karin Adler es agente de policía en la comisaría de la pequeña localidad de Marstrand y a ratos se preocupa por lo que un café y un par de bollos pueden hacerle a su cada vez menos envidiable figura. Karin pasa sus días poniendo lavadoras y esperando su primer caso criminal. El día que llega lo hace en forma de anillo de boda. La primera novela de Ann Rosman, 'La mujer del faro' (Salamandra), pretende acabar con el reinado de Camilla Läckberg, en lo que a dama del crimen escandinavo se refiere.

La historia de 'La mujer del faro' es la siguiente. Aparece un cadáver frente al viejo faro de un islote cercano a la peculiar villa de Marstrand (donde reside la inspector Karin Adler, que acaba de aterrizar en Homicidios), en plan Laura Palmer, la desafortunada protagonista de 'Twin Peaks', la serie de David Lynch. La investigación cae en manos de Adler y su puntilloso compañero, el agente Folke. Al principio, lo único que tienen es un breve listado de desaparecidos y un anillo de boda. Pero cuanto más profundizan en la historia de los habitantes de la localidad, mayor es el abismo entre el paradisíaco paisaje y la turbia realidad. A todas luces, una Suecia extraña y oscura, y repleta de McDonald's .

Karin adora el café de McDonald's pero Folke no. Su primera discusión tiene lugar en el coche patrulla, mientras se dirigen al lugar en el que se ha hallado el cadáver. Karin le pide que se detenga frente a un McDonald's para comprar un café y Folke se niega, porque desde que leyó un reportaje sobre la comida basura se prometió que jamás volvería a entrar en uno de ellos. Folke es un ávido lector de la revista 'Consejos y Hallazgos' y de 'Cuerpo y Alma', y se sabe de memoria los horarios de todos los ferrys que unen Marstrand con los pequeños islotes vacacionales.

Con la maestría de cualquier dama del crimen que se precie (empezando por la gran Agatha Christie y cerrando el círculo con Patricia Cornwell, y poniéndole especial atención al trabajo de Sue Grafton, a quien Rosman parece más cercana), la nueva estrella 'negra' escandinava construye una retorcida trama que, sin alejarse de lo cotidiano (después de todo Karin Adler es sólo una chica en plena crisis de identidad, aquejada de todos los complejos que rodean a las chicas de su edad), explora los rincones más oscuros de la sociedad sueca contemporánea.

Porque Marstrand, y sus habitantes, son algo así como lobos disfrazados de corderos. Al menos en las novelas de esta joven e intrépida escritora que curiosamente reside en la localidad de la que tan siniestramente habla. Lo de intrépida viene de que ella misma, como Karin, es navegante (y como ella también tiene un barco de vela, de ahí que pose embutida en un anorak amarillo en la solapa de la novela), algo habitual en la tierra de los fiordos helados, pero ciertamente algo sorprendentemente raro entre las escritoras de novela negra. Habrá que seguirle la pista.

1.12.10

El hombre ilustrado

Después de ganar el Booker Prize con El mar en 2005, John Banville se tomó unas vacaciones bajo el nombre de Benjamin Black, autor de novelas policiales que salió mucho más indemne y contento de la experiencia de lo que podía imaginar a priori

John Banville descanza cuando escribe novela policial y negra.foto.fuente:pagina12.com.ar
El regreso con Infinitos es espléndido y vital, una novela protagonizada tanto por hombres (uno de ellos agonizante) como por dioses antiguos. En este diálogo que mantuvo con Rodrigo Fresán durante la presentación del libro en Madrid, se pasa revista a estos últimos años del autor irlandés que, atrapado entre Joyce y Beckett, supo llevar adelante su propio camino.
Hace un tiempo le pregunté a John Banville qué estaba escribiendo. Por entonces, el escritor parecía poseído por su alter ego policial Benjamin Black: uno y dos y tres thrillers veloces y a quemarropa. Pero Banville (antes de la publicación de Elegy for April, otro caso para el patólogo Quirke by Black) acechaba en las sombras y ponía a punto a Infinitos, su primera obra estrictamente banvilleana desde El mar (ganadora de el Booker Prize). "Transcurre a lo largo de un día de verano, en una casa en el campo en la que un anciano en coma agoniza. Su familia se ha reunido para despedirlo y, con ellos, también acuden los dioses junto al lecho del moribundo. Espero, como mínimo, que sea una obra maestra, un éxito de ventas y que me lleve hasta las puertas del Nobel, ja", me contestó por mail.

Lo que sigue es un fragmento de la transcripción de un diálogo en público en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, mientras Infinitos se presenta ahora en castellano y su autor –ya metido a fondo en su próximo desafío, donde convergerán personajes de novelas anteriores– entra y sale de libros y de librerías.

Una vez me dijiste que una de tus fantasías es entrar en una librería, chasquear los dedos y hacer desaparecer todos tus libros para poder empezar de nuevo.

–Sí, seguro que tú también conoces esa sensación. Odiamos a nuestros hijos, bizcos y desdentados; nos encerramos en una habitación durante uno o dos años haciendo estos objetos y, para cuando los acabamos, los detestamos por completo. Toda mi obra anterior está ahí como testimonio evidente de mi falta de talento, aunque también es cierto –lo he dicho muchas veces– que considero que mi obra es mejor que la de los demás, sólo que no es lo suficientemente buena para mí. Soy de esa clase de perfeccionistas. Y me atormenta no ser capaz de hacerlo bien. Una vez le preguntaron a Iris Murdoch por qué escribía tanto y respondió que pensaba que cada nueva novela la exculparía de todas las anteriores. Yo pienso lo mismo.

Pero al menos sentirás que hay algún tipo de mejora con cada libro... ¿O es sólo otro libro de John Banville?

–Siempre he envidiado a los poetas, que revisan su obra anterior con profundo placer. Tengo amigos que leen poemas que escribieron a los diecisiete, hace cincuenta años, y les encantan. Yo eso lo encuentro muy extraño. Parece que los poetas no mejoran; de hecho, la mayoría empeora. Uno puede hacer poesía excelente de joven, pero no creo que sea el caso de los novelistas. Supongo que uno aprende a usar el lenguaje de un modo más fluido y con más sensibilidad a medida que pasa el tiempo. Pero, por supuesto, nuestras ideas y nuestra ignorancia sobre el mundo son tan densas como siempre. De joven pensaba que cuando envejeciera me volvería más sabio, pero la edad no trae sabiduría, sólo confusión. Aunque a veces la confusión puede resultar interesante. Ahora dejo que en mis libros pase lo que tenga que pasar con mayor frecuencia que en los viejos tiempos; me gusta la idea del azar. Pero, ¿mejoro?

Me pregunto si parte del problema no tendrá que ver con ser un escritor irlandés. En cierta ocasión dijiste que sientes que todos tus antepasados son como "estatuas gigantes de la Isla de Pascua".

–Sí, es difícil ser un novelista irlandés. Es un país pequeño con un número extraordinario de escritores de una estatura enorme. No parece que tengamos muchos escritores mediocres, sólo maravillosos o realmente horribles. Joyce lo metió todo, Beckett lo sacó todo, y los demás nos movemos en el terreno que dejaron en medio sin saber muy bien qué hacer. Mi amigo Neil Jordan, por ejemplo, decidió dedicarse al cine porque sentía que no podía competir con los escritores del pasado. Por mi parte, he tratado de forjar un nuevo tipo de ficción que es en buena medida un tanto pedestre... Se trata de buscar nuevos modos de avanzar. ¿Por qué sentimos que tenemos que hacerlo? No lo sé. Creo que uno de los peores consejos que se pueden dar es el de Ezra Pound: "Que sea nuevo". Un buen día, cuando tenía unos cuarenta años, me pregunté: ¿por qué, qué hay de maravilloso en que algo sea nuevo? Lo que valoramos y apreciamos más en el arte es el elemento tradicional que contiene. De manera que me he transformado en un antivanguardista. Es decir, soy el líder de la retroguardia.

Has dicho que el libro que te abrió los ojos como novelista fue Dublineses, de James Joyce, y que, con los años, te has ido acercando mucho más a Beckett. Lo cual me extraña mucho. Sí reconozco en tu escritura una voz sonámbula en primera persona que intenta relatar el universo entero, pero en cuanto a la prosa me parece que estás mucho más cerca de un Proust, por ejemplo, en el aspecto sensorial.

–Sí, hay una distinción muy práctica, de mi propia cosecha, según la cual los escritores irlandeses de ficción pueden tomar dos caminos: el joyceano y el beckettiano, y supongo que en mi caso –en un sentido muy amplio– sigo el camino de Beckett, aunque no soy un escritor como él. Su proyecto era, desde el principio, un asalto al lenguaje, un esfuerzo por negarlo. En cambio, a mí el lenguaje me resulta peligrosamente atractivo. Gozo con él, aunque intento evitarlo.

Acabas de mencionar a Frank Kermode. ¿Qué te parece la crítica literaria? ¿Crees que los escritores tienen algo que aprender de los críticos académicos?

–George Steiner me dijo hace años que los especialistas son los carteros del futuro. Me parece una excelente justificación de su trabajo, pero lo cierto es que no suelo leer obras académicas. No es que no me gusten: es que no son para mí. No puedo leer textos sobre mi propia obra, al igual que no puedo leer mi propia obra. Me sorprendió un día, hace relativamente poco, darme cuenta de que la única persona que no puede leer mis libros soy yo. Porque ya los conozco, y conozco asimismo todas las versiones anteriores, y eso los ensucia. Mientras que para un lector que llega a ellos por primera vez, todo es nuevo. Un buen especialista siempre da la sensación de llegar al libro por primera vez. Por otro lado, quedan muy pocos críticos realmente estimulantes, como Edmund Wilson, personas que estaban fuera de la academia, pero también absolutamente comprometidas y eruditas. Y erudito, a mi parecer, suele ser algo completamente distinto de académico.

No contento con crear personajes, creaste un escritor de novelas policiales: Benjamin Black.

–Benjamin Black está a medio camino entre John Banville y el tipo de periodista literario que soy desde hace unos treinta o cuarenta años. Si yo me pongo a escribir un texto para The New York Review tardo un día, lo hago de un tirón. Benjamin Black también escribe de modo muy rápido, muy fluido. Mientras que el pobre Banville escribe como un caracol que cruza la página, dejando esa horrible baba... Así que son dos métodos de escritura completamente distintos. Empecé a ser Benjamin Black hace unos cinco años porque en aquel momento pensé que sería divertido, y que además podía ganar algo de dinero. Tenía un guión para la televisión que no se iba a hacer, así que decidí convertirlo en una novela. Pero, si lo pienso, ahora me doy cuenta de que me hacía falta: Banville necesitaba un empujón para salir del camino en el que se sentía encerrado.

Volviendo al tema del estilo y a la trama, una vez me comentaste que el estilo avanza con zancadas triunfantes mientras que la trama arrastra los pies.

–Sí, como somos novelistas, no nos podemos librar de la trama, una novela tiene que tener historia. Si no, no es ficción. Yo he tratado de trabajar dentro de las reglas y de la tradición de la ficción.

¿Y cómo relacionas la idea de la trama y la de estilo? Para mí, el párrafo más revelador de toda tu obra está en El libro de las pruebas, cuando Frederick Montgomery dice: "Nuestro destino no era estar en este planeta, esto es un error". ¿Cómo te enfrentas a eso, a estar en el planeta equivocado y tratar de encontrar estilo y trama aquí?

–Se trata de un párrafo de El libro de las pruebas, que escribí hace veinte años, en el que un personaje dice: "Nunca me he acostumbrado a estar en esta Tierra. Siento que nuestra presencia aquí es un error cósmico, y que nuestro destino era otro planeta". Y luego se pregunta cómo les irá a esos terrícolas delicados, a los que iban a venir aquí, en el otro lado del Universo, y se dice: "No, hace mucho que deben de haberse extinguido, cómo habrían podido sobrevivir los delicados terrícolas en un mundo hecho para contenernos a nosotros". Y creo que es verdad. Me siento, como todos nosotros, un extraño en la Tierra. Este es un mundo absolutamente exquisito, no hay más que mirarlo, tan distinto de nosotros. Hemos adquirido un conocimiento que las otras criaturas no tienen, la conciencia de la muerte, y hemos pagado un precio enorme por ello; sólo hay que ir a cualquier sala de espera de un hospital psiquiátrico para entender el daño que la conciencia nos ha infligido. Se trata de un regalo muy valioso, pero también muy difícil. Un don que nos ha distanciado del mundo, de los animales, lo cual me consterna profundamente. ¿Sabes cómo nos miran los animales? No me refiero sólo a los animales domésticos sino también a los salvajes. Nos miran con perplejidad, y constantemente tratan de comprendernos. Como dice Nietzsche, los animales nos miran como el animal que ríe, el animal infeliz, el animal loco. Por eso, supongo, es por lo que escribo, a causa de esa sensación de distanciamiento, e intento encontrar el camino de vuelta al mundo mediante oraciones. No creo que sea algo excepcional, es lo que todos hacemos cuando hablamos, cuando tratamos de expresarnos ante un ser amado u odiado.

Tus libros están llenos de pintores y de cuadros. He leído que intentaste ser pintor, pero no te gustaba lo que pintabas. Dijiste al respecto algo muy interesante: que intentar pintar te enseñó mucho sobre la escritura y sobre la manera de mirar las cosas. Si alguien bajase del cielo, uno de los dioses de tu última novela, y te dijese que podrías pintar el cuadro que quisieras, ¿cuál sería?

–Cualquiera de la serie de La baigneuse del último Bonnard, de los estudios de su mujer en el baño, hay seis u ocho, cualquiera de ellos, sobre todo el último, uno de los mejores... Por cierto, las enseñanzas de la pintura también se pueden apreciar en la obra de John Updike, que tenía formación artística.

Sí, intentó hacer dibujos animados, con Walt Disney...

–... y estudió dibujo en Londres, en la Ruskin School. No diré que la pintura te haga percibir el mundo de una manera diferente, pero sí te proporciona una mirada más aguda, miras los detalles de otro modo, de una forma más minuciosa. ¡Desgraciadamente yo no tenía ningún talento! No sabía dibujar, no tenía sentido del color, ni conocimiento del oficio. Era un adolescente, y creo que intenté pintar porque las palabras me desesperaban, me parecían un medio demasiado difícil. Y aún me lo parecen. Una de las razones es que son la moneda común de nuestra vida diaria. Como ese personaje de Molière que descubre a los cincuenta años que lleva toda la vida hablando en prosa. El hecho de que hablemos un tipo de prosa no literaria hace doblemente difícil la renovación de este medio común para que parezca nuevo. La pintura me pareció, en aquella época, un medio simple. Estaba equivocado, desde luego.

En todos tus libros, el lenguaje es lo más importante y definitivo, pero también están llenos de ciencia; por ejemplo, los que escribiste sobre Kepler y Copérnico, incluso La carta de Newton y Mefisto. Y ahora, otra vez, la ciencia es parte importante de Infinitos. ¿Cómo llegaste a ello? ¿Has pensado alguna vez en volver al descubrimiento científico como tema literario?

–El protagonista de Infinitos es un matemático. Siempre me ha fascinado la ciencia. Creo que la ciencia del siglo XX ha producido algunas de las ideas, y hasta de las imágenes, más hermosas. Me parece mucho más interesante la física que la filosofía del siglo XX. Por supuesto, de ninguna manera soy un experto; como todo novelista, vergonzosamente, finjo saber cosas que no sé. En los años '70, en Copérnico y Kepler, escribí sobre ciencia como una forma de escribir sobre la creatividad sin escribir sobre el arte. Estoy convencido de que la ciencia y el arte surgen de la misma fuente interior. Adoptan formas muy diferentes –la ciencia tiene rigor y el arte no; uno no puede refutar un soneto, pero sí una teoría científica–, pero creo que el origen es el mismo. Ahora tengo sentimientos muy ambiguos hacia esos libros. Me hicieron perder mucho tiempo dedicándome un poco a la investigación. Hasta un poco de investigación, para un novelista, resulta completamente extenuante... Cuando escribí esos libros era joven, tenía veinte años, había una pequeña serie de libros de bolsillo en aquel tiempo, se llamaba Fontana Modern Masters y tenía cosas tipo George Steiner sobre Heidegger. Yo me imaginaba, en un futuro lejano, mi nombre en el lomo de uno de aquellos libros y el de algún crítico eminente que hubiera escrito sobre mí. Quería ser uno de los grandes novelistas europeos de ideas. Como digo, era joven.

¿Y esa inquietud no tenía que ver con la idea de que la ciencia es exacta y la literatura no?

–No, era más bien que me fascinaban las personas como Copérnico y Kepler. Copérnico sólo fue a ver estrellas tres veces en toda su vida; Kepler tenía doble visión, así que cuando miraba el cielo, lo veía todo doble. Realmente no les interesaban las cosas tal y como son, la realidad efectiva. Lo que querían era concebir un sistema que pudiese, como se decía, "salvar los fenómenos". Era una forma totalmente distinta de hacer ciencia. Ni siquiera se llamaba ciencia, se llamaba filosofía natural. Pero me fascinaba, porque es de hecho lo que hace el artista: trata de imponer un sistema sobre una realidad incoherente.

Y con el ir y venir de tus libros, ¿crees que te estás acercando a una suerte de "teorema Banville"?

–(Risas) No, como he dicho, la edad sólo trae confusión.

Dioses míos