16.12.14

Una infancia marcada por la súplica dulce y caliente de la venganza

Hay autores que uno se encuentra casi por casualidad y que sabe tras unas cuantas páginas que le han atrapado, posiblemente para siempre

John Hart, autor estadounidense de  No hay cuervos. /elpais.com
Autores que lees y no paras de preguntarte dónde habrás tenido la cabeza para no descubrirlos antes, escritores que construyen un mundo que te toca la fibra, unos personajes que te llegan. Me ha ocurrido con John Hart  (Durham, Carolina del Norte, 1965), autor de No hay cuervos (Pàmies, traducción de Cristina Alegría), una novela sobre una infancia perdida, sobre el mal como maldición del alma, sobre la violencia intrínseca al ser humano, sobre la desesperación. Una acertada mezcla de Huckleberry Finn y lo mejor de las novelas de Daniel Woodrell que no deja a nadie indiferente.
Hart ganó el Edgar de novela negra por este libro. Ya lo había obtenido con su anterior obra (Down River) lo que le convierte en el único autor que ha conseguido este galardón por dos novelas consecutivas. Ahora les daré algunas pistas del porqué. No lo olviden, lean y disfruten.
En el prólogo de No hay cuervos, un niño extraño y solo atraviesa Carolina del Norte en autobús, de noche, entre el recelo y la indiferencia de sus compañeros de viaje. Busca algo, cueste lo que cueste, y la crudeza del relato de su empeño en conseguirlo marca al lector para el resto de la novela.
El niño es Johnny Merrimon, tiene 13 años y su vida está destrozada desde que 12 meses atrás desapareciese su hermana melliza. Vive y sufre cosas que ningún niño debería sufrir, pero no desiste y pelea. Su madre, consumida por la pena, ahoga el dolor en las pastillas y las drogas y se deja arrastrar por un novio rico y poderoso, un depredador cocainómano que la maltrata y la hunde. Su padre, huyó ante el peso de las recriminaciones y el dolor. A Johnny todo esto le consume pero sigue adelante, se escapa de casa cada noche, busca con su bicicleta y el mapa de los delincuentes sexuales de la zona un rastro de su hermana. Leer cómodamente en casa, al abrigo de la seguridad del hogar, la descripción de esas vidas en descomposición vistas por los ojos de un niño de 13 años roto para siempre genera desazón. Lean, si no:
“Mucha gente no está bien. En eso tiene razón el policía. Johnny había husmeado a través de más verjas y ventanas de las que podía recordar. Había llamado a puertas a distintas horas y había visto lo mal que estaban algunas personas.  Había visto las cosas que hacían algunos cuando creían estar solos y nadie les veía. Había visto a niños esnifando droga y a ancianos comer comida tirada en el suelo. Una vez vio a un predicador en ropa interior con el rostro encendido, gritando a su mujer mientras esta lloraba. Todo aquello no debería ocurrir. Pero él no era ningún idiota. Sabía que los locos pueden parecer gente normal, así que procuraba no llamar la atención y se encargaba de llevar los cordones de los zapatos bien atados y una navaja en el bolsillo. Era prudente. Y también inteligente”.
La desaparición de otra niña lleva la histeria a Raven County, zona ficticia basada en Rowan County, donde creció el autor. Un universo lleno de desigualdad, violencia y espiritualismo, descrito por Hart con un lenguaje duro, parco en adjetivos, certero y a veces brutal. La búsqueda de esta otra niña pone en escena a Clyde Hunt, hasta antes de la desaparición de la hermana de Johnny, Alyssa, un padre de familia modélico, policía de prestigio, ahora hundido en una vorágine interminable de frustración y huida hacia delante. Sabes que su lucha es justa, que hace lo correcto aunque sea equivocando los medios, pero no puedes evitar la congoja de verlo hundido y acorralado.
No conviene contar mucho más. Sólo recomendar una novela llena de fuerza, con un niño que ha perdido la fe en todo, que no cree, que sigue movido por “la súplica dulce y caliente de la venganza”, que busca en su amigo Jack y su espíritu aventurero un ancla para no hundirse del todo.
Hart fue agente de bolsa, piloto de helicópteros, abogado y barman en un pub de Londres. Por entonces ya escribía, pero asegura que no se encontraba entre los privilegiados que tienen el don de trabajar y escribir luego hasta las cuatro de la mañana. Por eso decidió dejarlo todo y ponerse a escribir y a cuidar de su familia. Qué gran decisión. Cómo lo celebramos. No quería terminar sin subrayar la labor de editoriales pequeñas como Pàmies, que nos traen estos pequeños hallazgos con una determinación casi suicida. Vive le noir!

13.12.14

Cinco sitios clave del Edimburgo de John Rebus e Ian Rankin

"Rebus vivía en la ciudad más bonita y civilizada del norte de Europa, y sin embargo tenía que convivir cada día con su lado oscuro". John Rebus es luz y oscuridad, búsqueda de la verdad y cinismo. John Rebus es Edimburgo

Mis ídolos, mi pinta y yo en el Oxford./elpais.com
John Rebus, ese misántropo y cínico profesional, ama, necesita y a veces odia Edimburgo, su ciudad. Ese sentimiento de amor/odio tiene mucho que ver con su trabajo policial, como bien reconoce en Hide and Seek (El escondite, RBA), segunda obra de serie creada por Ian Rankin: “Rebus vivía en la ciudad más bonita y civilizada del norte de Europa, y sin embargo tenía que convivir cada día con su lado oscuro”. John Rebus es luz y oscuridad, búsqueda de la verdad y cinismo. John Rebus es Edimburgo.
El verano pasado estuve allí unos días en un viaje familiar, que me dejó algunas horas para hacer arqueología negra y escapar a los lugares santos de la religión rebusiana. Fruto de esos paseos- escapadas y de la lectura de Rebus’s Scotland (Ian Rankin, Editorial Orion) es este pequeño viaje por una ciudad magnífica acompañado por uno de mis personajes preferidos. El esplendor de Princes Street, la angustiosa Cowgate y el maravilloso Oxford pub fueron sólo algunas de las paradas.
Por cierto, hay una gran aplicación en la que el propio Rankin ameniza el paseo con detalles de cada lugar. También hay, o había, un tour organizado, pero al igual que cuando hice el Reikiavik de Indridason, yo prefería ir por mi cuenta. Aprovechamos la publicación de La biblia de las Tinieblas (RBA), de la que ya hemos hablado aquí, para dar un paseo por esta joya. Lean, vivan y disfruten.


Rebus respira Edimburgo casi como Woody Allen respira Nueva York. Con la excepción de Tooth and Nails (Uñas y dientes, RBA), que se desarrolla en Londres, ciudad que Rebus detesta y a la que dedica bonitos improperios, todas las novelas de nuestro querido detective tienen lugar básicamente en Edimburgo (si bien viaja a otras partes del país, especialmente por la región natal de Rankin).  ¿Es también el Edimburgo de Rankin? Sí y no. El autor lo explica perfectamente en Rebus´s Scotland: “La única manera de que mi universo de ficción tenga sentido es decir algo de mí, mostrar cómo mi autobiografía se fusiona con la suya y cómo mi sentido de Escocia y de lo Escocés se convierten en suyos”.
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El 17 de Arden Street 

1.- La casa de John Rebus.

En el 17 de Arden Street, zona de estudiantes universitarios (por ejemplo, uno de los jóvenes protagonistas de La Biblia de las Tinieblas vive muy cerca) se encuentra esta casa de tres habitaciones que ahora costaría unas 300.000 libras. En la ficción es el resto del naufragio del matrimonio de Rebus. Un piso desordenado que no tiene nada del esplendor que tuvo cuando estaba casado con Rhona y vivían junto a su hija Samantha. 
IMG_2816En la realidad, es un bonito y sencillo tenement ocupado, al menos hace unos meses, por un estudiante que nunca ha leído a Rankin, quien por cierto vivía por allí cuando empezó la serie. La verdad es que llamé a la puerta para ver quién había viviendo pero no tuve suerte. Eso sí, como si la vida me hiciera un guiño, me encontré con la policía registrando unos contenedores justo en la casa de al lado. De no haber tenido la foto, sería imposible de creer.

2.- The Oxford Bar

El rincón preferido de Rebus y uno de los lugares predilectos de su creador. Un pequeño pub en el 8 de Young Street, una calle tranquila a cinco minutos de Princes Street, un punto del Edimburgo escondido y ciertamente discreto en la zona más ordenada de la ciudad, New Town.
Rankin se inventó distintos pubs en las primeras novelas hasta que se dio cuenta de que era un esfuerzo en vano y que le valía con describir el sitio al que iba, y sigue yendo, habitualmente. Incluso recibe cartas de fans en esa dirección. En mis dos escapadas al lugar no tuve la suerte de encontrármelo, pero sí de disfrutar del ambiente agradable del Oxford y tomar más de una pinta de Deuchar’s IPA, la cerveza preferida de Rebus y su creador.
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La entrada a la guarida
Ya no está por allí el legendario John Gates, The rudest, antiguo propietario al que Rankin rinde homenaje llamando igual al forense y patólogo al que habitualmente consulta Rebus. Harry, el actual dueño, no parece mucho más hablador que Gates pero no me importó especialmente. El sitio sigue igual, con las bolsas de cacahuetes y patatas a precios surrealistas y la cerveza barata y bien tirada. El techo tiene ese “matiz de nicotina”  del que habla Rebus y que no se quita a pesar de que no se puede fumar desde hace años y de que lo han pintado alguna vez. 
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Recuerda, John, ya no se puede fumar en el baño
Los baños, a los que Rebus ha huido en más de una ocasión, en los que se ha refugiado o ha utilizado para tomar tiempo, son cutres y con un punto entrañable, como no podía ser de otra forma. 
También visité el Kay’s Bar o el Royal Oak, otros de los sitios donde recala Rebus para repostar gasolina en forma de pinta de cerveza y donde imité fielmente a nuestro querido detective. Y comí excelentemente en el Café Royal, recomendación del propio Rankin y lugar por el que Rebus no se prodiga.

3.- St Leonard’s 

Al igual que ocurrió con el Oxford Bar, Rankin se inventó Great London Road como lugar de trabajo de Rebus, al que no encuadra en St. Leonard’s hasta la quinta novela, The Black Book. Situada en la calle que le da nombre, no muy lejos de Arden Street, se trata de un lugar tranquilo y pequeño, una comisaría de barrio. La cara de hastío del oficial de la puerta cuando le dije que sólo era un fan de Rebus me indicó que no era el primero en recalar por allí. 
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La comisaría de verdad.
Los coches aparcados en las aceras porque no hay sitio suficiente en la pequeña explanada que hay detrás, me recuerda ese tema recurrente de la vida de Rebus: dónde aparcar.
Algunos de los vehículos tenían tarjetas identificativas como la que nuestro policía ha puesto miles de veces para aparcar donde no debe y que le han librado de más de una multa.  IMG_2821

4.- Cowgate

Una extraña calle que llegó a ser una de las más importantes de Edimburgo hace siglos. Sinuosa y claustrofóbica, es una de las mejores muestras de la dualidad de la capital escocesa, esa mezcla de oscuridad y luminosidad tan propia del carácter escocés. Situada al lado del North Bridge y a cinco minutos andando de la hiper masificada Grassmarket, además, es la sede del instituto forense, tan visitado por Rebus. Un sitio muy muy característico.

5.- Lothian, King’s Stables, el castillo y el Caledonian 

Si antes hablábamos de la oscuridad de Cowgate, no se pierdan lo que viene ahora. Situada en la confluencia entre la nueva y la vieja ciudad y a los pies del imponente castillo que domina todo Edimburgo (escenario de la cumbre del G-8 que sirve de contexto a The Naming of the dead, Nombrar a los muertos, RBA), este lugar tiene historia para Rebus y es una de los espacios de la ciudad que más frecuenta. En el extraño parking situado en King’s Stables aparece el cadáver que sirve de inicio a la trama de La música del adiós. El elegante hotel Caledonian, hecho en piedra anaranjada y que pone fin o inicio a Princes Street aparece a menudo y en él se alojan, por ejemplo, varios protagonistas de La Biblia de las Tinieblas.
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El caledonian, Lothian y la calle bordeada por las líneas amarillas que baja a King's Stable
19 novelas y un amor tan profundo por una ciudad a la que Rebus y Rankin deben tanto da para mucho. Hay más lugares, pero no se trata de eternizarse. El parlamento de Escocia, tan importante para los escoceses por lo que implica de devolución de la soberanía, es un escenario fundamental en Set in Darkness (En la oscuridad, RBA) , quizás la novela más política de la serie y en la que Rebus se despacha a placer con la clase política escocesa.
La zona de Leith, al norte de la ciudad, marcada por el puerto y muy presente en la última novela, no es de mis predilectas, aunque se come de maravilla.
“Edimburgo es una ciudad vibrante y maravillosa, pero rasquemos un poco la superficie y encontraremos otros aspectos, marcados por los fantasmas, la guerra y la muerte”, suele repetir Rankin. En pocos sitios he disfrutado tanto de la mezcla de literatura, placer y vida. Si pueden, no se lo pierdan.

11.12.14

Nesbø: "Tú eres tu peor enemigo"

Jo Nesbø es uno de los escritores más reconocidos de la novela negra escandinava. A través de su personaje Harry Hole ha creado un universo de intriga, conflicto y asesinos en serie plasmado en diez libros

 Jo Nesbø  escritor noruego de novela negra, creador de Harry Hole, el detective de la saga de sus novelas perturbadoras, estuvo en Colombia.

El leopardo  de Jo Nesbø, es para estremecerse./revistaarcadia.com

 

Su octava obra, El Leopardo, acaba de ser traducida al español y recientemente, el autor estuvo en Colombia para presentar a un sicópata que mata y tortura a sus víctimas de forma espeluznante

Después de haber sido sedada con ketamina, Borgny Stem- Myhre, despierta asustada, confundida y con una bola de metal en su boca. Lo último que recuerda es que el hombre que la forzó a tragarse ese dispositivo de tortura llamado la manzana de Leopoldo activó un mecanismo que liberó unas patas que ejercen presión en su garganta y le dijo que, de ninguna manera, halara la cuerda. Borgny está atrapada. En un desesperado intento por liberarse decide jalar la cuerda y 24 agujas de siete centímetros atraviesan su cráneo: se ha convertido en la más reciente víctima de un asesino serial que ronda por Oslo.

Así comienza El Leopardo de Jo Nesbø, escritor, escalador y músico noruego, autor de casi una veintena de libros. En esta obra regresa su personaje más reconocido, Harry Hole, un detective de Oslo entrenado por la CIA, alcohólico, drogadicto y apostador. En esta ocasión se encuentra autoexiliado en Hong Kong tras apresar a otro asesino serial denominado como el Muñeco de nieve lo cual casi acaba con su vida y cordura. Hole decide regresar a Noruega no solo para intentar atrapar a este nuevo sicópata, sino para ver a su padre que está enfermo en un hospital.

Siguiendo con la tradición del antihéroe de la novela negra, Harry Hole es un hombre vicioso y atormentado por varios conflictos morales. “Hole es un personaje del que no estás seguro qué va a hacer en la siguiente página”, comenta Nesbø sentado en un hotel bogotano. “Cuando lo creé no quería tener un súper héroe moralista, sino un personaje que me produjera curiosidad, que tuviera dilemas morales, del que nunca sabes si va a hacer o no lo correcto”.

Los cuestionables métodos de investigación de Hole no solo le han creado varios enemigos dentro de la policía, que constantemente buscan boicotearlo, sino que también atormentan su mente y lo inducen a un comportamiento autodestructivo. “En el caso de Harry, sus oponentes no solo son el asesino y sus jefes sino que su mayor enemigo es sí mismo. Es interesante tener un personaje dividido por las dudas internas y que en muchos sentidos se odia. Por otro lado es un hombre del que es fácil fascinarse. Uno siempre tiene simpatía por los personajes autodestructivos, porque al compararnos con ellos nos sentimos afortunados”.                   

En 1997 Hole apareció por primera vez en el libro El hombre murciélago. Según Nesbø, en las dos primeras novelas no conocía bien a su personaje y a lo largo de toda la serie ha ido entiendo la personalidad de Hole la cual, para su sorpresa, sigue siendo muy similar a la que tenía en la primera entrega. El autor cuenta que muchas veces le preguntan si no está aburrido de escribir sobre el mismo tipo durante tantos años, a lo que responde: “Para mi es lo contrario: entre más detalles puedas crear sobre del personaje, más cosas puedes explorar acerca de él y va cobrando vida. Se vuelve cada vez más interesante porque vas escribiendo sobre un contexto de muchas páginas”.

En El leopardo, aparte de investigar los crímenes y competir con otro departamento de la policía noruega que quiere desprestigiarlo, Hole debe enfrentar la enfermedad terminal que sufre su padre. Un profesor con el que tiene una relación nefasta y distanciada pero ahora, al final de su vida, decide conversar con él y se da cuenta de que tienen mucho en común. “Este libro es el inicio de una trilogía que gira entorno  a la relación padre-hijo. Harry nunca fue cercano a su padre, los dos son personas solitarias que prefieren sufrir solos a sufrir juntos. Cuando vas creciendo te vas dando cuenta que a pesar que tu padre puede ser muy distinto a ti y que representa todo lo que te disgusta, cada vez te vas pareciendo más a él, de eso se da cuenta Harry en este libro.”

Uno de los elementos más llamativos de esta novela es la gráfica descripción de los asesinatos y la capacidad de que tiene el autor de hacer sentir al lector la misma angustia que los personajes experimentaron antes de morir. A lo largo de las más de 600 páginas Nesbø no solo nos pone dentro de la retorcida mente del asesino, sino que también nos induce a la retorcida mente del investigador y nos hace cuestionar nuestra propia cordura al leer con tanta atención y gozo acerca de muertes tan violentas.

Nesbø reflexiona acerca de ese sicópata en potencia que tenemos todos adentro. El autor cuenta que “Cuando era niño había un chico en mi clase que le gustaba atrapar moscas y desmembrarlas con unas pinzas. Yo lo miraba y me preguntaba: “¿Qué está pasando en la cabeza de este tipo? ¿Qué es lo que le causa curiosidad? O ¿solo atrapa las moscas porque esta aburrido en clase? Pero la cosa es que el tipo llevaba unas pinzas al colegio, o sea lo hacía con un propósito, cuando este tipo estaba en su casa pensaba: “voy a llevar unas pinzas para desmembrar moscas” y eso es algo aterrador. Mientras reflexionaba acerca de esto me di cuenta que yo también tenía la misma curiosidad cruel de ese tipo. Cuando llegas a casa y te ves al espejo piensas, ¿acaso yo soy el sicópata?¿cómo pude ver esto sin hacer nada al respecto? Y es muy aterrador pensar en si hay un monstruo dentro de todos”.

El autor

Jo Nesbø nació en 1960 en la costa oeste de Noruega y a pesar de no ser alcohólico y apostador él dice que se parece mucho a Harry Hole. “Cuando empecé a escribir no me había dado cuenta que escribía acerca de mí mismo. Hay muchas cosas de Harry que son diferentes a las mías, pero después me di cuenta de que las cosas que pasan en su vida, son cosas que me pasaron a mí en ese tiempo. Y a muchos escritores con los que he hablado les pasa lo mismo. Es algo extraño”.

A parte de ser un autor reconocido, su banda también es famosa en Noruega. Nesbø formó Di Derre junto con su fallecido hermano y varios amigos del pueblo donde nació. Sus canciones  pop rock suave hablan de la vida en este pequeño pueblo. Para Nesbo, la diferencia entre escribir libros y música radica en que, “cuando escribes una novela tienes que levantarte durante todo un año diciendo esta es una idea genial, si te levantas una mañana dudado de tu idea, ese es un mal día. Pero con una canción después de trabajar seis horas la botas y haces otra”.

Actualmente Nesbø se encuentra reescribiendo Macbeth, de Shakespeare, solo que según él se está deshaciendo de todos los elementos de Shakespeare para dejar el esqueleto de la obra. La obra está ambientada en los años setenta en una ciudad llena de polución y sumida en la corrupción donde no se lucha por el trono sino por el puesto del jefe de policía quien es el verdadero patrón del lugar.

 

4.12.14

P.D.James aconseja cómo escribir una novela negra

Aunque puede verse en inglés aquí, estos ocho consejos de la escritora británica Phyllis Dorothy James maestra de la novela  novela negra británica

P. D. James dá sabios consejos para escribir novela negra.

1 Centra bien tu misterio. Por encima de todo tiene que haber un misterio en el corazón de la novela. Normalmente hay un asesinato, un círculo cerrado de sospechosos con móvil, motivos y oportunidades para el crimen y un detective, ya sea aficionado o profesional, que llega cual deidad vengadora a resolverlo. James pone el énfasis en la estructura de la novela. Ella siempre sabe el final de la intriga antes de ponerse a escribir. La tensión debe mantenerse siempre con pulso firme y no perderse en aburridos interrogatorios.  
2 Estudia la realidad. Una vez que hayas planeado tu novela, hay que darle vida. Y en esto reconoce James que está lo más difícil, combinar un rompecabezas creíble con una puesta en escena que cobre vida, un tema subyacente y un estilo literario distinguido. ¿La solución? Ir por la vida con todos los sentidos abiertos a las experiencias, tanto buenas como malas. Sentir empatía por los demás y creer que para un buen escritor nada de lo que ocurre se desperdicia.
3 Crea personajes que enganchen. Los personajes son de capital importancia. Querrás que sean algo más que estereotipos. Los personajes deben ser auténticos seres humanos, cada uno de los cuales toma vida para el lector, no muñecos de pasta hechos para ser derribados en el último capítulo.
 4 Investiga, investiga, investiga. Además de prestarle atención a la vida real, gran parte del trabajo del escritor consiste en investigar. Suele ser la mejor manera de que tus personajes parezcan reales: descubriendo aquello que se supone que deberían saber. James hace sus investigaciones personalmente, lo cual le toma normalmente meses. Revisita las escenas, se hace aconsejar por expertos, y consulta habitualmente tanto a la policía como al laboratorio forense.  
5 Sigue la regla del juego limpio. Asegúrate de que la información que tenga el lector sea la misma de la que dispone el detective. Para cuando acabe el libro, el lector tiene que haber podido llegar a la solución real mediante las pistas ofrecidas por la novela. Por supuesto, puedes darle un astuto giro engañoso a esas pruebas, pero siempre dentro de las reglas del juego.  
6 ¡Lee! Parecerá un tópico, pero hay que leer para escribir. Primero, elige a tus autores, a los que vas a admirar y de los que vas a aprender. Los dioses particulares de James son Jane Austen, Wilkie Collins, Dorothy L Sayers, Graham Greene y Evelyn Waugh. Lee siempre la buena prosa y aprende de ella. Las herramientas de tu arte son las palabras. Intenta siempre ampliar tu vocabulario leyendo. No es para usar frases más complejas o pretenciosas, sino para poder tener a mano la palabra precisa para cada frase.
7 …y escribe. James nunca ha experimentado el bloqueo del escritor, aunque admite haber tenido que esperar largo tiempo hasta encontrar la inspiración para escribir su siguiente libro. No te consideres bloqueado. Usa inteligentemente tu tiempo entre inspiraciones, y practica tu habilidad con obras cortas. Créate ejercicios que completar, o toma clases. Escribiendo prosa y aprendiendo de la experiencia llegarás a desarrollar tu propio estilo.
8 Sigue una rutina. P.D. James se levanta pronto, se hace el té y pasa unas dos horas escribiendo. No necesita una habitación especial, pero sí una mesa o despacho y una silla confortables, a la altura adecuada, y con espacio suficiente para su diccionario y su material de investigación. Necesita estar completamente sola. Cuando su secretaria llega, le dicta lo que ha escrito. Ella lo pasa a ordenador y lo imprime para editarlo y corregirlo. Aunque prefieras empezar tarde y escribir durante horas en el ordenador de un cibercafé, la clave del éxito –según James– es tratar la escritura como un trabajo estructurado. Asegúrate de tener un método en el que puedas apoyarte.

3.12.14

Así inventé a Montalbano

A raíz de la inminente edición conjunta de las tres primeras novelas protagonizadas por su popular detective,  Andrea Camilleri, el escritor italiano recuerda cómo le urdió

 Andrea Camilleri, en su casa, en Roma./Antonello Nusca./elmundo.es

Todo surgió a raíz de una novela 'histórica' que había empezado a escribir en 1993 y que se editaría años después, 'La ópera de Vigàta'. Mientras trabajaba en aquel libro me di cuenta de que mi forma particular de contar una historia era, por así decirlo, bastante desordenada.
Me explico: todo lo que había escrito hasta el momento había nacido de un fuerte impulso (el recuerdo de un hecho que me habían contado, un episodio histórico...), y siempre había comenzado a componer mis narraciones partiendo precisamente de esos impulsos, de esas ideas, que luego, una vez acabada la novela, no conformaban ni mucho menos el primer capítulo, sino que encontraban su lugar una vez que la trama estaba encauzada. Al final, el primer capítulo al que metía mano acababa siendo el quinto o el décimo, a saber.
Así fue como me hice una pregunta: ¿era capaz de escribir una novela empezando por el primer capítulo y siguiendo el hilo, sin saltos temporales ni lógicos, hasta el último? Me contesté que quizá lo sería si lograba adentrarme en una estructura narrativa lo bastante sólida.
Llegado a ese punto, me vino a la cabeza un texto de Leonardo Sciascia sobre la novela negra, sobre las reglas que debe respetar un autor policíaco. Al mismo tiempo, recordé una afirmación de Italo Calvino, según el cual era imposible ambientar una novela negra en Sicilia. Y de ese modo decidí aceptar un doble reto: contra mí mismo y contra el iluso de Calvino. De todas maneras, antes de poner negro sobre blanco reflexioné largamente sobre la elección del protagonista, del investigador.
Tenía ya mucha práctica con el relato policíaco, porque, en calidad de delegado de producción de la RAI, había sido, entre otras cosas, responsable de todo el 'Maigret' televisivo y de una serie de Sheridan. Y también había dirigido otras producciones policíacas. Pero, por encima de todo, me había influido la manera que tenía el dramaturgo Diego Fabbri de adaptar a la pequeña pantalla las obras de Simenon: las desestructuraba como novelas y las reestructuraba como guiones para la televisión. Estar a su lado era como ir al taller de un relojero y verlo desmontar un reloj para volver a montarlo adaptándolo a una caja nueva, con otra forma.
Estoy convencido de que allí aprendí ese arte y, sin darme cuenta, lo guardé en un rincón. En consecuencia, mi investigador se perfiló enseguida no como un detective privado o un 'husmeabraguetas', como los llaman los americanos, sino como un policía institucional, como un inspector o un comisario. ¿Por qué no un suboficial o un oficial de los 'carabinieri'? Durante mucho tiempo estuve tentado de elegir como protagonista a un subteniente de ese cuerpo, puesto que precisamente uno había sido el investigador de mi primera novela, 'El curso de las cosas'.
Al final me decidí por un comisario porque me pareció que estaba menos obligado a someterse a determinadas reglas de comportamiento de las que los miembros del cuerpo de carabinieri no pueden prescindir.
¿Qué rasgos característicos debía tener ese personaje? Tengo que confesar que los vi claros desde el principio: debía ser un hombre inteligente, fiel a su palabra, reacio a los heroísmos inútiles, culto, buen lector, que razonara con sosiego y que careciera de prejuicios. Un hombre al que se pudiera invitar tranquilamente a una cena familiar. Un hombre que «cuando quería entender una cosa, la entendía», como escribí ya en el primer libro.
Tenía pensados dos nombres: Cecè Collura y Salvo Montalbano, ambos muy comunes en Sicilia. Elegí ponerle Montalbano en agradecimiento a Manuel Vázquez Montalbán, ya que su novela 'El pianista' me había sugerido la estructura definitiva de 'La ópera de Vigàta'.
Una vez que aclaré esas cosas, escribí mi primera obra policíaca ateniéndome a las reglas que me había impuesto (de hecho, el primer capítulo comienza al amanecer y así sucedería en todas las entregas posteriores). La editorial Sellerio la publicó en 1994 con una cubierta exquisita.
Tras haber superado con claridad el primer reto, el que me había puesto a mí mismo, y muy probablemente también el segundo, el de Calvino, mi impulso inmediato fue dejarlo ahí.
No le hice caso porque no estaba completamente satisfecho con cómo había quedado la figura del comisario. Tenía la impresión de que no lo había dibujado del todo, de que había antepuesto la labor de investigador, pasando por alto algunos aspectos de su carácter.
En resumen, me parecía que sólo lo había resuelto a medias. Y dejarlo a medias me molestaba mucho. Siempre intento concluir lo que empiezo. Así pues, por una especie de escrúpulo artesanal, decidí escribir una segunda novela sobre aquel comisario y terminar mi breve carrera de escritor de género negro.
Creo que, ya desde las primeras líneas, hay algo que salta a la vista, una diferencia sustancial entre la primera novela y la segunda: en una, el amanecer lo ven dos basureros, mientras que en la otra lo ve Montalbano. Así sucedería en todas las novelas posteriores.
Cabe señalar que, a partir de la segunda entrega, todo lo que ocurre se ve a través de los ojos de Montalbano, tenemos siempre el punto de vista de una cámara subjetiva; es decir, no sucede nada ajeno a él: o lo ve o se lo cuentan. De ese modo, el lector siempre tiene en las manos las mismas cartas que el comisario.
Decidí que también la segunda novela debía centrarse en una investigación 'sui géneris': si el primer caso se basaba en esencia en un delito de imagen, el segundo iba a centrarse en la memoria, en un crimen sucedido muchísimos años antes y ya prescrito. Con la publicación de aquella segunda novela, 'El perro de terracota', en 1996, daba definitivamente por concluida mi incursión en el campo de la narrativa policíaca. No obstante, y por motivos que aún hoy me resultan inexplicables, el personaje cosechó un gran éxito. Y no sólo eso: su éxito sirvió de acicate para mis obras anteriores, hasta el punto de que la editorial Sellerio tuvo que reeditarlas.
Empecé a recibir decenas, centenares de cartas que me invitaban, más o menos perentoriamente, a seguir escribiendo sobre Salvo Montalbano. También es cierto que el personaje no necesitaba el respaldo de los lectores para hincharme las narices constantemente. Empezó a aparecérseme incluso cuando menos convenía, apremiante. Había leído que determinados autores decían estar obsesionados con algunos de sus personajes y lo había achacado a una afectación literaria.
Sin embargo, constaté que aquello podía suceder de verdad. Acabé en la absurda tesitura de sólo poder pensar en una novela 'histórica' con la condición de pensar al mismo tiempo en un nuevo caso de Montalbano. De otro modo no podía seguir adelante.
Y así me vi 'obligado' a escribir, y además con cierta urgencia, la tercera novela, 'El ladrón de meriendas', en la que favorecí un aspecto del comisario completamente personal.
Una vez más, me hice ilusiones de haber puesto punto final. La verdad es que no me apetecía ser escritor de novela negra, y menos de una serie con un mismo personaje.
Sin embargo, fue como echar gasolina al fuego.