25.5.10

Juan Madrid apuesta por una novela que aporte una versión alternativa a la oficial

El escritor Juan Madrid ha defendido que la función de la narrativa, sobre todo de la novela negra, consiste en aportar una versión de la realidad "alternativa a la oficial"

Juan Madrid, escritor español.foto.fuente:larazon.es

Una corriente en la que el novelista malagueño no incluye a los últimos éxitos de la novela negra sueca, que atribuye exclusivamente a una operación de "marketing" orquestada por quienes sólo pretenden producir y vender libros como si fueran "pizzas".
El escritor Juan Madrid ha defendido hoy en San Sebastián que la función de la narrativa, sobre todo de la novela negra, consiste en aportar una versión de la realidad "alternativa a la oficial".

Juan Madrid (Málaga, 1947) inaugura hoy el programa Literaktum 10, un ciclo de conferencias dedicado a la "creación literaria y pensamiento", con una ponencia titulada "Manifiesto para una literatura útil".Justificar a ambos lados

El novelista andaluz, uno de los máximos exponentes de la novela negra española, ha explicado, en una rueda de prensa, que su afán ha consistido en utilizar el ropaje de la novela negra más clásica, la que remite a referentes básicos como Dashiell Hammett, para contar lo que los periódicos no cuentan: "los pactos con el poder".

"Las relaciones del suelo con el subsuelo, del suelo con las cloacas, y de las cloacas con determinados despachos", son las cuestiones que han dado aliento a su obra literaria, sin perder de vista que "la narratividad es el objeto primordial de la literatura".

Del mismo modo que la obra de Hammett, cuya influencia ha reconocido (al igual que la de la picaresca española y la de Pío Baroja), reflejó los devastadores efectos de la Gran Depresión en la sociedad estadounidense, Juan Madrid está convencido de que la actual crisis está sirviendo de inspiración para que los novelistas de esta generación construyan un "discurso soterrado" que "dice otra cosa" diferente a la verdad que "segrega el poder".

Este mismo fenómeno no es exclusivo de la crisis, ya que, según el novelista malagueño, ya afloró a finales de los 70 y durante toda la década de los 80, con la primera generación de novelistas posteriores al franquismo.

Madrid ha señalado que la actual crisis "se está respondiendo con una literatura que se refugia en códigos policiacos" y que contiene un discurso ideológico "oculto", un fenómeno que además es "global" porque se está produciendo "en la India, en Cuba" y en muchos países al mismo tiempo.

Una corriente en la que el novelista malagueño no incluye a los últimos éxitos de la novela negra sueca, que atribuye exclusivamente a una operación de "marketing" orquestada por quienes sólo pretenden producir y vender libros como si fueran "pizzas".

Tras la inauguración de hoy a cargo de Juan Madrid, Literaktum 10 recibirá durante esta semana a autores como Andrés Neuman, Nicolás Ridoux o la vascofrancesa Itxaro Borda, entre otros.

24.5.10

Escritores escandinavos que conquistan el Mediterráneo

Narradores y poetas contemporáneos de Islandia, Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca ocupan un lugar cada vez más destacado entre las apuestas de las editoriales y las preferencias de los lectores

Per Wahlöö y Maj Sjöwall, la pareja de la novela negra.foto.fuente:elpais.com
Per Wahlöö y Maj Sjöwall (Suecia, 1926-1975 y 1935)

La pareja Maj Sjöwall y Per Wahlöö revolucionó la novela nórdica entre los años sesenta y setenta con la serie Novela de un crimen, concebida como un proyecto político. Marxistas -dejaron el partido comunista en 1969-, planificaron minuciosamente cada una de las 10 novelas. Los principales objetivos de la pareja eran criticar el liberalismo capitalista y la socialdemocracia sueca que, denunciaron en sus historias, traicionó a la clase trabajadora. Para llevar adelante este empeño utilizaron la novela negra. El protagonista es Martin Beck, un antihéroe, primero inspector y luego comisario de la Brigada de Homicidios de Estocolmo. La serie es espléndida y plenamente vigente. Incluye títulos como El coche de bomberos que desapareció, El policía que ríe o El hombre del balcón. RBA y Columna, en catalán, las están publicando por orden cronológico. Rosa Mora

Kjell Askildsen (Noruega, 1929)

En esta Europa envejecida y cínica la obra de Askildsen actúa como un espejo roto. "Escribo sobre nuestra época, sobre el espíritu de esta época", explica en una entrevista este maestro indiscutible del relato corto, experto en pulir el texto -con papel de lija- para conservar en la página lo estrictamente esencial. Sus personajes fríos, mezquinos, víctimas crueles que no pretenden caerle bien ni al lector ni al autor ni a sí mismos, se regodean en su miseria existencial. Su rompedor debut literario, Desde ahora te acompañaré a casa (1953), ha sido publicado por Lengua de Trapo, que ha publicado sus principales títulos: Un vasto y desierto paisaje, Últimas notas de Thomas F. para la humanidad y el magnífico Los perros de Tesalónica, disponibles también en un solo volumen: Todo como antes (Debolsillo). Sergio Rodríguez Prieto

Tomas Tranströmer (Suecia, 1931)

Tranströmer es un poeta fundamental que tras un derrame cerebral dejó atrás para siempre las palabras. Se dice que su poesía está vinculada al surrealismo, pero no es cierto, a no ser que pensemos que Eliot y Pound fueron surrealistas. Lo único que hicieron Eliot y Pound fue introducir la ley de la discontinuidad en poesía, de forma que el poema aparecía siempre fraccionado y a ratos más resplandeciente por la pureza molecular de sus fragmentos. Es lo que ocurre en los poemas de Tranströmer, por otra parte admirables porque lo contienen todo: musicalidad exquisita y sabiamente temblorosa. Poemas suyos como 'Soledad', donde el poeta nos confiesa que estuvo a punto de morir, y 'Carrillón' son buena prueba de ello. Es autor de diez poemarios. (Nórdica ha publicado su antología El cielo a medio hacer). Jesús Ferrero

Gudbergur Bergsson (Islandia, 1932)

Nacido en la ínsula más remota de Europa si excluimos Groenlandia, Gudbergur Bergsson conoce muy bien la cultura española, y la conoce bien hasta el punto de poder traducir a Cervantes y a Borges. En 1967 su novela Tomas Jonson, metsölubúk, traducida al español por Tomas Jonson. Best seller (Alfaguara), fue una revelación gloriosa, en un país no demasiado acostumbrado a grandes revelaciones literarias. Los jóvenes islandeses de diferentes generaciones han sido devotos de esta novela enrevesada y audaz en la que se mezclan hiperrealismo y surrealismo en partes iguales, sin llegar nunca a lo que entendemos por realismo mágico, en parte porque todo parece presidido por un humor tan ácido y tan extraño como el humor islandés. Bergsson es un apasionado de la picaresca española, y parte de su humor tendría también ahí su matriz. J. F.

Per Olov Enquist (Suecia, 1934)

Per Olov Enquist ha ido construyendo su obra con inteligencia y sufrimiento, ahondando de forma admirable en el abismo humano, en sus mismos límites, con lirismo y agudeza. Y al hablar de los límites humanos ha de entenderse esa frontera en que la humanidad se ve obligada a convivir con la monstruosidad. Nacido en una región del norte de Suecia de la que suele hablar con melancolía y pavor, ha experimentado dramas personales de mucho calado. En sus obras ha frecuentado el mundo contemporáneo, como en su estremecedora novela El ángel caído (E. de la Torre), pero también la antigüedad clásica, como en su drama Para Fedra (Libros del Innombrable), o el siglo XVII, como en su novela La visita del médico de cámara (Destino). No sería aventurado decir que Enquist es uno de los mejores escritores europeos de nuestro tiempo. J. F.

Lars Gustafsson (Suecia, 1936)

Novelista, poeta y ensayista de formación filosófica que a pesar de la edad y la distancia (vive en Austin, Tejas, desde hace un cuarto de siglo) sigue siendo una figura central de la literatura sueca. Sus novelas se publican en España desde finales de los ochenta y ahora mismo el lector puede encontrar en las librerías Muerte de un apicultor (Nórdica) y una trilogía ambientada en Tejas compuesta por Windy habla, La historia del perro y El decano (Akal). Su obra -abundante, profunda y diversa- cobra auténtico relieve cuando es apreciada desde una perspectiva de conjunto; toda ella es fruto de un lento proceso de sedimentación durante el cual ha ido abordando cuestiones éticas, filosóficas e incluso teológicas que, en lugar de entorpecer la lectura de sus textos, le sirven para vertebrarlos y dotarlos de un equilibrio admirable entre fondo y forma. S. R. P.

Torgny Lindgren (Suecia, 1938)

Lindgren inició su trayectoria literaria como poeta, y sus primeros poemarios inciden en cierta mística del ser, de tonos claramente religiosos, como en Poemas de Vimmerby, donde accedemos a un mundo que evoca de alguna manera el de Sinfonía pastoral de Gide. Lindgren es un novelista notable, autor de obras como El camino de la serpiente sobre la roca (Bassarai), o Betsabé (Nórdica), donde narra, con una profundidad tan asentada como la de Thomas Mann en José y sus hermanos, pero más ágil y vivaz, el episodio bíblico en el que el rey David se desprende de su amigo Urías para acceder a Betsabé y desposarla. Se trata de un melodrama muy hábil y profundamente existencial, donde Lindgren conquista una cierta redondez en la que pone en funcionamiento todo lo que ha aprendido como poeta y narrador hasta ese momento. J. F.

Dag Solstad (Noruega, 1941)

Autor e intelectual de pasado maoísta, a finales de los ochenta dio un giro a su trayectoria para reflejar la crisis de la sociedad noruega como una crisis de la conciencia individual producida, en gran medida, por el fin de las utopías y el paso de una cultura de ciudadanos a un mercado de consumidores. A partir de entonces sus personajes (como el Bjørn Hansen de Novela once, obra dieciocho o el Elias Rukla de Pudor y dignidad, ambas en Lengua de Trapo) luchan consigo mismos, y lo hacen por medio de ejercicios de rebeldía pasiva que justifican misteriosamente los caprichos de su conducta. En este nuevo realismo de la conciencia el discurso fluye de forma sinuosa, con rodeos y reiteraciones a la Bernhard, una de sus principales influencias junto a Ibsen, cuya obra clásica El pato salvaje sirve de inspiración metaliteraria en las dos novelas mencionadas. S. R. P.

Arto Paasilinna (Finlandia, 1942)

Hace seis años Anagrama fichó al autor más popular de Finlandia después de que Ediciones de la Torre publicará su primer libro traducido al castellano: El año de la liebre. Desde entonces este novelista especialmente prolífico -su producción desde 1972 hasta la fecha es de una novela por año- se ha ido ganando progresivamente a los lectores españoles con su prosa sencilla y probadamente eficaz para acometer una sátira social feroz y divertida. Sus dotes cómicas le permiten abordar temáticas tan delicadas para los finlandeses como el suicidio (Delicioso suicidio en grupo), el extravío existencial de un pastor luterano (El mejor amigo del oso) o la estigmatización del diferente (El molinero aullador) a través de historias protagonizadas por espíritus libres y de comportamiento excéntrico que recurren a la fuga para encontrarse a sí mismos. S. R. P.

Henrik Nordbrandt (Dinamarca, 1945)

A principios de este año la colección Debolsillo publicó Nuestro amor es como Bizancio, una extensa antología de este poeta viajero que cambió el Báltico por el Mediterráneo para dejar en el camino una riquísima colección de instantáneas sobre su experiencia y percepción de los grandes temas universales: la distancia, el sueño, la pérdida, el olvido y, cómo no, el amor. La potencia sensorial de su lenguaje le permite trasladar al lector desde el detalle más nimio hasta dimensiones infinitas en poemas fugaces que adereza con una fina ironía para evitar caer en el sentimentalismo. No es casual que su larga carrera haya sido reconocida con galardones de tanto prestigio como el Premio Nórdico de la Academia Sueca (conocido como el pequeño Nobel) y el Premio del Consejo Nórdico. S. R. P.

Henning Mankell (Suecia, 1948)

Henning Mankell es el mejor discípulo de Sjöwall y Wahlöö. Pero hay grandes diferencias entre el comisario Martin Beck y el inspector Wallander. El primero pensaba que aún era posible un mundo mejor; Wallander sabe que es imposible. La primera novela que se publicó en España, La quinta mujer, fue una revelación. Luego Tusquets, en castellano y en catalán, las ha ido publicando todas en orden cronológico. Mankell se ha dedicado en la serie de Wallander -nueve novelas y un libro de relatos- a desmontar nuestras ideas preconcebidas de la Suecia del bienestar. Es implacable. Todas sus novelas atrapan, pero la última, El hombre inquieto, en la que Wallander nos dice adiós, es espléndida. Por sus páginas pasan las excelentes Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca, El hombre sonriente... Le echaremos en falta. R. M.

Jostein Gaarder (Oslo, 1952)

Arrasó en 1991 con una novela pedagógica: El mundo de Sofía, que lo convirtió en una celebridad. Casi todas las narraciones de Jostein Gaarder tienden a ser pedagógicas, y ya antes de su éxito, en su novela El misterio del solitario, Gaarder quería ser pedagógico al narrarnos el viaje de un muchacho a Grecia lleno de reflexiones sobre el misterio de la vida. Las intenciones pedagógicas se perciben igualmente en El enigma del espejo, Los niños de Sukhavati y, por supuesto, El libro de las religiones, su última obra narrativo-pedagógica hasta el momento. Sin negar sus habilidades como fabulador y tejedor de tramas deslumbrantes, el problema reside en el vínculo tan tenaz que Gaarder ha establecido entre pedagogía y literatura, sobre todo si pensamos que ya desde el siglo XIX literatura y pedagogía conforman mundos bastante excluyentes. J. F.

Stieg Larsson (Suecia, 1954-2004)

La trilogía Millennium es una historia transversal de esas que gustan a todo tipo de lectores. Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire tienen todos los elementos para hacerlas explosivas. Dos protagonistas fabulosos, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander. Unas tramas tremendas en las que puede pasar cualquier cosa, desde el incesto a la tortura y algo tan sencillo y complejo a la vez como la lucha permanente entre el bien y el mal. Un retrato más: Suecia peor que mal. Pasan tantas cosas que el escritor no permite el sosiego al lector. La reflexión sobre la ética del periodismo o sobre las trampas financieras es oportuna y estimulante. Las publica Destino en castellano y Columna en catalán. R. M.

Peter Høeg (Dinamarca, 1957)

A Høeg se le suele relacionar con el realismo mágico, pero es un error, a no ser que consideremos que las ficciones de Borges son realismo mágico, y que sería también un error pues son más bien de una lógica devastadora, como algunas de las ficciones de Høeg. Su relato Retrato de un joven en equilibrio es muy revelador a ese respecto. Høeg consigue una ficción aterradora sobre el mundo de los espejos y sobre el fenómeno de la repetición, la repetición de gestos y de clichés, la repetición de afectos y de deseos, y donde el espejo es visto como una pantalla en la que el hombre proyecta sus añoranzas de equilibrio y de horror, de felicidad y de espanto. Su novela La señorita Smila y su especial percepción de la nieve es una admirable inmersión en la soledad, el tiempo y el deseo. Lo mismo se podría decir de Los fronterizos (ambas en Tusquets). J. F.

Arnaldur Indridason (Islandia, 1961)

Cuando en 2006 se publicó en España Las marismas, de Arnaldur Indridason, no se había producido aún la moda nórdica desatada por los libros de Stieg Larsson. Pero fue La mujer de verde (2008) la que le lanzó a la fama. Le siguió La voz (2010). El escritor se distingue por dos características. Primero, estas novelas narran historias que suceden en el pasado y estallan en el presente. En Las marismas, la exhumación del cadáver de una niña muerta hace 40 años provoca el regreso de viejos fantasmas. En La mujer de verde, el descubrimiento de un cadáver enterrado hace al menos 50 años sacará a la luz un hecho aterrador. En La voz, la tragedia de un niño prodigio que perdió la voz con la adolescencia. La segunda es un auténtico hallazgo: el viejo inspector Erlendur, un hombre honesto, solitario, que no juzga sino que escucha y trata de comprender. R. M.

Sjón (Islandia, 1962)

Bajo el seudónimo Sjón se esconde Sigurjón B. Sigurðsson, una figura central del panorama cultural de Reikiavik, agitador surrealista y polifacético que publicó su primer libro de poemas cuando tenía 15 años y desde entonces no ha parado: además de una decena de poemarios, siete novelas y tres libros infantiles, ha compuesto canciones y vídeos musicales para Björk, pasajes de banda sonora para Lars von Trier o el guión de una parodia de las películas de terror ambientada en un ballenero. Hace algo más de un año irrumpió en España con la novela El zorro ártico (Skugga-Baldur, Nórdica Libros), una historia excepcional inspirada en las sagas y merecedora del Premio del Consejo Nórdico de 2005. Su buena acogida por la crítica internacional explica que ya haya sido traducida a casi una veintena de idiomas. S. R. P.

17.5.10

El huracán de la historia

Leonardo Padura se ha hecho conocido en la literatura latinoamericana por las novelas policiales protagonizadas por el detective Mario Conde, y también por La novela de mi vida, biografía ficcionalizada del poeta José María Heredia
foto,fuente:página12.com.ar

Ahora, tras varios años de trabajo, el autor cubano da a conocer El hombre que amaba a los perros, una perturbadora historia que une las figuras de León Trotski y de su asesino, Ramón Mercader, en una trama en cuyo centro se encuentran Cuba, el comunismo y los cambios políticos y culturales de las últimas décadas en la isla, centro obsesivo de su quehacer como escritor.

Es muy compleja la relación que un hombre establece con un perro. No es solamente cuestión de darles de comer cada tanto ni tampoco la de asegurarse que cumplan una función primordial (cuidar nuestra casa cuando no estemos, dormir arriba de la cama en una noche de invierno para abrigarnos los pies) para luego restringir todas aquellas otras cosas que nos resultan peligrosas o atentan directamente contra la integridad de algún mueble. No, para nada: ninguna relación con un perro, ninguna verdadera, auténtica y plena, incumbe solamente eso. El verdadero meollo de esta cuestión parece salir a la luz en la última novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, en donde sus tres –condenados y atrapados– protagonistas no pueden dejar de exponer o experimentar ese secreto vínculo que los une al mundo canino.

Perros, entonces: perros y hombres a través de la historia, arrastrados casi por las fuerzas (¿naturales?, ¿simbólicas?) de ciertos acontecimientos, casi como promete arrastrar todo lo que existe el huracán Iván del comienzo de la novela, que amenaza con cortar al medio a Cuba. Un personaje, uno de los protagonistas, con el mismo nombre que el fenómeno natural, es menos huracán que víctima: escritor frustrado devenido veterinario, flamante viudo, no puede menos que recordar la miseria en la que se encuentra encerrado, tanto política como sentimentalmente, y comienza a recordar uno de los momentos más significativos de su vida, el momento en que, sentado en una de las playas cubanas en 1977, se encontró por primera vez con un misterioso hombre que paseaba a sus dos perros –dos galgos borzois, parte de la aristocracia canina de la isla– y los miraba, meditativo, chapotear en la espuma que dejan las olas sobre la costa. Su historia, la del hombre que amaba a los perros, revelará otro huracán: aquel que viene azotando al mundo desde el asesinato de León Trotski a manos del agente soviético-español Ramón Mercader.

En una entrevista que el escritor mantuvo con Radar Libros, Leonardo Padura confiesa que al misterioso título del libro en relación con su tema "vino solo, como una semilla que germina en el territorio propicio. Yo había leído hace mucho el relato de Chandler The Man Who Loved Dogs, y cuando vi que los perros eran un elemento que acercaba a los tres personajes protagónicos –Trotski, Mercader y el cubano Iván– pues me pareció el más acertado".

Los galgos, los galgos rusos

Esa conversación entre Iván y el misterioso sujeto de los galgos a lo largo de algunos encuentros va a conformar un relato fragmentario que obligará al primero a inmiscuirse en la vida de quien hasta ese momento, tanto para él como para todos los cubanos, había sido un traidor a la causa socialista vinculado con las oscuras fuerzas del fascismo: apenas un sospechoso más de bogar por el fin de la utopía y que bien muerto está. ¿Qué es lo que le impide al personaje, con su demostrada habilidad para escribir historias, no usar esto como base para el gran texto que desde joven siempre esperó, pero que –por restricciones políticas, por frustraciones personales– nunca pudo realizar? El miedo, el mismo miedo que sintió alguna vez Trotski, el mismo miedo que sentirá luego Mercader, cuyas historias están escritas en tercera persona, como si fueran vistas no sólo por la escritura de Iván, sino también por los ojos de los defraudados, los tragados por esa misma utopía.

¿Cómo fue escribir esta novela en el actual clima político en Cuba? El libro destila por todos lados esta persistencia del miedo, y está clara la posición de los personajes con respecto a este factor. ¿Qué trabas o problemas vislumbraste al escribirlo? ¿Sentías que bordeabas o atravesabas un límite?

–Este ha sido un libro de muy larga concepción, definición, investigación, escritura y revisión, no sólo por los desafíos literarios que significó, sino también por sus contenidos. Por lo tanto, las situaciones en Cuba, aunque en esencia son las mismas, en determinados aspectos fueron variando con los años (no menos de cinco) que mediaron entre el inicio de la lectura de materiales con la intención de escribir y la finalización de la escritura, en 2009. Pero lo que está claro es que desde el inicio sabía que estaba trabajando un asunto que ha sido tabú en Cuba, del que no se había escrito incluso por falta de conocimiento de la profundidad y la perversidad de muchos de los aspectos que toco en el libro. Aunque en mis novelas yo siempre trato de llegar hasta los límites, e incluso un poco más allá, en este caso sabía que iba a desbordar muchos de ellos, pues la historia de los modos en que se pervirtió y degradó –hasta desaparecer– la gran utopía igualitaria del siglo XX resultaría un tema espinoso. La misma persistencia del miedo que persigue al personaje cubano de la novela creo que puede explicar en alguna medida mi relación con el texto, pero asumí el riesgo, pues aunque no intento ni pretendo hacer política con el libro, la novela va a tener muchas lecturas políticas.

¿Desde cuándo tenés esta novela en mente y cómo fue su proceso de escritura?

–Como antes te decía, la elaboración de esta novela fue muy prolongada. Creo, y lo digo al final del libro, que la necesidad de escribirla surgió en 1989 cuando fui por primera vez a la casa donde asesinaron a Trotski, en Coyoacán. Pero entonces yo no estaba ni intelectual, ni profesional o ideológicamente preparado para escribirla y ni siquiera pensé intentarlo –digo, de manera consciente–. Pasaron los años, supe de la presencia de Mercader en Cuba desde 1974 hasta su muerte en el '78, empecé a leer sobre el tema, y sobre ese "renegado" desconocido (para los cubanos) que era Trotski y me fui acercando poco a poco a la posibilidad de escribir el libro. Algo decisivo para intentarlo finalmente fue la experiencia de la escritura de mi libro La novela de mi vida, donde la historia tiene un papel tan importante y en la que ensayo una estructura de historias paralelas y consecutivas. Entonces comencé a buscar información, a leer, a visitar lugares donde estuvieron esos personajes (desde Barcelona y Moscú hasta Copenhagen y Barbizon) y a medida que sabía más –pues discutía del tema con muchos amigos y me fui clarificando en lo que quería decir– comencé a escribir. Fue un proceso largo, de tanteos, en el que, por ejemplo, tuve que tomar grandes y dolorosas decisiones: después de haber escrito toda la línea de Trotski en primera persona, debí desecharla y escribirla de nuevo en una tercera objetiva, pues se me hizo evidente que jamás iba a tener la posibilidad de reflejar la manera de pensar de un hombre como él, ruso-ucraniano, judío, fanático, político en cada respiración de su vida.

Iván, el principal narrador, el único que usa la primera persona, reclama constantemente que no se sabía nada de Trotski. ¿La elección del tema tiene que ver con esta necesidad de revisar la historia del comunismo en Cuba a partir de sus puntos negros o vacíos?

–Tiene que ver sobre todo con la necesidad de superar la manipulación de la información, el ocultamiento de la historia, el engaño que significó todo aquello de que la URSS era el paraíso proletario. Y, por supuesto, tiene que ver con la verdad, o, al menos, con una parte de la verdad, o una visión de la verdad. Si bien Trotski no fue un santo, si bien fue un victimario cuando tuvo el poder en sus manos, creo que fue un hombre que luchó sinceramente por lo que quería y por lo que creía, pero le faltó capacidad para entender cabalmente quién era Stalin y a donde conduciría Stalin a la revolución. De todas formas, no es fácil entender qué puede pretender un hombre enfermo de poder y además desequilibrado como Stalin.

Pero de toda esa historia muy poca gente en Cuba tenía o tiene noticias. Todo lo que ocurrió en la URSS en esa terrible década de 1930 –colectivización, gulags, procesos de Moscú, desmontaje de la Internacional, pactos con los fascistas– fue tapiado por la desinformación o, cuando se sabía, calificado como propagada anticomunista, cuando lo cierto es que la peor faena que se hizo contra el comunismo no la hicieron los "imperialistas" ni la "burguesía", sino el estalinismo, sus métodos, sus crímenes, su engaño, su política imperial... porque todo aquello no terminó en los años '30, pues: ¿qué cosa fue el período de Brehznev sino una continuación del estalinismo por la vía del inmovilismo? ¿Qué fue la guerra de Afganistán? ¿Qué el silencio criminal de Chernobyl?... Era demasiado lo que se había ocultado y era inconmensurable nuestro desconocimiento.

Sabuesos

Las novelas policiales de Leonardo Padura Fuentes, nacido en La Habana en 1955 y aún residente en Mantilla, le han granjeado un nombre de referencia en la literatura internacional. Con su personaje de Mario Conde como protagonista –el detective de novelas como Paisajes de otoño (1988) o Adiós, Hemingway (2001)–, ha escrito textos en donde recurre a la intriga y la clásica melancolía de todo policial negro. En sus trabajos, sin embargo, ese sentimiento un tanto neblinoso que afecta a todos (es más un aire denso que se respira que cualquier otra cosa) adquiere una dimensión política, una consecuencia de la manera en que un país se administra o se relaciona con su pasado, una mirada triste que por momentos se cuela también en El hombre que amaba a los perros.

Te has hecho famoso en el ámbito literario por las novelas de Mario Conde, un "amigo" que el mismo Iván reclama en esta novela. ¿Creés que el afán investigativo de la novela negra y sus climas particularmente crepusculares te sirvieron para la escritura de El hombre que amaba a los perros?

–Todo me ha servido, pero sin duda la experiencia literaria que he ido obteniendo de mis libros anteriores, entre ellos las novelas policíacas de Mario Conde, me prepararon para esta novela que es peculiar en el sentido de que, antes de empezar, todos saben quién es la víctima y quién el asesino, por lo que debía crear una estructura capaz de atrapar al lector y llevarlo a través de casi 600 páginas. Si no hubiera escrito esas novelas negras, habría sido imposible entrar en ésta, pero igual lo habría sido sin mi trabajo como periodista de investigación en los '80, o mi trabajo como ensayista. De las historias de Mario Conde, por supuesto, extraigo sobre todo la visión de la vida contemporánea cubana y, especialmente, el sentimiento de desencanto y frustración que ha caracterizado a una parte demasiado importante de mi generación en Cuba.

Por otra parte, creo que, en realidad, esta es la menos melancólica o nostálgica de mis novelas. Es más bien una novela triste, quizás desoladora, porque es una historia de fracasados históricos, de derrotados totales, de seres a los que la historia los devora, sean protagonistas o simples testigos, como es el caso de Iván. No es el mismo sustrato el que dejan las novelas de Mario Conde, donde también hay fracaso y sentido de pérdida, pero siempre queda una esperanza, quizás individual, una especie de posibilidad de redención que se logra por la vía de la amistad, de la literatura, de la complicidad, y hasta por la del amor... Pero, ¿qué les queda al final del libro a Trotski, a Mercader? No les queda ni siquiera la vida, ni siquiera la esperanza de futuro, y eso es más desgarrador que las melancolías.

El otro sentimiento que parece ser un efecto que el texto busca en el posible lector es la compasión. ¿Qué esperabas específicamente de este efecto?

–Podemos sentir compasión por estos personajes porque todos ellos son marionetas de la historia, aun los que más poder tuvieron, como el propio León Trotski, que casi dirigió un partido y que creó un ejército y dirigió represiones. Pero la manera en que fue destruida su vida y la de su familia por la obsesión enfermiza de Stalin es tal vez lo que más lo humaniza como personaje. En el caso de Ramón Mercader las cosas cambian: hay, posiblemente, un margen para la compasión, pero él tuvo la posibilidad de decir que no, y no convertirse en el asesino en que se convirtió por un fanatismo, más que por una ideología. Fíjate que quien llega a sentir algo parecido a la compasión por Mercader es Iván, pero es que Iván es un hombre tan golpeado –casi un santo, según su amigo Daniel– que no es raro ese sentimiento. Pero yo, como autor y como persona, no siento lo mismo... Y de Iván qué decir: por él sí que sólo podemos sentir compasión, y mucha...

Habías establecido un vínculo entre tu novela de 2002, La novela de mi vida, basada en un trabajo de ficcionalizar la biografía del poeta cubano José María Heredia, y tu actual trabajo, en donde ficcionalizás más de una biografía. ¿Hay algo premeditado en el hecho de que hayas dejado a Mario Conde y te hayas abocado a estos trabajos en donde tus largos años de periodista parecen funcionar como motor del trabajo de investigación?

–Yo no lo llamaría premeditación, sino necesidad. Creo que mi trabajo literario no podía encerrarse en el mundo de Mario Conde y la contemporaneidad cubana, por rica y contradictoria que esta sea. Yo necesitaba, en ambos casos, lanzar una mirada más universal, más abarcadora sobre determinados conflictos históricos que van desde la esencia de la "cubanía" y su destino histórico (su literatura, el exilio, las fidelidades) hasta un proceso mucho más abarcador como lo fue el desarrollo y caída de un proyecto utópico en el que tantos confiamos y todavía confiamos.

El personaje y narrador central del texto, el que tamiza toda otra biografía, Iván: ¿cuánto de tu biografía personal, de tu historia como escritor en la isla, hay en él?

–De mi historia personal, muy poco –a diferencia de Mario Conde, con el que comparto muchas características, gustos, fobias, y hasta fechas de cumpleaños–. Con Iván comparto una vida vivida en Cuba en la misma etapa histórica y, por tanto, experiencias generacionales que más o menos nos tocaron a todos los cubanos de mi promoción. El problema es que si Conde es metafórico, Iván es simbólico: en él se resumen, se amontonan casi todas las desventuras de una vida posible en la Cuba contemporánea, pero subrayadas con un sentido dramático que yo manipulé en la novela para que tuviese ese carácter simbólico.

¿Qué lectura podés hacer del ambiente literario cubano en el momento en que empezaste a mediados de los '80 y la actualidad?

–Las cosas han cambiado muchísimo desde entonces y, en lo esencial, ha sido para bien. En aquellos años '80, cuando casi todos los escritores de mi generación comenzamos a publicar, vivíamos todavía bajo los efectos ideológicos del "decenio negro" de los '70, una época que se caracterizó por la ortodoxia más férrea y, con ella, por la represión y hasta marginación de muchos escritores incluidos Lezama y Virgilio Piñera. Era una época en la que siempre resultabas ser sospechoso de algo, en la que estabas en peligro de ser juzgado... Y castigado. La crisis de los años '90, sin embargo, trajo un gran espacio de libertad, pues no sólo hubo crisis económica, sino transformaciones sociales y espirituales muy profundas y una buena parte de ese miedo que persiguió a Iván desapareció, junto con la comida, el dinero, la electricidad, el papel, los ómnibus, los cigarrillos. Y cuando tienes poco o nada que perder... Desde esa nueva perspectiva es que comenzamos a escribir en los '90 y es desde la que todavía hoy escribimos, con la posibilidad de editar nuestros libros fuera de Cuba, con una visión más crítica y hasta desencantada de la realidad, incluso con más apoyo de las instituciones culturales. Por todo eso, si en los '80 casi todos escribíamos más o menos de los mismos temas y publicábamos en las mismas editoriales, hoy la literatura cubana es más diversa, está más descentrada geográficamente, es infinitamente más libre.

11.5.10

NO ES POR AGUAR LA FIESTA...PERO...


Mockus más allá de los mitos: más guerra y privatizaciones





Radio Café Stereo


Es tal la magnitud de la crisis que vive Colombia que muchos se han sumado a la campaña verde cerrando los ojos porque creen que se debe hacer valer el voto útil, elegir al menos malo o al que consideran que, por lo menos, es ético. 
La honestidad es una norma de conducta fundamental. En este punto hay acuerdo general. Pero ella no basta. Todos los candidatos deben demostrar su probidad. Es el punto de partida de cualquier campaña electoral decente.

La corrupción ha crecido tanto en el Gobierno de Álvaro Uribe que la rectitud parece ser ahora la única tabla de medición de los aspirantes a la Presidencia. Sin embargo, además de ella deberían tenerse en cuenta otras aptitudes determinantes.

Entre otras cosas, porque en nombre de la transparencia también se puede actuar en contravía de los intereses colectivos. Por ejemplo, entregar bienes públicos en detrimento del erario bajo la controvertida figura de la "capitalizació n", como hizo Antanas Mockus con una parte de la Empresa de Energía de Bogotá, no es consecuente.

Y precipitarse detrás de una opción sin importar lo que su líder plantea de fondo, más allá de la forma, es una decisión que puede resultar costosa. No se trata de que el candidato o su partido se identifiquen en todos los puntos con el pensamiento de cada elector. Pero sí en los asuntos medulares, irrenunciables.

Los seguidores de Mockus proceden de dos ámbitos: 1.-) uribistas que saben que el ex alcalde de Bogotá no representa ningún riesgo para la continuidad de la "seguridad democrática", y, 2.) no uribistas, que lo ven como la única opción viable frente al poderío del Gobierno.

Los primeros perciben a Mockus como una alternativa ante el cansancio que les causa un mandato corrupto al que, sin embargo, han acompañado durante ocho años perdonándole todo: la parapolítica, la yidispolítica, los "falsos positivos", las chuzadas del DAS, el Agro Ingreso Seguro, los privilegios para los hijos del Presidente y tantos escándalos más.

A este primer grupo Mockus le brinda confianza, pues es conocido que el candidato verde dará continuidad a la estrategia de confrontación prolongada que desarrolla Uribe y, además, es sabido que Mockus, por su carácter neoliberal, seguirá la senda de las privatizaciones y el fortalecimiento de la "confianza inversionista" .

Lo anterior explica la enorme simpatía que en periodistas del establecimiento, uribistas de primera línea, ha despertado Mockus y el inusitado impulso que varios de los grandes medios de comunicación están dándole a su campaña, apoyo que incide de forma determinante en su crecimiento en las encuestas.

Los del segundo grupo, los no uribistas, sienten a Mockus como "la única forma de frenar a Santos y sus falsos positivos", y desestiman a quienes proponen debates más allá de las formas, como si no quisieran que les aguijonearan la burbuja en la que parecen estar.

Figuran en este sector algunos que en la consulta interna del Polo rechazaron la candidatura de Carlos Gaviria y ahora no dudan en abandonar el barco al ver al escogido, Gustavo Petro, sin opciones.

Los interrogantes
Así, es importante auscultar los planeamientos de Mockus en relación con algunos de los asuntos medulares de la realidad colombiana, pues está rodeado de muchos mitos que pintan al candidato como un paradigma de cambio social que parece no ser real.

Algunos de los interrogantes que sobre él surgen son:
*  ¿Gastará, como Uribe en 2009, $19,2 billones anuales del Presupuesto Nacional en la "seguridad democrática" que ha prometido continuar?
*  ¿Privatizará el 15% de Ecopetrol, la principal empresa del Estado, como propuso Sergio Fajardo?
*  ¿Vender las entidades públicas más productivas es una herramienta válida para financiar la educación y otros ámbitos sociales?
*  ¿Continúa siendo partidario del cobro escalonado de matrículas, como cuando fue rector de la Universidad Nacional?
*  ¿Sigue creyendo que los decretos de Uribe sobre salud "son legítimos" y que la crisis del sector se resuelve con más impuestos?
*  ¿Los gravámenes a todos los estratos son la vía para afrontar los problemas del país?
*  ¿Dónde están las grandes estrategias de defensa del medio ambiente que se supone son el fuerte de un partido Verde?
*  ¿Su respaldo a la reforma laboral de 2003, que atenta contra derechos de los trabajadores, sigue en pie?
*  ¿Por qué se fue a la sombra de Opción Centro, el grupo amigo del procesado senador Gil, y no optó por construir partido propio?
* ¿Cree en realidad que "las balas también son un recurso pedagógicas" como dijo hace poco?
*  ¿Por qué se atemoriza ante los regaños de Uribe y ruega que lo siga considerando "un firme timonel de la seguridad"?
*  ¿A eso se debe su rotundo no al acuerdo humanitario?
1.- Mockus y la guerra: "un timonel firme"
En relación con el conflicto existente en Colombia desde hace 62 años Mockus no se diferencia en lo fundamental de la estrategia de Uribe. Como casi todos los candidatos presidenciales, con sus matices, respalda la estrategia de la "seguridad democrática" y brinda confianza al establecimiento.

Leamos la valoración que de su posición sobre este asunto hizo el presidente Uribe el 20 de junio de 2003, cuando lo condecoraba con la Estrella de la Policía: "…he encontrado en el alcalde Mockus un timonel firme, sin vacilaciones y sin titubeos".  [1] 

Uribe caracterizó muy bien a Mockus en cuanto a su pensamiento, así por estos días, cuando desarrolla una campaña sectaria y con abierta participación en política en favor de su preferido, Juan Manuel Santos, el Presidente trate de introducir algunas dudas, más de forma que de fondo sobre el aspirante del Partido Verde.

"El alcalde Mockus ha apoyado a la Fuerza Pública en Bogotá con toda determinación, sin reservas y ha sido una formidable combinación de pedagogía de la convivencia y de ejercicio firme de la autoridad", dijo Uribe hace apenas diez meses en el mismo acto.

A las críticas que recientemente Uribe le ha formulado, Mockus ha respondido mostrándose extrañado, afirmando de manera sumisa: "Usted es mi presidente, usted es mi presidente" y cambiando el nombre a la "seguridad democrática" de Uribe por el de "legalidad democrática". ¿Otra cuestión de forma, nada más?

En entrevista con el noticiero CM&, al responder a críticas de Andrés Felipe Arias, Mockus saltó un argumento absurdo, pero sintomático sobre el conflicto colombiano: "¡Las balas también son una herramienta pedagógica!". [2]

Y en el documento por medio del cual pactó su alianza con Sergio Fajardo, al identificar la violencia como uno de los problemas del país, no incluye ni una palabra de condena a los crímenes de Estado cometidos durante el actual Gobierno.  [3]

Todo indica que a los uribistas que acompañan ahora masivamente a Mockus lo expuesto en este punto les es indiferente, y es muy probable también que los no uribistas se hagan los de la vista gorda y no les importe su rechazo al acuerdo humanitario. Es cuestión de táctica, dirán, y agregarán que "los esencialismos son anacrónicos".

En términos claros y concretos, sin titubeos ni recursos anecdóticos, la pregunta que muchos esperan que Mockus resuelva es qué hará para sacar el país de la guerra, si repetirá el gasto que Uribe hizo de $19,2 billones del Presupuesto Nacional en 2009 para la confrontación. ¿Seguirá esta senda si es elegido?
2.- Mockus y la política: buscando partido
La actitud del aspirante ante la política ha sido idealizada y se le presenta como el adversario de la politiquería tradicional. Para empezar, hay que recordar que en 1998 fue candidato a la Vicepresidencia de Noemí Sanín, la hoy aspirante del Partido Conservador.

Mockus aún añora esa alianza. "Tengo mi ladito muy conservador", dijo en la entrevista con CM& que hemos citado antes, tras reconocer "lo bueno del Partido Conservador".

En 2006, este matemático de origen lituano fue candidato presidencial de la Alianza Social Indígena, ASI, y, sin embargo, no escogió su fórmula vicepresidencial entre las etnias originarias colombianas, como era de esperarse.

La seleccionada en aquella ocasión fue María Isabel Patiño, dirigente de Asocolflores, un gremio de grandes exportadores a quienes les cuestionan el trato que dan a los trabajadores vinculados a esa agroindustria.

Su votación en 2006 fue exigua: 146.583 votos, es decir, el 1,23% del total, mientras Carlos Gaviria, el candidato presidencial de la izquierda, logró 2.613.157 votos, el 22% del total, un porcentaje similar al que Mockus alcanza hoy en las encuestas y por el cual es presentado como un fenómeno político.

De acuerdo con la última encuesta, la de la firma Ipsos-Napoleó n Franco para RCN y Semana, Mockus tiene el 20% del favoritismo, frente al 30 de Juan Manuel Santos, el candidato directo del establecimiento, y el 12% de Noemí Sanín.

Hace cuatro años Carlos Gaviria, con un perfil decididamente de izquierda, despertaba también un gran entusiasmo, el cual se reflejaría en su altísima votación, por encima de la de Horacio Serpa, el aspirante liberal.

Además, es bueno recordar el contexto de la participación de Gaviria: se trataba de confrontar directamente a Uribe, que buscaba su reelección con todo el poder de su maquinaria.

No es tan cierto entonces que la favorabilidad de un candidato visto como alternativo no tenga precedentes, como afirman los medios masivos de comunicación. Y para ir un poco más atrás en la historia contemporánea, Galán, Jaramillo Ossa, Pardo Leal también despertaron expectativas inusitadas en sus momentos.

Mockus ha hecho su recorrido por no pocos escenarios políticos, pues participó en el movimiento Sí Colombia de Noemí Sanín, fundó Visionarios con Antanas, se arrimó a la ASI y recaló en el Partido Opción Centro

Con Enrique Peñalosa (apoyado por Uribe en las elecciones para la Alcaldía de Bogotá de 2007), y Luis Eduardo Garzón derivó en una agrupación que ya poseía representació n en la Cámara y que lo exoneraba de la ardua tarea de recolectar firmas para inscribirse.

Pero Opción Centro tiene sus antecedentes: se trata de un partido en el que algunos de sus líderes tuvieron nexos con Convergencia Ciudadana, colectividad extinguida hoy por efectos de la parapolítica.

Veamos cómo presentó el portal La Silla Vacía, en septiembre de 2009, los contactos de los 'Tres Tenores' con los orientadores del partido centrista.

"Peñalosa, Mockus y Garzón no estaban dispuestos a 'adherirse' a este partido, y su objetivo era entrar en condiciones de igualdad (a mandar). También querían aclarar exactamente el alcance de la relación de los directivos del Partido Verde Opción Centro con Convergencia Ciudadana".  [4]

Según el mismo portal, el partido tiene origen en los ex militantes del M-19 Héctor Elías Pineda y Carlos Ramón González, lo mismo que en Daniel García, hijo de Néstor García, también del M-19.
"La estrecha relación de González y otros miembros con el ex senador de Santander Luis Alberto Gil, hoy en la cárcel por parapolítica, y el apoyo del partido a listas de Gil en Santander crearon una sombra sobre el partido", dice La Silla Vacía en su reseña.

De esas sombras nadie se volvió a acordar, y menos ahora, cuando el pequeño partido de centro en el que Mockus y sus amigos se acomodaron hace seis meses se perfila hoy como la segunda fuerza electoral del país. ¿Desaparecieron las sombras al calor de la ola verde?
3.- Mockus y la socioeconomía: ¿más privatizaciones?
Las mayores expectativas, especialmente de los jóvenes, están en el ámbito de las reformas sociales y económicas. El acuerdo Mockus-Fajardo, que podríamos asumir como programa de la fórmula presidencial, no es nada explícito en esta materia.

Su contenido es un cúmulo de generalidades sin estrategias, que cualquier político firmaría sin importar su procedencia partidista o ideológica. Lo que sí es claro es la posición definidamente neoliberal de Mockus, la cual aplicó en sus alcaldías (1995-97 y 2001-03).

Partidario de gravámenes generalizados, sin distingos de clases, así lo deja ver en su compromiso con Fajardo cuando anuncia que se proponen "asegurar el pago de impuestos justos y adecuados".   [5]

Está por verse cuan "justos y adecuados" serán las nuevas cargas que en un gobierno suyo se implementarían, ya que el ex alcalde no es ajeno a aceptar las exigencias que hacen los organismos de la banca internacional.

Y es conocida también su defensa de las privatizaciones de empresas estatales, con todas las secuelas que en materia de dilapidación del capital social acumulado en ellas tienen decisiones de esa naturaleza.

Por eso, la Unión Sindical Obrera, USO, le dirigió una carta en la que lo interroga sobre la propuesta de su compañero de fórmula, Sergio Fajardo, en el sentido de privatizar el 15% de Ecopetrol supuestamente para financiar planes de educación.

"Esta propuesta, además de ser contraria al interés nacional, demuestra la poca creatividad de su campaña, pues continúa con la política de privatización implementada por el gobierno de Uribe, que se inició con la autorización de la venta del 20% de Ecopetrol", dice la USO en su carta.   [6] 

Luego de recordar que las transferencias generadas por Ecopetrol al Presupuesto Nacional en 2009 fueron nada menos que $18,66 billones, la USO le pide a la fórmula Mockus-Fajardo que explique "Lo que representaría para la nación la venta de un 15% adicional de Ecopetrol, puesto que en términos de rentabilidad social las utilidades futuras de ese 15% irían al bolsillo de los nuevos dueños y no para el beneficio del pueblo colombiano".  [7]

Mockus parece no desesperarse por las desigualdades sociales. Haciendo uso de una de las numerosas anécdotas con las que suele responder, hace poco recordó que no le importaría pagar sueldos millonarios a altos ejecutivos con tal de que éstos ayuden a generar empleos.  [8]

El candidato verde desarrolla su campaña, en todo caso, mostrándose como el defensor de la legalidad, discurso desde el cual se pueden validar toda clase de acciones, hasta los atropellos cometidos por las leyes que aprueba la mayoría vocera de la clase dominante, como la nefasta reforma laboral de 2003 (Ley 789), que Mockus no cuestiona ni se propone modificar.

Tampoco incomodaron a Mockus los decretos de emergencia social expedidos por Uribe, que la Corte Constitucional declaró inexequibles (contrarios a la Carta Política) en la noche del viernes 16 de abril. Los consideró necesarios.

"Tocaba declarar la emergencia y tocaba buscar recursos frescos, tocaba ahorrar recursos… En su conjunto la acción es legítima, es necesaria", respondió en una entrevista realizada por La W Radio.   [9]

Luego de conocida la caída de esas normas, Mockus se solidarizó con el Gobierno y dijo que lo apoyaba en su propósito de llevar los decretos de emergencia tan nocivos para la salud de los colombianos al Congreso con el fin de que su bancada los apruebe prontamente. ¿Será esto corresponder al clamor nacional?

De su opción por los impuestos a toda costa no queda duda. En la entrevista referida lo patentó: "Hay que ir pensando de dónde va a salir esa plata [la de la salud] y esa plata sale necesariamente, en última instancia, de impuestos".   [10]

La posición frente a las desigualdades y las iniquidades es la línea que marca la diferencia entre la derecha, que las ve naturales e inevitables, y la izquierda, que las considera creadas por las clases dominantes y extinguibles por la acción de los movimientos sociales.

A Mockus no parecen desvelarlo esas desigualdades, no las cuestiona en sus raíces, para él simplemente existen y hay que hacer algo para contrarrestarlas.

Y para concluir, qué responde el candidato ante denuncias como la formulada por el investigador social Aurelio Suárez Montoya, para quien "generaciones de estudiantes de la Universidad Nacional pagan altas matrículas o soportan exclusión desde cuando Mockus ingenió el cobro escalonado".  [11]

Sería muy importante que Mockus resolviera interrogantes como los formulados en este artículo, y muchos otros, como la ausencia de propuestas ecológicas en una colectividad que se denomina, precisamente, Partido Verde.

No vaya a ser que el verde se quede solo en una presentación simbólica que atrae a muchas personas aferradas a una esperanza, pero que, sin embargo, no formulan preguntas porque quieren creer en alguien, aunque para ello sólo se atengan a sus sentimientos y no a sus razonamientos.

Notas
[1]  Ver el discurso de Álvaro Uribe en: http://www.presiden cia.gov.co/ prensa_new/ discursos/ discursos2003/ junio/ascenso. htm
[2]  Así lo expuso en la entrevista con Yamit Amad, director del noticiero de televisión CM&, el 14 de abril de 2010.
[3]  La Unión Hace la Fuerza, pacto de unión entre el Partido Verde y el movimiento Compromiso Ciudadano.
[4]  Ver el artículo Los 'Tres Mosqueteros' al fin Encontraron Opción en el Centro, en:http://www.lasillav acia.com/ historia/ 4214.
[5]  La Unión Hace la Fuerza…
[6]  Carta Pública de la Unión Sindical Obrera, USO, del 9 de abril de 2010, firmada por Germán Osman Mantilla e Isnardo Lozano Gómez, presidente y secretario general, respectivamente.
[7]  Ibídem.
[8]  Entrevista con Yamit Amad…
[9]  Entrevista en La W Radio realizada el 11 de febrero de 2010.
[10]  Entrevista en La W…
[11]  Ver el artículo La Negra Historia de los 'Verdes', versión virtual, Bogotá, 6 de abril de 2010.
 
http://www.ajpl. nu/radio/ index.php? option=com_ content&view=article&id=756:mockus- mas-alla- de-los-mitos&catid=81:europe&Itemid=458

3.5.10

El escritor que volvió del olvido

Anticipo exclusivo de El expediente Archer , un libro que reúne los cuentos completos de su famoso detective privado y muchos textos inéditos, encontrados en el escritorio del novelista después de su muerte

Ross McDonald.fOTO;fUENTE:adnCultura

Por Rodrigo Fresán

UNO. "Estaba sentado en el Hollywood Hawaiian Hotel/ mirando mi taza de café vacía/ pensando en que la gitana no había mentido/ todos los margaritas con sal de Los Ángeles/ yo me los voy a beber/ y si California se desliza hacia el océano/ como los místicos y las estadísticas aseguran que sucederá/ yo predigo que este motel se mantendrá en pie/ hasta que yo pague mi cuenta", canta Warren Zevon en su gloriosa "Desperados Under the Eaves".

La idea y la imagen y el sentimiento son cien por cien Zevon, no en vano considerado el maestro del llamado californian noir en lo que a escribir canciones se refiere.

Y el sentimiento y la imagen y la idea son, también, cien por cien Ross Macdonald, maestro del californian noir a secas y creador del inolvidable detective privado Lew Archer.

Y nada se pierde y todo se relaciona: Warren Zevon (fallecido en 2003) inspiró el personaje de Lew Ashby en la segunda temporada de la serie de televisión Californication. Y el Lew de Ashby es un sentido homenaje y guiño cómplice y palmada amistosa al muy conocido hecho de que Zevon fue, hasta el final, un fan de Ross Macdonald y de su detective Lew Archer. Y, también, de que Zevon supo ser vecino de Macdonald quien, una noche tan terrible como absurda, lo salvó de suicidarse.

Y la escena -la situación- podría salir de o entrar en cualquier caso de Archer. A saber: un joven metido en demasiados problemas a finales de los años 60 y a principios de los 70 y, de pronto, el maduro y solitario investigador que llega no para ponerlo todo en orden (porque eso es imposible) pero, al menos, para intentar que el desorden no sea mayor y aumente el número de bajas bajo el altísimo sol, junto al mar, mientras los desesperados buscan refugio bajo los aleros, y el tiempo pasa, y falta cada vez menos para que California se deslice hacia el océano.

Pero no aún.

DOS. Ross Macdonald -en una conversación con Warren Zevon, intentando sacarlo del agujero negro en el que el songwriter había caído o se había arrojado de cabeza- insistió en que "se sentía culpable" por todo lo que había conseguido escribiendo y añadió que "los escritores estamos demasiado bien pagados". Entonces, año 1979, Macdonald era huésped habitual de las listas de best sellers y -desde la publicación de La mirada del adiós, diez años atrás- uno de los pocos autores de thrillers que había conseguido críticas admiradas en la primera página del suplemento de libros de The New York Times o en la portada de Newsweek, así como la admiración de colegas y el respeto de narradores "literarios" como Reynolds Price y Elizabeth Bowen y Osvaldo Soriano y Thomas Berger, de Iris Murdoch y Donald Barthelme y Joyce Carol Oates y Haruki Murakami y John Fowles y pensadores como Marshall McLuhan.

En algún momento del diálogo, con Macdonald y Zevon caminando por el jardín de su casa, salió el nombre de Francis Scott Fitzgerald y el músico suspiró: "No sé, yo leí sobre Fitzgerald bebiendo gin y me imaginé que, si bebías gin, tal vez podrías escribir como Fitzgerald [...] y ahora estoy preocupado porque la escritura dejó de ser algo divertido".

Macdonald se detuvo y miró fijo a Zevon y le dijo: "¿Divertido? ¿Divertido?"

Y no hizo falta que agregara nada más.

Y, sí, no puede decirse que Ross Macdonald (nacido como Kenneth Millar en Los Gatos, California, en 1915, y fallecido en Santa Bárbara, California, en 1983) haya tenido una vida "divertida", pero sí que tuvo una vida interesante.

Macdonald creció y se educó dentro de una familia disfuncional en Ontario, Canadá. Macdonald fue lo que se entiende como "un niño problemático": debutó sexualmente a los ocho años (tuvo también, parece, su momento de experiencias homosexuales) y ya era un borracho curtido y un hábil ladrón y peleador callejero a los doce. Al poco tiempo, su padre se marchó sin dar explicaciones (la figura del "desaparecido" o la "desvanecida" que deja atrás las ruinas humeantes de un hogar es una constante en los casos de Archer) y el muchacho pasó de vivir con su madre a recibir la obligada y no siempre alegre hospitalidad de varios familiares hasta su ingreso en la Michigan University (donde descolló con una exquisita tesis sobre Coleridge) coincidiendo con la venta de sus primeros relatos a revistas de pulp fiction. Macdonald se casó con Margaret Sturm en 1938, con quien protagonizó un matrimonio bastante infernal, aseguró intentar suicidarse más de una vez "vía defenestración" y tuvo una hija complicada, la fugitiva Linda, quien murió muy joven y de un "accidente cerebral" luego de accidentes automovilísticos y fugas varias a Las Vegas y problemas con las drogas (sombra dolorosa que se reflejaría, una y otra vez, en el cosmos archeriano donde siempre acechan los peligros del hippie kick y los abismos insalvables de las diferencias de edades y de eras). Y Macdonald -un hombre parco y melancólico, pero muy generoso con todos los que se le acercaban- terminó sus días, golpeado por los vientos del Alzheimer, como enamorado platónico de la gran Eudora Welty, fan confesa de sus libros, quien reseñó El hombre enterrado (1971) y comprendió, perceptivamente, que "sus historias se caracterizan por la ausencia del amor" y su método pasa por "simplemente y sin máscaras, encontrar los puntos de contacto e iluminar el modo en que unos y otros se relacionan; reconocer lo que significan y, por lo tanto, comprender".

El problema o la virtud de Archer es que resulta fácil contratarlo. Lo difícil es despedirlo o, mejor dicho, que se dé por despedido.

Archer funciona así como un revulsivo, como un detonante, como una gran ola californiana.

Y, de pronto, todos tiemblan.

Y temblamos nosotros leyéndolos temblar.

TRES. Pensar en Ross Macdonald como en el tercer hombre. El blanco móvil que sigue a las siluetas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

Del primero, Macdonald rescata cierta sequedad a la hora de mirar y el apellido de su detective, que coincide con el del socio de Sam Spade asesinado en las primeras páginas de El halcón maltés.

Del segundo, Macdonald explora (de una manera mucho más profunda y casi arqueo-antropológica) el paisaje californiano, así como la sensibilidad de cierta comedy of manners y esa imposibilidad de no involucrarse afectivamente del investigador con los investigados que nos dice hola en El largo adiós.

¿Y cuál es la novedad que aporta Macdonald? ¿De qué manera hace evolucionar al homo noir y lo convierte en un ser más inteligente y más sensible? ¿Cuál fue la estrategia utilizada por aquel que dijo querer "escribir lo mejor que pudiera sobre los problemas de la vida y la muerte en nuestra sociedad; y el molde de Wilkie Collins y Graham Greene y Dashiell Hammett y Raymond Chandler parecía ofrecerme toda la soga necesaria para mi cometido"?

Fácil de precisar pero muy difícil de llevar a cabo: lo que inaugura y enciende Archer -dejando de lado los one-liners a quemarropa y los símiles ingeniosos de Hammett & Chandler- es una formidable potencia psicológica y una muy particular velocidad. En sus historias, todo sucede muy rápido y con mucha precisión. Así, Archer es un detective con modales de psicoanalista/médium y ojos de rayos X -"la mente de la novela que actúa como catalizador de conciencias ajenas", diagnosticó Macdonald- a quien, sí, le preocupa el "quién lo hizo" y el "por qué lo hizo" pero, además y por encima de todo, el "por qué no pudo dejar de hacerlo". La respuesta a esto último -en el mundo según Macdonald- está y viene, siempre, desde un pasado de aguas turbulentas o estancadas pero jamás potables. La mecánica de las novelas de Macdonald siempre ejecuta los mismos movimientos: alguien contrata a Archer para que destape las cañerías del presente y, claro, apenas Archer entra en acción (y en reflexión) comienza a salir a flote toda la mierda del ayer y se comprende que las faltas de los padres son el combustible que mueve a los delitos de los hijos. "Las palizas morales que te dan tus hijos son las más duras de soportar y las más difíciles de evitar", entrecierra los ojos Archer en La mirada del adiós. "La mayoría de los autores de policiales escribe sobre crímenes. Ross Macdonald escribe, en cambio, sobre el pecado", sintetizó a la perfección un crítico de The Atlantic. De esta manera -y muy especialmente durante los libros publicados en los años sesenta y principios de los setenta- los casos de Archer son, también, problemas generacionales y maldiciones degeneracionales, heridas que nunca cicatrizan y que supuran, apenas escondidas, infectadas e infectando, bajo la sombra de vendajes flojos.

De a poco y con cuidado, Macdonald fue modelando al detective moderno; puede señalarse El caso Galton (1959) como el sitio en que se libera de influencias y se convierte en su propio hombre y así -mientras todo intento de emular a Marlowe o a Spade o al Continental Op resulta irremediablemente en pastiche u homenaje-, la influencia de Archer en los que vinieron después es mucho más poderosa y, también, más sutil.

De ahí que -como se verá más abajo- son muchos los escritores contemporáneos que se arrodillan para venerar a Hammett y Chandler.

A Macdonald, en cambio, lo abrazan.

Fuerte.

Hasta exprimirlo amorosamente.

Lo que no alcanza a explicar el porqué -en los últimos tiempos- de la desaparición de Macdonald en las librerías de idioma español. Hubo un tiempo en que Macdonald estuvo en todas partes y en varios sellos simultáneamente -recuerdo haberlo seguido en Emecé, en Bruguera, en aquella colección de Alianza-, pero de pronto pareció esfumarse.

Un ensayo de Leonard Cassuto -"The Last Testament of Ross Macdonald"- apunta un novedoso punto de vista para contemplar y entender este eclipse más o menos total. Allí, Cassuto advierte que lo que le interesaba a Macdonald eran los "niños perdidos" y que sus preocupaciones difícilmente resultan atractivas en un paisaje plagado de asesinos en serie donde el monstruo es un fenómeno aislado imposible de ser redimido y, en el mejor de los casos, apenas "comprendido" por un agente especial y especializado, entrenado en Quantico y con muy serios problemas propios.

Buena parte de los thrillers de éxito de la actualidad son en blanco y negro y rojo. Las novelas de Archer, en cambio, son en gris y rojo y, al respecto, Macdonald ensayó una suerte de credo ético y estético en el pequeño libro On Crime Writing (1973): "Los escritores de policiales a menudo somos interrogados acerca de por qué malgastamos nuestro talento en un género tan convencional. Una respuesta posible es que el asunto es mucho menos convencional de lo que parece a primera vista y que este supuesto convencionalismo es la herramienta imaginativa que les permite, tanto al detective ficticio como al autor real, revelar los secretos de esa comunidad que ambos habitan".

Así, el territorio de Archer/Macdonald es el de las psicopatologías de los clanes y no el de los psicópatas individuales. Y a no olvidar nunca aquel dictado sobre las familias infelices que abre Anna Karenina de Tolstoi. Si todas las familias infelices lo son, siempre, de maneras muy diferentes, entonces no resulta muy arriesgado afirmar que el detective de Macdonald conoce casi todas esas infinitas variantes de la infelicidad.

"Todos somos culpables", concluye, Lew Archer en El martillo azul, su último caso. Y cabe preguntarse si a muchos de los lectores de hoy -perdidos en intrigas bíblicas o en estepas nórdicas- les interesa ser conscientes de ello, de la paradoja de que las novelas de Macdonald sean tanto más humanas que las del Hannibal Lecter de turno y, al mismo tiempo, tanto más crueles.

CUATRO. Y así hablaron quienes lo admiraron y lo siguen admirando.

Sue Grafton (quien reclamó para sus novelas "alfabéticas" Santa Teresa, nombre con el que Macdonald rebautizó Santa Bárbara): "Ross Macdonald se sentía intrigado por las ficciones detectivescas. Tomando las riendas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, él montó el formato con gracia y confianza. Pero mientras que Hammett y Chandler escribieron apenas un puñado de novelas (Hammett, cinco; Chandler, siete), los dieciocho títulos protagonizados por Lew Archer fueron publicados a lo largo de casi tres décadas, permitiéndole a su autor un marco temporal y un aliento narrativo en los que ir refinando y perfeccionando sus habilidades y dones. Con tiempo, Macdonald no sólo fue incorporando a sus tramas la creciente madurez de su manera de ver las cosas sino, también, les fue añadiendo una creciente melancolía y una madurez ganada a los golpes. Más poético que Hammett, menos cínico que Chandler, lo que Ross Macdonald demostró fue que la novela hard-boiled con detective privado ya no tenía por qué conformarse con ser el dominio exclusivo del investigador chupa-whisky, de los puños volando, de las pistolas disparando y de la rubia de curvas vertiginosas sentada en un borde del escritorio. Gracias a Macdonald conocimos una California que jamás supimos que existía y supimos que un policial podía ser algo tan preciso y apasionado como un soneto sin que esto significara olvidar o negar que su esencia pasa, siempre, por el crimen y la muerte violenta".

P. D. James: "Entre los norteamericanos, yo me quedo con la escuela dura. Ross Macdonald, en particular, me parece maravilloso".

Lawrence Block: "Tal vez pocos se atrevan a admitir esto. O tal vez sólo me suceda a mí. Pero lo bueno de una novela de Macdonald es que uno vive en ella mientras la lee y comienza a olvidar sus detalles apenas la ha terminado. Lo que me permite (a diferencia de lo que sucede con muchos policiales) leer y disfrutarlas y admirarlas una y otra y otra vez".

George Pelecanos: "Ok. De acuerdo: puede afirmarse que todas las novelas de Archer son muy parecidas en cuanto a tema y argumento y lo que en realidad vale e importa es la belleza de su prosa y su formidable capacidad de observación. Lo cierto es que Macdonald escribió el mismo libro una y otra vez. Pero era un gran libro".

Ray Bradbury: "En sus novelas, las mujeres golpeadas huyen de demasiados hombres que hicieron todas las cosas malas, mientras esos mismos hombres huyen de sí mismos sin estar del todo seguros de qué hicieron o por qué lo hicieron o cómo hicieron tan mal las cosas. Las razones secretas, de encontrarse, deben ser enterradas. Siempre. Y si salen a la superficie, hay que acribillarlas a balazos y volver a enterrarlas bajo las piedras o meterlas dentro de una botella. El asesinato en Macdonald es la última bocanada de indignación o desesperación. Y el peor crimen de todos es aquel que jamás se descubre o recibe castigo. Lean sus libros y experimenten ustedes mismos el genio de uno de nuestros más grandes escritores".

John Connolly: "El escalofrío es una de las novelas más perfectamente armadas en todo el canon policíaco. El tipo de libro que te deja con la boca abierta cuando alcanzas las últimas páginas. Macdonald siempre ha padecido un poco (o mucho) la idea de que trabajó a la sombra de Chandler. Pero la verdad, y a riesgo de sonar herético y blasfemo, yo pienso que Macdonald fue un novelista muy superior a Chandler".

Julian Symons: "No tiene sentido alguno comparar a Macdonald con Hammett y Chandler. El logro de Macdonald es suyo y nada más que suyo y es algo único en la historia del policial moderno".

Michael Connelly: "Ross Macdonald fue, simplemente, uno de los mejores. En lo que a mí se refiere, me influyó tanto como Chandler. Contribuyó a construir la California sureña que hoy resulta tan atractiva a tantos escritores. Y tenía una manera tan concisa de escribir, de ir directo al grano en el comentario sociológico, en el delinear de las impurezas del alma y del corazón, en el modo en que exponía los modales con los que las familias se autodestruyen... Llegué tarde a Macdonald. Lo primero que leí fue El martillo azul y, por supuesto, fui muy feliz al comprender que tenía todos esos libros anteriores con Lew Archer para leer. Y los leí. Eran los días en que me propuse vivir de la escritura y los libros de Macdonald me demostraron que las novelas policiales podían alcanzar la categoría de arte. Todavía recuerdo lo que sentí al leer las primeras páginas de El martillo azul. El modo en que Macdonald describía cómo un cuerpo de mujer se había mantenido firme con los años gracias al tenis y al odio. Leí eso y supe que había encontrado algo importante. Supe que había llegado a casa".

Robert B. Parker: "No se conformó con enseñarnos a escribir; hizo algo más: nos enseñó a leer, a pensar sobre nuestras existencias y tal vez, a vivir. Con su oficio y su integridad, Macdonald hizo de la ficción detectivesca el vehículo para llegar a lo más alto y lo más profundo y trascendente. Y no es que otros no lo hayan intentado, es que él lo consiguió".

William Goldman (quien adaptó El blanco móvil para el cine, en 1966 y con Paul Newman, con el título de Harper): "El autor de la mejor serie de novelas detectivescas jamás firmadas por un norteamericano".

Richard North Patterson: "Antes que nada, Macdonald es el más grande escritor norteamericano de policiales. De acuerdo, Hammett revolucionó el género y Chandler le dio estilo y clase. Pero fue Macdonald quien trajo a la novela policial las cualidades de la gran novela: entramado magistral, un perfecto sentido del tiempo y del espacio, implacable conocimiento de la psicología humana y una perfecta fusión entre argumento y personaje".

James Ellroy (quien dedicó una de las novelas de su Trilogía Lloyd Hopkins "a la memoria de Kenneth Millar"): "Ross Macdonald siempre ha sido muy importante para mí. Es, en lo emocional, mi gran maestro. Amo las novelas de Lew Archer. Leí a Macdonald en los parques donde dormía, a la luz de una linterna".

En la hora de su muerte, Macdonald fue celebrado tanto en las páginas de Rolling Stone como en las de Pravda, The Wall Street Journal la consideró noticia de primera plana y The Washington Post le dedicó la página editorial. Allí se leyó: "El peso de sus historias no pasaba por la muerte sino por el de las consecuencias de la muerte revelando historias e intenciones. La variedad del delito que a él le interesaba era la traición a la confianza. Entre maridos y esposas. Entre padres e hijos. Entre médicos y pacientes. De ahí que Macdonald sea un escritor universal".

CINCO. El expediente Archer -verdadera labour of love a cargo de Tom Nolan, quien aporta el indispensable y muy inspirado profile de Archer con el que se abre este volumen- funciona como festín para seguidores y completistas (por primera vez en español se incluyen aquí todos los relatos y nouvelles de Archer sumándoles notas y fragmentos dispersos) y como perfecta puerta de entrada para los que se suben a su automóvil por primera vez. El expediente Archer brinda, también, la oportunidad de seguir al héroe de Ross Macdonald en los cien metros lisos y no en carreras de fondo, saliéndose a menudo de la pista y de la respiración de sus novelas.

Es otro Archer que no deja de ser Archer.

Bienvenidos a Los Ángeles y alrededores, patria de diablos exhibicionistas y demonios internos.

Ya saben: tragedias griegas junto a las piscinas, la Divina comedia con descapotables recorriendo a toda velocidad el infernal círculo de autopistas calientes, cuentos de hadas (o de brujas) bajo las palmeras donde aúllan los coyotes de Mulholland Drive, armarios con demasiados esqueletos bronceados, soap operas sin perfume ni anestesia y William Shakespeare entrando a un sitio llamado Koper Coffee Pot y -esto es verdad, opción favorita de Warren Zevon, que alguna vez figuró en su menú y tal vez todavía siga allí- y sentándose a una mesa con vistas a la nada y pidiendo para desayunar un Lew Archer Special.

Mientras tanto, ahí afuera, a la espera del gran terremoto -"No hay nada malo en Southern California que una subida en el nivel del océano no pueda curar", leemos en La piscina de los ahogados- todos continúan preguntándose aquello de ser o no ser y piensan si lo mejor no será llamar a un detective privado llamado Lew Archer para resolver una cuestión tan íntima.

Y -dinero es lo que sobra- lo contratan.

Y por supuesto -después, casi enseguida, para gran regocijo nuestro- se arrepienten de haberlo llamado.

Mucho.

Pero ya es demasiado tarde para archivar el caso sin resolverlo antes.

Afuera, California se mueve.

Pero más se mueve Archer.

Archer no para de moverse.

Archer es un terremoto en sí mismo.

Y -lo aseguran los místicos y las estadísticas y sus muchos admiradores, entre los que me cuento- yo predigo que Archer se mantendrá en pie, hasta que se haga justicia o se dejen de hacer injusticias. Sin importarle demasiado el que le paguen o no la factura. Seguro de que, por lo general, el cliente rara vez tiene razón y de que todos -absolutamente todos- somos culpables.

adnMACDONALD

Áspero y refinado
Ross Macdonald, cuyo verdadero nombre era Kenneth Millar, nació en Los Gatos, California, en 1915. Se crió en Ontario, Canadá, y estudió en la Universidad de Michigan, donde descolló con una tesis sobre Coleridge. Escribió 18 novelas protagonizadas por el detective Lew Archer, entre ellas El escalofrío, La bella durmiente y El martillo azul. Murió en Santa Bárbara en 1983, a los 67 años

Textuales

  • Ray Bradbury
    El asesinato en Macdonald es la última bocanada de indignación o desesperación. Lean sus libros y experimenten ustedes mismos el genio de uno de nuestros más grandes escritores.

  • John Connolly
    Siempre padeció la idea de que trabajó a la sombra de Chandler. La verdad, y a riesgo de sonar herético y blasfemo, yo pienso que Macdonald fue un novelista muy superior a Chandler.

  • Sue Grafton
    Con Macdonald conocimos una California que jamás supimos que existía y supimos que un policial podía ser algo tan preciso y apasionado como un soneto sin perder su esencia por eso.

  • James Ellroy
    Siempre ha sido muy importante para mí. En lo emocional, Ross Macdonald es mi gran maestro. Amo las novelas de Lew Archer. Lo leí en los parques donde dormía, a la luz de una linterna.

  • P. D. James
    Entre los norteamericanos, yo me quedo con la escuela dura. Y Ross Macdonald, en particular, me parece maravilloso.


El ardor de la sangre